Carmen

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SEGUNDA PARTE » 33. Un viaje que marca el destino

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33UN VIAJE QUE MARCA EL DESTINO

Carmen era la preferida de mi madre por ser la mayor. Era muy impulsiva, quizá por eso chocaba tanto con su padre. La más parecida a mí siempre fue Mariola, no le interesaba nada salir en la prensa ni hacer ruido.

Carmen Martínez-Bordiú, que había estado fuera, primero en Ginebra y en Lausana, y, más tarde, dos años en Irlanda, cursando sus estudios, volvió a España y fue presentada en sociedad, en el transcurso de una fiesta celebrada en la finca de Valdefuentes. La más rebelde de los Martínez-Bordiú se convirtió en poco tiempo en un rostro de gran interés y atractivo para la prensa. Mientras su hermana Mariola comenzaba la carrera de Arquitectura, ella consiguió su primer empleo como secretaria de dirección de Iberia. Pronto se dejó ver con un joven sin esconderse de nadie. Aseguraron en los ambientes sociales que eran más que amigos. Se trataba de Jaime Rivera. Un chico de veintiséis años que había estudiado Económicas en Madrid y que destacaba en hípica. Era conocida su enorme afición a los caballos con los que participaba en eventos deportivos. Su padre intentó parar esa relación enfrentándose a su hija.

—No se le conoce oficio ni beneficio —dijo el marqués de Villaverde a su hija sobre su nuevo acompañante.

—Papá, son ya otros tiempos y no me vas a decir con quién puedo salir y con quién no.

—Pues soy tu padre y siempre te podré aconsejar quién me parece bien y quién no. Este Jaime Rivera no me gusta.

—Está buscando trabajo en un banco de Madrid. ¿Eso ya te gusta más?

—Solo le veo de fiesta en fiesta. Eso sí, mucha equitación, pero nada más.

Carmen no atendía a las razones de su padre y se la veía siempre en compañía del joven. Pronto empezó a trascender que su relación no era precisamente una balsa de aceite sino todo lo contrario. Llegó a los oídos de sus padres que era muy tormentosa. Tan pronto se les veía muy unidos como enfadados. Eso hacía que dejaran su amistad y la volvieran a retomar de forma intermitente. Los amigos, sobre todo Fernando Baviera y Mesía de Borbón y su esposa, Sofía Arquer y Arís, eran quienes más ejercían de paño de lágrimas. Se hicieron imprescindibles en su vida.

Al poco tiempo, Jaime Rivera desapareció de las cámaras y Carmen empezó a dejarse ver con Fernando de Baviera que parecía acompañarla a todas horas. Fernando era un amigo de verdad que la consolaba en aquellos momentos en los que Carmen parecía psicológicamente hundida. Pero pronto empezaron los rumores y las habladurías sobre ellos. Su padre volvió a la carga e intentó parar por todos los medios el camino que iba adquiriendo aquella amistad.

—No me gusta que te dejes acompañar sola por un hombre casado. No está bien visto. Eres la nieta de Franco.

—Carmen, debes ser más madura. Hay cosas que por tu apellido no debes hacer —le recomendó su madre.

—Me importa poco lo que se diga o lo que se deje de decir —se enfadó ella—. Son todos unos falsos.

—Pues a nosotros sí nos importa. Nos dejas mal —insistió su padre.

Estas discusiones comenzaron a hacerse habituales. Miss Hibbs tampoco lograba hacer entrar en razón a la nieta mayor de Franco. Cuando sus padres se iban de fin de semana y ella se quedaba con sus hermanos en El Pardo, intentaba escaparse de los responsables de seguridad que llevaba siempre. Ser nieta de Franco le daba muchos privilegios, pero, por otro lado, la asfixiaba.

El asunto de los amores de Carmen llegó hasta los oídos de la abuela Carmen Polo. Su amiga Pura Huétor la había puesto al día. Y en la primera ocasión que vio a su hija en El Pardo se lo dijo. Estaban tan disgustadas que decidieron que el príncipe le hiciera una advertencia a su primo Baviera. Antes de cerrar los ojos ese día, Carmen aguantó despierta para hablar con su marido.

