Carmen

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SEGUNDA PARTE » 28. La naturaleza muerta

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28LA NATURALEZA MUERTA

Acudía a las fiestas que daba la sociedad, una vez que me recuperé tras dar a luz. En una de ellas, recuerdo que Jaime de Mora y Aragón se llevó todos los visones de las invitadas a una casa de empeño y les dejó a todas un papelito para que los pudieran recoger y recuperarlos.

Vicente Gil recomendó a Franco pintar después de comer para estirar y mover las piernas. Al joven médico le preocupaba que su excelso paciente estuviera tanto tiempo sentado. Por eso, le propuso volver a coger los pinceles ya que la raqueta y el golf después de comer cada día le costaban más. Eso provocó que Franco desenterrara una antigua afición de juventud: la pintura. Al Caudillo le gustaba pintar naturalezas muertas: conejos o aves recién cazados, escopetas, frutas, ramas del monte. Realmente le relajaba no pensar en nada más que en una hoja y retratar al detalle su limbo y sus nervios. Un conejo colgado por sus patas entraba también dentro de sus gustos pictóricos. Animal muerto sin movimiento y sin expresión.

—Hay que saber irse, querido Vicente —le dijo al médico mientras daba pinceladas con sus óleos sobre el lienzo—. Antes de que le echen a uno. Los españoles olvidamos con facilidad. ¿Alguien se acuerda de Alfonso XIII y de que se tuvo que marchar al exilio?

—Sí, los cuatro monárquicos que quieren que su hijo regrese a España. Eso sería el acabose, ya se lo digo yo. Don Juan pide la vuelta a España de nuestros enemigos. Los que salieron huyendo de aquí por patas. Pide elecciones democráticas… Pero ¿quién se ha creído que es?

—El príncipe Juan Carlos se está formando en España porque al padre ya me lo he saltado. No perdono ni lo que ha dicho sobre mí, ni lo que va difundiendo en la prensa extranjera sobre el régimen. Te aseguro que él no reinará nunca en España.

—Pues a mí ese chico me parece un blando. Harán con él lo que quieran. Le convertirán en un títere.

Franco oía al médico despotricar contra la monarquía mientras remataba su sesión vespertina de pintura. El conejo colgado por sus patas traseras, mostrando lo endeble que es la vida. ¿Cómo será mi final?, se preguntaba sin verbalizarlo. Muchos le preferían muerto antes que vivo. Lo sabía. Debía dejar todo atado y bien atado para él y su familia. Morir en la cama como su padre irreverente le parecía un lujo, teniendo en cuenta a todos los que se habían quedado por el camino en plena juventud o madurez o aquellos a los que habían asesinado o incluso habían muerto en accidente.

Carmen apareció por allí en plena reflexión sobre su final. «Quiero volver a ser persona», le había dicho al joven Vicente Gil en más de una ocasión, pero no veía cerca ese momento. Su hija le miró con una lánguida expresión. No acababa de sentirse del todo a gusto en El Pardo. Deseaba regresar a su actividad social y soñaba con volver a poner los pies fuera del palacio. Le pareció que una buena distracción podía ser la pintura y cogió varios pinceles y un lienzo en blanco, emulando lo que hacía su padre. Comenzó a pintar flores.

—De tal palo, tal astilla —dijo Vicente Gil, intentando ser amable con ella—. Ha sacado el don de su padre.

—Ya quisiera yo —se echó a reír.

Vicente Gil era incondicional de Franco y le parecía que sus ministros, sus ayudantes y su yerno no deseaban más que el poder y hacerse millonarios. Y no disimulaba la inquina hacia Cristóbal Martínez-Bordiú ni delante de su mujer.

—Salvo Camilo Alonso Vega, Nieto Antúnez y Max Borrell, todos los demás son unos interesados que solo desean acercarse al sol que más calienta para sacar tajada. ¡Una vergüenza! Hay quien se está aprovechando del sacrificio de muchos jóvenes que dieron su vida por la patria.

—Vicente, no sigas por ahí. No me gustan tus críticas constantes. Sabes que de quien me hables mal se lo diré.

—Dígaselo a todos los que le rodean. Sin problemas. No tengo miedo a nadie.

—Vicente, te pierden las formas. Si no fuera por tu lealtad…

—Eso no lo ponga en duda. —Dio un taconazo y levantó el brazo derecho.

Franco nunca daba por terminados algunos de sus cuadros y seguía dándoles pinceladas meses después e incluso hasta años más tarde. Era meticuloso en los detalles y en el deseo de captar la realidad tal y como era.

