Cronopaisajes

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3 HISTORIA DEL FUTURO » Flujo

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La Tierra todavía rotaba con el mismo periodo, y después de dormir unas ocho horas, File abandonó su tienda y estiró los miembros bajo el aire poco denso, despertado por el sonido de metal. Apenas había pasado el amanecer, y los guerreros de la tribu se disponían para la batalla. Las mujeres y los niños, estremeciéndose, observaban cómo los hombres entraban en procesión en el desierto. Algunos cabalgaban caballos reptilianos, valiosos animales mimados, que habían sido reunidos para la batalla. Veinte pies sobre sus cabezas, las cinco naves aéreas flotaban pacientemente, siguiendo las indicaciones del jefe.

File recorrió el campamento, sintiéndose aprehensivo y nervioso. Una hora después de la puesta de sol regresaron los restos de las fuerzas.

Era la derrota. Un tercio de los hombres había sobrevivido. No regresó ninguna de las naves, y File había descubierto la noche antes que, aunque la tribu conservaba el conocimiento y la habilidad para construir más, era una empresa que llevaba hasta el límite sus recursos y casi con toda seguridad no se iniciaría la construcción de otra.

La fuerza de la humanidad estaba malgastada más allá de toda recuperación. La inteligencia mineral llamada Raxa continuaría con su avance implacable sin nada que le hiciese frente.

El jefe Yulk fue el último hombre en regresar. Dolorido, sangrando, y quemado por los semiaciertos de los rayos de energía, se sometió a la medicina de las mujeres, y luego reunió a los nobles como era habitual para la cena.

Uno a uno, los cansados guerreros se fueron retirando y regresaron a sus tiendas, hasta que File se quedó a solas con Gzerhtcak.

Miró directamente a los ojos del anciano.

—No hay esperanza —dijo sin rodeos.

—Lo sé. Pero no es necesario que te quedes.

—No tengo elección —suspiró—. Mi máquina está rota. Debo ayudar.

—Quizá podamos reparar tu máquina. Pero estarás adentrándote en lo desconocido…

File hizo un gesto con las manos.

—¿Qué podríais hacer para reparar mi máquina?

El jefe se puso en pie y se abrió paso hasta la tienda donde se encontraba la máquina. Una breve orden a la noche produjo un muchacho con una caja de herramientas. El jefe examinó la máquina de File, levantando un panel para mirar tras los instrumentos. Finalmente, hizo algunos ajustes, añadiendo un dispositivo que le llevó veinte minutos fabricar con trozos de cable. El medidor de potencial temporal comenzó a elevarse por encima de cero.

File miraba asombrado.

—Nuestra ciencia es muy antigua y muy sabia —dijo el jefe—, aunque hoy en día sólo la conocemos de memoria. Aún así, yo, como padre de la tribu, sé lo suficiente, de forma que cuando un hombre como tú me dice que se ha quedado varado en el tiempo conozco la razón.

File estaba asombrado por el giro de los acontecimientos.

—Cuando llegue a casa… —empezó a decir.

Nunca regresarás a casa. Ni tus científicos analizarán jamás el tiempo. Nuestra antigua ciencia tiene un dicho: ningún hombre comprende el tiempo. Ahora tu máquina viaja por su propia potencia. Si partes ahora, simplemente escaparás de este lugar para probar suerte en otro.

—Debo intentarlo —dijo File—. No puedo quedarme aquí mientras haya esperanza de regresar.

Pero aun así se resistía.

El jefe pareció adivinar sus pensamientos.

—No temas dejarnos —dijo—. Tu posición está clara, así como la nuestra. No hay ayuda para ninguno de nosotros.

File asintió y se subió a la máquina. Mientras limpiaba el polvo y la suciedad con las mangas, se le ocurrió mirar al registro de fecha. A su llegada no se había molestado en mirar la fecha. No esperaba que tuviese sentido, porque tenía muy pocos dígitos para dar cuenta de la antigüedad actual de la Tierra.

Pero sufrió una conmoción al leer el indicador. 000008-324.01. 7954. ¡Menos de nueve años después de su partida del Complejo de Ginebra!

Se sentó bien y apretó el interruptor.

Rotación interna en el sentido de las agujas del reloj… rotación externa en sentido contrario… luego un movimiento hacia delante. Se sumergió en el continuo del tiempo.