—Paco, ¿por qué no llamas a Juan Carlos para que pare este despropósito de nuestra nieta?

—Pero ¿qué quieres que le diga? Hay cosas más importantes de qué preocuparse.

—Para nuestra familia, no. Pues que hable con su primo para que deje a nuestra nieta en paz y arregle este escabroso asunto. Hay que pararlo ya. Alguien tiene que poner un poco de cordura y ayudar a Carmencita.

Al marqués de Villaverde se lo llevaban los demonios cuando alguien le mencionaba la cuestión. El día que coincidió con la hermana del joven, Tessa de Baviera, no se le ocurrió otra cosa que abordarla en mitad de una fiesta y recomendarle que «su hermano dejara a su hija en paz». Tessa se sintió muy ofendida por las formas. Los amoríos de Carmen se convirtieron en tema recurrente en las reuniones de una clase pudiente emergente a la que comenzaron a llamar jet.

Si eran convulsas las relaciones familiares por la rebeldía de Carmen Martínez-Bordiú, a nivel político tampoco existía tranquilidad. Al contrario. Entre 1969 y 1970 se detuvieron en el País Vasco a mil novecientas cincuenta y tres personas acusadas de estar relacionadas con el terrorismo vasco. El primer asesinato se cometió el 7 de junio de 1968 y la víctima fue el guardia civil José Pardines, que realizaba un control de carreteras. En el verano del sesenta y nueve se declaró en Guipúzcoa el estado de excepción y se restableció la ley de bandidaje de la que se sirvió el régimen para reprimir a los terroristas. Finalmente fueron detenidos en Bilbao los principales dirigentes de ETA acusados de asesinar al inspector Melitón Manzanas —primer asesinato premeditado de la banda—, al taxista Fermín Monasterio y de la colocación de numerosos artefactos explosivos. El consejo de guerra, llamado proceso de Burgos, contó con medidas de seguridad excepcionales. La acusación pedía para los condenados seis penas de muerte y setecientos cincuenta y dos años de cárcel para los dieciséis dirigentes de la organización terrorista sentados en el banquillo. Durante el juicio los detenidos denunciaron torturas y palizas, así como errores en el procedimiento. Antes de que Franco tomara una decisión, se produjeron manifestaciones en muchos países como Francia y los Estados Unidos. Estos hechos provocaron una escisión en los propios miembros del Gobierno. Gregorio López Bravo le pidió a Franco que sopesase las consecuencias negativas de los fusilamientos de los condenados. Tras escucharle durante una hora, Franco le contestó: «Ministro, no me ha convencido usted». En el Consejo de Ministros siguiente, otros ministros se sumaron a la petición de la conmutación de la pena a la que era favorable Carrero Blanco. Posteriormente se reunió el Consejo del Reino que también solicitó el indulto. Por fin, Franco, en el último día del año 1970, accedió a conmutar las penas. En su discurso de fin de año, justificó la medida como «una señal de la fortaleza del régimen». Por esa fortaleza, dijo, «se puede permitir ser clemente». Muchos interpretaron que a Franco le flaqueaban las fuerzas. Otros, no obstante, vieron que estaba cerca el final del franquismo.

La familia Martínez-Bordiú pasó esas Navidades en El Pardo. Cuando le dieron los regalos a Franco, el pequeño Jaime le acercó un pañuelo y una moneda de cinco duros. Todos se quedaron sorprendidos del gesto del benjamín de la familia.

—¿Para qué son estos cinco duros? —preguntó Franco al niño.

—¡Para que te compres lo que quieras!

Todos se echaron a reír ante la ocurrencia del pequeño. Todos, menos Carmencita, que estaba triste ante todo lo que estaba sucediendo con respecto a su joven pero maltrecho corazón. Los padres empezaron a barruntar la idea de que un viaje largo podría ser la solución. Había que hacerle olvidar a los hombres en los que se había fijado hasta el momento.