—Mi general, no tengo ningún problema. Puede decirles a casi todos sus ministros que yo afirmo que son unos sinvergüenzas y unos aprovechados. Lo dice Vicente Gil. Puede mencionar mi nombre y mi apellido. No les tengo miedo. Está usted muy engañado. Hay gente que inmediatamente, tras jurar su cargo o relacionarse con usted, comienza a hacer negocios a sus espaldas. Y eso es un abuso de confianza. Además de ser unos desaprensivos. A mí me han ofrecido regalos muy suculentos a los que he dicho que no. Es una cuestión de honor.

—Bueno, me voy, que es la hora de dar el pecho a mi hija —interrumpió Carmen—. Me da la sensación de que no hago otra cosa en todo el día. Si algún día vuelvo a tener un hijo, me pillarán con un biberón en la mano y no como ahora. Ya voy para cinco meses amamantando a la niña. Estas cosas no te las cuenta nadie cuando vas a tener un hijo. Es una auténtica lata.

—Y eso que tiene ayuda. Imagínese otras madres sin servicio alguno —le comentó Vicente.

—¡Un horror! Voy a empezar a darle ya algún biberón. Me gustaría viajar como cuando estaba recién casada.

—No tendrá ningún problema. Su esposo abandona su trabajo con una gran facilidad.

Carmen no le contestó y se fue de allí sin hacer ningún comentario.

—Vicente… Deberías disimular que Cristóbal te cae mal —le advirtió Franco—. Mi hija no tiene la culpa del comportamiento de su marido. Te quitó la plaza que tú querías, pero algún mérito tendrá, digo yo.

—Sabe que yo soy leal y siempre le diré la verdad, mi general. —Dio otro taconazo y volvió a levantar el brazo derecho. Gil se mordió los labios. Por más que buscaba no le veía más mérito a Martínez-Bordiú que ser el yerno de Franco—. Me gusta decirle las verdades como puños. Por cierto, ¿me puede decir la razón para que se oculte su afición a la pintura? ¿Qué hay de malo? Ningún artista pinta un cuadro para no mostrárselo a nadie. ¿Por qué no se reproducen sus cuadros? Por cierto, son magníficos. Mejores que los de muchos profesionales.

—Vicente, eres imposible. Se acabó la sesión de pintura, me vuelvo al despacho.

—Su excelencia, yo no estoy aquí para adularle sino para cuidarle y servirle. Sirviendo a mi general, sirvo también a España.

Después de amamantar a su hija, Carmen se fue a hablar con su madre. Esta se encontraba con sus amigas de Oviedo: las Lolas, como solían llamarlas. Una de ellas, Lola Botas, hablaba de los méritos de su hijo, el doctor Vallejo-Nágera, cuando Carmen irrumpió en el salón donde tomaban el té de las cinco.

—Perdonadme, quería decirte una cosa, mamá. Pero lo hacemos en privado, si prefieres.

—No, tranquila. Sabes que mis amigas son una tumba. —Las tres asintieron.

—Pues mira, creo que Vicente se toma demasiadas familiaridades con papá. No me han gustado nada sus críticas constantes a los ministros y a Cristóbal. Le ha cogido manía a mi marido y no hay momento en que me vea que no me lance alguna indirecta.

—Sí, al tener un único paciente durante el día, se extralimita. Intentaré ponerle en su sitio. La gente se toma unas confianzas… —explicó a sus amigas—. Es muy buena persona; bueno, vosotras le conocisteis de niño en Oviedo, pero está llegando a ser incómodo. No es consciente. Por otro lado, Paco le aguanta lo que no soportaría en otros.

—Debería tener más respeto. Se extralimita, tienes toda la razón.

—Desde luego, no se puede tolerar —concluyó Carmen Polo.

Pocas críticas escuchaban sus oídos y las que provenían de Vicente Gil se estaban convirtiendo en algo habitual, había que cortarlo de raíz. La realidad era que desde la boda, los Martínez-Bordiú visitaban con asiduidad El Pardo. Tanto era así que el padre de Cristóbal consiguió que el Banco Valls, una pequeña entidad domiciliada en Ripoll (Tarragona), con un capital social de cinco millones de pesetas, se transformara en un banco de más relieve trasladándose a la capital con otro nombre, Banco Madrid. Todo se fraguó en El Pardo, donde dieron el visto bueno para este movimiento bancario. El consuegro de Franco ocupó la presidencia y José María hijo, barón de Gotor, fue nombrado secretario del nuevo banco.

