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3 HISTORIA DEL FUTURO » Flujo

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Flujo

Michael Moorcock

Entre los muchos admiradores de la obra de H. G. Wells, el inglés Michael Moorcock ha empleado en muchas ocasiones los conceptos de su mentor como punto de partida para narraciones innovadoras. En especial, el viaje en el tiempo aparece en varios de sus trabajos, de forma notable en el trío de novelas THE WARLORD OF THE AIR (1971), THE LAND LEVIATHAN (1974) y THE SEEL TSAR (1981), conocidas colectivamente como «The Nomad of Time», que detalla las aventuras del capitán Oswald Bastable, un soldado Victoriano transportado desde la frontera noreste de 1902 hasta el mundo muy diferente de 1973. La trilogía está ampliamente reconocida como una de las sagas «steampunk» más importantes. Otra novela, HE AQUÍ EL HOMBRE (1966), también trata del viaje en el tiempo: en este caso, hasta la época de Cristo.

Michael Moorcock (1939), antiguo periodista, guionista de cómics y siempre fan de la ciencia ficción, editó durante los sesenta una de las revistas más importantes de la «nueva ola», New Worlds, antes de situarse él mismo entre los influyentes escritores contemporáneos del género. Sus novelas sobre el antihéroe amoral Jerry Cornelius, que viaja desde el presente hasta el lejano futuro en una serie de alucinantes aventuras, han disfrutado también de gran popularidad; se adaptaron al cómic e inspiraron una película, EL PROGRAMA FINAL (1973), interpretada por Jon Finch.

En «Flujo», escrito en 1963 para New Worlds Science Fiction, Moorcock se aprovecha de otro longevo tema wellsiano, la lucha entre naciones europeas, y relata la misión del viajero temporal Max File al futuro, en busca de una solución. Viaje lleno de problemas inesperados para el hombre y su máquina…

Max File se inclinó hacia delante, dirigiendo una impaciente pregunta hacia el compartimiento del conductor:

—¿Cuánto falta para que lleguemos?

Para recordar de inmediato que el coche no tenía conductor. Normalmente, como Mariscal en Jefe de la Fuerza Europea de Ataque Nuclear Preventivo, se permitía el lujo de un chófer; pero hoy su destino era un secreto que ni él mismo conocía.

La planificación de la ruta se encontraba cuidadosamente protegida en el ordenador del controlador automático del coche.

Volvió a acomodarse en el asiento, decidiendo que era inútil quejarse.

El vehículo abandonó la Vía Principal una media milla antes de encontrarse con el circuito central de tráfico que arrojaba vehículos y bienes al sistema urbano que lo rodeaba como si fuese una gigantesca noria. File se sintió agradecido por ello, aunque no lo admitió abiertamente ante sí mismo. Sobre su cabeza, el murmullo continuo y vibrante, que cubría todo el horizonte de ese paraíso de los ingenieros, seguía resonando, pero más caótico, y por tanto más agradable a oídos de File. En dos ocasiones el coche se vio obligado a detenerse frente a densos flujos de peatones que salían de estaciones públicas de trenes de presión, con los rostros compuestos y sudorosos mientras luchaban de camino al trabajo.

File permaneció sentado sin inmutarse ante esos retrasos, aunque ya llegaba tarde a la reunión. ¿Qué sentido tendría, se preguntó, ese Gargantúa acomodado bramando perpetuamente en lo alto sobre todo el continente? Nunca dormía; nunca deja de alabar a gritos, orgulloso de su propio poder. Y por benévolo que fuese hacia sus cientos de millones de habitantes, nadie podía negar que hasta el último de ellos era su esclavo.

¿Cómo había surgido? ¿Qué le acabaría pasando? Había crecido tanto internamente que sólo con dificultad los humanos encontraban espacio para vivir en él. Si se le viese desde el espacio, pensó, no sería visible ningún ser humano; sólo se vería una máquina de movimiento rápido, asombroso poder pero sin propósito.

Max File no tenía mucha fe en la capacidad de la Comunidad Económica Europea para prolongar indefinidamente su vida. Había crecido con rapidez, pero había crecido por sí misma, sin el beneficio de un adecuado diseño humano. Ya se podían detectar, pensó, las semillas de su inevitable colapso.

Con paciencia, el coche atravesó la multitud, encontró un carril no obstruido y continuó siguiendo su compleja ruta. Con el tiempo se abrió paso por entre una confusión de señales, carteles y cruces, antes de detenerse frente a un pequeño edificio de diez plantas que mostraba el austero pero sólido sello de la autoridad.

Había guardias en la entrada, lo que declaraba la gravedad de la emergencia. A File se le escoltó hasta una suite en el quinto piso. Allí, se le dio paso a una cámara sin ventanas, de paredes cubiertas de paneles de madera y una iluminación adecuada y tranquila. En la mesa oval, el gobierno de la Comunidad Económica Europea ya se había reunido y aguardaba en silencio su llegada. Los ministros levantaron la vista cuando entró.

Conformaban un grupo extrañamente sereno y formal, con los conservadores trajes uniformemente oscuros y el papel de notas blanco perfectamente dispuesto frente a ellos. En la sala prevalecía un aire de cuidadosa moderación. La mayoría de los ministros sólo dedicaron a File un asentimiento distante y luego dirigieron de nuevo la vista formalmente hacia abajo. File devolvió los gestos. Los conocía a todos, pero no íntimamente. Por alguna razón, siempre tendían a mantenerse a distancia, a pesar del elevado puesto de File, y al que parecía haber estado destinado desde la infancia.

Sólo el primer ministro Strasser se puso en pie para darle la bienvenida.

