Breve historia de Roma

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Capítulo 7. Res publica opressa

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7 Res publica opressa

INTRODUCCIÓN

El período comúnmente conocido como la «crisis de la República romana» o la «República tardía» se prolongó entre los años 133 y 30 a. C., si bien la conclusión del mismo podría situarse en el año 44 a. C. con la muerte de Cayo Julio César, cuya obra sentó las bases de un nuevo régimen: el imperial.

El imperialismo practicado hasta entonces había generado la necesidad de arbitrar un sistema que permitiese controlar la explotación de los recursos de las nuevas provincias y ampliar la base ciudadana del Ejército para garantizar la defensa del nuevo territorio conquistado. Fueron años de tensiones políticas, económicas, sociales y militares en los que el proceso político giró en torno a la lucha por el control personalista del poder y la ruptura del consenso social. Además, iría germinando un importante malestar entre los esclavos, los campesinos y los aliados itálicos. Precisamente fue en la milicia donde los problemas se hicieron más evidentes. El Ejército romano estaba integrado por ciudadanos romanos propietarios de tierras. El progresivo alejamiento de los frentes y la necesidad de mantener tropas ininterrumpidamente provocaron serias dificultades para el reclutamiento de legionarios. En vez de solucionar el problema abriendo las filas del ejército a los proletarii, esto es, a los no propietarios, el Gobierno optó por medidas indirectas como la reducción de la capacidad financiera para ser reclutado.

En poco más de dos siglos, Roma había logrado unas ganancias territoriales para las que sus estructuras políticas, económicas y sociales no estaban adaptadas. La continua actividad imperialista llevada a cabo por la República provocó una acentuada desigualdad social a mediados del siglo II a. C. En este sentido, la explotación de las nuevas provincias propició la rápida acumulación de riquezas, cuyos beneficiarios terminaron constituyendo una nueva clase privilegiada: el orden ecuestre. Al mismo tiempo, el orden senatorial acabó dividiéndose en una serie de grupos o factiones enfrentados por intereses políticos distintos.

No se respetaría el carácter anual o colegiado de las magistraturas al ser promulgadas leyes que legalizaban a posteriori dichas prácticas. Ejemplos de tales medidas se manifestaron con los hermanos Gracos: mientras que Tiberio Sempronio Graco, tribuno de la plebe en el 133 a. C., fue acusado de ilegalidad al presentar su candidatura para el año siguiente incumpliendo la lex Villia Annalis del 180, que fijaba obligatoriamente intermedios para el ejercicio de la misma magistratura, Cayo Graco, tribuno de la plebe en el 123, fue reelegido al año siguiente. Asimismo, el consulado fue ocupado cinco años consecutivos por Cayo Mario (104-100), lo que le proporcionó un poder jamás visto sobre la asamblea y el Senado. Poco más tarde, en el 88, Lucio Cornelio Sila emprendió el primer golpe militar en Roma contra las intenciones de Mario de dirigir las campañas de Oriente contra Mitrídates del Ponto y, a su regreso, se autoproclamó dictador hasta el 79. Tres décadas más tarde sus actuaciones fueron secundadas por Julio César, si bien este último se proclamó dictador perpetuo, lo que significaba una alternativa personalista al régimen republicano. No obstante, y en este mismo sentido, ya en el año 52 Cneo Pompeyo, conocido por sus actuaciones como «el Magno», había logrado convertirse en el primer consul sine colega con el propósito de restablecer el orden público.

Los nuevos propietarios se desinteresaban muy frecuentemente de sus cultivos y procedían a su reventa obteniendo abundantes beneficios. Esta realidad agravó sobremanera la situación económica de los pequeños campesinos y comerciantes que, faltos de propiedades, pasaron a integrarse en el grupo de los proletarii. Escuela de Pérgamo, Campesino afilando sus aperos, ss. III-II a. C.

LA OBRA DE LOS HERMANOS GRACOS

Durante los siglos III y II a. C., se produjo un aumento muy acusado de la plebe al ser cada vez más común la existencia de pequeños propietarios arruinados por las continuas y prolongadas guerras que obligaban a movilizaciones masivas del campesinado itálico. El conjunto de problemas económicos, políticos y sociales despertó la primera crisis revolucionaria de la República romana en el 133. La principal reivindicación de la plebe consistía en el reparto de tierras del ager publicus. Tiberio Sempronio Graco, hijo de Tiberio Sempronio Graco y de Cornelia, la hija de Escipión el Africano, elegido como uno de los diez tribunos de la plebe para ejercer su cargo en el 133, y siguiendo la línea política iniciada ya por Marco Porcio Catón, proyectó con métodos revolucionarios una reforma agraria que buscaba reconstruir el estrato de los pequeños agricultores para contar de nuevo con una abundante reserva de futuros legionarios. Dicho plan se fundamentaba en la revisión de los arrendamientos de las tierras públicas del Estado por la que cada propietario no podría disponer de más de quinientas yugadas y de otras doscientas cincuenta por cada uno de sus dos primeros hijos hasta un máximo de mil yugadas, siendo devuelta al Estado la tierra sobrante a cambio de indemnizaciones. Además, propuso que el tesoro real de Átalo III de Pérgamo fuera entregado a los campesinos como capital de explotación, privando al Senado de su tradicional monopolio. Las tierras recuperadas por el Estado serían divididas en pequeñas parcelas y concedidas a los ciudadanos romanos desposeídos bajo la condición de no poder venderlas, para evitar la creación de grandes propiedades. Sin embargo, la reforma de Tiberio se encontró con la oposición de la oligarquía senatorial, usufructuaria de gran parte de la tierra. Avanzado el año 133, el asesinato del tribuno a manos de un colectivo de senadores dirigido por Escipión Nasica a consecuencia de sus pretensiones de ser reelegido para el año siguiente impidió la aplicación de esta reforma agraria, proyecto que, diez años más tarde, en el 123, fue retomado por su hermano, y también tribuno de la plebe, Cayo Graco, quien curiosamente logró sin grandes dificultades ser reelegido en el 122-121, al haber dejado de ser anticonstitucional la reiteración para una magistratura en años sucesivos.