Pasaron minutos, y no llegó ninguna indicación de que fuese a emerger automáticamente del viaje. Arriesgándose, pulsó el botón de parada.

Con un giro residual de las barras traslúcidas, la máquina se situó en las coordenadas espacio temporales normales. A su alrededor, el paisaje era más inquietante de lo que hubiese podido soñar.

¿Era cristal? ¿La victoria final de los Raxa cristalinos? Durante un momento, el fantástico paisaje, con sus relucientes, brillantes y matemáticos crecimientos, le engañó haciéndole pensar que era así. Pero luego vio que no podía ser… o si lo era, el Raxa había evolucionado más allá de su herencia mineral.

Era un mundo de formas geométricas, pero también era un mundo de movimiento constante; o más bien, ya que el movimiento era tan súbito hasta el punto de poder considerarse instantáneo, transformación constante. Extensiones y retiradas rápidas, todo en los planos vertical y horizontal, deslumbraban sus ojos. Cuando prestó atención, vio que de hecho no había ni una forma tridimensional en ninguna parte. Todo consistía en formas bidimensionales, que se reunían transitoriamente para ofrecer la ilusión de forma.

También los colores sufrían transformaciones y graduaciones que indicaban la acción de principios matemáticos regulares, como la separación prismática en el espectro ideal. Pero aquí las manifestaciones eran mucho más sutiles e ingeniosas, de la misma forma que se puede producir una música sutil y delicada, empleando cincuenta instrumentos, a partir de los siete tonos de la escala diatónica.

File miró el registro de fecha. Ahora le decía que se encontraba a quince años de Appeltoft, quien ansiosamente esperaba su regreso en el Complejo de Ginebra.

Lo intentó de nuevo.

Un mundo exuberante de vegetación lustrosa se agitaba bajo una brisa cálida. Un grupo de animales en forma de armadillos, pero del tamaño de caballos, recorrían el claro en el que descansaba la máquina de File. Sin pausa, el líder viró la cabeza dedicándole una mirada dócil y altanera, para volverse a continuación a gruñirle algo a sus seguidores. Éstos también le dedicaron una mirada y luego se internaron tras una pantalla de ondulante hierba. Durante un rato escuchó sus movimientos por el bosque.

Otra vez.

Roca desnuda. El cielo estaba cubierto por trazas que evidentemente eran nubes de polvo. En el suelo no había ni el más mínimo rastro de polvo, pero soplaba un fuerte viento frío. Presumiblemente acarreaba el polvo hacia la atmósfera e impedía que precipitase de nuevo, convirtiendo la roca en una superficie irregular y reluciente. Apenas podía creer que ese paisaje brillante y desnudo fuese en realidad la superficie de un planeta. Era como una exposición.

Otra vez.

Ahora se encontraba en el espacio, protegido por algún campo que la máquina del tiempo parecía crear a su alrededor. Algo tan grande como Júpiter colgaba donde debería estar la Tierra.

Otra vez.

El espacio de nuevo. Un sol escarlata que derramaba luz sanguinolenta. A la izquierda, una diminuta estrella intensa, como una llama de magnesio, le atravesaba los ojos. Encima de él rotaba majestuoso un trío imposible de planetas, sin más distancia entre ellos que de la Tierra a la Luna.

Volvió a mirar a la fecha. Veintipocos años después de la partida.

¿Dónde estaba la secuencia? ¿Dónde estaba la progresión que había venido a buscar? ¿Cómo iba Appeltoft a dar sentido a todo esto?

¿Cómo iba a encontrar a Appeltoft?

Desesperado, volvió a poner en marcha la máquina. La desesperación pareció surtir efecto: ganó velocidad, acelerando con insensata energía, y ahora no estaba en el limbo sino que podía ver algo del universo que atravesaba.

Después de un rato tuvo la impresión de estar inmóvil, que era la máquina la que se encontraba estática mientras el espacio y el tiempo se movían. El universo se derramaba a su alrededor, un tumulto desordenado de fuerzas y energía, carente de dirección, carente de propósito…

Siguió corriendo, hora tras hora, como si intentase escapar de algún hecho al que no pudiese enfrentarse. Pero al final ya no pudo ocultarse. Al observar el caos que le rodeaba lo supo.

