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2 VIAJES AL PASADO » Un arma para un dinosaurio

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No quiero dar la impresión de que Courtney James no era más que un incordio. Tenía sus aspectos positivos. Los enfados se le pasaban rápido y al día siguiente estaba tan alegre como siempre. Ayudaba con el trabajo general del campamento, al menos, cuando le apetecía. Cantaba bien y disponía de un suministro interminable de historias guarras para mantenernos entretenidos.

Nos quedamos dos días más en ese campamento.

Vimos cocodrilos, la variedad pequeña, y muchos saurópodos —hasta cinco a la vez— pero ningún pico de pato más. Ni tampoco uno de esos supercocodrilos de quince metros.

Por tanto, el primero de mayo, abandonamos el campamento y nos dirigimos al norte hacia las colinas Janpur. Mis sahibs empezaban a endurecerse y se impacientaban. Llevábamos una semana en el cretácico y no teníamos trofeos.

No entraré en detalles sobre la siguiente etapa. Nada en lo que respecta a trofeos, excepto que vimos un enorme gorgosaurus demasiado lejos y algunas pisadas que indicaban un iguanodonte realmente grande, de unos dos o tres metros de alto. Establecimos el campamento al pie de las colinas.

Nos habíamos terminado el pachycephalosaurus, así que lo primero fue cazar carne fresca. También buscando trofeos, claro. Nos preparamos la mañana del día tres.

Le dije a James:

—Bien, viejo, nada de trucos. El Rajá nos dirá cuándo disparar.

—Ajá, comprendo —dijo, tan manso como Moisés. Nunca sabías cómo iba a reaccionar.

Marchamos, los cuatro, hacia la colina. Buscábamos pachycephalosaurus, pero aceptaríamos ornithomimus. También teníamos posibilidades de conseguirle a Holtzinger su ceratopsia. Habíamos visto un par en el camino, pero eran simples bebés sin cuernos decentes.

Hacía mucho calor y humedad, y pronto nos encontramos jadeando y sudando como caballos. Habíamos marchado y peleado con el terreno durante toda la mañana sin ver nada excepto lagartos, cuando aprecié el olor a carroña. Detuve el grupo y olisqueé. Nos encontrábamos en uno de esos claros abiertos rodeado por pequeños nullahs secos. Los nullahs corrían junto a un par de gargantas más profundas que atravesaban una ligera depresión abarrotada de vegetación más densa, cicadáceas y pándanos. Al prestar atención, oí el sonido de las moscas carroñeras.

—Por aquí—dije—. Hay algo muerto… ¡ah, aquí está!

Y allí estaba: los restos de un enorme ceratopsia tendido en una pequeña hondonada al borde del bosquecillo. Debía pesar unas seis u ocho toneladas cuando estaba vivo; de la variedad de tres cuernos, quizá la penúltima especie de Triceratops. Era difícil asegurarlo porque la mayor parte de la piel de la parte superior había desaparecido y había muchos huesos dispersos por ahí.

Holtzinger dijo:

—¡Oh, demonios! ¿Por qué no podía haber llegado antes de que muriese? Hubiese sido una cabeza cojonuda. —Como se habrá dado cuenta, el asociarse con tipos duros como nosotros había convertido al pequeño August en un blasfemo.

Yo dije:

—En pie, muchachos. Un terópodo ya ha llegado al cadáver y probablemente anda cerca.

—¿Cómo lo sabe? —me desafió James, con el sudor corriéndole por el rostro redondeado. Habló en lo que para él era voz baja, porque la idea de un terópodo cerca tranquiliza incluso a los más valientes.

Olisqueé una vez más y creí detectar el distintivo olor extremo de un terópodo. Pero no podía estar seguro porque el pestazo del cadáver también era fuerte. Mis sahibs se estaban poniendo de color verde al ver y oler el cuerpo.