Además de la ansiada reforma agraria, su ambicioso pero a la vez coherente proyecto comprendía una serie de medidas destinadas a reparar la situación del proletariado urbano, de los caballeros y de los sectores sociales dedicados al comercio y la actividad empresarial. Pronto impuso medidas de control de los precios para evitar que la distribución de alimentos permitiese el enriquecimiento de los grandes terratenientes. Reformó el sistema de votación para dar un mayor peso al proletariado y modificó el sistema de recaudación de impuestos en las provincias. Empero, su intención de ampliar la ciudadanía romana a la población itálica no contó con los deseados apoyos de la plebe a consecuencia de la actuación demagógica de los enemigos del tribuno. Tras violentos episodios en los que se produjeron más de tres mil muertes en Roma, Cayo, al sentirse abandonado por la mayoría de sus partidarios, optó por el suicidio.

Las reformas graquianas no trajeron consigo ninguna mejora positiva en la dirección del Estado, si bien disolvieron la cohesión en la que la oligarquía senatorial había fundamentado tradicionalmente su poder: por una parte, los optimates, defensores a ultranza de la preeminencia senatorial; por otra parte, los populares, políticos individualistas que, deseosos de alcanzar un poder personal, se enfrentaron al colectivo senatorial y captaron la atención de la mayoría del pueblo con promesas de reformas para lograr sus fines.

Los hermanos Gracos hicieron del tribunado de la plebe un autentico instrumento de poder rompiendo el equilibrio constitucional típico del sistema republicano. Jules Cavelier, Cornelia, madre de los Gracos, 1861. Museo d’Orsay, París.

A finales del siglo II a. C., la incapacidad de los mandos militares existentes fuera de la península itálica y el elevado grado de corrupción de los gobernadores provinciales permitieron que el sector más moderado de los optimates se percatase de que era necesario incorporar en el poder a algunos destacados populares. Tal fue el caso de Cayo Mario, hombre de carácter inflexible formado militarmente como cliente de los Cecilios Metelos, que remontándose en algunos aspectos a la obra de los Gracos llevó a la práctica en el 107 una profunda reforma en la composición del Ejército. Si hasta entonces el servicio militar estaba ligado a la calificación del ciudadano por su posición económica y, por tanto, excluía a los proletarii, Mario logró enrolar al proletariado en el Ejército al ver en el servicio militar una posibilidad de mejorar su situación. Desde entonces, desaparecieron de las filas del Ejército los ciudadanos romanos más adinerados al ser reemplazados por soldados procedentes del proletariado urbano, a los que se les dotó de equipo militar, de una soldada y de tierras tras su licenciamiento. Con tales condiciones, los ejércitos pasarían a ser leales a quien les pagase y no al Estado. En este sentido, y como ha apuntado el reputado historiador italiano Emilio Gabba, el ejército tardorrepublicano no sólo consolidaría el dominio romano en el Mediterráneo, sino que también contribuyó decisivamente a convertir a un simple general victorioso en un árbitro del Estado.

La libre disposición del botín permitió a los generales ganar la voluntad de sus soldados con generosas distribuciones. Como consecuencia, fueron creándose fuertes vínculos clientelares entre general y soldados que trascendían el ámbito de la disciplina militar incluso después del licenciamiento.

A las órdenes de un ejército proletario y profesional que esperaba recompensas por los servicios prestados al Estado, Mario, aliado misteriosamente con Bochus de Mauritania, concluyó una fatídica guerra colonial en áfrica contra el príncipe númida Yugurta (entre el 112 y el 106), quien enfrentado a su hermano Adherbal buscaba imponer su hegemonía en territorio numidio corrompiendo para ello a varios senadores romanos. Tras este episodio, entre el 102 y el 101, Mario y Quinto Lutacio Catulo, entonces cónsules, liquidaron respectivamente en las batallas de Aqua Sextiae (hoy, Aix-en-Provence) y Vercellae (en la Galia Cisalpina) a las hordas celto-germanas de cimbrios y teutones que, tras cruzar el Rin, actuaban violentamente y de forma continuada en el norte de la península itálica. No obstante, el honor de la victoria fue sólo otorgado a Mario, lo que provocó que Catulo se convirtiese desde entonces en su enemigo.

La popularidad y la fuerza política y militar lograda durante los últimos años, así como el apoyo popular, el de su clientela y probablemente el de los caballeros, hicieron posible que Mario, quien ya había ejercido el consulado en el 107, alcanzase el consulado para el año 104 e ininterrumpidamente los de los años siguientes hasta el año 100.