Esas fiestas fueron mucho más convulsas que las anteriores, el año había traído consigo noticias trascendentales pero acabó positivamente. Por un lado, la llegada del hombre a la Luna, que la familia Franco igual que el resto de españoles siguieron por televisión, de la mano del periodista Jesús Hermida, que hizo inteligibles las primeras palabras de Armstrong al poner el pie en la Luna: «Es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad». Por otro lado, se había producido la noticia más esperada: la designación del príncipe Juan Carlos como sucesor de Franco a título de rey. Un año, por lo tanto, en el que se había aclarado el futuro y en el que parecía que se habían despejado muchas dudas. Por fin, Franco se había decantado por el hijo de don Juan para sucederle. Le nombró príncipe de España ya que proclamarle Príncipe de Asturias era tanto como reconocer que había un rey, su padre. Franco había cumplido con la promesa que le había hecho a la reina Victoria Eugenia, que había fallecido el 15 de abril de 1969. Por tres meses, no había visto hablar en las Cortes a su nieto como sucesor de Franco. La monarquía se instauraba —como decía Franco— eludiendo la palabra «reinstauración». Alfonso de Borbón, que se mordió los labios con la decisión, fue nombrado embajador de Suecia. «¡Una gallegada que me viene bien!», comentó Juan Carlos. Realmente fue un año intenso donde los disturbios universitarios crecían cada día. Algunas malas lenguas decían que habían visto a Mariola corriendo delante de los grises.

Pero este año 1970, con el proceso de Burgos y los amores de Carmen, había acabado dejando una estela de tensión en todos los ambientes de El Pardo, los políticos y los no políticos. El marqués de Villaverde fue invitado a un congreso médico en Estocolmo y llamó a su amigo Alfonso de Borbón. Le anunció su inminente viaje en el que iría acompañado de su esposa y de sus amigos, el doctor Parra y su mujer, los duques de Tarancón.

—Cristóbal, no consentiré que tú y tu mujer os alojéis en otro lugar que no sea la embajada.

—Lo que quieras, allí estaremos. ¡Un honor!

Se confirmaba la buena relación que siempre había existido entre el marqués de Villaverde y el nieto de Alfonso XIII.

Al día siguiente, Carmen Franco informó del viaje a su madre después de almorzar. Esta enseguida tuvo una idea.

—¿No dices que tu hija Carmen está lánguida y sin ánimo de nada?

—Sí, no sabemos cómo quitarle de la cabeza a esos moscones que no hacen más que complicarle la vida.

—Yo tengo la solución. ¿Por qué no os acompaña a ese viaje? Alfonso de Borbón es un buen partido y además está soltero.

—Es mucho mayor que ella. ¡Quince años! Casi está más cerca de nosotros que de ella. De hecho, es muy amigo de Cristóbal, al que ya sabes que le encanta la gente joven.

—Pues no sé qué hay de malo en que os acompañe vuestra hija. Al contrario. Es la única manera de que se olvide de tanta gente incómoda.

—No me parece mala idea, pero Carmen es muy inmadura. No te hagas ilusiones porque no tienen nada que ver uno con otra. Pero sí creo que le puede venir bien. Primero habrá que convencerla. Ya te contaré.

No hizo falta invertir muchas horas. Carmen vio el cielo abierto cuando le hablaron de estar un par de semanas fuera de España. Estaba cansada de periodistas y de las llamadas incesantes de sus amigas que le recordaban lo sucedido.

—Sí. Me apetece conocer Suecia. ¡Os acompaño!

Carmen Franco estaba preocupada porque veía a su hija demasiado inmadura todavía para tomar decisiones. Se sintía tan vulnerable y tan necesitada de un cambio de aires que todo lo que la proponían le parecía bien.

Cuando Cristóbal supo que su hija quería acompañarles, no dudó en llamar a Alfonso de Borbón para que tuviera en cuenta el cambio de planes.

—Alfonso, mi hija Carmen nos quiere acompañar. Espero que no te suponga ningún trastorno sobre el plan que tuvieras previsto.

—En absoluto, tu hija se alojará en la embajada igual que vosotros. Haremos todo lo posible para que le resulte atractivo este viaje al norte de Europa.

