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2 VIAJES AL PASADO » Del tiempo y Kathy Benedict

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—¿Ni siquiera el lago? —preguntó él de pronto, con profundos ojos azules.

La pregunta la sorprendió.

—Nunca dije que temiese al lago.

—Ha sido evidente. Lo hacemos todo juntos. Montar… patinar… picnic… conciertos. Pero nunca quieres ir a pasear conmigo al lago.

—No me gusta ir en bote. Ya te lo he dicho.

La miraba fijamente.

—Entonces, ¿qué hacías sola en el lago el día que te encontré? ¿Qué te hizo ir allí?

Kathy suspiró, bajando la vista.

—Se trata de una historia muy, muy larga, y algún día, cuando esté segura de que la entenderás, te la contaré. Juro que lo haré.

—Es un bonito día, Kate. El cielo está despejado. No hay viento. Ni nubes. Creo que deberíamos ir al lago. Juntos.

—Pero ¿por qué?

—Para dejar descansar ese último temor tuyo. Es como volver a subirse al caballo una vez que te has caído. Si no lo haces, no vuelves a montar. El temor siempre está ahí.

Un tenso momento de silencio.

No le tengo miedo al lago, Willy —dijo con tono mesurado.

—¡Entonces demuéstralo! Hoy. Ahora. ¡Demuéstramelo, Kate!

Y ella aceptó.

No había nada que temer en las aguas tranquilas. Se lo repetía continuamente.

Nada que temer.

Nada.

Nada.

Nada.

El tiempo era el ideal para pasear en bote, y Willy manejaba los remos con la facilidad de la práctica, ofreciéndole a Kathy una sensación de confianza y serenidad.

Se sentía serena en el lago tranquilo. Disfrutaba del agradable calor del sol de la tarde sobre los hombros mientras giraba el reluciente parasol rojo que Willy le había comprado para la ocasión.

El agua estaba cubierta de lentejuelas por la luz del sol, brillantes formas diamantinas, moviéndose, rompiéndose y volviéndose a formar en complejos patrones alrededor del bote mientras Willy remaba firme alejándose de la orilla.

En la tranquila aura de paz y belleza natural, Kathy se preguntó por qué le había tenido tanto miedo al lago. Allí se estaba de maravilla, y ciertamente no había nada que temer. Las caprichosas circunstancias de la fatídica tarde de 1982 eran únicas: una sorprendente tormenta había creado una especie de puerta temporal por la que ella había pasado, y no había sufrido ningún daño. De hecho, se sentía agradecida por la experiencia; a través de los años la había traído hasta el único hombre al que podía verdaderamente amar y respetar.

Alargó la mano para tocarle el hombro.

—Señor McGuire, le amo.

Él le sonrió.

—¡Yo la amo a usted, señorita Benedict!

Willy dejó los remos para tomarla en brazos. Se estiraron uno junto al otro en el fondo del bote. El cielo que les cubría era de un delicado tono pastel de azul (como los ojos de Willy, pensó Kathy) y una ligera brisa traía hasta el agua el perfume del bosque espeso.

—Es un momento absolutamente perfecto —dijo Kathy—. ¡Me gustaría que pudiésemos guardarlo en una botella para abrirlo cuando estuviésemos tristes!

—No es necesario —dijo Willy con suavidad—. Tenemos por delante toda una vida de momentos perfectos, Kathy.

—No —negó ella con la cabeza—. La vida nunca es perfecta.

—La nuestra lo será —dijo él, pasando un dedo por la mejilla calentada por el sol, siguiendo la curva de la barbilla—. Yo la haré perfecta… y eso es una promesa.

Ella le besó, apretando con fuerza los labios.

Willy se sentó.

—Eh —protestó Kathy, abriendo los ojos—. ¿Adónde vas? Acabábamos de empezar. —Y rió.

—El cielo se está oscureciendo —dijo él al levantar la vista, cubriéndose los ojos—. Será mejor que volvamos. Una tormenta del lago puede…

¡Tormenta! —Kathy se sentó de golpe, mirando a Willy, el cielo y el agua—. ¡No! ¡Oh, Dios, no!

—¡Cálmate, estás temblando! —le dijo él reteniéndola—. No hay nada de qué preocuparse. En unos minutos estaremos en la orilla.

—¡Pero tú no estabas allí… no lo comprendes! —dijo Kathy, con un tono de voz desesperado—. Así fue como llegó la otra tormenta… de la nada. Y el viento…

Y allí estaba, agitando de pronto la superficie del lago.

Willy remaba con fuerza, con el bote cortando hacia la orilla.

—En un momento estaremos en la playa. Ya verás. Confía en mí, Kate.

Pero el viento crecía con rapidez, soplando en su contra, neutralizando los esfuerzos de Willy.

