Breve historia de Roma

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Capítulo 2. La fundación de Roma y los orígenes de la monarquía romana

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2 La fundación de Roma y los orígenes de la monarquía romana

LOS ORÍGENES DE ROMA

Para comprender los orígenes de Roma es necesario acudir a la historia primitiva de la región del Lacio, en la cual Roma era sencillamente una aldea o un conjunto de ellas. Las aldeas latinas, los vici, contaban con una población de pastores y agricultores cuya consciencia de pertenecer a un tronco común se materializó en la constitución de una liga que veneraba a Iuppiter Latiaris, es decir, el Júpiter del Lacio, en un santuario común situado en los montes Albanos. La proximidad de Alba Longa, a unos veinte kilómetros de lo que posteriormente sería la ciudad de Roma, al santuario permitió que dicha aldea adoptase desde el principio una preeminencia religiosa sobre las demás.

El territorio posteriormente ocupado por Roma se encontraba situado en el noroeste del Lacio, en su frontera con Etruria. El río Tíber, el principal río de la Italia central, atravesaba un conjunto de colinas entre las que predominaba por su posición central la del Palatino. Entre estas existían pantanosas e insalubres depresiones atravesadas por cursos de agua que llevaron a los primeros pobladores a concentrarse en aldeas separadas entre sí y situadas en los puntos más elevados de las colinas.

Estas aldeas funcionaron obviamente como germen de la futura Roma. A finales del siglo VII a. C., el conjunto de colinas habitadas se agrupó en una liga, la Liga del Septimontium, en la que varios investigadores han querido ver un claro testimonio de la existencia de una Roma primitiva que englobase a un conjunto de siete colinas. Pero, en realidad, y como ha permitido demostrar la arqueología, si Roma se articuló a partir de un núcleo originario integrado por las colinas del Palatino, del Germal, del Velia, del Esquilino, del Oppio, del Cispio, del Fagutal y del Celio, a las que más tarde se añadiría el Quirinal, el conjunto de colinas, que no montes, serían más correctamente ocho y no siete por lo que el término septi no derivaría del numeral septem, sino del término latino saeptus en su forma arcaica como septi, o lo que es lo mismo, «estaca», y por extensión «conjunto de estacas», es decir, «empalizada». Por tanto, tal liga, de haber existido, agruparía a las aldeas con sistemas de empalizadas y, por ende, sus reuniones, celebradas cada 11 de diciembre, tuvieron un carácter fundamentalmente político y no tanto religioso.

La tradición literaria ha aportado numerosas versiones sobre la fecha de la fundación de Roma como ciudad: el historiador griego Ennio (siglo III a. C.) propuso la fecha del 900 a. C.; Timeo de Taormina (siglo III a. C.) planteó el año 814, coincidiendo con la fundación de Cartago; Fabio Pictor (nacido en el 254 a. C.) formuló el año 748, fecha que fue aceptada por autores como Catón (234-149) o Polibio (200-118); o Cincio Alimento (siglo II a. C.), que planteó los años 729 y 728. Sin embargo, fue la propuesta de Varrón (116-27), quien fijó la fecha de la fundación de Roma el 21 de abril del año 753 a. C., la versión más aceptada en términos generales.

Emplazamiento de las colinas de Roma y territorio romano en los siglos VI-V a. C. según el historiador alemán Andreas Alföldi.

Varias leyendas han situado a Roma como la primera potencia del mundo conocido, y elaboradas por autores de época augustea, como Virgilio (70-19) o Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.), se convirtieron en la versión canónica sobre los orígenes de Roma. Las leyendas adquirieron el carácter de una composición retórica en la que las virtudes de los dioses protectores se mezclaban con las acciones de los héroes fundadores con el fin de igualar a dioses, héroes y hombres en las tareas de fundación y organización institucional de la primitiva ciudad de Roma. La base de estas leyendas era de origen griego, y a esta se sumaron otros elementos latinos o griegos hasta que la leyenda quedó finalmente configurada a fines del siglo III a. C. Estas leyendas tomaron forma definitiva en el siglo VI a. C. y rápidamente fueron asumidas por los romanos para justificar su herencia religiosa y cultural de Lavinium y de Alba Longa, así como la entrega de ambas a Roma. En la tradición legendaria sobre los orígenes de Roma se distinguen dos partes, la primera protagonizada por Eneas y la segunda protagonizada por los gemelos Rómulo y Remo:

Eneas. Tras la caída de Troya, lo que sucedió aproximadamente en el 1183 a. C., Eneas, hijo del troyano Anquises y de la diosa Venus, llegó con su hijo Ascanio y otros supervivientes troyanos a las costas itálicas después de un largo viaje. El rey del país donde arribó, Latino, descendiente del dios Saturno, le ofreció la mano de su hija Lavinia, quien había sido anteriormente prometida a Turmo, el rey del pueblo itálico de los rútulos. Tras vencer a Turmo, que declaró la guerra a Latino y a Eneas, este último fundó en las proximidades de la desembocadura del Tíber la ciudad de Lavinium. A su muerte, Ascanio fundó una nueva ciudad, Alba Longa, que se convirtió desde entonces en la capital del Lacio.