La necesidad de atender a sus soldados con repartos de tierras le llevó a colaborar con Lucio Apuleyo Saturnino, un político popular muy astuto que aprovechó el poder de Mario para llevar a cabo un amplio programa de reformas. Los cometidos populares alcanzaron su punto culminante en las elecciones consulares del año 100, elecciones que se desarrollaron en un ambiente de guerra civil. Obligado por el Senado a poner fin a los disturbios, Mario no tuvo más remedio que volverse contra sus propios aliados. Saturnino y muchos de sus seguidores fueron linchados por una facción del Senado, mientras que Mario, odiado por partidarios y oponentes, no tuvo más remedio que abandonar la escena política.

Mario no pasaría a la historia como un extraordinario genio militar a pesar de haberse formado en el ejército desde los dieciséis años. No obstante, y aunque sobresalieron muchos otros generales después de Mario, no existió la necesidad de modificar la organización del Ejército romano por él ideada.

Fue Cayo Mario quien incorporó el águila, primero de plata y luego de oro, como insignia de la legión, suprimiendo las cuatro insignias existentes hasta entonces: el lobo, el jabalí, el minotauro y el caballo. En la imagen, estandarte militar romano.

LUCIO CORNELIO SILA

La victoria senatorial del año 100 no trajo consigo la definitiva paz interna en Roma. Los optimates volvieron a protagonizar sus tradicionales luchas de facciones al mismo tiempo que la exigencia de los itálicos a ser reconocidos como ciudadanos romanos ponía en entredicho la estabilidad del Estado. La negativa del Senado a conceder el ius civium romanorum, es decir, la ciudadanía romana, a la población itálica desencadenó la Guerra de los Aliados, también conocida en la historiografía como la Guerra Social, entre el 91 y el 89. Durante los tres años que duró este conflicto, se constituyó una segunda República con un nuevo Senado y con sus correspondientes magistraturas, a la que los coaligados llamaron «Italia» estableciendo su capital en Corfinium (Corfinio). El conflicto no concluyó hasta que el Gobierno romano cedió en el terreno político concediendo el estatuto de la ciudadanía romana al colectivo itálico de acuerdo con la lex Plautia Papiria. Este conflicto permitió la unificación jurídica de toda la población libre de la península itálica situada al sur del Po.

La Guerra de los Aliados había dejado en un segundo plano la política exterior. No sólo se redujeron las fuentes de ingresos provinciales, sino que además algunos enemigos exteriores de Roma vieron llegado el momento oportuno de atacar a la ciudad del Tíber. Tal fue el caso de Mitrídates del Ponto, en Anatolia, quien buscaba levantar toda Asia Menor contra Roma.

Con esta tesitura, en el año 88 Sulpicio Rufo, en calidad de tribuno de la plebe, presentó una serie de proposiciones de ley que buscaban reformas políticas y sociales. Pero la oposición del sector más conservador del Senado, dirigida por el entonces cónsul Lucio Cornelio Sila, que se había encumbrado políticamente con la Guerra de los Aliados, obligó al tribuno de la plebe a emplear medidas revolucionarias como la movilización de las masas y las alianzas con hombres y colectivos de tendencia popular. Con estos métodos, Sulpicio lograba de la asamblea popular un decreto por el que el mando de la campaña contra Mitrídates del Ponto se transfería de Sila a Mario.

Durante la Guerra de los Aliados (91-89 a. C.), la imagen más expresiva de las monedas acuñadas por los aliados itálicos era la del toro de Italia embistiendo a la loba capitolina romana.

La respuesta de Sila marchando con sus ejércitos sobre Roma y ocupando la ciudad en el 88 fijó las bases de un acontecimiento sin precedentes en la historia política republicana; era el principio de los nuevos métodos de control del poder político que seguirían los dinastas tardorrepublicanos. En los enfrentamientos civiles Rufo acabó muriendo y Mario logró huir a áfrica al amparo de sus veteranos. Paralelamente, Sila determinó el destierro de los marianistas y anuló la legislación de Rufo antes de marchar con sus tropas a Asia para combatir a Mitrídates.

En las elecciones al consulado para el año 87 resultaron elegidos dos rivales políticos: Cornelio Cinna, seguidor de la línea abierta por Rufo, y Cneo Octavio, prosenatorial. No obstante, el Senado acabó por deponer de su cargo a Cinna, quien finalmente optó por entrar a la fuerza en Roma a la par que Mario desembarcaba en Etruria ganando adeptos para su causa. Tras acabar con un grupo de senadores prosilanos, Cinna y Mario se propusieron como cónsules para el año 86, declarando a Sila enemigo público. Sin embargo, sus aspiraciones pronto quedaron en entredicho por la repentina muerte de Mario.

Vencido Mitrídates, tras la paz de Dárdanos y reorganizada Grecia y Asia Menor, Sila regresó a Roma en el 83, lo que dio inicio a una cruenta guerra civil que se prolongó durante dos años y que, finalmente, dio el poder definitivo al general.

La lex Valeria del 82 le declaró dictator legibus scribendis et republicae constituendae, lo que le otorgaba plenos poderes jurisdiccionales para reorganizar el Estado. Asimismo, él mismo se nombró dictador perpetuo, si bien, y tras emprender un intenso programa de reformas, abdicó en el 79 y se retiró a Campania, donde murió al año siguiente.

