Breve historia de Roma

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Capítulo 13. Diocleciano y la Restauración

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13 Diocleciano y la Restauración

INTRODUCCIÓN

Ante la inminente descomposición del Imperio, máxime cuando los bárbaros continuaban presionando en unas fronteras muy distantes entre sí, y ante la necesidad de retener en el poder a un hombre que dotase de estabilidad institucional al sistema, desde el 284 Diocleciano, con quien se inició el régimen político del Bajo Imperio o Antigüedad Tardía, caracterizado por una monarquía absolutista y de derecho divino, puso en práctica una profunda reorganización cuyos pilares fundamentales se materializaron con la Tetrarquía, un sistema ideado para el reparto de las competencias que concernían al emperador. Por ende, en lugar de uno, habría cuatro: dos augustos acompañados de un césar más joven cada uno de ellos, unidos por lazos religiosos y familiares. Este sistema debía garantizar por un lado la recuperación política, económica y social, así como un orden seguro de sucesión cada veinte años, y por otro la eliminación del peligro de las usurpaciones internas y de las amenazas externas. Este procedimiento no era absolutamente novedoso, sino que, como hemos comprobado, presentaba ya algunos precedentes en la historia del Imperio, pues Marco Aurelio y Lucio Vero lo habían ensayado un siglo antes sin alcanzar el éxito deseado.

LA TETRARQUÍA: UN NUEVO MODELO DE REORGANIZACIÓN

A fines del 284, Diocleciano, director de la guardia personal del emperador Caro, quedó como único dueño del Imperio tras ser aclamado por sus tropas en Calcedonia (actual Kadiköy, en Turquía) después de vencer a Carino. No obstante, tendría que hacer frente a varias usurpaciones como la protagonizada por Lucio Domicio Domiciano en Egipto en el 296, o la de Carausio, quien llegó a dominar la costa occidental de las Galias y de Britania, entre los años 286 y 296.

El reinado de Diocleciano destacó por su intensa actividad reformadora. La más importante fue la constitución del sistema tetrárquico, con la que pretendió crear una fórmula de clara sucesión al poder imperial. Para ello, a mediados del 286 hizo proclamar como augusto a un colega de máxima confianza, Maximiano, con el encargo de combatir a los bagaudas de las Galias y al usurpador Carausio. En este sentido, y fundando un régimen de Diarquía entre los años 286 y 293, Diocleciano se sirvió de la jerarquía divina del paganismo romano para hacerse llamar Iovius, en tanto que protegido del padre de los dioses, Júpiter, mientras que Maximiano, como protegido de Hércules, se hizo llamar Herculius. Diocleciano se encargaría del Gobierno de Oriente y Maximiano del de Occidente. Estas titulaciones sintetizaban la nueva dimensión ideológica del régimen, que fundamentaba su legitimación en el vínculo que los dos augustos guardaban con esos dioses. En esa tesitura, y ante la incapacidad de acabar con los ataques persas en Asia, las embestidas de francos y germanos en Occidente y las usurpaciones en Britania, se unió otra reforma del 1 de marzo del 293, por la que cada uno de los augustos adoptaría a un césar, que debía suceder a su respectivo augusto. De esta manera, Diocleciano adoptó a Galerio y Maximiano a Constancio Cloro.

En el régimen tetrárquico cada augusto adoptaba a un césar para que este lo secundase en las tareas de gobierno. Los tetrarcas Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio Cloro, s. III, escultura realizada en pórfido. Catedral de San Marcos, Venecia.

Con Diocleciano, Roma dejó de ser la capital del Imperio, los ciudadanos se convirtieron en súbditos del emperador y el ceremonial de corte, creado para destacar al emperador, se organizó de forma diferente. Busto marmóreo del emperador Diocleciano, s. III. Museo Arqueológico de Estambul, Turquía.

Con objeto de afianzar el nuevo régimen, los césares contrajeron matrimonio con las hijas de los augustos. Su propósito no era otro que fundar una familia divina alejada de los ciudadanos. Mientras que Galerio, tras repudiar a su esposa, contrajo matrimonio con Valeria, la hija de Diocleciano, Constancio Cloro, que ya estaba separado de Elena, madre del futuro emperador Constantino, se desposaba con Teodora, la hijastra de Maximiano.

En cuanto a la distribución territorial del poder, Diocleciano conservaría el mando en Oriente, Egipto y Asia; y su césar, Galerio, gobernaría Grecia y las provincias danubianas. Por su parte, Maximiano administraría Occidente, mientras su césar, Constancio Cloro, haría lo propio con Galia y Britania.