—Por favor, siéntese, File —dijo. File tomó la mano que le ofrecía el anciano y luego se dirigió a su puesto. Strasser empezó a hablar de inmediato, teniendo claramente la intención de mantener una reunión breve e ir directamente al grano.

—Como todos sabemos —empezó a decir—, la situación en Europa ha alcanzado el borde de una guerra civil. Sin embargo, la mayoría de nosotros también sabemos que hoy no estamos aquí para discutir lo que debemos hacer… hablo para su beneficio, File. Estamos aquí para comprender nuestra posición, y para proponer una misión.

Strasser se sentó e hizo un gesto mecánico en dirección al hombre a su izquierda. Standon, pálido y huesudo, inclinó la cabeza hacia File y habló:

—Cuando nos reunimos por primera vez para tratar este problema, pensamos que no difería de otras crisis de la historia… que primero consideraríamos los fines e intenciones de las facciones económicas y políticas en disputa, y decidiríamos a cuál apoyar y contra cuál luchar. Pronto descubrimos nuestro error.

»Primero, comprendimos que Europa 410 es más que una entidad política y no una entidad nacional, obviando la base más evidente para la acción. A continuación intentamos abarcar todo el sistema que consideramos como Europa… y fracasamos. ¡Como economía industrial, Europa supera la comprensión!

Hizo una pausa y una extraña emoción pareció agitarse justo bajo la superficie de su cara.

Movió el cuerpo con incomodidad, y luego siguió hablando con tono más firme:

—Somos el primer gobierno de la historia que es consciente, y además lo admite, de no saber cómo controlar los acontecimientos. El continente a nuestro cargo se ha convertido en el fenómeno más gigantesco, complejo y de alta presión que ha aparecido jamás sobre la superficie del planeta. No sabemos cómo controlarlo al igual que no sabemos cómo controlar el crecimiento de un organismo vivo. Algunos de nosotros opinan que la industria europea se ha convertido de hecho en un organismo vivo… pero sin la cordura o la certidumbre que el desarrollo adecuado confiere a los organismos naturales. Se inició sin orden ni concierto, y después siguió sus propias leyes. Hay uno de nosotros —señaló al adusto Brown-Gothe al otro lado de la mesa— que lo compara con el cáncer.

File meditó las similitudes entre las conclusiones de los ministros y sus propias reflexiones de unos minutos antes.

—Europa sufre de presión —siguió diciendo Standon—. Todo está tan comprimido, energía y procesos tan lindantes unos con otros, que todo el sistema se ha transformado en algo sólido. Hablando políticamente, simplemente no hay espacio para maniobrar. En consecuencia, somos incapaces de comprender el curso de los acontecimientos, ya sea por computación o por medio del sentido común, y somos incapaces de manifestarnos sobre el resultado de cualquier acción. En resumen, ignoramos completamente el futuro, ya participemos en él o no.

File recorrió la mesa con la mirada. La mayoría de los ministros seguían mirando pasivamente el papel de notas. Uno o dos, junto con Strasser y Standon, le miraban expectantes.

—Yo mismo he llegado a igual conclusión —dijo—. Pero ustedes deben haber decidido algo.

—No —dijo Standon con energía—. Ésa es la esencia de la cuestión. Si las cosas estuviesen tan claras no tendríamos este problema, nos limitaríamos a elegir bando. Pero no hay dos facciones: hay tres o cuatro, con algunas más de fondo. La misma idea de qué es mejor pierde sentido cuando no sabemos qué va a suceder. Lógicamente, la destrucción de la comunidad es el único criterio de lo que es indeseable, pero incluso en ese caso, ¿quién sabe? Quizá nos hayamos vuelto tan monstruosos que no haya posibilidad de continuar existiendo. No hay ideales para guiarnos. Y en cualquier caso, ya no existe una dirección deliberada en lo que a Europa se refiere.

Standon apartó los ojos de File y pareció retroceder durante un momento.

—Podría añadir —dijo— que después de tener varias semanas para pensarlo, mantenemos la opinión que la situación en asuntos políticos siempre ha sido ésta: sólo el hecho de que hubiese espacio para moverse ofrecía a los políticos del pasado la ilusión de que tenían libertad para determinar los acontecimientos. Ahora que no hay espacio vacío, la ilusión se ha volatilizado, y somos conscientes de nuestra impotencia. Al mismo tiempo, todo es mucho más aterrador.

Se encogió de hombros.

—Por ejemplo, Europa, debido a su masa, podría absorber cierto número de explosiones nucleares de fusión y seguir funcionando. Apenas debo añadir que en el momento actual tales armas están a disposición de cualquier corporación de gran tamaño. Incluso creemos que hay algunas bombas de pequeño tamaño en manos de grupos minoritarios.

File reflexionó con toda la calma posible. De pronto la crisis había pasado del plano de las consideraciones prácticas al mundo de la filosofía. Sonaba absurdo, pero no se podían negar los hechos.

Agradeció la cautela de esos hombres voluntariamente serenos. Como ellos, él temía la tiranía, pero la historia ofrecía muchos avisos contra las medidas preventivas apresuradas. Fue para evitar la tiranía que los conspiradores asesinaron a César, pero en unas horas las consecuencias de su acto estúpido habían hundido al Estado en un reino de terror mucho peor que cualquiera que hubiesen imaginado. Los ministros tenían razón: no existía el libre albedrío, y un estado era manejable sólo si era lo suficientemente simple para no descarrilar en ninguna situación.

Dijo:

—Asumo que se ha hecho lo posible por analizar los acontecimientos. ¿Cibernética…?

Standon le dedicó una sonrisa tolerante.

