Breve historia de Roma

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Capítulo 4. Los orígenes de la República romana y las claves del conflicto patricio-plebeyo

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4 Los orígenes de la República romana y las claves del conflicto patricio-plebeyo

Los testimonios literarios que manejamos para conocer la historia de los comienzos de la República romana, además de incompletos, fueron sometidos a continuas manipulaciones en la Antigüedad. La política de afirmación del poder real y el apoyo a los estratos sociales excluidos de la organización gentilicia desencadenaron la revuelta del patriciado que en el año 509 a. C., como hemos tenido ocasión de comprobar, consiguió expulsar al último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, y sustituir a continuación el régimen monárquico por uno nuevo de carácter colegiado, la res publica, o lo que es lo mismo, la República romana. Por consiguiente, el año 509 puso fin a los mandatos unipersonales del monarca dando lugar al gobierno de dos cónsules, jefes anuales del Estado y del Ejército, como representantes del conjunto de los ciudadanos. A partir de entonces, la aristocracia patricia pasó a dominar la política, la religión y el derecho, debido a que sólo sus miembros podían acceder a las más altas magistraturas, al Senado y a los cargos sacerdotales.

La República parecía ser el sistema de gobierno más perfecto, ya que el Senado funcionaba contando con la opinión del pueblo. De ahí surgió la costumbre de promulgar las leyes y los decretos de Roma bajo las iniciales SPQR, es decir, Senatus Populus Que Romanus («El Senado y el Pueblo de Roma»).

LOS ORÍGENES DE LA REPÚBLICA ROMANA

La tradición literaria ha situado el nacimiento de la República romana, como señalábamos, entre el 509 y el 508 a. C. Si bien la mayoría de los historiadores y arqueólogos modernos se inclinan por aceptar el valor de la tradición literaria situando dicho origen en los últimos años del siglo VI a. C., por otro lado existe un sector de historiadores y arqueólogos que aceptan como fechas más factibles para ello el año 475 o los años centrales del siglo V antes de Cristo.

La historiografía antigua, esto es, la analística, ofreció un conjunto de relatos heroicos con el propósito de aportar una imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y que concentró en el año 509 el lento proceso de creación de un nuevo orden constitucional. En este sentido, la ausencia de fuentes contemporáneas, tanto romanas como griegas, hace que los dos primeros siglos de la República romana sean un período dominado por las lagunas y las controversias, si bien contamos con los datos de la arqueología y documentos dispersos, como los Fastos consulares, esto es, el listado de los magistrados supremos que daban nombre al año, para tratar de resolverlas.

Con el nuevo régimen los poderes religiosos que detentaba el rey se transmitieron a un sacerdote que llevaba por título el de rex sacrorum. El resto de los poderes regios fueron traspasados a dos magistrados civiles anuales, los cónsules, magistratura totalmente consolidada desde el 490, y los magistrados epónimos o nominales.

LOS INICIOS DE LA REPÚBLICA ROMANA

Recién instaurado el régimen republicano, el expansionismo que practicó Roma a lo largo del siglo V a. C. transformó radicalmente las bases políticosociales del Estado romano.

Según la Crónica cumana, una tradición literaria de origen griego, en torno al año 505 o al 504, la dinastía presente en Roma fue expulsada por Porsenna, rey de la ciudad etrusca de Clusium que, desde dicha ciudad, procuró extender su poder sobre el Lacio, frente a la liga latina, constituida por veintinueve ciudades, y sobre la Campania, frente a las ciudades griegas entre las que sobresalía Cumas. La alianza de la liga latina y el tirano de Cumas, Aristodemo, rompieron con los planes de conquista tras la derrota del hijo de Porsenna, Arruns, en la ciudad latina de Aricia (hoy día el barrio de Ariccia, en Roma). Porsenna se refugió entonces en Roma, donde, bajo su protectorado, la aristocracia patricia romana puso en funcionamiento el nuevo régimen republicano. La posterior muerte de Porsenna iba a dejar a Roma enfrentada a la liga latina.

En el 499 a. C. la liga latina llegó al enfrentamiento armado contra el ejército romano en la batalla del lago Regilo, combate en el que Roma obtuvo una decisiva victoria, si bien en el 493 a. C., a instancias de Spurio Cassio, hubo de suscribir un pacto, el foedus Cassianum, mediante el cual pasó a formar parte de la liga.