Sila (138-78 a. C.) fue el máximo exponente de la causa optimate, y se proclamó dictador perpetuo en el año 82 a. C. tras vencer a Cayo Mario y a sus sucesores. Después de tres años de privación de las libertades ciudadanas renunció al cargo retirándose de la vida pública. Busto de Lucio Cornelio Sila realizado en mármol. Gliptoteca, Múnich.

Como dictador, Sila emprendió la remodelación del Estado apoyándose en la concentración del poder y en la restauración del viejo orden tradicional. Por primera vez en la historia de Roma, hizo intervenir al Ejército en los conflictos políticos. Proclamándose «Dictador para la restauración de la República», procedió a la eliminación de sus adversarios por medio de las proscriptiones, es decir, unas listas donde figuraban los enemigos públicos y que afectaron a cuarenta senadores, mil seiscientos caballeros y unos cuatro mil ciudadanos que habían secundado a los populares durante su ausencia (entre ellos el propio Julio César). Asimismo, emprendió una intensa actividad colonizadora que proveyó de tierras de labor a más de cien mil veteranos de su ejército, liberando a la par a diez mil esclavos. Para administrar justicia nombró comisiones especiales con apoyo militar. Castigó a varias ciudades a su voluntad negándoles la ciudadanía e imponiéndoles tributos. La remodelación del Estado pretendía garantizar la supremacía del Senado contra las presiones populares y contra posibles ataques de generales ansiosos de poder mediante la reforma de dicha institución, el debilitamiento del tribunado de la plebe, la desmilitarización de la península itálica, la fijación estricta del orden y la coordinación de las magistraturas, o las restricciones al ámbito de jurisdicción de los gobernadores provinciales. Igualmente, consiguió la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

No obstante, las reformas silanas, fundamentadas en la eliminación de sus adversarios y en la reducción del poder del tribunado de la plebe, no lograron erradicar los personalismos y las ambiciones individuales de poder.

Retirado Sila de la escena política, el débil gobierno senatorial tuvo que hacer frente a numerosos problemas: los continuos ataques protagonizados por los populares, la reanudación de la guerra de Oriente contra Mitrídates del Ponto, la revuelta del marianista Quinto Sertorio en la península ibérica (77-71), o la revuelta servil dirigida desde Capua por el gladiador de origen tracio Espartaco (73-71), quien tomando como base de operaciones las laderas del monte Vesubio logró reunir un ejército de treinta mil hombres formado por esclavos urbanos y agrícolas, asalariados de las ciudades y población servil.

Espartaco, gladiador de origen tracio que primero había servido como auxiliar en el Ejército romano, dirigió desde la escuela de gladiadores de Capua una revuelta servil (73-71 a. C.) tomando como centro de operaciones las laderas del monte Vesubio. Vencido en la batalla de Silaro por las tropas de Craso en el 71 a. C., los últimos reductos de su revuelta fueron crucificados a lo largo de la vía Apia. David Foyatier, Espartaco, 1830. Museo del Louvre, París.

LAS ALTERNATIVAS AL RÉGIMEN REPUBLICANO

Tras la abdicación de Sila en el 79 a. C., se inició lo que la historiografía ha definido como la «última generación de republicanos».

Para sofocar la crítica situación existente, el Senado optó por recurrir a hombres provistos de medios reales de poder. Uno de ellos fue Cneo Pompeyo quien, tras servir a las órdenes de Sila combatiendo contra Cinna y los marianistas en el 83, y disponiendo de una amplia fortuna y sólidas redes clientelares, se encontraba en condiciones de proporcionar gran ayuda al Gobierno. Mientras Pompeyo se encargaba de liquidar con éxito la revuelta de Quinto Sertorio en la península ibérica, Craso, que se había convertido en el hombre más rico que jamás conoció Roma mediante la compra de los bienes expropiados por Sila, acababa con la revuelta servil de Espartaco en la itálica. El fin de estos dos problemas hicieron de Pompeyo y Craso los dos hombres más importantes del momento.

Buscando en todo momento convertirse en el primer hombre de Roma, en el 67, a través de la lex Gabinia, Pompeyo logró que se le concedieran por tres años poderes extraordinarios, un imperium extra ordinem, para poner fin a los ataques de la piratería cilicia en el Mediterráneo —lo que lograría en apenas tres meses— y al año siguiente, y de acuerdo con la lex Manilia, un nuevo imperio extraordinario que significaba la dirección de la guerra contra Mitrídates del Ponto y Tigranes de Armenia. Vencido Mitrídates, Pompeyo reorganizó sobre nuevas bases todos los dominios romanos en Oriente: Ponto-Bitinia, Siria y Cilicia se convirtieron en provincias, y Armenia, Capadocia, Galacia, Cólquide y Judea pasaron a ser estados vasallos en régimen de protectorado romano.

A pesar de sus logros, el Senado, aterrorizado ante la posibilidad de que Pompeyo utilizase sus victorias y sus ejércitos para imponerse como dictador en Roma, le negó la ratificación de sus éxitos y la concesión de tierras cultivables para sus veteranos.