—Se ha hecho todo lo posible.

Como si fuese una entrada, un tercer hombre habló. Appeltoft, cuya competencia especial era la ciencia y la tecnología, era más joven que los otros y algo más emocional. Levantó la vista para dirigirse a File:

—Nuestra única esperanza radica en descubrir la organización en el tiempo de los acontecimientos… puede sonar muy especulativo dado un asunto tan serio y práctico, pero así están las cosas. Para poder adoptar acciones efectivas en el presente, primero debemos conocer el futuro. Ésa es la misión que tenemos en mente para usted. El Complejo de Investigación de Ginebra ha encontrado una forma de depositar a un hombre algunos años en el futuro y traerlo de vuelta. Se le enviará diez años hacia delante para descubrir qué sucederá y cómo sucederá. Luego regresará, nos informará sobre lo que haya descubierto y nosotros emplearemos esa información para guiar nuestras decisiones, y también, científicamente, para analizar las leyes que gobiernan la secuencia del tiempo. De esa forma es como tenemos la esperanza de formular un método de gobierno humano que usen generaciones futuras, y, quizás, eliminar el factor aleatorio de los asuntos humanos.

File se sintió impresionado por el método llamativo y poco convencional que el gabinete había elegido para resolver el dilema.

—Partirá de inmediato —le dijo Appeltoft, rompiendo su flujo de ideas—. Después de esta reunión, usted y yo volaremos a Ginebra donde los técnicos tienen listo el aparato. —La voz adoptó un rastro de amargura—. Desearía ir yo mismo, pero… —Se encogió de hombros y realizó un gesto vago de disgusto que incluyó a todo el resto del gabinete.

—Es un buen detalle —dijo File—. ¿Por qué me han escogido a mí?

Los ministros se miraron unos a otros de manera sospechosa. Strasser habló.

—La razón es su educación, Max —dijo poco seguro—. Las dificultades a las que nos enfrentamos comenzaron a manifestarse hace una generación. El gobierno de la época decidió criar a algunos niños según un nuevo sistema educativo. La idea era desarrollar gente capaz de comprender en detalle la enormidad de la civilización moderna, por medio de aprendizaje forzado en varios temas. El experimento fracasó. Todos sus compañeros de estudio perdieron la cabeza. Usted sobrevivió, pero no se convirtió en el producto que habíamos esperado. Para evitar cualquier trastorno posterior de su mente, por medios hipnóticos se eliminó gran parte de la información que se le había obligado a absorber. El resultado es usted tal como es: un superdiletante, con una gran curiosidad y talento para la administración. Le dimos el puesto que tiene ahora y le olvidamos. Ahora es usted ideal para nuestro propósito.

En su interior, File sufrió una sacudida. Sobre todo porque el relato se ajustaba muy bien a sus propias sospechas sobre su origen. Recuperó la compostura antes de devenir demasiado introspectivo.

—Fui el único en superarlo, ¿eh? Me pregunto por qué.

Standon miró a File con seriedad bajo la tenue luz. Una vez más esa extraña capa de emoción pareció agitarse en su interior, parecía situada en algún punto bajo sus rasgos pero sin afectar a los músculos o la piel.

—Debido a su resolución, señor File. Porque suceda lo que suceda, de alguna forma tiene usted la capacidad de encontrar una salida.

File abandonó el edificio todavía más consciente de sus especulaciones que antes. Appeltoft vino con él, y el coche gimió suavemente hacia el centro aéreo más cercano.

Ahora disponía de un punto del que colgar sus ideas. La secuencia del tiempo… Sí, no había duda de que la explicación para el fenómeno titánico al que estaba siendo llevado se encontraba en la secuencia del tiempo.

Mirando a su alrededor, vio lo literalmente ciertas que eran las afirmaciones de los ministros.

Después de la formación de la Comunidad Europea, a la que se habían unido finalmente todos los países europeos, la capacidad del continente se había acelerado de forma fantástica. El desarrollo económico había crecido tanto que finalmente se hizo necesario apuntalar toda la estructura en el subsuelo. Fase tras fase, el apuntalamiento había ido creciendo, hasta que la Comunidad estaba atada al suelo, un monstruo rígido e inmutable, zumbando y rugiendo con energía.

Ni siquiera se había materializado la promesa de arquitectura ligera del siglo anterior. Las construcciones que el coche iba dejando atrás tenían un aspecto de solidez wagneriana, bloqueando la luz del sol.

Se volvió hacia Appeltoft.

—Así que en una hora estaré diez años en el futuro. ¡Una afirmación ridícula!

Appeltoft rió, como para demostrar que apreciaba la paradoja.

—Pero dígame —siguió diciendo File—, ¿realmente ignoran la naturaleza del tiempo y sin embargo pueden viajar por él?

—No desconocemos tanto la naturaleza del tiempo como su estructura y organización —le dijo Appeltoft—. Las ecuaciones que nos permiten la transmisión a través del tiempo no ofrecen información de ese tipo… de hecho, afirman que el tiempo carece de secuencia, lo que no puede ser posible.

Appeltoft hizo una pausa. Su comportamiento hacia File le dio a este último razones para pensar que el científico todavía se sentía resentido por que no se le permitiese ser el primer viajero del tiempo, aunque intentaba ocultarlo. File no le culpaba. Cuando un hombre ha trabajado fanáticamente en pos de algo, debe ser una catástrofe ver cómo un completo extraño se aprovecha de sus frutos.

—Hay dos teorías en este momento —acabó diciendo Appeltoft—. La primera, la que yo considero más acertada, es el punto de vista del sentido común: pasado, presente y futuro siguiendo en Una línea sin fin y cada acontecimiento tiene su posición definida en esa línea. Por desgracia, la idea no se ha prestado todavía a ninguna formulación matemática.