Rómulo y Remo. Amulio, el último rey de Alba Longa, destronó a su hermano Numitor obligando a su sobrina Rea Silvia a convertirse en sacerdotisa vestal con el propósito de obligarla a mantener su virginidad y evitar así una descendencia que amenazase su usurpación. Sin embargo, Marte engendró en Rea Silvia dos gemelos: Rómulo y Remo. Amulio, viéndose en peligro, los arrojó al nacer al entonces desbordado Tíber, pero una loba, animal sagrado de Marte, los amamantó y más tarde una pareja de pastores, Fáustulo y Laurenta, los criaron como si fuesen sus propios hijos. Cuando los gemelos cumplieron los dieciocho años de edad, y tras conocer sus verdaderos orígenes, mataron a Amulio y restablecieron en el trono a su abuelo Numitor. Mientras tanto, Rómulo y Remo fundaron el 21 de abril del año 753 a. C. una nueva ciudad en el lugar donde habían sido abandonados. Ambos hermanos solicitaron a los auspicios que les dijeran cuál de ellos había de dar nombre a la nueva población. Rómulo fue el elegido por los dioses como gobernante de la ciudad. Remo, molesto por este hecho, se burló de los límites que Rómulo había puesto a la misma y fue ejecutado por su hermano. Este acto indica el carácter inviolable del territorio consagrado, previamente inaugurado por los sacerdotes a través del ritual de la innauguratio, mediante el cual los augures observaban el vuelo de los pájaros deduciendo si era propicio o no fundar la ciudad.

Prototipos etruscos o latinos de la loba inspiraron probablemente la decisión de los ediles del 296 a. C. de levantar en Roma el conjunto escultórico que materializara los fundamentos de una tradición secular y, por idénticas razones, este motivo simbólico sería incorporado más tarde a los tipos monetarios de las primitivas acuñaciones romanas a fines del siglo III a. C. Moneda romana con la representación de la Loba Capitolina con Rómulo y Remo. Palazzo Massimo alle Terme, Roma.

En la actualidad, ningún historiador toma el contenido de estas leyendas como dogma, pues, realmente, se ha demostrado que Roma fue el resultado de un proceso de unificación y no la consecuencia de una fundación predeterminada en un momento concreto. Podemos afirmar, en consecuencia, que Rómulo, el presunto fundador de Roma, no existió, que Roma no fue fundada como sostiene la tradición el 21 de abril del año 753 a. C., que la propia ciudad como tal no pudo haber existido antes del 600 a. C. y que en consecuencia no hubo primeros reyes legendarios sino tan sólo históricos, siendo Tarquinio Prisco, del que se hablará más tarde, el verdadero fundador de la urbe. De esta manera, la Roma que muchos historiadores han situado como una ciudad naciente en el siglo VIII a. C. no fue más que una Roma preurbana, esto es, previa al momento en que las comunidades integrantes decidieron desplazarse de las colinas al valle del futuro Foro para situar en ese paradero el núcleo de la ciudad, realidad que viene contrastada por la arqueología, cuyos resultados han demostrado que los trabajos de desecación y pavimentación precisamente del Foro se realizaron en torno al 600 a. C., por lo que antes de esa fecha difícilmente pudo existir una ciudad.

En torno al 600 a. C. se documentan los edificios más antiguos de Roma, que indican la existencia de cultos, lugares de reunión y una residencia del rey: el templo de Vesta, la Curia Hostilia (página anterior) y la Regia (esta última es el plano de una reconstrucción).