Le dije a James:

—No sucede a menudo que ni siquiera el mayor de los terópodos ataque a un ceratopsia adulto. Esos cuernos son demasiado para ellos. Pero les encanta encontrarse con uno muerto o moribundo. Se quedan por las cercanías de un ceratopsia muerto durante semanas, tragando y luego durmiendo la comida durante días. En cualquier caso, normalmente buscan refugio durante el calor del día, porque no pueden soportar demasiada luz solar directa. Los encontrarás tendidos en un bosquecillo como éste o alguna depresión, cualquier lugar con sombra.

—¿Qué hacemos? —preguntó Holtzinger.

—Daremos una primera batida por este bosquecillo, en dos parejas como siempre. Pase lo que pase, nada de gestos impulsivos o de asustarse. —Miré a Courtney James, pero él me devolvió la mirada y luego se limitó a comprobar el arma.

—¿Debo seguir llevándola abierta? —quería saber.

—No; ciérrela, pero mantenga el seguro puesto hasta que esté listo para disparar —dije. Es peligroso llevar una doble cerrada de esa forma, especialmente entre arbustos, pero con un terópodo cerca, hubiese sido un riesgo aún mayor llevarla abierta y quizá pillar una ramita al intentar cerrarla.

—Nos mantendremos más cerca que de costumbre, para poder vernos —dije—. Empieza por ese ángulo, Rajá. Avanzad lentamente y luego paraos para prestar atención entre pasos.

Entramos por el borde del bosquecillo, dejando atrás el cadáver pero no el terrible pestazo. Durante unos metros no pudimos ver nada. Se abrió al situarnos bajo los árboles, que cubrían parte de los arbustos. El sol caía inclinado por entre los árboles. No podía oír más que el zumbido de los insectos, el corretear de los lagartos y los gritos de pájaros con dientes en las copas de los árboles. Creí estar seguro del olor del terópodo, pero me dije que podían ser imaginaciones. El terópodo podía pertenecer a cualquiera de varias especies, grandes y pequeñas, y la bestia en sí podía estar en cualquier lugar en un radio de un kilómetro.

—Adelante —le susurré a Holtzinger, porque podía oír a James y el Rajá adelantándose por mi derecha y las palmeras y helechos agitarse allí dónde los movían. Supongo que intentaban moverse en silencio, pero para mí sonaban como un terremoto en una cacharrería.

—Un poco más cerca —dije, y finalmente aparecieron dirigiéndose hacia mí.

Llegamos a un barranco cubierto de helechos y subimos por el otro lado, para encontrarnos a continuación el camino bloqueado por un grueso grupo de palmitos.

—Vosotros id por ese lado; nosotros iremos por éste —dije, y nos pusimos en marcha, deteniéndonos para escuchar y oler.

Nuestras posiciones eran exactamente las mismas que el primer día, cuando James había matado el pachycephalosaurus.

Juzgué que habíamos recorrido dos tercios de nuestra mitad de los palmitos cuando oí un ruido por delante y hacia la izquierda. Holtzinger lo oyó y quitó el seguro. Yo coloqué el pulgar sobre el mío y me moví a un lado para ver sin problemas.

El ruido se hizo más intenso. Levanté el arma y apunté como más o menos a la altura a la que se encontraría el corazón de un terópodo grande a la distancia a la que aparecería frente a nosotros de entre los árboles. Había movimiento en el follaje, y un pachycephalosaurus de seis pies de alto apareció frente a nosotros, paseándose solemnemente de izquierda a derecha, agitando la cabeza a cada paso como si fuese una paloma enorme.

Oí cómo Holtzinger dejaba escapar el aire y tuve que contenerme para no reír. Holtzinger dijo:

—Eh…

—Silencio —susurré—. Puede que el terópodo siga…

Hasta ahí llegué cuando James disparó la maldita arma, ¡bang!, ¡bang! Entreví al pachycephalosaurus caer de frente con la cola y las patas traseras volando.

—¡Le tengo! —gritó James, y le oí echar a correr.

—¡Dios mío, lo ha hecho otra vez! —gruñí. A continuación se produjo un gran rumor que no venía del pachycephalosaurus moribundo, y un grito agudo emitido por James. Algo se alzó de entre los arbustos y vi la cabeza del carnívoro local más grande, el tyrannosaurus trionyches en persona.