»La otra idea, que sostienen algunos de mis colegas, es más o menos así: el tiempo en realidad no es un flujo hacia delante. Existe como constante: todas las cosas en realidad suceden simultáneamente, pero los seres humanos no disponen de los sistemas de percepción para verlo así. Imagínese un escenario circular con una serie de acontecimientos que continuamente da vueltas, que representa, digamos, periodos en la vida de un hombre. En ese caso, estarían interpretados por diferentes actores pero, en la realidad del tiempo, el mismo hombre interpreta todos los personajes. Según esto, una alteración en una escena afecta a toda las escenas subsiguientes, hasta llegar al principio.

—Así que el tiempo es circular… lo que hagas en el futuro puede influir en el pasado de tu futuro, ¿no?

—Si la teoría es correcta. Se han derivado algunas formulaciones, pero no funcionan muy bien. Todo lo que sabemos es que podemos depositarle en el futuro y probablemente traerle de vuelta.

—¡Probablemente! ¿Han tenido fallos?

—El treinta y tres por ciento de nuestros animales de prueba no regresan —dijo Appeltoft con indiferencia.

Una vez que se encontraron en el centro aéreo, les llevó menos de una hora llegar hasta el Complejo de Investigación de Ginebra. Desde el receptor aéreo en el tejado, Appeltoft le guió casi media milla hasta los laboratorios subterráneos. Finalmente, se sacó del bolsillo un viejo llavero al que estaba fijada una pequeña llave de radio. Al presionar el botón, una puerta se abrió a unos metros de distancia.

Entraron en una cámara pintada de azul cuyas paredes estaban recubiertas por lo que parecían entradas de programas de ordenador. Varios técnicos de bata blanca esperaban sentados.

Había una silla ocupando el centro de la sala, montada sobre un pedestal. Un brazo giratorio sostenía una pequeña caja con indicadores sobre la cara externa; pero la característica más destacable eran las tres barras traslúcidas que parecían surgir justo detrás de la silla, una ascendiendo recta y las otras dos en ángulos rectos, una a cada lado.

El suelo estaba cubierto de caballetes que sostenían una malla de hélices y canales electrónicos de semiconductores, que radiaban desde la silla como una tela de araña. File se descubrió intentando interpretar el montaje haciendo uso de la jerga pseudocientífica que empleaba para dar sentido a la tecnología contemporánea. Electrones… indeterminación… ¿para qué servirían las tres barras?

—Éste es el aparato de transmisión temporal —le dijo Appeltoft sin más preámbulo—. El aparato en sí permanece aquí, en el presente. Sólo la silla, con usted sentado, realiza la transferencia temporal en sí.

—¿Así que lo controlan todo desde aquí?

—No exactamente. Será un vuelo «con motor», digamos, y usted llevará los controles. Pero la unidad de energía permanecerá aquí. Puede que podamos hacer algo si la misión va mal… quizá no. Probablemente ni siquiera lo lleguemos a saber. Las tres barras que acompañan a la silla representan las tres dimensiones espaciales. Al rotar fuera del espacio real, se iniciará el movimiento temporal.

Moviéndose con cuidado por entre los caballetes, se acercaron a la silla. Appeltoft le explicó los controles e instrumentos.

—Éste es el indicador de velocidad… no tendrá forma de controlarlo, es automático. Este interruptor de aquí es para Parada y Marcha… está indicado, como puede ver. Y éste le señala el punto en el tiempo que ocupa, en años, días, horas, y segundos. Todo lo demás está programado. Como puede ver, ahora dice nulo. Cuando llegue, indicará diez años.

—Punto en el tiempo, ¿eh? —comentó File—. Eso podría tener dos sentidos diferentes según lo que me ha contado.

Appeltoft asintió.

—Es usted astuto. Desde una visión pragmática, mi punto de vista del tiempo como una línea recta es la que más se aproxima al funcionamiento del transmisor. En cualquier caso, es la más simple de comprender.

Durante casi un minuto, File estudió el aparato sin hablar. El silencio se extendió. Aunque él no era consciente, la tensión crecía.

—Bien, no se quede ahí de pie —le dijo Appeltoft con súbita ferocidad—. ¡Siéntese! ¡No tenemos todo el día!

File le dedicó una mirada de reproche sorprendido.

Appeltoft cedió.

—Lo lamento. Ya sabe cómo le envidio. ¡Ser el primer hombre que tiene la oportunidad de descubrir el secreto del tiempo! ¡El secreto del universo mismo!

«Bien —pensó File, mientras observaba el rostro serio y flaco del joven ministro—, si hubiese tenido su resolución quizá me hubiese convertido en científico y hubiese realizado esos descubrimientos por mí mismo en lugar de ser un diletante amplificado.»

—Un diletante —murmuró en voz alta.

—¿Eh? —dijo Appeltoft—. Bien, vamos, hagámoslo.

File se subió al asiento. Las lentes de las cámaras miraban por encima de sus hombros.

—¿Sabe qué buscar? —le preguntó finalmente Appeltoft.

—Tanto como cualquiera. Además… quiero ir tanto como usted.

—Entonces perfecto. La capacidad está al máximo. Pulse el interruptor de Marcha. Automáticamente pasará a Parada al final del viaje.

File obedeció. Al principio, no pasó nada. Luego tuvo la impresión de que las barras traslúcidas, que podía ver por el rabillo del ojo, rotaban en el sentido de las agujas del reloj, aunque no parecían cambiar de posición. Al mismo tiempo, la sala pareció girar en dirección opuesta; una vez, un movimiento sin cambio de posición.