Con todo esto, los orígenes de Roma han de ser interpretados no como un acto fundacional sino más correctamente como un proceso fundacional que tomó como centro de referencia el Palatino y como centro económico el Foro Boario a fines del siglo VII a. C. Este proceso puede ser subdivido a su vez en cuatro fases: en las fases I y II tan sólo se habitaron algunas de las colinas del entorno romano como el Palatino, el Esquilino, el Quirinal y el Celio, y los materiales arqueológicos no ponen de manifiesto un carácter homogéneo; durante las fases III y IV la población se dispersó no sólo por el resto de las colinas sino también por los valles intermedios, a la par que se abrió a los influjos griegos y etruscos. Socialmente, se produjo una progresiva diferenciación entre clases en función de los recursos económicos y las primitivas chozas se transformaron en casas más sofisticadas dando origen al nacimiento de la ciudad mediante el sinecismo o unión entre aldeas en torno al Foro. Así pues, el área urbana de Roma incluiría no sólo los espacios habitados como aldeas alrededor del Palatino, sino también el territorio perteneciente a otras aldeas cercanas absorbidas como territorios de aquellas, incluidos a partir de ese momento en el ager romanus antiquus, a su vez separado de la ciudad propiamente dicha, es decir, la urbs, por la línea del pomerio establecida por Rómulo que delimitaba el espacio urbano sagrado. Además, la ocupación del Foro provocó que el espacio dedicado a la necrópolis se trasladara a las colinas circundantes reservando el valle para viviendas y edificios civiles y religiosos.

Los límites de la primitiva ciudad del Palatino ocuparían un área cuadrada, lo que permitiría identificar a la Roma primitiva con la «Roma Quadrata» asentada en el Palatino. Según la tradición, la «Roma Quadrata» comprendería un surco trazado por Rómulo sobre el Palatino. Al norte del mismo se encontraba el Velio, que lo unía al Esquilino, por donde se iría extendiendo la población que posteriormente ocuparía las distintas colinas.

LOS REYES LEGENDARIOS

La organización política y el espectacular crecimiento demográfico y urbano habían hecho de Roma una ciudad equiparable a las grandes urbes griegas o etruscas. Desde el momento en que los primeros habitantes de Roma se organizaron en una comunidad, necesitaban un hombre que los dirigiera. De acuerdo con la tradición, la primera forma estatal que adoptó Roma fue la monarquía, realidad que aparece recogida en la práctica totalidad de las fuentes grecolatinas y, además, confirmada por la documentación arqueológica.

Según la tradición, desde la fundación de Roma el 21 de abril del año 753 a. C. hasta la instauración de la República en el año 509 a. C., Roma estuvo gobernada por siete reyes, de los cuales cuatro serían legendarios (Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio y Anco Marcio) y tres históricos (Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio), lo que científica e históricamente queda fuera de todo crédito. Es obvio que durante este prolongado período los reyes romanos fueron más de siete, aunque en los reyes que recoge la tradición literaria, más bien emblemas de determinadas virtudes que personajes concretos, existen evidencias reales que cabe tomar en consideración.

El primero de los reyes legendarios de Roma, Rómulo (753-716), no fue más que una invención; no obstante, se le atribuye el incremento de la población mediante la puesta en práctica de dos medidas: la fundación de un asilo en la colina del Capitolio para recibir a emigrantes de otras comunidades y el rapto por estos de las mujeres sabinas, lo que provocó un conflicto armado contra la población vecina, los sabinos, que concluyó con la asociación al trono de su rey Tito Tacio. Muerto este último, Rómulo reinó solo hasta que en el Quirinal fue arrebatado por un rayo que lo elevó a los cielos. A Rómulo se le adjudica también la responsabilidad de haber fijado los límites sagrados en el momento de la fundación de la ciudad, es decir, el pomerium, y de haber creado las primeras instituciones como las tribus, las curias y el Senado como órgano consultivo del Gobierno. Asimismo, habría sido el responsable de dictar las primeras leyes del Derecho romano y de haber introducido en Roma prácticas etruscas como los doce lictores que precedían al rey con sus fasces alrededor del hacha, la pena capital, las insignias de la realeza, la silla cural, la toga praetexta o el bastón curvo y sin nudos llamado lituus, distintivo del gremio sacerdotal de los augures.

La escasez de documentación histórica y arqueológica impide confirmar cuáles de los primeros reyes de Roma forman parte de la leyenda. En la actualidad, no existen indicios que permitan rechazar que la forma política originaria de Roma fue la monarquía. El conjunto monumental del Lapis Niger, en el Foro, presenta una inscripción latina, la más antigua de la que hay memoria, en cuyo texto se recoge el término regei, o lo que es lo mismo, «reyes».

El segundo rey, el sabino Numa Pompilio (716-674 a. C.), quien aceptó la dignidad real a petición de su padre, fue el responsable de una serie de innovaciones: la fijación del calendario lunar y de la distinción de los días en fastos y nefastos; la creación de los tres flaminios mayores, Júpiter, Marte y Quirino o Rómulo divinizado; la fundación del pontificado como autoridad máxima en cuestiones religiosas de culto a los dioses y a los difuntos, de la moral y de todas las artes y las técnicas de la adivinación; el establecimiento de las vírgenes curiales; la inclusión de los salios, sacerdotes de Marte; o la adopción del culto de la Bona Fe y de sus sacerdotes y ritos.