Antes de abandonar El Pardo para reiniciar su vida de casado, Cristóbal invitó a cenar a su tío Pepe, José María Sanchiz Sancho, y a su tía, Enriqueta Bordiú y Bascarán, hermana de su madre. En una cena «cuartelera», tenía mucho de rancho para Cristóbal, transcurrió el encuentro de los tíos con Franco.

—Mi tío Pepe es muy modesto y no lo va a decir pero tiene un ojo buenísimo para los negocios —comentó Cristóbal.

—No es para tanto. Excelencia, ¡qué va a decir mi sobrino! Le queremos como a un hijo.

—Si tiene tan buena vista. No estaría nada mal que averiguara si hay alguna finca cerca de Madrid para que yo pudiera cazar. Ir a Meirás o a San Sebastián, salvo en verano, me resulta imposible. No puedo viajar hasta allí el resto del año. Esta idea lleva rondándome por la cabeza desde hace tiempo: encontrar un lugar donde pueda cazar y estar en contacto con la naturaleza, con el campo, con los animales.

—Mi general —le dijo Cristóbal—, tenga por seguro que mi tío tiene ya bien cubiertas las espaldas y no hará esa búsqueda de una finca por conseguir dinero fácil. Piense que él ya lo tiene. Desde que un antepasado, amigo de Romanones, enladrillara el metro de Madrid, está completamente forrado de millones.

Todos menos Franco rieron la expresión tan coloquial de Cristóbal. En aquella cena, Franco no dejó escapar la oportunidad para pedirle a Sanchiz que buscara una finca que resultara interesante para su bolsillo. Lo cierto fue que no tardó mucho en localizarla. Hablando con Luis Figueroa, uno de los hijos del marqués de Romanones, se llegó a un acuerdo para comprarla. Pepe Sanchiz dijo al aristócrata que buscaba una finca para su sobrino, el marqués de Villaverde. En el kilómetro veintiuno de la carretera de Extremadura se encontraba una enorme extensión de casi diez millones de metros cuadrados, en el término municipal de Arroyomolinos. Pepe avisó a su sobrino y acudió al palacio a cenar, de nuevo acompañado de su mujer.

—Excelencia —comentó Sanchiz—, he encontrado una verdadera joya. Podrá tener huertos y explotación ganadera. Le hablo de diez millones de metros cuadrados. Invirtiendo en pozos, podrá obtener trigo, buenas patatas, tabaco e incluso ajos.

—Ejerza con total libertad.

—Creo que no sería conveniente que apareciera su nombre.

—Mi general, ya es usted propietario del Canto del Pico y del pazo de Meirás. Mi tío tiene razón, no conviene que figure a su nombre —le explicó Cristóbal, que intentaba ganarse su confianza—. Puede ser un argumento que utilicen sus enemigos.

—Podríamos hacer una sociedad anónima que no figure a su nombre —comentó Sanchiz.

—Será usted el encargado de llevarla. No se me ocurre a nadie mejor.

—Para mí es un honor trabajar para su excelencia.

—No se hable más.

Carmen Polo sonrió y Carmencita también al ver lo bien que se le daban los negocios al tío de su marido. Estaban agradecidas ante una persona tan volcada con ellos y que tenía tan buen olfato para hacer dinero.

—Fiaros de él porque tiene un sexto sentido —afirmó Cristóbal—. Ya es hora de que su excelencia gane dinero y no los que están a su alrededor. Con mi tío, verá crecer su patrimonio.

El 4 de octubre del cincuenta y uno, Pepe Sanchiz inscribió su casa como sede de la sociedad anónima Antonio Acuña número 24, a pocos metros del parque del Retiro. De esta forma, no aparecería el nombre de Franco y sí el de Pepe Sanchiz con el tratamiento de excelentísimo señor. Surgieron dificultades que finalmente acabaron con el desalojo de los colonos que ocupaban aquellas tierras. Se comenzó a contratar maquinaria y personal y pronto se iniciaron los primeros trabajos para labrar la tierra. Las ovejas que criaban en El Pardo se trasladaron hasta allí en camiones y se compró ganado nuevo. Franco estaba entusiasmado con la explotación agrícola y ganadera de aquella extensión de terreno. Sanchiz empezó a sugerirle más negocios.

—Excelencia, sería muy conveniente que el Estado comprara a José Banús unos terrenos que ha adquirido en Marbella.