Por otro lado, y coincidiendo con el pontificado máximo de Julio César, Marco Tulio Cicerón y Cayo Antonio Hybrida fueron los dos cónsules del año 63. Como cónsul, e informado por su mujer, Cicerón hizo público la noche del 20 al 21 de octubre un complot encabezado por el patricio revolucionario Lucio Sergio Catilina para el 28 de octubre del 63. Catilina, derrotado en dos ocasiones en las elecciones consulares, pretendía deponer a los magistrados electos y reducir así las competencias del Senado nombrándose cónsul. Para ello, se propuso asesinar a los dos nuevos cónsules, que habían sido elegidos tras ser depuestos los dos anteriores acusados de comprar votos para acceder al cargo. Cuando los conjurados consiguiesen sus propósitos en un primer intento de toma del poder político, en teoría Julio César sería nombrado dictador y Marco Licinio Craso, el futuro triunviro, su lugarteniente. Sin embargo, ambos lograron distanciarse debidamente y mantenerse al margen de los planes y propósitos de los conjurados cuando comprobaron que Catilina estaba dispuesto a asesinar a los cónsules con tal de conseguir sus metas. Cicerón, como una víctima más de la conjura, se alzó contra Catilina y consiguió que los senadores debatieran el 7 de noviembre la condena que se debía imponer a los conspiradores contra el orden establecido.

Mientras tanto, Catilina, con los formidables discursos pronunciados por Cicerón en el Senado, conocidos como Las catilinarias, y declarado enemigo público, instó a sus hombres a luchar y morir por su patria y por su libertad. El director de la conjura logró salir de la ciudad y reunirse con el resto de sus partidarios en la etrusca Fiesole. Sus planes se sustentaban en la idea de que los galos atacasen las fronteras romanas mientras él daba el golpe de Estado definitivo en Roma. Sin embargo, en la noche del 2 al 3 de diciembre los conspiradores fueron detenidos en el puente Milvio por los pretores Cayo Pontino y Lucio Valerio Flaco. Acto seguido, el 5 de diciembre el severo y virtuoso senador Marco Porcio Catón el Joven logró que los conjurados fuesen condenados a pena de muerte. Hechos prisioneros, los conspiradores fueron prontamente ejecutados en el Tullianum, una celda muy lúgubre y cavernosa situada en la cárcel Mamertita de Roma. Por su parte, Catilina optó por el suicidio antes de ver cómo le ejecutaban.

Cicerón acusa a Catilina de conspirar contra el orden legalmente establecido ante el asombro de los miembros del Senado, quienes lo dejan solo para mostrarle su rechazo. Césare Maccari, Descubrimiento de la conjura, 1889. Palacio Madama, Roma.

JULIO CÉSAR Y LA ALIANZA TRIUNVIRAL

Con el único propósito de conseguir el reconocimiento del éxito político y militar en Oriente, y la concesión de tierras cultivables para sus veteranos, Pompeyo se alejó de los miembros de la nobilitas buscando apoyos entre los populares recurriendo para ello a la manipulación del pueblo y de las asambleas. Asimismo, comprendió que para alcanzar sus objetivos debía entenderse más que nunca con el plutócrata Craso. Cayo Julio César, que a pesar de su origen aristocrático siempre tuvo predilección por la causa popular, en su deseo de promocionar políticamente sirvió de intermediario entre ambos líderes para ejercer un arbitraje y lograr así que dejasen atrás las rivalidades políticas y personales para poder llegar a una alianza que permitiese un control efectivo sobre el Estado.

Julio César comprobó entonces que para que las tres partes lograsen sus objetivos resultaba más práctico que él mismo presentara su propia candidatura al consulado antes de que lo hicieran simultáneamente Pompeyo y Craso. Esta medida fue la que finalmente acordaron los tres en una entrevista secreta celebrada fuera del recinto amurallado de Roma en julio del 60 a. C. Sin necesidad de que quedase registrado por escrito y sin la presencia de testigos, se llegó a un acuerdo secreto e informal que desde comienzos del siglo XVIII se conoce entre los historiadores como el «Primer Triunvirato». Las tres partes implicadas en el mismo se comprometían a actuar solidariamente y de mutuo acuerdo con una política popular dirigida a dejar aislados a los senadores más conservadores. Una vez que Julio César lograse el consulado, se debían ratificar las medidas adoptadas por Pompeyo en Oriente, conseguir para Craso mayores facilidades financieras para acabar con el monopolio de los optimates, y lograr para el nuevo cónsul el gobierno proconsular de una provincia.

El Primer Triunvirato fue una junta ilegal al margen del Estado y sin límite de tiempo que, a instancias de Julio César, estaba más próxima a una conspiración de personajes de muy diferente peso financiero y militar contra el orden vigente. Era una alianza fundada en la amistad, esto es, en las relaciones de amicitia, en la que Pompeyo aportaba el potencial de sus ejércitos y de sus clientelas provinciales, Craso su poder económico y su influencia en determinados círculos del Senado y Julio César su carisma y elocuencia política. Mientras permaneciesen unidos no habría ley, ni facción, ni individuo capaces de oponerles resistencia.

Pese al obstruccionismo de los senadores más conservadores, Julio César finalmente pudo presentar su candidatura al consulado bajo el respaldo secreto de Pompeyo y Craso. Para hacerle frente en el proceso electoral, los optimates presentaron como candidato más idóneo al yerno de Catón, Marco Calpurnio Bíbulo.

El día de las elecciones, celebradas en el otoño del 60, Julio César consiguió la primera posición por una considerable ventaja, mientras que Bíbulo obtuvo el segundo puesto.