Los científicos insisten en que el rex es mayor que el trionyches, pero juraría que aquel tiranosaurio era más grande que cualquier rex que haya roto el cascarón. Debía alzarse unos seis metros y medir unos quince metros de largo. Podía ver sus enormes ojos brillantes y dientes de veinte centímetros y la gran papada que le colgaba desde la barbilla hasta el pecho.

El segundo de los nullahs que iba por el otro lado del cadáver corría atravesando nuestro camino al otro lado del grupo de palmitos. Quizá tuviese unos dos metros de profundidad. El tiranosaurio había estado tendido allí, durmiendo su última comida. Allí donde el lomo le sobresalía sobre el nivel del suelo, los helechos del borde del nullah lo ocultaban. James había disparado los dos cañones por encima de la cabeza del terópodo, despertándolo. A continuación James, para incrementar su estupidez, había corrido sin recargar. Tres metros más y hubiese pisado el lomo del tiranosaurio.

James, comprensiblemente, se detuvo cuando la cosa se plantó frente a él. Recordó que tenía el arma vacía y había dejado al Rajá demasiado atrás para poder dar un buen tiro.

Al principio James conservó la calma. Abrió su arma, sacó dos balas del cinturón y las metió en los cañones. Pero al apresurarse en cerrar el arma, se pilló la mano derecha entre los cañones y los percutores, la parte carnosa entre el pulgar y la palma. Fue un golpe doloroso y pilló a James tan por sorpresa que dejó caer el arma. Eso le hizo desmoronarse y desbocarse.

La situación no podía haber sido peor. El Rajá corría con el arma en alto, lista para llevársela al hombro en cuanto pudiese ver bien al tiranosaurio. Cuando vio a James correr directamente hacia él, vaciló, ya que no quería pegarle un tiro a James. Este último siguió corriendo y, antes de que el Rajá pudiese echarse a un lado, chocó con él y los dos cayeron entre los helechos. El tiranosaurio hizo uso de la poca inteligencia que poseía y corrió para pillarlos.

¿Y qué pasaba con Holtzinger y yo al otro lado de los palmitos? Bien, en el mismo momento que James gritó y la cabeza de tiranosaurio apareció, Holtzinger se lanzó a correr como un conejo. Yo había levantado el arma para darle a la cabeza del tiranosaurio, con la esperanza de darle al menos a un ojo, pero antes de que pudiese apuntar, la cabeza desapareció tras los palmitos. Quizá debería haber disparado allí donde creía que estaba, pero toda mi experiencia me hace huir de los disparos a ciegas.

Cuando volví a mirar frente a mí, Holtzinger ya había desaparecido tras la curva de los palmitos. Tengo una constitución bastante pesada, pero corrí tras él a buena velocidad, cuando oí su rifle y el chasquido del percutor entre disparos: bang, clic-clic, bang, clic-clic, así.

Había alcanzado los cuartos traseros del tiranosaurio cuando el bruto se inclinaba para devorar a James y el Rajá. Con el cañón a seis metros de la piel del tiranosaurio empezó a disparar 375 en el cuerpo de la bestia. Había disparado tres veces cuando el tiranosaurio lanzó un tremendo gruñido y viró para ver qué le pinchaba. Abrió la mandíbula, y la cabeza giró y descendió.

Holtzinger disparó una vez más e intentó saltar a un lado. Estaba de pie en una zona estrecha entre los palmitos y el nullah. Así que cayó en el nullah. El tiranosaurio continuó con su avance y lo pilló, ya fuese mientras caía o cuando tocó el fondo. Las mandíbulas se cerraron y la cabeza se alzó con el pobre Holtzinger entre ellas, aullando como un alma condenada.

Justo en ese momento aparecí yo y apunté a la cara del bruto. A continuación comprendí que las mandíbulas aprisionaban a mi amigo y que le estaría disparando a él. Mientras la cabeza se alzaba, como si fuese una enorme grúa, disparé al corazón. Pero el tiranosaurio ya se estaba volviendo y sospecho que simplemente le di en las costillas.