El efecto era exactamente el de haber bebido demasiado, y File se sintió mareado. Dirigió los ojos al indicador de velocidad. Un minuto por minuto. ¡Marcando tiempo! Uno y medio, dos…

Con un extraño parpadeo, el laboratorio se desvaneció.

Se encontraba en una neblina de un gris neutral, únicamente sintiendo.

La primera sensación fue que estaba ejecutando un movimiento en rotación, inclinándose cada vez más hacia la izquierda. A medida que se incrementaba su ángulo con la vertical, la segunda sensación se hizo más intensa: un impulso apresurado, ganando velocidad hacia un destino anónimo.

000001.146.15.0073. Los números se iban colocando en posición, corriendo hacia la derecha, lentamente hacia la izquierda. 000002… 3…

4… 5… 6… 7…

A continuación volvió a sentir náuseas, la sensación de estar girando; ahora en el otro sentido. La luz le cegó los ojos.

000010.000.00.0000.

Cuando se acostumbró, la luz era realmente débil. Todavía se encontraba en el laboratorio, pero estaba desierto, iluminado sólo por luces de emergencia que relucían débiles en el techo. No se encontraba en ruinas, y no había rastros de violencia, pero era evidente que el sitio llevaba tiempo abandonado.

Bajó de la silla, se dirigió a la puerta, empleó la llave de radio que Appeltoft le había dado, la atravesó y la cerró tras él. Recorrió el pasillo pasando por delante de los otros departamentos.

Todo el complejo no podía estar desierto después de sólo diez años. Debía haber sucedido algo drástico.

Frunció el ceño, disgustado consigo mismo. Claro que había sucedido algo drástico. Por eso estaba allí.

Las calles de alto nivel de Ginebra estaban igualmente desiertas. Podía ver en la distancia los picos de las montañas, sobresaliendo entre carreteras metálicas. No se escuchaba el zumbido de la ciudad. Se oían algunos ruidos, pero apagados e irregulares.

Al subir una rampa entreniveles vio una o dos figuras, en general solas. Nunca había visto tan poca gente. Quizá la forma más rápida de descubrir qué había sucedido sería encontrar la biblioteca y leer algo de historia reciente. En cualquier caso, podría ofrecerle alguna pista.

Llegó hasta el edificio que atravesaba varios niveles de una calle desierta. Un enorme cartel negro colgaba sobre la entrada principal. Decía: SÓLO HOMBRES.

Confuso, File entró en la media luz fría y se acercó al joven receloso situado tras el mostrador de información.

—Perdóneme —dijo, y dio un salto cuando el hombre sacó de debajo del mostrador una pistola achaparrada y le apuntó con ella.

—¿Qué quiere?

—He venido a consultar textos recientes relacionados con el desarrollo de Europa en los últimos diez años —dijo File.

El joven sonrió con labios finos. Sosteniendo la pistola con firmeza, dijo:

—¿Desarrollo?

—Soy un estudioso serio… sólo deseo algo de información.

El joven apartó la pistola y con una mano apretó los botones del sistema de indexado.

Agarró dos tarjetas y se las pasó a File.

—Quinto piso, sala 543. Aquí tiene la llave. Tranque la puerta cuando entre. La semana pasada una banda de mujeres atravesó las barricadas e intentó quemarnos. Les gusta cocinar su comida, ¿eh?

File frunció el ceño pero no dijo nada. Se dirigió al ascensor. El joven le gritó:

—Para ser un estudioso no sabe mucho sobre esta biblioteca. Hace cuatro años que no funcionan los ascensores. Hoy en día las mujeres controlan las fuentes energéticas importantes.

Todavía dudando, File subió hasta el quinto piso, localizó la sala que quería, abrió la puerta, entró y la volvió a cerrar con llave.

Sentándose frente al visor, pulsó los botones adecuados y en la pantalla empezaron a aparecer las páginas.

Mm… Veamos… Investigación de los miembros de la Fundación Dalmeny. Artículo VII: RESULTADOS PARCIALES DEL EXPERIMENTO BÁVARO…

«Guerra civil inminente, el Consejo la evita temporalmente prometiendo que se realizará una investigación exhaustiva de toda solución propuesta a los problemas de sobrecompresión. Eso, como sabemos ahora, fue un acto de contención porque posteriormente admitieron que eran incapaces de predecir el resultado de cualquier tendencia. La facción, una de las más poderosas dirigidas por el fallecido Stefan Untermeyer, exigió que se les permitiese realizar un experimento controlado.

»Incapaz de ganar más tiempo, el Consejo, renuente, accedió, y una gran sección de Baviera se destinó a la implementación de los planes de la facción Untermeyer. Ese plan exigía la segregación sexual. Se separó a hombres y a mujeres, y a cada uno se le administró un condicionamiento psicológico extremo para que odiase al sexo opuesto. A continuación, se aprobó una ley que condenaba con la muerte el contacto con el sexo opuesto. Fue preciso hacer cumplir tal ley, aunque no con tanta frecuencia como se había creído originalmente. Untermeyer fue uno de los primeros a los que se castigó según esa ley.