—Lo que debes hacer es ocuparte de regar el jardín y procurar que las vacas no estén flacas. Eso es lo que te debe preocupar. —Franco cortó en seco la intención de Sanchiz de seguir haciendo más negocios.

Pasaban los días y la desaprobación de Vicente Gil resultaba cada vez más manifiesta. Todas las mañanas cuando despertaba a Franco y le daba su primer masaje del día le repetía que el tío de Cristóbal era «un sinvergüenza y un auténtico canalla». El general le contestaba siempre lo mismo: «¡Cuidado que eres bruto!».

—Excelencia, sé de buena tinta que muchos generales hablan de ello pero no se atreven a decírselo a la cara. Sé que no le gustan las murmuraciones pero son una realidad.

—Dame nombres.

—Pues mire, más incondicional que Muñoz Grandes encontrará a pocos y es un enemigo de los negocios y de las cacerías. No de las cacerías per se, sino de que se hayan convertido en bolsas de negocios. A sus espaldas, los invitados cierran permisos de importación de todas clases, se cotiza la amistad con su excelencia para conseguir influencias e incluso para pagar menos multas. Yo no iría a esas cacerías.

—No hay quien te entienda. Me tienes a dieta, quieres que después de comer me mueva y ese es mi único ejercicio semanal. ¿Prescindo de él?

—Yo no digo eso. Lo que quiero decir es que hay mucha gente a su alrededor que está constantemente haciendo negocios. Y eso no me gusta.

—Ves fantasmas donde no los hay. Vicente, Vicente, te estás haciendo un médico gruñón. A mí me hace mucho bien retirarme después de los Consejos de Ministros a la finca de Valdefuentes. Me da vida. Me recuerda que todavía soy persona.

—Está bien. No seré yo quien le quite esa ilusión. —Dio un taconazo y se retiró de la estancia.

Carmen y Cristóbal fueron invitados a una gran fiesta que daban los Mora y Aragón en su residencia-palacete. Todas las damas de la sociedad de entonces acudieron con sus mejores pieles y joyas ante un acontecimiento de tan distinguido. Blanca de Aragón, la madre, descendía directamente de familias reales de Navarra y Aragón y ejercía de anfitriona abriendo las puertas de su casa. Fabiola de Mora, una de las hijas, tenía veintitrés años y muchos estaban convencidos de que acabaría metiéndose a monja. Siempre tenía entre manos alguna obra de caridad. Su hermano Jaime, tres años mayor, era, sin embargo, el aristócrata más conocido por la prensa, por los clubs y los lugares de ocio de Madrid. Nada en común con su hermana con la que discutía muy a menudo. Las hijas más guapas de los Mora y Aragón eran María Luz y Ana María que siempre eclipsaban a su hermana por su belleza. Todos auguraban que se casarían pronto. Gonzalo, ya casado, y Alejandro con novia cubana estaban de viaje en el país tropical. Por lo tanto, tres de los cinco hijos recibían a los invitados junto con su madre.

En ese ambiente tan monárquico se habló de Juan Carlos. Carmen escuchó atentamente lo que decían sobre el joven al que conocía poco.

—Dicen que de pequeño soportó más de una hora una sesión de fotos con unas botas que le quedaban pequeñas y hasta que no se las quitó la institutriz no dijo que tenía los pies llenos de heridas. Su padre le había dicho que un «Borbón no llora más que en la cama».

—Sí, hay que reconocer que está muy bien educado. Te diré que peca de tímido —comentó Carmen.

—Cuenta su tutor, Vegas Latapié, que en Friburgo le insistió tanto en que tenía que comerse todo lo servido en los platos que estando en mal estado unos raviolis, el joven los apuró hasta el final. Su tutor le recriminó: «¿No ves que están malos?». Y él contestó: «Sí, estaban malísimos, pero me he limitado a obedecer».

—Hace ya tres o cuatro años que está por España, ¿no? —comentó una de las invitadas—. Nos han dicho que no aguanta las críticas a su padre y que ajusta cuentas a puñetazos con el que se atreve a criticarle. De modo que todavía quedan modales que pulir.

—Aguantar estoicamente a quien pone verde a tu padre cuesta —señaló Cristóbal—. Y eso que su padre me parece un masón y un desagradecido. —No todos le dieron la razón. En esa reunión casi todos los aristócratas, especialmente los Mora y Aragón, rendían lealtad a don Juan.