Cuando los Martínez-Bordiú, los Parra y Carmencita llegaron a la embajada y Alfonso de Borbón vio a la joven, se quedó sorprendido. Se habían conocido cuando Carmen era más pequeña, pero no habían reparado el uno en el otro. «Parece como un rayo de sol español en plena noche polar», pensó poéticamente el flamante embajador.

Era evidente que los dos se gustaron nada más verse. Fue un auténtico flechazo con sus padres y sus amigos como testigos. Alfonso no le quitaba los ojos de encima y ella le sostenía la mirada. De pronto fue como si en esa estancia no existieran más personas que ellos dos. El marqués rompió la magia.

—¿Qué tal estás por aquí, Alfonso?

—Pues, sinceramente, te diré que me siento muy solo y que tengo muchas ganas de formar una familia. —Miró a Carmen al decir la frase.

—¿Tienes novia? —preguntó el doctor Parra mientras todos los demás aguardaban su respuesta.

—No, en absoluto. No tengo tiempo ni de enamorarme. —No se cansaba de contemplar a Carmencita, a la que vio bellísima—. Aquí hay mucho trabajo de representación. Pocas oportunidades de conocer a jóvenes de mi edad.

—Bueno, el tema de la edad es secundario. Diez años arriba o abajo no significan nada —comentó Cristóbal, animado al ver el efecto que había causado Alfonso en su hija.

Al día siguiente, mientras el marqués de Villaverde y el doctor Parra asistían al congreso de medicina, el embajador hizo todo lo posible por acompañar a las tres mujeres como cicerone por Estocolmo. En septiembre aún hacía buen tiempo para pasear por la ciudad.

—Estocolmo es conocida por su belleza, su arquitectura y sus numerosos parques y jardines. Forma parte del grupo de ciudades conocidas como las «Venecias del norte». Lo primero que tenemos que conocer es el palacio de Drottningholm.

Después las llevó al antiguo barrio medieval para visitar la catedral de Estocolmo: Storkyrkan, y el palacio real. Como colofón a la mañana acudieron a ver Skansen, el museo al aire libre. En él se reproducía la vida de los pueblos y las ciudades en el siglo XVI.

Dejaron para los días sucesivos el Museo de la Fundación Nobel y el Museo de Arte Moderno.

Carmencita no paraba de reír en animada conversación con Alfonso. Su madre se dio cuenta rápido de que se habían gustado. De todos modos, estaba preocupada porque pensaba que su hija no estaba preparada para una relación como la que deseaba Alfonso, cuyo principal objetivo era formar una familia.

Antes de la cena se lo dijo a Cristóbal. Sabía que el flechazo iba alcanzando una velocidad de vértigo. Su hija necesitaba enamorarse y Alfonso también. Había comentado que sentía demasiada soledad.

—Tengo miedo de que esta relación que Alfonso se está tomando muy en serio no sea más que un capricho de tu hija. Estoy preocupada porque es evidente que las cosas están yendo rápido.

—Me parece estupendo. Alfonso para mí sería el yerno ideal. Y soñando, quién te dice que tu padre no cambie de idea y se decante por otro sucesor que no sea Juan Carlos.

—Mi padre ya ha tomado una decisión y no se volverá atrás.

—Tiempo al tiempo, si esto cuaja. La que se pondrá contenta será tu madre.

—Si Alfonso va tan rápido, lo mismo también tiene sus ilusiones y habría que decirle que no espere nada más de lo que tiene.

—Eso sí sería ir rápido. No te adelantes. Ya sabes cómo es Carmen. No le digas nada ni para bien ni para mal.

Antes de que acabaran las dos semanas, Alfonso buscó un momento a solas con la nieta de Franco para declararse.

—Me gustaría conocerte más. Eres la mujer que siempre había soñado. —Alfonso resultaba muy poético, y eso a ella le gustaba.

Carmen había tenido tantas dificultades y problemas con sus relaciones anteriores que, conociendo las intenciones de Alfonso, se sintió liberada. Si todo iba así de rápido, podría irse de casa pronto.

—No tengo ningún inconveniente en conocerte más.

—Preparo otro viaje para que vengas a Suecia, ¿te parece?