Su sucesor, Tulo Hostilio (674-642 a. C.), paradigma del rey guerrero, fue considerado el responsable de las primeras guerras de conquista que culminaron con la destrucción del viejo centro latino de Alba Longa, tras los episodios bélicos de los hermanos Horacios, de Roma, contra los Curiacios, de Alba Longa, y la incorporación de su población a Roma tras la victoria de los primeros.

Según la leyenda, los primeros habitantes que acudieron a Roma decidieron raptar a las mujeres de la comunidad vecina para poder engendrar con ellas los hijos necesarios que garantizasen el desarrollo de la nueva ciudad. Con ese fin, prepararon una fiesta en la que aprovecharon la distracción de los sabinos para expulsarlos de la ciudad y retener a sus hijas, quienes, finalmente, lograron poner fin al conflicto que se desencadenó. Este episodio llevó a Rómulo a compartir el poder con Tito Tacio durante un breve período. Jacques-Louis David, El rapto de las sabinas, 1799. Museo del Louvre, París.

El cuarto rey, Anco Marcio, nieto de Numa Pompilio, fue identificado como el garante de la paz y de los valores económicos. Según la tradición, se le considera el artífice de haber extendido la influencia de Roma hasta la costa tirrénica fundando Ostia, de haber fundado junto al Capitolio la prisión del Tullianum, de haber levantado el primer puente estable sobre el Tíber, el Pons Sublicius, de haber fundado el primer puerto en su desembocadura y de instalar grandes salinas que le permitieron monopolizar el comercio de la sal.

Los hermanos Horacios, de Roma, se enfrentaron a los hermanos Curiacios, de Alba Longa, con el propósito de confirmar cuál de las dos ciudades debía hacerse con la hegemonía. En el duelo vencieron los primeros, si bien dos de los Horacios fallecieron en la disputa. Jacques-Louis David, El juramento de los Horacios, 1784. Museo del Louvre, París.

Con este monarca se ponía término al denominado período de los cuatro reyes legendarios de Roma (753-616 a. C.).

Los últimos tres monarcas, Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio, marcarían un cambio determinante en el devenir histórico de la Roma monárquica: la entronización de monarcas considerados por la tradición como etruscos y la definitiva urbanización de Roma.

El Pons Sublicius, construido en madera y atribuido a Anco Marcio, fue el primer puente estable que unía ambas orillas del Tíber. En la imagen, reconstrucción del mismo según el arqueólogo italiano Luigi Canina (1795-1856).

EL PRIMER ORDENAMIENTO

La organización social de la Roma arcaica estaba cimentada sobre la desigualdad y era de naturaleza gentilicia. Es decir, la gens, formada por un complejo de grupos menores ligados por un vínculo mítico a un progenitor común, y la familia conformaban el núcleo de la sociedad y se correspondían con los dos elementos esenciales de distribución de la población, la aldea y la casa-choza, o lo que es lo mismo, el pagus y la domus. El núcleo familiar era de carácter patriarcal y estaba dominado por la figura del pater familias, de quien dependían no sólo los individuos, sino también todo aquello que se encontrase bajo su control económico. Pero no todos los habitantes de la nueva urbe formaban parte de la organización gentilicia. Dentro de la gens se incluía a los clientes, grupo de individuos sometidos por el ius patronatus a un patrono y que, en correspondencia, eran protegidos y asistidos mediante un vínculo recíproco de fidelidad. En este sentido, emigrantes, artesanos, comerciantes y los económicamente más débiles encontraban en la clientela unas garantías de vida que el Estado no podía proporcionar. Por otro lado, se encontraban los inmigrantes, un grupo cada vez mayor y no asimilable socialmente a la estructura gentilicia de la clientela. Este sector social, comúnmente conocido como la «plebe», se dedicaba fundamentalmente a las actividades comerciales, agrícolas y artesanales permaneciendo aislados sin ninguna integración válida en la sociedad. Pero el sector social más ínfimo era el representado por los esclavos, conjunto de individuos que bien por nacimiento o por ser prisioneros de guerra se encontraban totalmente desamparados y al servicio de un patrono. No obstante, mediante la manumisión el esclavo podía ser liberado por su patrono adoptando entonces la condición de liberto. Como tal, seguía ligado a su patrono, y en cuanto a sus derechos la ley no reconocía el del matrimonio pero sí a trabajar por su propia cuenta. En cambio, los hijos de un esclavo liberado adquirían la plena condición de hombres libres.