La fiesta estuvo amenizada por una orquesta, que hizo las delicias de los jóvenes. Se echó de menos al bohemio de Jimmy de Mora, al que más le gustaba bailar de todos. Cuando se acabó la música se supo lo que había estado haciendo. Había cogido todas las pieles de las señoras y las había llevado a empeñar al Monte de Piedad. Se quedó con el dinero y dejó en el guardarropa de su casa los resguardos para que las damas pudieran recuperarlas. El disgusto de Blanca, la madre de los Mora, fue monumental. «Si su padre levantara la cabeza, volvería a morirse», repetía una y otra vez. El hijo había dejado sin abrigo a todas las familias aristocráticas invitadas. A Blanca tuvieron que darle sales porque le faltó poco para desmayarse. Su hijo siempre le recriminaba que no le daba ni un duro. Ahora se había enterado toda la sociedad.

Durante semanas fue uno de los comentarios jocosos entre las familias bien. Cristóbal comentó este episodio en el hospital a sus enfermeras y médicos ayudantes. Los que le escuchaban no daban crédito a lo que oían.

—No es una invención mía. Os lo aseguro.

—Es una broma suya, doctor —le comentó una de sus enfermeras del departamento de cirugía del Patronato Antituberculosos, cargo que compaginaba con el de cirujano de la beneficencia municipal.

—De él podría contaros muchas anécdotas. Otra, al nacer y escuchar su padre el llanto, dejó caer una tetera de porcelana que se hizo mil añicos. Al parecer comentó: «No sé si es niño o niña, pero esa persona que acaba de venir al mundo hará mucho ruido». ¡Y vaya si lo ha hecho!

Al joven cirujano pronto comenzaron a llamarle el Yernísimo a sus espaldas por su condición de marido de la única hija de Franco. Eso le situaba en un lugar preferente a nivel profesional y a nivel social. No había un viaje médico, conferencia o acto social al que no fuera invitado. La primera discusión del matrimonio tuvo que ver con tantas salidas y tan pocas entradas.

—Cristóbal, estoy aquí con la niña y a ti no te veo el pelo.

—No empieces con eso. Tengo mucho trabajo y muchos compromisos.

—Pues ya es hora de que volvamos a casa. No quiero seguir en el palacio.

—¿Dónde vas a estar más atendida que aquí?

—Quiero regresar a nuestro piso. Aquí no tengo tanta libertad de movimientos.

—No os entiendo a las mujeres. En El Pardo lo tienes todo.

—Quiero recuperar mi libertad.

Días más tarde salían del palacio con su hija con destino a su piso alquilado. Organizaron todo para que una institutriz de confianza cuidara de la pequeña. Carmen volvía a atender a sus amistades. Ese primer fin de semana se fueron a Sacedón, en Guadalajara. Aquel paraje había empezado a erigirse como el lugar de moda para las reuniones de matrimonios jóvenes. Volvían a hacer una vida casi de solteros. José María Martínez-Bordiú, el hermano con el que más trato tuvo de joven, tenía una casa recién construida. Allí se alojaba el matrimonio y hacían reuniones hasta altas horas de la madrugada y cacerías de perdices o jabalíes. Cuando el hermano se casó con Matilde Basso, comenzaron a pensar en construir su propia casa en el mismo lugar.

—Está claro que con José María es con quien mejor te llevas de la familia —comentó Carmen.

—Yo creo que la razón es porque tiene menos años que yo. Ya sabes que me encanta estar con personas más jóvenes. Además, tenemos gustos muy parecidos. Me llevo bien con mis otros hermanos, Andrés y Tomás, pero con José María tengo más conexión. Siempre ha sido así. Yo creo que tiene que ver que era el siguiente a mí y discutía más.

—No sabes lo que daría por tener un hermano. Desde luego, nuestra hija no será hija única.

—Pues nos ponemos a ello inmediatamente —bromeó Cristóbal, al que nadie se atrevía a llevar la contraria.

—Quita quita, que acabo de dejar de dar el pecho a la niña y empiezo a recuperarme en todos los sentidos.

El matrimonio ansiaba viajar por España y por el extranjero. Acudían allí donde les invitaban. Justo cuando empezaron a llegar los primeros rodajes de películas americanas a España, ellos hacían el viaje inverso cruzando el Atlántico con una enorme frecuencia. Los métodos cardiovasculares más innovadores para la cirugía cardiaca se encontraban en los Estados Unidos. El joven doctor quería aprenderlos para aplicarlos en sus pacientes.

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