—Yo encantada. —Carmen se dejaba llevar. Aquello parecía salido de un cuento de hadas. Necesitaba enamorarse. Aquel joven apuesto parecía que gustaba a todos, sobre todo a su padre.

A los quince días de conocerse, regresó a Estocolmo esta vez sin sus padres, pero sí acompañada de la señora de Madrigal, hija del almirante Nieto Antúnez, ministro de Marina. Había echado de menos en estas dos semanas al embajador que tanto le hablaba de su abuelo Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia, recientemente fallecida. Había visto en la prensa su foto portando el féretro de su abuela junto a su primo Juan Carlos y su tío don Juan. El efecto que había producido en todos este posible noviazgo había sido tan positivo, sobre todo en su abuela, que regresaba a Suecia con la ilusión de que Alfonso se declarara definitivamente.

—Eres para mí la esposa ideal. Nada me ilusionaría más que te quisieras casar conmigo. Sería una luz entre tanta oscuridad en mi vida.

En esta ocasión no hubo turismo. Ya había algún periodista a la caza de la noticia. Las puertas de la embajada se cerraron a cal y canto. Cuando se volvieron a abrir, Carmencita ya se había comprometido con Alfonso de Borbón. En el fondo, Alfonso albergaba también cierta ilusión y cierta ambición de que hubiera algún cambio en la decisión que había adoptado Franco para su sucesión.

Al regresar a España, la noticia corrió como la espuma. En El Pardo la abuela no ocultaba su felicidad. Alfonso no dejaba de ser el nieto de Alfonso XIII. Eso ya le convertía en un buen partido para su nieta. Además, no descartaba que si las cosas no fueran bien con Juan Carlos, ahí estarían Alfonso y Carmencita. Definitivamente, el viaje a Suecia había sido todo un éxito.

Cuando se lo comunicaron a Franco solo llegó a expresar un lacónico: «Esperemos que sea para bien». Carmen Franco tampoco se mostraba tan ilusionada como su marido. Volvió comentarle el miedo que sentía ante este fugaz noviazgo y rapidísimo compromiso de boda.

—¿No te parece que está yendo todo excesivamente rápido?

—Los tiempos los están marcando ellos.

—Creo que deberían conocerse más. Estoy preocupada.

—Por favor, al revés. Se han encontrado, se han gustado y se van a casar. ¿Qué problema le ves a eso? Yo estoy muy ilusionado. No me puede caer mejor mi futuro yerno y encima vamos a emparentar con un miembro de la realeza. ¿Qué más se puede pedir?

—Por favor, te pido que no la presiones y que ella libremente decida su futuro.

El 20 de diciembre del año setenta y uno —tres meses después del sí de Carmen—, anunciaban su compromiso. A los tres días tenía lugar la petición de mano. Para la ocasión, había ido al modista Miguel Rueda a que le diseñara un traje especial. Vivía justo enfrente de su casa en Hermanos Bécquer. Tanto su madre como su abuela eran clientas habituales. Precisamente para ese traje exclusivo se presentaron la madre y la hija con una bolsa llena de plumas de gallo teñidas de color rosa que habían comprado en Nueva York. El modista eligió una tela de idéntico color a las plumas que se colocaron ribeteando el bajo del vestido, más corto por delante que por detrás.

Antes de que llegaran los invitados y periodistas, su padre le preguntó si se lo había pensado bien, y ella le contestó afirmativamente.

Ese momento tan especial para los novios fue registrado por la prensa, llevando la instantánea hasta las portadas. A la fiesta no faltaron ni los miembros del Gobierno, ni los príncipes Juan Carlos y Sofía ni la madre de esta, la reina Federica. A Franco, a pesar de lo poco expresivo que era, se le veían los ojos acuosos. En el ambiente planeaba la duda de si el futuro de la Corona estaría en Juan Carlos o en Alfonso después de este enlace con su nieta.

Durante los meses previos a la boda, los novios iban de un compromiso a otro, agasajados por todo el mundo. Incluso se podían leer algunas pintadas por las calles en las que se decía: «¿Por qué una reina extranjera —por Sofía de Grecia—, si podemos tener una reina española?».