En las necrópolis del Foro, del Quirinal y del Esquilino se documentan varios conjuntos sepulcrales más sofisticados que evidencian la existencia de sectores sociales más poderosos desde la segunda mitad del siglo VII a. C. Estos sectores sociales han sido identificados con los patres o jefes de los grandes clanes familiares.

El rey se encontraba a la cabeza del sistema y asumía competencias tanto políticas como religiosas. El reconocimiento de las relaciones entre el rey y la divinidad contribuyó a consolidar su posición, aunque siguieron manteniendo una influencia notable los jefes de los grupos gentilicios y familiares, que reunidos conformaban el Consejo Real. El rey era el intermediario entre la divinidad y la comunidad de hombres y disponía de autoridad para convocar al Senado o a los Comicios Curiados, es decir, la asamblea que trataba asuntos concernientes a la aplicación de las cláusulas testamentarias, la aprobación o no de penas capitales, o la concesión del imperium a un nuevo rey. El cargo no era de carácter hereditario, sino propuesto por los senadores tras consultar a los dioses. La autoridad del rey no era absoluta pero sí vitalicia y debía asegurarse de nombrar en vida a un sucesor. Si el rey no había designado a su sucesor, se instauraba un interregno con la figura del interrex, es decir, un gobierno provisional con una duración de cinco días que permitiese el nombramiento de un nuevo rey.

Durante la Monarquía, el Senado, el organismo encargado de asesorar al rey, salvaguardar las antiguas costumbres, ratificar los actos de las asambleas, asegurar el interregno a la muerte del rey y discutir problemas de culto y de seguridad común, quedó limitado a los patres familiae de mayor edad, es decir, los patres seniores, hombres que superaban los cuarenta años de edad y que, elegidos por el rey, asumían el cargo con carácter vitalicio. Según la tradición, el Senado habría contado en un primer momento con cien miembros y posteriormente con trescientos.

Con la aparición de la propiedad privada se generó una diferenciación social que provocó el distanciamiento progresivo de los más adinerados. Con esto, los patres seniores de las clases más altas exigieron el privilegio exclusivo de ser senadores. Por consiguiente, el ingreso quedó reservado a un grupo reducido de gentes y familiae, unidas mutuamente por vínculos matrimoniales. Los descendientes de los patres más eminentes fueron los patricios, que originaron en consecuencia el patriciado romano.

La comunidad romana también se organizó sobre la base de las curias, el más antiguo ordenamiento político de la comunidad romana. En principio, debía haber una curia por cada aldea y con el tiempo se limitaría su número a treinta. Cada presidente de la curia, el curio, junto con sus competencias sacras y legales, detentaba el mando militar del ejército constituido por su curia a las órdenes del rey. Reunidos en asambleas los Comicios Curiados, integrados por los patricios de las familias más importantes de Roma, cumplían la función de proclamar la entronización del rey con la aprobación de la lex curiata de imperio. También aceptaban las leyes y decidían sobre la paz o la guerra. Participaban en el poder judicial, nombrando a quienes habían de juzgar los crímenes de Estado y tenían, igualmente, competencias en materia religiosa. Los comicios celebraban sus reuniones a primera hora de la mañana y finalizaban a última hora de la tarde. Previamente, los augures realizaban los ritos tradicionales para determinar si el día era fasto o nefasto para reunirse.

De hecho, tal era la importancia de los rituales religiosos que nadie emprendía ninguna empresa sin encomendarse previamente a sus dioses.

El cuerpo político romano o populus, es decir, el conjunto de ciudadanos romanos, quedó dividido en tres tribus (Ramnes, Tities y Luceres) con el fin de poner en práctica un rudimentario sistema de leva. A cada una de ellas le fueron adscritas diez curias. Así las cosas, cada tribu estaba constituida del siguiente modo: diez casas formaban una gens; diez gentes constituían una curia; diez curias formaban una tribu. En caso de necesidad militar, cada una de las curias debía proporcionar cien infantes y diez jinetes. Se conformaba así un ejército de tres mil infantes y trescientos jinetes dirigido por el propio rey o por dos lugartenientes, el magister populi para la infantería y el magister equitum para la caballería.

En lo que respecta a la economía, esta era bastante simple y rudimentaria, con la ganadería como base de la misma. La escasa fertilidad de los suelos y la limitación de los cultivos impedían el desarrollo pleno de una agricultura, en la que la propiedad era colectiva. Además, la venta de sal estaba en manos privadas así como el resto de operaciones comerciales y artesanales. Las industrias predominantes eran la cerámica y la metalurgia del hierro destinada a la fabricación de armas.

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