La bestia se alejó un par de pasos cuando le di con el otro cañón en el lomo. Vaciló durante el siguiente paso, pero siguió avanzando. Otro paso más y casi se había perdido entre los árboles, cuando el Rajá disparó dos veces. El tipo había conseguido separarse de James, se había puesto en pie, había cogido el arma y disparaba al tiranosaurio.

El impacto doble derribó al bruto con un estruendo terrible. Cayó sobre una magnolia enana y vi una de las patas traseras agitarse en medio de una lluvia de pétalos blancos y rosados incongruentemente bonitos.

¿Puede imaginarse una pata de pájaro ampliada y engordada hasta que tenga el diámetro de una pata de elefante?

Pero el tiranosaurio volvió a ponerse en pie y se alejó sin molestarse en soltar a la víctima. Lo último que vi fue las piernas de Holtzinger colgando de un lado de su boca (ya había dejado de gritar) y la enorme cola golpeando los troncos de los árboles mientras se agitaba de un lado a otro.

El Rajá y yo recargamos y corrimos tras el bruto con todas nuestras fuerzas. Tropecé y me caí una vez, pero me puse en pie de un salto y no me di cuenta de que me había herido en el codo hasta más tarde. Cuando salimos del bosquecillo, el tiranosaurio ya se encontraba al otro extremo del claro. Disparé con rapidez, pero probablemente fallé y había desaparecido antes de poder disparar de nuevo.

Seguimos corriendo, siguiendo las huellas y el rastro de sangre, hasta que tuvimos que detenernos por el agotamiento. Sus movimientos parecen lentos y majestuosos, pero con esas patas tremendas, no tienen que moverse muy rápido para alcanzar una buena velocidad.

Cuando hubimos terminado de jadear y limpiarnos la frente, intentamos seguir al tiranosaurio, guiándonos por la teoría de que podría estar agonizando y acabaríamos alcanzándolo. Pero perdimos el rastro y no pudimos hacer nada. Dimos algunas vueltas intentando encontrarlo, pero sin suerte.

Horas más tarde, nos rendimos y regresamos al claro, sintiéndonos deprimidos.

Courtney James estaba sentado con la espalda apoyada en un tronco, sosteniendo su rifle y el de Holtzinger. Tenía la mano derecha hinchada y azul allí donde se la había pillado, pero todavía podía usarla.

Sus primeras palabras fueron:

—¿Dónde demonios han estado? No deberían haber echado a correr abandonándome; otras de esas cosas podrían haber venido a por mí. ¿No es suficiente perder a un cazador a causa de su estupidez como para arriesgar a otro?

Había estado preparando un buen sermón para James, pero su ataque me cogió tan por sorpresa que apenas pude decir:

—¿Nosotros perdimos…?

—Claro —dijo—. Nos ponen delante, de forma que si se tragan a alguien, sea a nosotros. Enviaron a un tipo apenas armado contra esos animales. Ustedes…

—Cerdo apestoso —empecé diciendo y seguí a partir de ahí. Descubrí más tarde que había invertido el tiempo elaborando una compleja teoría según la cual el desastre era todo culpa nuestra, de Holtzinger, del Rajá y mía. Nada de que James disparase cuando no le tocaba o de que sufriese un ataque de pánico o de que Holtzinger hubiese salvado su inútil vida. Oh, cielos, nada de eso. Era culpa del Rajá por no apartarse de su camino, etc…

Bien, yo he tenido una vida dura y puedo expresarme con bastante elocuencia. El Rajá intentó mantenerse a mi altura, pero se le acabó el inglés y tuvo que conformarse con insultar a James en indostaní.

Por el color púrpura del rostro de James podía ver que estaba haciendo blanco. Si me hubiese parado a pensar, me habría dado cuenta de que, no es conveniente vilipendiar a un hombre con un arma. Finalmente James dejó el rifle de Holtzinger y levantó el suyo propio, diciendo:

—Nadie me habla así y se sale con la suya. Tendré que decir que el tiranosaurio también se los comió.