Poco después, y a lo largo de casi todo el siglo V, Roma mantendría una guerra federal contra los ecuos, los volscos y los sabinos, poblaciones apenínicas que subsistían con la caza y el pastoreo, y que pusieron en práctica varias incursiones sobre las ricas y fértiles tierras del Lacio. Con respecto a los ecuos y los volscos, a comienzos del siglo IV a. C. dejaron de representar un problema para Roma, y en lo que se refiere a las relaciones con los sabinos, a mediados del siglo V a. C. el expansionismo romano por territorio sabino y la firma de acuerdos comerciales pusieron fin al problema.

De forma paralela, la beligerancia de la liga se complementó con la fructífera empresa de las fundaciones coloniales con fines estratégicos. Así, se produjeron las fundaciones de importantes núcleos en los alrededores de Roma como Fidenae, Norba, Ardea o Satricum.

Roma era en sus orígenes una ciudad de campesinos pudientes cuyo ideal sería Cincinato. Según la tradición, el patricio romano Cincinato dejó su arado a petición del Senado para liderar a las tropas en su lucha contra los ecuos, a los que derrotó, tras lo cual volvió a ocuparse de sus campos sin dejarse tentar por el poder. Félix Barrias, Cincinato recibiendo a los senadores, 1844.

Fuera de los compromisos comunes con la liga latina, Roma puso en práctica una política expansionista de forma independiente. La poderosa y cercana ciudad etrusca de Veyes extendía sus dominios hasta el Tíber. Esa proximidad entre las dos localidades acrecentó la enemistad entre ambas por el control en la explotación de las salinas del Tíber y el dominio de las rutas comerciales. Según la tradición literaria, el conflicto armado entre Roma y Veyes comenzó en el 483 a. C. por la posesión de Fidenae, plaza vecina de Roma en manos de Veyes, y el control del valle de Crémera. Tras varios años de contiendas, Roma logró sus primeros éxitos con el dominio de la orilla derecha del Tíber, el control de las salinas y la anexión de Fidenae en el 426. Estos éxitos empujaron al entonces dictador romano Marco Furio Camilo a emprender la ofensiva definitiva con el asedio de Veyes, lo que ocurrió en el 396 tras una legendaria resistencia de diez años por parte de la ciudad etrusca. A partir de este momento, Roma duplicaba su territorio hasta alcanzar una extensión de dos mil quinientos kilómetros cuadrados, convirtiéndose así en la ciudad más importante del Lacio.

ROMA: DUEÑA DE LA PENÍNSULA ITÁLICA

Los celtas, conocidos con el nombre de galos por los romanos, se venían extendiendo desde finales del siglo VI a. C. por el valle del Po hasta convertir la llanura de este río en la Galia Cisalpina. Presionados por nuevos contingentes, los galos iniciaron una serie de cruentas incursiones en el interior de la península itálica. De este modo, hacia el 390 a. C. una banda de galos senones comandados por Brenno, tras el fallido intento de conquistar Clusium, se aproximó a Roma. Junto al río Alia, en realidad un pequeño arroyo que desemboca en las aguas del Tíber, los ejércitos romanos que les salieron al paso fueron derrotados en el 387. Roma, salvo la fortaleza del Capitolio, quedó arrasada en buena medida a instancias de los invasores. Finalmente, los galos se retiraron a cambio del pago de un fuerte rescate. Según la tradición, cuando abandonaron Roma fueron sorprendidos y derrotados por el dictador Marco Furio Camilo, quien logró reunir las fuerzas suficientes como para poder imponer el poderío de Roma sobre cualquier tipo de amenaza.

Tras estos episodios, varias ciudades de la liga latina mostraron cierta hostilidad frente a Roma, no dudando en ningún momento en acercar sus posiciones a ecuos, volscos o hérnicos, los cuales poco antes habían sido enemigos. Paralelamente, Roma firmó un tratado de amistad y colaboración con la ciudad etrusca de Caere, entonces enfrentada a Siracusa, lo que suponía la automática enemistad de la primera potencia marítima del occidente griego. Este juego de fuerzas dejaría a Roma frente a la principal rival de Siracusa, Cartago, con la firma de un segundo tratado en el 348 a. C., refrendado con un tercero en el 343 que reafirmaba los intereses romanos en el Lacio.

Por otro lado, campanos y samnitas, pueblos de los Apeninos meridionales, ocuparon todas las ciudades etruscas y las colonias griegas que constituían la llamada Magna Grecia, asimilando su cultura y fundando una serie de nuevas ciudades. No es extraño por ello que Roma, con objeto de dominar a la liga latina, buscase un nuevo aliado a espaldas de sus adversarios, concluyendo un tratado con los samnitas en el 354 antes de Cristo.