Aunque bien es cierto que desde el verano del 60 existieron serias sospechas acerca de la colaboración entre Julio César, Pompeyo y Craso para la obtención del consulado, la alianza triunviral no se hizo pública hasta el momento en que el primero de ellos, siendo ya cónsul en el 59, buscó promover una reforma agraria que distribuyera tierras del ager publicus entre los pobres y los soldados veteranos y la fundación de varias colonias, medidas que fueron decididamente respaldadas por Pompeyo y Craso. Por su parte, Pompeyo consiguió por medio de la lex Vatinia que se concediera a Julio César el proconsulado de la Galia Cisalpina por un período de cinco años.

A este período corresponde el proceso contra uno de los hombres más corruptos de la historia de Roma: Cayo Verres. Partidario de Mario en un primer momento, se pasó al bando de Sila cuando fue consciente de que este último iba a convertirse en el hombre más poderoso de Roma. Sila le absolvió de todos sus delitos y lo envió a Asia para servir a las órdenes del gobernador de aquella provincia. Ambos robaron en esta provincia, pero cuando fueron llevados a juicio en Roma, Verres presentó documentos oficiales contra el gobernador quedando libre de cargos. Sin embargo, la suerte de Verres cambió desde el momento en que Cicerón se convirtió en el abogado de los sicilianos a quienes Verres presuntamente había robado cuanto pudo. A pesar de todas las astucias empleadas por Verres para destruir las pruebas que lo delataban, finalmente Cicerón, con sus discursos conocidos como Las Verrinas, logró su condena.

La realización de los proyectos de Julio César topaban con dos obstáculos inmediatos: la resistencia del Senado y el poder acumulado por Pompeyo. Cuando ya eran de sobra conocidas las cualidades de Julio César en lo referente a la astucia, la valentía y la popularidad, se fijó como objetivo la Galia. La Galia Meridional era una provincia romana, pero al norte existía un vastísimo territorio por conquistar. Hasta ese momento, Julio César tenía poca experiencia militar. En el 58 se hizo asignar las provincias de la Galia Cisalpina y de la Galia Transalpina por un período de cinco años. Para reforzar los vínculos con Pompeyo, arregló el matrimonio de su única hija legítima, Julia, con su colega, mientras que el propio César contrajo un nuevo matrimonio con Calpurnia, hija de un amigo de Pompeyo.

El distanciamiento personal entre Pompeyo y Craso se hacía cada vez más evidente. La posible ruptura entre los dos triunviros no favorecía en ningún sentido a Julio César, que todavía no había concluido la conquista del territorio galo. Con el propósito de ganar el tiempo suficiente y de mejorar la relación entre Pompeyo y Craso, en el año 56 Julio César logró un nuevo acuerdo en Luca, en el norte de Italia, por el que Pompeyo y Craso ocuparían el consulado del año 55 y recibirían poderes proconsulares en Hispania y en Siria, respectivamente, mediante la lex Trebonia, mientras que él vería cómo se prorrogaba su mandato en el territorio galo por el mismo período. Tras la victoria sobre los helvecios en Bibracte, la derrota del jefe germano Ariovisto, los éxitos sobre la coalición belga, los logros en las campañas navales contra los vénetos, el genocidio de usípetes y téncteros, la entrega de las numerosas tribus que habitaban lo que hoy es Gran Bretaña, y la rendición de Vercingétorix, último líder de la resistencia gala, Julio César logró conquistar la Galia independiente en apenas siete años (58-51) consiguiendo prestigio, recursos de todo tipo y sobre todo las fuerzas militares necesarias como para imponer su poder personal en Roma.

Temiendo la reacción del Senado, Pompeyo no viajó a Hispania para ejercer su proconsulado sino que fueron sus legados los que marcharon a la península ibérica.

El acuerdo pactado en Luca quedó pronto en entredicho con una serie de acontecimientos que distanciaron definitivamente a Pompeyo y Julio César: la muerte de Julia en el 54, la muerte de Craso en junio del 53 en la batalla de Carres contra los partos y la muerte a manos de Tito Annio Milón de Publio Clodio, verdadero apoyo de Julio César en Roma, en el año 52.

El Imperio parto, gobierno feudal y dinástico que remontaba sus orígenes al siglo III a. C. como tribu de origen escita, extendió sus dominios por los actuales territorios de Irán, Turkmenistán y Armenia gracias a la efectividad de un poder militar asentado en el buen empleo de la caballería pesada y de los arqueros. En la imagen, anverso de una moneda de Orodes II, soberano del Imperio parto entre el 57 y el 38 a. C. y responsable de la derrota romana en la batalla de Carres en junio del 53.

La realidad vivida en Roma, con un Senado sin autoridad, una situación de hambre y miseria y un ambiente de caos provocado por las bandas políticas, empujaron a esta institución a tener que aproximarse de forma progresiva a Pompeyo. Así, lo nombró consul sine collega, o lo que es lo mismo, «único cónsul», con el propósito de restablecer el orden público. Desde entonces, Pompeyo actuaría como árbitro del Estado preparándose para dirigir un nuevo conflicto armado contra Julio César, quien todavía se encontraba fuera de Roma.