¡El tiempo carecía de secuencia! No se trataba de un flujo continuo. Carecía de dirección positiva. No corría ni hacia delante ni hacia atrás, ni en círculos; ni tampoco permanecía estático. Era totalmente aleatorio.

El universo carecía de lógica. No era más que caos.

No tenía propósito, ni comienzo ni final. No existía más que como una masa caótica de gases, sólidos líquidos, patrones accidentales y fragmentarios. Como un caleidoscopio, adoptaba ocasionalmente patrones, de forma que parecía ordenado, parecía contener leyes, parecía tener forma y dirección.

Pero de hecho no era más que caos, nada excepto un constante estado de flujo: lo único que era constante. ¡No había leyes que controlasen el tiempo! ¡Lo que Appeltoft ambicionaba era imposible!

El mundo del que había venido, o cualquier otro mundo, podía disiparse en cualquier momento en sus componentes elementales, ¡o podía haber aparecido en cualquier instante previo, completo, incluyendo los recuerdos de todos! ¿Quién iba a saberlo? Toda la Comunidad Económica Europea podría haber existido sólo durante el medio segundo que le había llevado pulsar el botón de la máquina del tiempo. ¡No era de extrañar que no pudiese encontrarla!

Caos, flujo, muerte eterna. Todos los problemas carecían de solución. Al comprender esos hechos, File aulló al sentir el horror. No podía detenerse. En proporción a su desesperación y miedo, la velocidad se incrementó, más y más rápido, hasta que atravesaba como un loco el tumulto…

Más rápido, más lejos…

El universo informe que le rodeaba comenzó a desvanecerse al llegar a inmensas distancias y más allá de los límites de la velocidad. La materia se estaba desintegrando, desapareciendo. Aun así, siguió corriendo aterrorizado, hasta que la máquina del tiempo cayó y la materia de su cuerpo se desintegró y desapareció.

Ahora era una inteligencia incorpórea, atravesando el vacío. A continuación sus emociones comenzaron a desvanecerse. Sus ideas. Su identidad. La sensación de movimiento desapareció. Max File ya no existía. Nada que ver, oír, sentir o conocer.

Flotó allí, nada más que conciencia. No pensaba: ya no tenía nada en lo que pensar. No tenía nombre. No tenía recuerdos. Ni cualidades, ni atributos, ni sentimientos. Simplemente estaba allí. Puro ego.

Lo mismo que nada.

No había tiempo. Un segundo era lo mismo que un billón de eones.

De forma que más tarde a File le hubiese sido imposible asignar cualquier periodo al interludio de vacío absoluto. Sólo fue consciente de algo cuando comenzó a emerger.

Al principio, no tuvo más que una vaga sensación, como algo nebuloso. Luego más cualidades comenzaron a fijársele. Se inició el movimiento. La materia caótica se fue volviendo distantemente perceptible: partículas desorganizadas, energía en flujo y líneas de onda.

Un nombre le llegó a la conciencia: Max File. Luego pensó: «Ése soy yo.»

La materia se congregó gradualmente a su alrededor, y pronto tuvo de nuevo un cuerpo y un conjunto completo de recuerdos. Ahora podía aceptar la existencia de un universo sin organización. Suspiró. Al mismo tiempo la máquina del tiempo se formó bajo él.

Ahora no podía más que intentar regresar a Ginebra, por remota que fuese la posibilidad. ¡Qué extraño, pensar que toda Europa, con todos sus problemas que se habían tomado tan en serio, no era más que una caótica formación aleatoria de partículas! Pero al menos era el hogar, incluso si sólo existía durante unos segundos.

Y si al menos pudiese reunirse con esos segundos, pensó en jubilosa agonía, se disolvería junto con el resto y escaparía de esa odiosa extensión de vida a la que había caído.

Y sin embargo, pensó, ¿cómo podría regresar? Sólo buscando, sólo buscando.

Estimó (aunque, claro, era más que probable que sus cálculos contuviesen errores considerables) que pasó varios siglos buscando por entre un tumulto informe. No envejeció; no sintió ni hambre ni sed; no respiró. Cómo su corazón seguía latiendo sin respirar le resultaba un misterio, pero era en él, el centro de su sensación del tiempo, en lo que fundamentaba su creencia sobre la duración de la búsqueda. Ocasionalmente, encontraba otras breves manifestaciones, otros conglomerados transitorios del caos. Pero no le interesaban, y no encontró la Tierra en la época de la CEE.