Los tratados firmados por Roma con cartagineses y samnitas y la decidida voluntad de extender sus intereses en la región de la Campania hicieron comprender a los latinos que la equívoca política seguida por los romanos sólo perseguía suprimir la independencia del Lacio. La práctica totalidad de la confederación se unió entonces contra Roma, apoyada por los volscos de Antium y por ciudades campanas. En Trifanum los efectivos romanos derrotaron en el 340 a la coalición y, tras tres años de guerra, en el 338 acabaron con la resistencia latina. Acto seguido, mediante pactos bilaterales con las distintas ciudades, Roma consolidó su hegemonía logrando la anexión del Lacio. Con la victoria romana, la liga fue disuelta y sus ciudades obligadas a suscribir pactos.

Los intereses de Roma por la Campania provocaron una segunda guerra contra los samnitas entre el 326 y el 304. La guerra comenzó con la derrota romana en las Horcas Caudinas, en la Apulia, en el 321. Esta derrota demostró a los romanos que la reforma militar era más que necesaria, algo que acometieron durante la tregua de seis años que siguió al citado enfrentamiento. Reformado el Ejército romano, la guerra se reanudó en la región de Apulia, y tras varias vicisitudes los samnitas no tuvieron más remedio que solicitar la paz en el 304 antes de Cristo.

La posición hegemónica de Roma en la Italia centromeridional condujo a la creación de una confederación por parte de galos, etruscos, umbros y samnitas con el objetivo de acabar con la ciudad del Tíber en la conocida como Tercera Guerra Samnita, que tuvo lugar desde el 298 hasta el 290 a. C., conflicto que concluyó con una espectacular victoria romana en Sentino (cerca de Sassoferrato, al noreste de Roma). Con esta nueva victoria, Roma reorganizó los nuevos dominios en una flexible confederación de socios y aliados que hizo posible fortalecer aún más su preeminencia en la península itálica.

La derrota de los samnitas colocaría a Roma frente a un nuevo enemigo, Tarento, la colonia griega fundada por Esparta en el sur de la península itálica. Con un potente ejército y con una inquebrantable flota, Tarento dominaba todo el golfo homónimo, los alrededores de Otranto y todo el territorio de la Apulia. El conflicto comenzó en el año 282 a. C., cuando Tarento hundió varios navíos romanos en Turio, en la bahía de Tarento. Los romanos pidieron una indemnización que los tarentinos se negaron a otorgar. Probablemente consideraban que Roma no era rival para ellos, no sólo por las fuerzas con las que contaban, sino, igualmente, por la alianza que los tarentinos mantenían con el rey Pirro del Épiro (región situada en el noroeste de Grecia). Este soberano, al pedir su ayuda a los tarentinos para enfrentarse a Roma, desembarcó en tierras italianas con un formidable ejército en el 280, derrotó a los romanos en Heraclea, lo que provocó el levantamiento de varias ciudades contra Roma y, un año después, y a pesar de muy graves pérdidas, volvió a vencerlos en Ausculum (Ascoli). La guerra de desgaste no interesaba lo más mínimo a Pirro y por ello ofreció una paz a Roma que el Senado romano rechazó. El rey del Épiro marchó entonces a Sicilia, donde permaneció durante tres años combatiendo a los cartagineses. Mientras tanto, Roma aprovechó la ausencia de Pirro para reorganizar su ejército con objeto de enfrentarse por última vez contra el rey helenístico. El enfrentamiento decisivo tuvo lugar en el 275 en Beneventum (Benevento), batalla en la que los efectivos romanos resultaron victoriosos y que supuso que Pirro no tuviera más remedio que retornar a Grecia. Con tal panorama, en el 272 a. C., Tarento se rindió finalmente al Ejército romano.

EL CONFLICTO PATRICIO-PLEBEYO

La compleja política exterior practicada por Roma durante los dos primeros siglos de la República influyó intensamente en el ordenamiento social de la ciudad, dominada entonces por la minoritaria aristocracia patricia que buscaba mantener en todo momento la dirección política y sus privilegios frente al resto de la población plebeya.

La conquista romana de la península itálica.

Rey del Épiro, Pirro emprendió numerosas campañas en Sicilia y la península itálica, pero, al no conseguir el apoyo de los itálicos, abandonó dicha península en el 275 a. C. tras inciertas victorias (de ahí la expresión de «victorias pírricas») regresando a su país. Busto marmóreo de Pirro. Museo Nazionale, Nápoles.