»Hoy en día es difícil realizar una valoración clara de los resultados de este experimento (que rápidamente se fue de las manos y dio como resultado una guerra literal entre los sexos, que ahora existe con canibalismo frecuente, con cada sexo considerando lícito comerse a un miembro del otro), pero es evidente que las medidas de reasimilación han tenido hasta ahora poco éxito y que, ya que este credo se ha extendido por Alemania, Escandinavia y demás, es previsible una increíble reducción de la vida en el norte de Europa. A la larga, claro está, la repoblación tendrá lugar a medida que las hordas errantes de Francia y España presionen hacia el norte. Europa, al haber colapsado, está lista para la conquista y cuando terminen las escaramuzas entre América y el Este Unido, ya sea por derramamiento de sangre o negociación pacífica, la única salvación de Europa podría ser el quedar bajo el control de una de esas potencias. Sin embargo, como sabemos, ambas potencias tienen problemas similares a los de Europa en los últimos días de su cordura.»

File apretó los labios, consultó la otra tarjeta y pulsó más botones.

Nadie podría haberlo predicho. Pero por su aspecto, todavía quedaba más. Veamos qué es esto… CONCLUSIONES DEL COMITÉ VINER PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA DESINTEGRACIÓN SOCIAL EN EL SUR DE EUROPA…

«Los términos de referencia del Comité eran los siguientes: investigar la desintegración de la sociedad europea preexperimental en el sur de Europa y sugerir medidas para reorganizar la sociedad en un conjunto operativo.

»Brevemente, como se sabe comúnmente, el Consejo de Europa otorgó permiso al Grupo de Fases de Población para realizar un experimento en Grecia. Ese Grupo, empleando los principios de la animación suspendida descubiertos unos años atrás por Batchovski, estableció el control de natalidad y colocó a tres cuartas partes de la población de Grecia en animación suspendida, al considerarse que el otro cuarto era suficiente para dirigir los servicios públicos, sociales y demás, razonando, parece que muy cuerdamente, que de esa forma podría evitarse una explosión de población, dando como resultado menor superpoblación y relajándose la paz social. Después de cierto tiempo, el primer cuarto pasaría a animación suspendida y sería reemplazado por el siguiente cuarto y así sucesivamente. El proceso de fases parecía la solución más razonable al conocido como Problema de Europa.

»Sin embargo, al liberar a la población de la claustrofobia, el sistema produjo el efecto de una extrema agorafobia. La gente, acostumbrada a vivir hacinada, se volvió inquieta, y la tensión que había precedido a la introducción del Experimento GFP se desvió por otros canales. Las masas, mostrando signos de neurosis extrema, locura total y sin atender a razones, atacaron las llamadas Bóvedas de AS y exigieron la liberación de sus parientes y amigos. Las autoridades intentaron razonar con ellas pero, en la agitación subsiguiente, dichas autoridades murieron o tuvieron que huir. Incapaces de operar las máquinas que mantenían al resto de la población en animación suspendida, las muchedumbres las destruyeron, matando a las personas que habían intentado despertar.

»Cuando el Comité llegó al sur de Europa, se encontró con una sociedad en declive. Se había hecho poco por intentar recuperar la situación, la gente vivía en vastas zonas despobladas formando pequeños grupos, luchando contra el influjo de bandas errantes de Francia, España e Italia, donde antes un fanático religioso había iniciado, de forma muy inesperada, una jihad contra la sociedad automatizada pero viable. Ese movimiento de “regreso a la naturaleza” fue creciendo. Se destruyeron las instalaciones energéticas, y se importaron de África millones de toneladas de tierra para extenderlas sobre las ruinas. En el caos posterior, la gente luchó y riñó por la poca comida que se podía cultivar en la improductiva tierra importada y en los Espacios de Vacaciones. Gran Bretaña, que ya sufría los efectos de ese colapso y era incapaz de obtener suministros suficientes para alimentar adecuadamente a su propia población, había empezado a enviar ayuda pero se había visto obligada a renunciar a la asistencia y ocuparse de sus propios problemas: la súbita aparición de una enfermedad desconocida, similar al tifus, que se descubrió que provenía de refugiados yugoslavos, quienes a su vez la habían sufrido debido a la introducción de un producto alimenticio sintético que contenía los gérmenes. Para cuando llegaron al sur de Europa, los servicios sociales del continente se habían desintegrado y sólo la Fundación Dalmeny (que nos había nombrado) y media docena de grupos menos organizados se las arreglaban para mantener una especie de actividad académica…»

Mientras File leía los textos deprimentes, sentía cómo la sangre le abandonaba el rostro. Después de haber comprobado y vuelto a comprobar los documentos, se recostó y meditó.

La torpe naturaleza de los experimentos le resultaba horrorosa. Nada podía confirmar mejor lo que le habían contado en la Reunión del Gabinete, y ahora le hacían dudar de que pudiese hacerse nada para evitar la calamidad. Si los hombres eran tan ciegos y tontos, ¿podría salvarles incluso la mente incisiva de Appeltoft? Incluso suponiendo que tuviese éxito en realizar un análisis claro y útil de la ciencia de los acontecimientos a partir de la información obtenida por File…

Comprendió que esa parte no estaba en sus manos, y quizá la confianza de Appeltoft tuviese razón de ser. Impaciente, corrió al laboratorio, montó en el asiento de la máquina del tiempo, y apretó el botón de arranque. 000009.000.00.0003…

Pronto, al igual que antes, le rodeó una neblina gris. Sus sentidos empezaron a percibir la rotación y el impulso.

A continuación los indicadores saltaron y bailaron, agitándose enloquecidos. 009000.100.02.0000 ……… 000175.000.03-0800 ……… 630946.020.44.1125…

Algo había salido mal. Desesperado, intentó detener la máquina y examinar los controles.

Ahora los indicadores registraban cero.

Pero el laboratorio había desaparecido. Le rodeaba la oscuridad.

Se encontraba en el limbo.

000000.000.00.0000.