No tenía sentido. Podría pasarse la eternidad buscando.

Desesperado, comenzó a retirarse una vez más, a convertirse en una entidad incorpórea y encontrar el olvido, escapar del tormento de una muerte en vida. Fue cuando estaba a punto de renunciar a su último vestigio de identidad cuando descubrió un poder que no sospechaba.

Resulta que dirigió su mente hacia un grupo de partículas a cierta distancia. Bajo el impacto de su mente, ¡se movió!

Interesado, detuvo la retirada, pero no intentó emerger a su yo. Tenía la sensación de que, como Max File, estaba impotente. Como un ego casi vacío, quizá…

Permitió que en su mente se formase una imagen —resultó ser la de una mujer— y la dirigió hacia el caos informe. Al instante, contra el flujo oscuro, iluminada por caóticos destellos de luz, se formó una mujer a partir de la materia caótica. Se movió, le miró y le dirigió una sonrisa lánguida.

No había duda. No era simplemente una imagen. Estaba viva, era perfecta y estaba consciente.

Asombrado, soltó automáticamente la imagen y transmitió una cancelación. La mujer se desvaneció, reemplazada por partículas caóticas y energía igual que antes. La nube permaneció durante un momento para dispersarse a continuación.

Era un placer nuevo. ¡Podía crear cualquier cosa! Durante eones experimentó, creando todo aquello en lo que podía pensar. En una ocasión, todo un mundo se formó a sus pies, completo, con civilización, un sol diminuto y naves espaciales exploratorias.

Lo canceló de inmediato. Era suficiente saber que hasta su mínima intención, su idea más grande o más elevada, se traducía en detalles.

Ahora tenía los medios para regresar a casa. Y ahora podía resolver para siempre el problema del Gobierno.

Porque, si no podía encontrar Europa, ¿no podía crearla de nuevo? ¿No sería lo mismo? De hecho, era una discusión filosófica si no sería de hecho la misma Europa. Era la creencia de Nietzsche, su esperanza de inmortalidad personal. Como en el interminable universo reaparecería inevitablemente —en cualquier caso, los descubrimientos de File habían reforzado ese punto de vista—, no podía morir. Dos objetos idénticos compartían la misma existencia.

Y en esa segunda Europa, ¿por qué no iba a resolver el dilema del Gobierno? ¿Había alguna razón para no crear una comunidad que no contuviese la semilla de la destrucción? ¿Una comunidad económica con la estabilidad que le había faltado al prototipo?

Comenzó a emocionarse. Derrotaría al Flujo, alzando contra el caos del resto del universo una estructura que duraría. En lo demás, sería lo mismo hasta el último detalle…

Se puso a trabajar, conjurando ideas, recuerdos e imágenes, lanzándolas al caos que le rodeaba. Comenzó a formarse materia. Puso la máquina del tiempo en movimiento, viajando hacia el mundo que estaba creando…

De pronto se volvió a encontrar en la neblina. Rotando… rotando sin cambio de posición… acelerando…

Los números cambiaron en el indicador: 000008… 7… 6… 5… 4… Se encontraba en el laboratorio de Appeltoft en Ginebra. Los técnicos recorrían los límites de la sala, más allá de la barrera de caballetes. La máquina del tiempo, con sus barras traslúcidas apuntando dramáticamente en tres direcciones, descansaba sobre un basto pedestal de madera.

File se movió, rígido, dolorido y ceniciento, sobre el asiento sucio. Appeltoft corrió hacia él, ayudándole a bajar ansioso y encantado.

—¡Ha vuelto justo en el sitio, viejo! Como vuelo de prueba, ha sido perfecto… desde nuestro lado. —Señaló con el dedo sobre el hombro—. ¡Traigan brandy para este hombre! Parece agotado, Max. Venga y límpiese; luego podrá contarnos cómo fue…

File asintió, sonriendo sin hablar. Era casi perfecto… pero no había comprendido con qué eficiencia le habían enseñado una nueva lengua.

Appeltoft le había hablado en el lenguaje destroza gargantas de los Yulk.

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