El Rajá y yo estábamos de pie con las armas abiertas, bajo el brazo, así que llevaría buena parte de un segundo el cerrarlas y prepararlas para disparar. Más aún, no disparas una 600 sosteniéndola por las buenas entre las manos, no si sabes lo que te conviene. A continuación, James apoyaba la culata de la 500 contra el hombro, con los cañones apuntándome a la cara. Tenían el aspecto de un par de túneles para vehículos.

El Rajá comprendió lo que sucedía antes que yo. Mientras el miserable levantaba el arma, él se adelantó y le dio una tremenda patada. Solía jugar al rugby cuando era joven, ¿sabe? Hizo saltar la 500 hacia arriba de forma que el disparo falló la cabeza por dos centímetros y la explosión casi me rompe los tímpanos.

La culata del arma se había separado del hombro de James cuando saltó el arma, de forma que el retroceso fue como una coz. Le hizo dar media vuelta.

El Rajá dejó caer su propia arma, agarró los cañones de la 500 de James y se la arrancó de las manos, casi rompiendo el dedo en el gatillo del tipo. Tenía intención de golpear a James con la culata, pero yo le di a James en la cabeza con mis propios cañones, luego le di la vuelta y empecé a darle una paliza. Era un tipo de buen tamaño, pero no tenía posibilidades contra mis cien kilos.

Me detuve cuando su rostro quedó adecuadamente descolorido. Le dimos la vuelta, cogimos una cuerda de su mochila y le atamos las muñecas a la espalda. Estuvimos de acuerdo en que no estaríamos seguros a menos que le mantuviésemos vigilado cada minuto hasta que regresásemos a nuestro tiempo. Una vez que un hombre ha intentado asesinarte, no le des otra oportunidad. Claro, puede que no lo volviese a intentar, pero ¿por qué arriesgarse?

Llevamos a James de vuelta al campamento y le contamos al grupo a qué nos enfrentábamos. James maldijo a todo el mundo y nos desafió a matarle.

—Mejor que lo hagáis, hijos de puta, o yo os mataré algún día —dijo—. ¿Por qué no lo hacéis? Porque sabéis que alguien os delatará, ¿no? ¡Ja, ja!

El resto de ese safari fue depresivo. Pasamos tres días peinando el terreno en busca del tiranosaurio. Sin suerte. Podría haber estado tendido en cualquiera de esos nullahs, muerto o convaleciente, y no lo hubiésemos visto a menos que lo pisásemos. Pero creíamos que no hubiese sido justo no intentar al menos recuperar los restos de Holtzinger, si los había.

Después de regresar al campamento principal se puso a llover. Cuando no llovía, recogimos pequeños reptiles y demás para nuestros amigos científicos. Cuando se materializó la cámara de transición, nos dimos unos con otros para entrar en ella.

El Rajá y yo discutimos la posibilidad de acciones legales por parte de Courtney James o en su contra. Decidimos que no había precedentes para castigar crímenes cometidos ochenta millones de años en el pasado, que además presumiblemente habrían prescrito.

Por tanto le desatamos y lo empujamos en la cámara después de que todos los demás, excepto nosotros, hubiesen pasado.

Cuando llegamos al presente le entregamos su arma —vacía— y sus otros efectos. Como esperábamos, se fue sin decir palabra, con los brazos llenos de material. En ese momento, la chica de Holtzinger, Claire Roche, entró llorando:

—¿Dónde está? ¿Dónde está August?

No relataré la dolorosa escena más que para decir que fue problemática incluso considerando las habilidades del Rajá para esas cosas.

Llevamos los hombres y las bestias al viejo edificio de laboratorio que la Universidad de Washington había acondicionado como punto de cierre de las expediciones. Les pagamos a todos y descubrimos que estábamos casi arruinados. Los pagos por adelantado de Holtzinger y James no cubrían nuestros gastos y sería muy poco probable que llegásemos a cobrarle el resto a James o a los herederos de Holtzinger.