File no supo calibrar cuánto tiempo había estado corriendo a través del vacío. Gradualmente, la neblina regresó, luego, después de lo que le pareció un periodo interminable, algunas impresiones se fueron formando frente a sus ojos.

Al final, la máquina del tiempo se detuvo, pero no se molestó en ver qué le rodeaba. Volvió a pulsar el botón de arranque.

No pasó nada. File inspeccionó todos los indicadores, demorándose en mirar aquel que, tal como le había contado Appeltoft, registraba el «potencial temporal» de la máquina; es decir, su capacidad para viajar en el tiempo.

Marcaba cero. Estaba varado.

«Un treinta y tres por ciento de los animales de prueba no regresa.» El comentario de Appeltoft se deslizó sardónico en su mente.

Las cámaras tras sus hombros zumbaban de forma casi imperceptible mientras registraban en microcinta. Desolado, File levantó la cabeza y miró a su alrededor.

La vista era hermosa pero extraña. El paisaje consistía en un sombrío polvo naranja, sobre el que vagaban lo que parecían nubes: masas moradas que giraban y se deslizaban sobre la superficie del desierto. En el horizonte de la escena estéril era visible el perfil de una arquitectura grotesca. ¿O no eran más que formaciones naturales?

Miró al cielo. No había nubes; evidentemente eran demasiado densas para flotar al aire libre. Un sol pequeño colgaba bajo, rojo sobre un cielo de azul profundo en el que eran visibles débiles estrellas.

El corazón le latía con rapidez; al darse cuenta, comprendió que respiraba más pesadamente que de costumbre, con cada tercera aspiración convertida casi en un jadeo. ¿Se había alejado tanto de su propio tiempo que incluso la atmósfera era diferente?

Skrrak! El sonido poseía una tonalidad frágil y quebradiza en el aire poco denso. File giró la cabeza, asombrado.

Se acercaba un grupo de bípedos; sosteniéndose sobre miembros huesudos y delicados atravesaban estratos de nubes moradas que se desplazaban en masa a unos pocos centenares de metros. Eran humanoides, pero esqueléticos, desagradables y claramente no humanos. El líder, que medía más de siete pies de alto, gritaba y señalaba a File y a la máquina.

Otro agitó las manos:

Sa Skrrak… dek svala yaal!

El grupo, de unos diez, portaba largas y esbeltas lanzas, y los torsos y piernas estaban cubiertos de un pelo sucio.

Las grandes cabezas triangulares exhibían enormes cordilleras de huesos por debajo y por encima de los ojos por lo que parecían llevar casco. El pelo fino se agitaba alrededor de la cabeza a medida que se acercaban, moviéndose con cautela, como a cámara lenta.

Al acercarse, File vio que algunos de ellos portaban unas curiosas armas en forma de rifle, y el líder llevaba un instrumento en forma de caja con una estructura de lentes a un lado, que apuntaba en su dirección.

File sintió el calor del rayo verde pálido e intentó esquivarlo. Pero la criatura alienígena lo mantuvo hábilmente apuntado.

Después de un segundo o dos, sintió un zumbido en el cerebro; colores fantásticos rodearon su mente, separándose en oleadas de blanco y oro. A continuación, en sus ojos se dibujaron formas geométricas. Después palabras: al principio en su cerebro y luego en sus oídos.

—Extraño, ¿cuál es tu tribu?

Estaba escuchando la lengua gutural de los alienígenas, y la comprendía. La criatura tocó un interruptor en la parte superior de la caja y el rayo se apagó.

—Vengo de otro tiempo —dijo File sin énfasis.

Los guerreros agitaron incómodos las armas. El líder asintió, un gesto rígido, porque la estructura ósea no le permitía movimientos fáciles.

—Eso lo explicaría.

—¿Lo explicaría?

—Soy conocedor de todas las tribus, y tú no correspondes a ninguna de ellas. —El guerrero movió la cabeza grande para dar un vistazo rápido al horizonte—. Somos los Yulk. A menos que tengas la intención de partir de inmediato, será mejor que vengas con nosotros.

—Pero mi máquina…

—También nos la llevaremos. No querrás que la destruyan los Raxa, que no permiten la existencia de ninguna criatura o artefacto excepto ellos mismos.

File lo consideró durante unos momentos. El asiento y las tres barras se podían mover con facilidad, ¿pero sería inteligente hacerlo?

Inútilmente, volvió a darle al interruptor de arranque. ¡Maldición! Como la máquina ya no funcionaba, ¿qué importaba si la llevaba hasta la Luna? Y sin embargo, partir con estas criaturas alienígenas cuando su único objetivo era regresar al Complejo de Ginebra le parecía un absurdo evidente.

Se apoderó de él una terrible sensación de fracaso. Empezaba a comprender que jamás regresaría a Ginebra. Los científicos ya sabían que había algún fallo en sus métodos de transferencia temporal; ahora, lo comprendía bien, la silla con sus tres barras había perdido todo contacto con el equipo del laboratorio. De hecho, ya no era una máquina del tiempo, y eso significaba que estaba condenado a permanecer allí durante el resto de su vida.

Impotente, dio su consentimiento. Un cuarteto de guerreros recogió la silla, y el grupo se internó en el desierto ocre, mirando con cautela mientras lo recorrían.

Siempre que podían, rodeaban las nubes móviles, pero en ocasiones los bancos de vapor morado los atrapaban, traídos por los amplios movimientos de la brisa viajera, y se veían obligados a atravesar una niebla bermeja. File notó que cuando sucedía tal cosa los alienígenas agarraban con más fuerza las armas. ¿Qué era lo que temían? Incluso en un mundo desolado y casi vacío, seguía habiendo conflictos y dramas.