Los plebeyos, en su condición de ciudadanos romanos, podían aspirar al ejercicio de cargos públicos, pero sus posibilidades reales fueron disminuyendo progresivamente. La plebe, comandada por los plebeyos más acomodados, se pronunció contra esta situación reclamando igualdad de derechos políticos y jurídicos, así como reivindicaciones económicas relacionadas con el problema de las deudas y del acceso a la propiedad de la tierra. Las primeras reivindicaciones se materializaron a partir del 490 a. C., coincidiendo con la consolidación de la magistratura del consulado.

Tras la expulsión de los reyes, la compleja situación exterior en la que estaba inmersa Roma llevó al patriciado a mantener una actitud conciliadora con la plebe con la entrada en el Senado de los conscripti, es decir, elementos no patricios. Empero, en el 486, tras la victoria del lago Regilo y la firma del pacto del foedus Cassianum, los patricios se inclinaron hacia posiciones radicales con el fin de detentar todos los privilegios mediante el control absoluto de los órganos de gobierno, la religión pública, el derecho y la economía. De este modo, el Estado se convirtió en un régimen oligárquico de base gentilicia, conocido por los historiadores como la serrata del patriziato o, lo que es lo mismo, «la encerrona del patriciado».

Así las cosas, en la cúspide del Estado se colocó al Senado como órgano permanente de la oligarquía, cuyos miembros, los patres, detentaban la soberanía por medio de un poder protector de sanción sobre cualquier decisión de carácter público. Las competencias ejecutivas, civiles y militares quedarían bajo la dirección de dos cónsules de condición patricia. Por otro lado, los plebeyos eran víctimas de una creciente desigualdad política, social, jurídica y, sobre todo, económica, razón por la que los propietarios plebeyos, la classis, tomaron la decisión de hacer de nuevo públicas sus reivindicaciones.

Según la tradición literaria, el conflicto patricio-plebeyo, que no ha de ser confundido con una lucha de clases, pues todavía no existían las clases como entes cuyos miembros compartían unos mismos ideales y unos mismos intereses y fines, se inició en el 494 a. C. con la sedición del monte Sacro y finalizó en el 287 a. C. con la promulgación de la lex Hortensia. Fue un enfrentamiento dialéctico o de intereses en el que se mezclaron varias pretensiones y objetivos. Para hacer frente al patriciado, la plebe necesitaba de una organización propia, lo que sucedió en el 494 a. C. cuando esta se retiró en masa al monte Sacro o al Aventino, abandonando Roma a los patricios y supeditando su regreso al reconocimiento de una serie de reivindicaciones como la apertura para ella del ejercicio de las altas magistraturas.

En el Aventino se levantaba el templo donde se veneraba a la tríada plebeya, Ceres, Liber y Libera, y se custodiaban los archivos plebeyos. En la imagen, el Aventino en la actualidad.

Los plebeyos más adinerados aprovecharon la desfavorable coyuntura de la política exterior por la que atravesaba Roma para llevar a la práctica su golpe de Estado, amenazando con constituir una nueva ciudad si el orden vigente no los reconocía al menos como comunidad y aceptaba como interlocutores a sus representantes. Estos representantes, primero dos y posteriormente diez, fueron los tribunos de la plebe, de los que se hablará posteriormente. Paralelamente, y según la tradición, se constituyeron los dos ediles de la plebe, cuyas funciones eran las de tesoreros del templo de la tríada plebeya (Ceres, Liber y Libera), administradores de sus bienes y conservadores del archivo plebeyo que allí se guardaba.

A partir de las tumultuosas reuniones de la plebe, en el 471 se organizó una asamblea íntegramente plebeya, el consilium plebis, presidida por un magistrado plebeyo que deliberaba y decidía acciones y determinaciones a modo de leyes, que, en principio, sólo podían obligar a la plebe y eximían a los patricios de su cumplimiento, los llamados plebiscitos.

El reparto de lotes de tierra del ager publicus a los plebeyos, concretamente las tierras correspondientes al Aventino, se concedió a partir de la lex Icilia del 456.

Con esta organización, la plebe, por medio de sus representantes, continuó presionando con el propósito de poner fin al ilimitado y abusivo poder del gobierno aristocrático. La resistencia patricia fue finalmente superada y, como novedad, en el 451 se puso al frente del Gobierno el colegio de los decenviros, diez hombres de condición patricia con la empresa de recopilar por escrito el Derecho en el plazo de un año. Su trabajo quedó plasmado en una serie de tablas de bronce, conocidas como la ley de las Doce Tablas, el primer código civil, penal, procesal y religioso escrito por Roma, donde se estipulaba, por ejemplo, la prohibición de los matrimonios mixtos patricio-plebeyos y se regulaba el problema de los deudores insolventes mediante la plena disposición del acreedor, que podía recurrir incluso al asesinato si la deuda no se satisfacía. Mientras los decenviros permanecieron en su mandato, no fue necesario nombrar a cónsules. Pronto, los decenviros fueron acusados de tiranos y se restituyó la magistratura consular con el nombramiento de Lucio Valerio y Marco Horacio en el 449. La lex Valeria Horacia contemplaba ciertos derechos políticos de los plebeyos, pero reafirmaba la primacía de la sanción senatorial en materia legislativa.