Pompeyo aprovecharía su nueva condición para consolidar aún más su poder y neutralizar así a Julio César, empujándolo a tomar la grave decisión de atravesar con su ejército el río Rubicón, río donde Sila había fijado el nuevo límite del pomerium, mientras que él marchaba a Grecia con parte del Senado para preparar el nuevo conflicto civil. Con este acto, Julio César declaraba formalmente la guerra a Pompeyo y al Senado. Comenzaba así en enero del 49 una nueva guerra civil que no concluyó hasta marzo del 45, con la definitiva derrota de los pompeyanos, en territorio hispano, en la batalla de Munda (en los alrededores de Urso, hoy Osuna, en la provincia de Sevilla). Julio César no llegó a Roma hasta el mes de abril, después de haber sumado a su causa todo el norte de la península itálica. Por su parte, Pompeyo, fuera de Roma, creó nuevos frentes: Hispania, Galia, áfrica y Grecia. El enfrentamiento crucial entre ambos líderes tuvo lugar en la ciudad tesalia de Farsalia, en agosto del 48, desde donde, tras ser derrotado por los efectivos cesarianos, Pompeyo huyó a Egipto, reino en el que a su llegada murió asesinado.

Julio César fue nombrado dictador en el 49 y cónsul al año siguiente. Ejerció el consulado por tercera vez en el 46 y le sumó una dictadura por diez años que se transformó en vitalicia a partir del 45, cuando regresó a Roma tras las victorias logradas en la batalla de Thapsos y en la batalla de Munda contra los últimos reductos pompeyanos.

Los poderes extraordinarios concedidos a Cneo Pompeyo Magno (106-48) evidenciaron la inadecuación del ordenamiento republicano a las nuevas necesidades derivadas de su proyección imperialista. Formó con Cayo Julio César y Marco Licinio Craso el primer triunvirato y ejerció una brillante carrera militar a lo largo de dos décadas. Murió asesinado en Alejandría tras ser derrotado por el bando cesariano en la guerra civil. Busto de Cneo Pompeyo Magno realizado en mármol. Gliptoteca, Múnich.

A la nueva concepción del poder tardorrepublicano contribuyó el ejercicio del imperium, un mando supremo anual de carácter militar y jurisdiccional del que gozaban los magistrados y los promagistrados durante su mandato, y la difusión del título de imperator para un general victorioso que le daba derecho a la celebración de su triunfo, triumphus, siempre que hubiera acabado con un enemigo honorable o con más de cinco mil enemigos en la batalla. Antonio Beltrame, El triunfo de Julio César, 1902, grabado.

Como hombre más poderoso de Roma, Julio César emprendió una serie de medidas sociales basadas en una original política colonizadora en beneficio de sus veteranos y de un gran número de proletarios de Roma y en la concesión del derecho de ciudadanía romana a comunidades extraitálicas en recompensa a su fidelidad y servicios. Las colonias cesarianas proporcionaron tierras del ager publicus romano en la península itálica y en las provincias a unos ochenta mil nuevos colonos y las distribuciones gratuitas de trigo beneficiaron a más de ciento cincuenta mil ciudadanos sin recursos residentes en Roma. Asimismo, emprendió un amplio programa de obras públicas en la capital a la par que en la Administración los magistrados, que hasta entonces habían sido depositarios del poder ejecutivo republicano, se convirtieron en sus propios delegados.

Julio César se convirtió en uno de los principales arquetipos del buen hombre, militar, político e intelectual. Su asesinato lo convirtió en un hombre sin igual, en un mito cuyo genio marcó decididamente la historia de la Edad Antigua. Busto marmóreo de Julio César. Encontrado en el complejo arqueológico del Foro de Trajano en Roma y conservado en el Museo Arqueológico de Nápoles.

(En la imagen) La conquista de las Galias fue el primer gran éxito militar de Julio César. Poco después, en la Guerra Civil (49-45 a. C.) tuvo que enfrentarse a Pompeyo. Tras cruzar el Rubicón en enero del 49 y marchar sobre Roma, Pompeyo se dirigió a Grecia para preparar allí la guerra. Ocupada Italia, Julio César logró derrotar a los lugartenientes pompeyanos en la batalla de Ilerda. Tras sufrir una primera derrota en Dirraquio, en el año 48 derrotó al bando pompeyano en la batalla de Farsalia. Vencido, Pompeyo murió finalmente asesinado en Alejandría. A fines del 48, Julio César arribó a esta ciudad y al año siguiente instaló en el trono a Cleopatra VII tras la batalla del Nilo. En el verano del 47, Julio César abandonó Egipto para enfrentarse a Farnaces, rey del Bósforo cimerio, a quien derrotó en la batalla de Zela. En el 46, derrotó de nuevo al bando pompeyano en la batalla de Thapsos. En Útica, ciudad sitiada por Julio César, Marco Porcio Catón, uno de sus directos rivales, se suicidó. Finalmente, en marzo del 45, en la península ibérica logró derrotar en la batalla de Munda a los últimos reductos pompeyanos a las órdenes de los hijos del Magno, Cneo y Sexto, poniendo fin a la Guerra Civil.

La continua concentración de poderes frente a la concepción republicana del poder colegiado generó entre las facciones nobiliarias del Senado la idea cada vez más común de que el dictador aspiraba en realidad a instaurar un régimen monárquico de tipo helenístico. Fue esta idea la que precipitó su asesinato durante los Idus de marzo del año 44 a manos de un grupo de senadores conjurados liderados por Marco Junio Bruto y Cayo Cassio Longino, dos pompeyanos indultados por la clemencia de Julio César al término del conflicto, que simplemente buscaban la restauración de la vieja república oligárquica y la tradicional concepción del poder.