Una hora de viaje les llevó hasta un asentamiento de tiendas reunidas en una colina baja. Una zona cuidadosamente cultivada de alguna vegetación lamentable se extendía sobre media colina, como si apenas pudiese sostenerse en el desierto estéril. Atados sobre el campamento había cinco vehículos flotantes, cada uno de cien pies de largo, máquinas gráciles con popas rechonchas y cortas y proas estrechas. Una pequeña cubierta abierta sobresalía de cada uno de los vehículos y las partes posteriores estaban cubiertas de ventanas.

La mirada de File se demoró en esas naves. Representaban un extraño contraste con la vida claramente nómada de abajo, pieles curadas de animales con débiles fuegos brillando entre ellas.

Acababan de preparar una comida. Llevaron la máquina del tiempo de File a una tienda vacía, y le invitaron a comer con el jefe. Al entrar en la mayor tienda del asentamiento y ver a la nobleza de la pequeña tribu reunida alrededor de una sopa de vegetales con las armas junto a ellos, supo a qué le recordaban.

Lagartos.

Comenzaron a comer en cuencos de vidrio. Parecía que esta gente sabía cómo trabajar los sílices del desierto así como construir naves voladoras; si no se las habían robado a un pueblo más avanzado.

Durante la comida, File también descubrió que la máquina con la que el guerrero le había apuntado en el desierto era 100% efectiva. Había sido completamente reeducado para pensar y hablar en otra lengua, aunque podía, si así lo deseaba, alejarse ligeramente, escuchar lo extraño de los sonidos que salían de su boca y de los Yulk.

El nombre del jefe era Gzerhtcak, un sonido casi imposible para oídos europeos. Mientras comían, respondió a las preguntas de File con tonos carentes de emoción.

Por lo que le contó, supuso que la Tierra era muy vieja, una Tierra millones, quizá miles de millones de años después de su tiempo, convertida casi por completo en un desierto. Había unas ocho tribus viviendo en un radio de algunos cientos de kilómetros y, cuando no luchaban entre sí, mantenían una lucha constante por la existencia tanto contra las enfermizas condiciones del mundo moribundo como contra los Raxa, criaturas que no eran en absoluto vida orgánica sino que consistían en conglomerados de cristales minerales y, de alguna forma misteriosa, estaban dotadas tanto de inteligencia como de la capacidad de moverse.

—Hace cincuenta generaciones —le dijo el jefe Yulk— los Raxa no existían en este mundo; entonces empezaron a crecer. Florecen en el desierto muerto, que para ellos es todo comida, mientras nosotros morimos. No podemos hacer otra cosa más que luchar.

Además, la atmósfera de la Tierra se estaba volviendo irrespirable. Se producía muy poco oxígeno nuevo, ya que no había vegetación más que en las plantaciones. Además de eso, una acción químico-geológica en el suelo así como lentos procesos volcánicos que llegaban a la arena desde las profundidades estaban produciendo vapores nocivos. Sólo en algunos pocos lugares, como la región donde vivían las tribus, la atmósfera era todavía respirable, y eso sólo debido a la quietud relativa de la atmósfera que evitaba que los distintos gases se mezclasen.

Era un retrato desesperado de coraje y desesperación el que se presentaba frente a File. ¿Era ése el resultado final de la incapacidad del hombre para controlar los acontecimientos, o el colapso de la Comunidad Económica Europea había sido un suceso insignificante tragado por una historia más vasta? Tendía a pensar que había sido así; porque estaba seguro de que las criaturas que se sentaban y comían con él ni siquiera descendían de seres humanos.

Lagartos. El viejo orden del mundo de la vida había muerto. Los hombres habían desaparecido. Sólo quedaban estos fragmentos: lagartos elevados a un estado similar al humano, intentando retener una posición segura en un mundo que había cambiado de opinión. Probablemente las otras tribus a las que los Yulk se referían también eran humanoides que habían evolucionado a partir de animales inferiores.

—Mañana es la gran batalla —dijo el jefe Yulk—. Lanzaremos todos nuestros recursos contra los Raxa, que avanzan firmes para destruir las últimas plantaciones de las que dependemos. Después de mañana, sabremos en nuestros corazones cuánto nos queda por vivir.

Max File se agarró impotente las manos. Su destino estaba sellado. Finalmente él también tendría que ocupar su puesto entre los guerreros Yulk en la última batalla contra el enemigo de la humanidad.

Appeltoft extendió impasible las manos y miró a Strasser. ¿Qué podía hacer? Había hecho todo lo posible.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó el primer ministro.

—Le seguimos diez años en el futuro. Le tuvimos al comienzo del viaje de retorno, y luego de pronto… había desaparecido. Nada. Le dije que perdíamos un treinta por ciento de los animales experimentales. Le advertí de los riesgos.

—Lo sé… ¿pero lo han intentado todo? Ya sabe lo que significaría el que no regresase.

—Lo hemos estado intentando, por supuesto. Ahora estamos buscando, intentando localizarle, pero para nuestros instrumentos todo es caos fuera del sendero temporal de la Tierra… algún defecto en nuestra comprensión del tiempo. Podemos sondear… pero en realidad una aguja en un pajar no es nada comparado…

—Bien, sigan intentándolo. Porque si no regresa pronto nos veremos obligados a permitir que la gente de Untermeyer siga adelante con Baviera, y no tenemos formas de predecir el resultado.

Appeltoft suspiró cansado y regresó al laboratorio.

Cuando abandonó la cámara, Standon dijo:

—Pobre diablo.

—Hay un momento y un lugar para el sentimentalismo, Standon —dijo Strasser sintiéndose culpable.

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