Confeccionar la lista de asistentes fue complicado. Todo el mundo deseaba estar en aquella boda. No cabrían todos en los salones de El Pardo. Habría que dividir en dos pisos a los invitados. El marqués le preguntó a su futuro yerno qué regalo deseaba que le hiciera para un día tan señalado.

—Un retrato de Carmen me haría muy feliz.

—Dime el nombre del pintor.

—Salvador Dalí.

Al día siguiente Cristóbal llamaba a Dalí para decirle que le gustaría muchísimo tener un cuadro de su hija. El pintor de Cadaqués lo recibió con entusiasmo y le dijo que la pintaría de una manera especial. Carmen tan solo posó para él un par de veces. En esas ocasiones, la conversación giró sobre lo mismo: el culo.

—El hombre tiene las ancas de la fuerza y la mujer el mapamundi del deseo. Lo sólido frente a lo líquido. El culo es la perfección, como el círculo. Representa la unidad, lo absoluto… Es la representación más arquetípica de Dios en la materia.

—Muy interesante lo que dice. Le aseguro que a partir de ahora solo coleccionaré culos en pintura. ¡Cuantos más, mejor!

—Harás bien, porque el culo es el centro de gravedad del cuerpo. En realidad, lo sostiene y le da equilibrio.

Hablando de culos las sesiones fueron fructíferas. A Dalí se le veía muy inspirado. Después de unos meses, se presentó el cuadro en sociedad. Dalí dijo que Carmen pasaría a la historia montada a caballo. La última pincelada de su cuadro lo dio frente a Las meninas de Velázquez que Carmen admiraba tanto.

No se hablaba de otra cosa que de este enlace y había quienes veían claro que la elección de Franco sobre su sucesor cambiaría de un día a otro. La propia reina Sofía estaba convencida de que se torcería su futuro.

Alfonso preparó las nuevas habitaciones del que sería su hogar en la embajada. Había sido nombrado embajador después de un discreto puesto en el Banco Exterior de España. En aquel momento, Franco pensó que era mejor alejarlo de España después de haber designado a su primo como su sucesor. Ahora, sin embargo, había alguna voz que le recomendaba mirar hacia su nieta y hacia Alfonso de Borbón, justo la rama borbónica que había descartado.

Para cuando llegó el día de la boda, los partidarios de Juan Carlos de Borbón y los de Alfonso de Borbón estaban divididos. Había quienes pensaban que el enlace era una maniobra orquestada desde El Pardo o los que veían simplemente una historia de amor entre la nieta de Franco y el nieto del rey, sin que tuvieran que cambiar las cosas que ya habían quedado «atadas».

Alfonso de Borbón le confesó a su amigo y futuro suegro que siempre habrían criticado a la mujer con la que se hubiera casado, independientemente de quién fuera. «Sin embargo, al ser Carmen, la nieta del Generalísimo, no creo que lo hagan», afirmó, muy seguro de lo que decía.

—No te creas, Alfonso. Mira cómo me ponen a mí verde todos los días. Tendrás que aprender a que las críticas te entren por un oído y te salgan por el otro. Tienes que olvidar el pasado.

—No puedo, Cristóbal. Me siento agredido desde la infancia. Y solo. No he tenido los cuidados y atenciones de mi primo Juan Carlos. Mi hermano Gonzalo y yo hemos estudiado en Deusto y en Madrid sin que le interesase a nadie.

—Eso ya ha cambiado y más que va a cambiar.

Antes de la boda, Franco quería para su nieta los máximos honores y pidió al Consejo del Reino que informara sobre este matrimonio y que fueran las Cortes quienes dieran su aprobación, según el artículo 12 de la ley de sucesión. Igual que si fuera la boda de un heredero. El príncipe Juan Carlos se puso en contacto con él para decirle que no correspondía a Alfonso ese tratamiento. Pero el Caudillo hizo caso omiso y consultó al ministro de Justicia sobre la posibilidad de otorgarle también a Alfonso el título de príncipe. La respuesta fue negativa. No obstante, tantas negativas no fueron obstáculo para que en las participaciones de boda al novio le dieran el tratamiento de alteza real. Eso le gustó especialmente a Carmen Polo.

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