EL SEGUNDO TRIUNVIRATO

El cesaricidio no hizo más que precipitar los acontecimientos y generar una atmósfera de inestabilidad que no acabó hasta el 30 a. C. Los cesaricidas fueron perseguidos por Marco Antonio, el cónsul del año y mano derecha de Julio César, Lépido, experto militar, y el joven Cayo Octavio, sobrino-nieto de Julio César llegado a Roma desde Apolonia de Iliria (actual Pojan) y nombrado por su tío-abuelo hijo adoptivo y principal heredero en el 45 según el testamento del difunto dictador. Tras una serie de tensos y violentos episodios, estos tres hombres comenzaron un nuevo régimen, el Segundo Triunvirato, tras el acuerdo pactado en Bolonia en el 43 y ratificado jurídicamente por un período de diez años por la lex Titia que les confería poderes extraordinarios con el objetivo de reconstruir la República mediante el reparto territorial. Al año siguiente, los triunviros vencieron en la batalla de Filipos, al norte del mar Egeo, al ejército dirigido por los cesaricidas Bruto y Cassio, quienes terminaron suicidándose, acabando de esta manera con cualquier posibilidad de restauración republicana. Además, la puesta en práctica de las medidas de los triunviros supuso la arbitrariedad y la revancha política, pues más de trescientos senadores, entre ellos el mismísimo Cicerón, y al menos doscientos caballeros fueron ejecutados, mientras que otros hombres vieron cómo sus propiedades y tierras fueron confiscadas. Los triunviros ahora dominaban Roma mientras que el partido senatorial estaba acobardado. Los tres decidieron separarse para ejercer de forma individual su poder en distintas áreas territoriales: Antonio en el Oriente, Octavio en la península itálica, Galia e Hispania y Lépido en áfrica.

Poco a poco, los nuevos líderes de Roma bascularon hacia posiciones distintas. Mientras que Lépido iba perdiendo relevancia política, Octavio se convertía en el hombre más importante de Occidente (en parte, gracias al apoyo del propio Lépido) y Antonio comenzó a mostrarse primero filoheleno y posteriormente pro oriental al mantener una relación sentimental, como ya lo había hecho Julio César, con la reina de Egipto, Cleopatra VII Filopátor. A pesar de haber contraído matrimonio con Octavia, hermana de Octavio, con el propósito de confirmar su interés y preocupación por los asuntos que afectaban de forma directa a Roma, bajo el pretexto de preparar una campaña contra los partos en el 36, Antonio acabó trasladando su residencia a Egipto para hacer oficial su relación con Cleopatra, la cual ya le había proporcionado dos hijos varones. La relación sentimental que mantenía con la reina egipcia le proporcionó la condición de príncipe consorte, lo que rompía con los esquemas del poder republicano y fue aprovechada por la propaganda de Octavio para descalificar políticamente a Antonio, de quien se decía que aspiraba a controlar todo el Oriente cediendo algunos de los dominios de Roma a la reina egipcia o a sus herederos.

El pueblo de Roma comprendió que Antonio había descuidado sus obligaciones como gobernante de Oriente y le reprochó su tiempo junto a la reina de Egipto. Enfurecido por la actitud mostrada por Antonio, el pueblo de Roma solicitó al Senado que le declarase la guerra. Dado que Egipto contaba con una gran flota, Cleopatra aconsejó a Antonio que la batalla fuese naval, pues sus naves eran más grandes y numerosas que las romanas.

El juramento de fidelidad a Octavio por parte de la península itálica y de las provincias occidentales en el 32 le permitió poder organizar la expedición contra Antonio y Cleopatra. Finalmente, y tras una serie de momentos críticos con intermedios de precarios acuerdos, en septiembre del año 31 Antonio y Octavio llegaron a la decisiva batalla naval de Actium, en la costa del épiro, que concluyó con la derrota, la huida y el posterior suicidio de Antonio y Cleopatra.

Cleopatra VII Filopátor fue la última faraona de la dinastía Lágida, más conocida como dinastía Ptolemaica. El objetivo primordial de la reina de Egipto, con quien Julio César y Marco Antonio tuvieron relaciones sentimentales, consistió en impedir que su reino cayese en manos de Roma defendiendo la amistad existente como única forma de preservar el control de su reino. Busto en mármol de Cleopatra, h. el 40 a. C. Museos Vaticanos, Roma.

Se ponía así fin a las disensiones internas en la lucha por el poder. Un año después, con la incorporación de Egipto como provincia romana, Octavio regresó a Roma como único jefe del Ejército romano y dueño absoluto del mundo. Desde entonces, lograría monopolizar todo el poder en su persona dando comienzo a un nuevo período en la historia de Roma: el Principado, un régimen temporal de acuerdo a las circunstancias del momento y previo al Imperio.

Marco Antonio pactó con los cesaricidas a cambio de confirmar las medidas cesarianas. En el 43 a. C. selló con Lépido y Octavio el Segundo Triunvirato, y un año después derrotó a los asesinos del dictador en Filipos. Rotos los acuerdos triunvirales, las diferencias entre Marco Antonio y Octavio provocaron un conflicto civil en el 31 a. C. que concluyó con su derrota en Actium. Busto marmóreo de Marco Antonio, s. I. Museos Vaticanos, Roma.

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