Kathy miró con miedo el cielo. Sí, allí estaba, la misma masa horrenda de nubes gris oscuro.

Comenzó a llover.

—¡Date prisa, Willy! ¡Rema más rápido!

—Lo intento… ¡pero el viento es realmente fuerte!

Kathy estaba sentada acurrucada en la popa del bote, con la cabeza gacha, con las manos firmemente sujetas alrededor de las piernas mientras la lluvia la golpeaba a ráfagas.

—¡Nunca había visto una tormenta desencadenarse tan rápido! —gruñó Willy, remando con más fuerza—. El tiempo está raro, eso seguro.

¿Cómo podría él comprender que ella ya lo había visto todo, en un mundo ochenta años en el futuro? Nubes, viento, lluvia y…

Y…

Supo al levantar la vista, elevando lentamente la cabeza, que estaría allí, en el horizonte, acercándose a ellos.

La ola.

Willy dejó de remar al oírla gritar. Miró hacia el horizonte.

—¡Dios todopoderoso!

Luego, en un parpadeo, cayó sobre ellos, golpeando sus sentidos, una montaña furiosa de agua enfebrecida que partió el bote en trozos y los mandó a las profundidades del lago.

Hacia la oscuridad.

Y el silencio.

Kathy abrió los ojos.

Estaba sola en la playa. De alguna forma, sin prueba visible, supo que había regresado a 1982.

Y Willy no estaba.

La idea la atravesó, como un cuchillo, llenándola de una angustia desesperada.

¡Willy no estaba!

Le había perdido en el lago. Se lo había dado y ahora se lo había arrebatado.

Para siempre.

Un salvavidas fuerte vestido con un bañador naranja corría hacia ella sobre la arena.

No quiero que me salven, se dijo; quiero volver al lago y morir allí, como había muerto Willy. No hay razón para seguir viviendo. Ninguna razón en absoluto.

—¿Está bien, señorita?

¡Las mismas palabras! ¡La misma voz!

Levantó la vista… hacia el rostro que amaba. Los ojos azules. El pelo rojo. Los rasgos suaves e intensos.

—¡Willy! —gritó, abrazándole de pronto—. ¡Oh, Dios, Willy, pensé que te había perdido! Pensé que estabas…

Vaciló mientras el joven se retiraba.

—Me temo que ha cometido un error —dijo—. Me llamo Tom.

Ella lo miró y supo quién era. No había duda. Lo sabía.

—¿Cuál es tu segundo nombre?

—William —le dijo. Y luego sonrió—. Oh, ya comprendo… pero nadie me llama Willy. No desde que era niño.

—Sé tu apellido —le dijo en voz baja.

—¿Eh?

—McGuire.

Él parpadeó.

—Sí. Sí, lo es.

—Thomas William McGuire —dijo Kathy, sonriéndole—. Por favor… siéntate aquí, junto a mí.

Lanzando un ligero suspiro, lo hizo. La mujer le intrigaba.

—¿Cuándo naciste?

—En 1960.

—¿Y tu padre quién era? ¿Cómo se llamaba?

—Timothy McGuire.

—¿Nacido…? ¿El año?

—Mi padre nació en 1929.

—Y tu abuelo… ¿Cómo se llamaba y cuándo nació?

—Patrick McGuire. Nació en 1904.

Los ojos de Kathy se llenaban de lágrimas. Parpadeó para contenerlas.

—Y su padre, tu bisabuelo…

Él empezó a hablar, pero ella le tocó los labios con un dedo para detener las palabras.

—Se llamaba William Patrick McGuire —dijo ella—, y nació en 1880, ¿no?

El joven estaba sorprendido. Asintió lentamente.

—Sí, cierto.

—Y sobrevivió a un accidente de bote en 1902, en este lago, ¿no fue así?

—Efectivamente, señorita.

—¿Quién fue tu bisabuela? —preguntó Kathy.

—Se llamaba Patricia Hennessey. Se conocieron después del accidente, esas Navidades. Cuentan que él…

—¿El qué?

—Que se casó con ella de rebote. Parece que perdió a la chica con la que iba a casarse en el accidente del bote. Mi bisabuela fue lo que supongo que podría llamarse una segunda opción.

A continuación sonrió (¡con la sonrisa de Willy!) agitando la cabeza.

—No puedo comprender cómo sabías de él… ¿Eres amiga de la familia?

—No.

—Y nunca nos habíamos visto, ¿no?

Ella miró los profundos ojos azules, como el lago.

—No, Willy, nunca nos hemos visto. —Sonrió—. Pero vamos a ser amigos… muy, muy buenos amigos.

Y le besó suavemente, bajo el cielo sereno de una tarde soleada de Michigan a orillas de un lago tranquilo en el otoño de un año muy especial.

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