Hasta la codificación de la ley de las Doce Tablas entre el 452 y el 450 a. C., sólo existía la costumbre como ley conocida e interpretada únicamente por los patricios. Según Tito Livio, la ley, que incluía normas de derecho procesal, familiar, de sucesiones, de propiedad, penal y público, constituía la fuente de todo derecho. El valor de la ley de las Doce Tablas estriba en haber iniciado por escrito el reconocimiento de igualdad ante la ley.

En el 445 a. C., el tribuno de la plebe Canuleyo propuso con la lex Canuleya que se aboliera la prohibición de matrimonios patricio-plebeyos y que uno de los dos cónsules fuera plebeyo. Los patricios aceptarían el primer punto pero no el segundo, transfiriendo el poder a los oficiales del Ejército, los tribuna militares, investidos de poder consular, que podrían ser elegidos indistintamente entre patricios y plebeyos.

Dos años más tarde, en el 443, se creó la censura como institución para permitir al patriciado el control del censo, esto es, el registro de los ciudadanos y de su patrimonio y su asignación a la tribu y a la centuria correspondiente.

Si bien los problemas tradicionales de la plebe agraria seguían presentes, algunas familias plebeyas se enriquecieron con esta nueva situación y comenzaron a crear estrechos vínculos con el patriciado.

Las reivindicaciones plebeyas alcanzaron su máximo apogeo en el 376 a. C. En ese año, fueron nombrados tribunos de la plebe Cayo Licinio Estolón y Lucio Sexto, que compilaron las reivindicaciones plebeyas en tres proyectos de ley que afectaban a la cuestión de las deudas, al problema agrario y a la aspiración plebeya al consulado. Elegidos año tras año como tribunos, en el 367 lograron que sus propuestas, las leyes licinio-sextias, fueran finalmente aprobadas en el Senado.

La primera de sus leyes impediría la ocupación de más de quinientas yugadas de tierras propiedad del Estado, abriendo o extendiendo la ocupación de las mismas a la plebe y limitando el pastoreo de ganado. En lo que respecta a la cuestión de las deudas, se logró detraer de ellas los intereses ya pagados aceptando el reembolso del capital restante a plazos en un período de tres años. La tercera de las leyes reservaba a los plebeyos uno de los dos puestos como cónsul.

Por otro lado, el desarrollo económico relacionado con el expansionismo romano permitió la configuración de una nueva élite social, la nobilitas romana. En esta quedaban comprendidas las antiguas gentes patricias y la plebe adinerada, que creaban estrechos vínculos familiares por medio de matrimonios mixtos.

Se reorganizó, además, el Ejército y, en los años sucesivos, una serie de disposiciones menores iban a permitir a los plebeyos ocupar el resto de las magistraturas romanas, la erradicación de la esclavitud por deudas y la adscripción a los ciudadanos de un conjunto de derechos que superaban la discriminación patricio-plebeya.

Otro logro por parte de la plebe se produjo en el 337 a. C., cuando se admitió al primer plebeyo en la alta magistratura judicial de la pretura urbana y con el tiempo en la magistratura de edil curul, un magistrado encargado de la vigilancia, la limpieza y el orden urbano, con funciones de policía y de organización de los juegos públicos.

En el 312 a. C., durante la censura de Apio Claudio el Ciego, otras disposiciones favorecieron a los plebeyos, pues se permitió a todo ciudadano inscribirse en cualquiera de las tribus ya existentes.

Poco después, hacia el 300, la lex Ogulnia permitió a los plebeyos el acceso a los sacerdocios, cargos que sin ser estrictamente políticos tenían una gran repercusión social y que se consideraban tradicionalmente privativos de las familias patricias.

Finalmente, en el año 287, la citada lex Hortensia de Plebiscitis daba valor legal a las decisiones de la asamblea y de los tribunos de la plebe. Así pues, la lucha por la igualdad había terminado con el hecho de que los plebeyos pudieran acceder a la nobleza mediante el ejercicio de cargos públicos. Asimismo, con la conclusión del conflicto aparecería ese mismo año una constitución unitaria patricio-plebeya.

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