Y hablando de James, ¿sabe lo que el sinvergüenza hacía en ese mismo instante? Fue a casa, se aprovisionó de más munición y regresó a la universidad. Buscó al profesor Prochaska y le dijo:

—Profesor, me gustaría que me enviase de vuelta al cretácico para un viaje rápido. Si puede encajarme ahora mismo, puede pedirme el precio que desee. Le ofrezco cinco mil para empezar. Quiero ir al 23 de abril de 85.000.000 a. C.

Prochaska respondió:

—¿Parra qué quierre regrresar tan prronto con tanta urrgensia?

—Perdí la cartera en el cretácico—dijo James—. He pensado que si regreso al día anterior a mi llegada a esa era en mi último viaje, me veré al llegar y podré seguirme hasta verme perderla.

—Cinco mil es mucho por una cartera.

—Guardo en ella algunas cosas que no puedo reemplazar. Supongamos que me deja decidir a mí si vale la pena.

—Bien —dijo Prochaska, pensando—, el grrupo que se suponía debía parrtir esta mañana ha telefoneado para desir que llegarrá tarrde, así que quizá pueda encajarrle. Siemprre me he prreguntado qué sucederría si el mismo hombre ocupase el mismo tiempo dos veses.

De tal forma que James escribió un cheque y Prochaska le llevó a la cámara y le vio partir. Parece que la idea de James era aguardar tras un arbusto a unos metros de distancia de la cámara de transición y darnos al Rajá y a mí cuando saliésemos.

Horas más tarde, nos habíamos puesto la ropa de calle y habíamos llamado a nuestras esposas para que viniesen a buscarnos. Estábamos en el Forsythe Boulevard esperándolas cuando oímos un crujido intenso, como una explosión o un trueno cercano, y un destello de luz ni a quince metros de nosotros. La onda de choque nos dejó tambaleándonos y rompió varias ventanas en varios edificios.

Corrimos hacia el lugar y llegamos allí junto con un policía y varios ciudadanos. Sobre el boulevard, cerca del bordillo, había un cuerpo humano. Al menos lo había sido, pero parecía como si le hubiesen pulverizado hasta el último hueso y le hubiese estallado hasta el último vaso sanguíneo. Las ropas estaban hechas jirones, pero reconocí el rifle de dos cañones H. & H. 500. La madera estaba quemada y el metal rayado, pero era el arma de Courtney James. Sin ninguna duda.

Saltándonos la investigación y el pasarlas moradas, lo que sucedió fue lo siguiente: nadie nos había disparado cuando salimos el día veinticuatro y eso, por supuesto, no se podía cambiar. Debido a eso, en el instante en que James empezó a hacer algo que produjese un cambio visible en el mundo de 85.000.000 de años después, las fuerzas del espacio tiempo lo llevaron de golpe al presente para evitar una paradoja.

Ahora que eso se comprende mejor, el profesor no enviará a nadie a un periodo al menos quinientos años anterior a un periodo explorado por algún otro viajero, porque sería muy fácil realizar algún acto, como cruzar un camino o perder algún artefacto duradero, que afectase al mundo posterior. Dados largos periodos de tiempo, me dice, esos cambios desaparecen en la media y se pierden en la corriente del tiempo.

Tuvimos muchos problemas después de aquello, con la mala publicidad y todo lo demás, aunque sí cobramos de los herederos de James. El desastre no fue en todo culpa de James. No debería haberle llevado una vez que supe que se trataba de un tipo consentido e inestable. Y si Holtzinger hubiese podido manejar un arma pesada, probablemente hubiese derribado al tiranosaurio, incluso si no lo mataba, dándonos a los demás una oportunidad para acabar con él.

Y por eso es por lo que no le llevaré de caza a ese periodo. Hay muchas otras eras, y si lo piensa bien, estoy seguro de que descubrirá…

¡Dios mío, mire la hora! Debo correr, viejo; mi mujer me desollará vivo. ¡Buenas noches!

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