LA REFORMA ADMINISTRATIVA

Con el fin de lograr mayor efectividad en el cobro de los tributos y evitar los movimientos separatistas, Diocleciano incrementó el número de las provincias dividiendo las ya existentes. Así, las cuarenta y dos provincias de la época de mayor expansión bajo Trajano pasaron a ser ciento cuatro. Cada nueva provincia tendría una condición: las consulares eran dirigidas por senadores con el título de clarissimi, mientras que las provinciales quedaban al mando de los miembros del orden ecuestre con el título de prefectissimi.

La división provincial del 297 fue acompañada de otras escalas administrativas superiores: las diócesis y las prefecturas del pretorio. Cada diócesis, gobernada por un funcionario de rango ecuestre, el vicario, incluía varias provincias. Todas ellas quedaron comprendidas en quince diócesis: Bretaña, las Galias, diócesis de las siete provincias alpinas y renanas, África, Italia Suborbicaria, Italia Anonaria, Panonia, Dacia, Macedonia, Tracia, Asia, Ponto, Oriente y Egipto. La diócesis de Hispania comprendía, además de todas las provincias de la península ibérica —Gallaecia, Carthaginensis (Cartaginense), Tarraconensis (Tarraconense), Baetica (Bética) y Lusitania—, a la Mauritania Tingitana, con capital en Tánger.

Los prefectos del pretorio estuvieron dotados de funciones administrativas y judiciales con autoridad territorial sobre un conjunto de diócesis. La prefectura de Italia y África se mantuvo como una o como dos prefecturas. La prefectura de Oriente y la de las Galias permanecieron más estables. De este modo, las provincias hispanas estuvieron englobadas en la diócesis de Hispania y al mismo tiempo en la prefectura de las Galias junto a la diócesis de las Galias, de Bretaña y de las siete provincias alpinas y renanas.

Tras esta reforma, Roma dejaría de ser el centro político del Imperio, pues Diocleciano habría de residir en Nicomedia, al noroeste de Asia Menor, mientras que Maximiano lo haría en Milán. Por otro lado, los césares Constancio Cloro y Galerio residirían respectivamente en Tréveris (a orillas del Mosela, en la actual Alemania) y en Sirmio (hoy Sremska Mitrovica, en lo que hoy es Serbia).

La multiplicación del número de provincias trajo consigo un considerable aumento del aparato burocrático. Con arreglo al mismo, el Senado fue despojado de las provincias senatoriales mientras que los emperadores serían los únicos capacitados para nombrar a los gobernadores.

LAS REFORMAS MILITARES

Diocleciano fundó una red coordinada de fortines militares asentados en ocasiones al otro lado de las fronteras para mejorar el control sobre los pasos naturales que utilizaban los pueblos exteriores en sus incursiones contra el Imperio. Por otro lado, los efectivos militares quedaron divididos en dos grandes grupos: las tropas de defensa de las fronteras, limitanei, y las que seguían al emperador, comitatenses, más móviles y dispuestas a intervenir para reforzar la defensa de las tropas fronterizas. Asimismo, redujo aproximadamente a la mitad los componentes de cada legión, a la par que incrementó considerablemente el número de estas hasta un total de sesenta unidades legionarias. Ante las dificultades de reclutamiento, Diocleciano mantuvo la práctica de reclutar a los hijos de los militares sedentarizados así como de incorporar a grandes contingentes de bárbaros a las tropas auxiliares o a los cuerpos especiales. Además, a esto unió una nueva modalidad de reclutamiento forzoso en la que cada comunidad contaba con la obligación de ofrecer reclutas o la cantidad económica necesaria para su manutención.

EL INTERVENCIONISMO ESTATAL EN LA ECONOMÍA

Con el propósito de sacar a la economía de una más que prolongada crisis, Diocleciano aplicó nuevas medidas estabilizadoras como el régimen de la iugatio-capitatio. El primer término designaba una unidad impositiva. Por otro lado, un determinado número de personas y de animales constituían los capita. El impuesto se determinaba no en función de la producción sino de la capacidad productiva de unas tierras en relación con el número de capita existentes en la misma. De esta manera, la Administración fiscal, al conocer el número de unidades fiscales de cada provincia, conocía previamente la cantidad exacta que debía ingresar de cada una de ellas. Además, las asociaciones fundadas para defender los intereses comerciales o artesanales fueron sometidas al control fiscal por su interés público.

Paralelamente, Diocleciano instauró una nueva política monetaria con la intención de potenciar el valor real de las monedas y evitar la inflación. Puso en circulación una nueva moneda, el argenteus, con una pureza de plata similar a la del denario neroniano. Pero al mismo tiempo, la moneda base, destinada a circular como pieza corriente, era una moneda de bronce débilmente plateada, el follis, con un valor fiduciario de cinco denarios. Además, acuñó también un nuevo antoninianus equivalente a dos denarios.

El Estado recurría con frecuencia a las devaluaciones con el propósito de pagar menos con los mismos recursos o para exigir más. Estas se realizaban por la disminución del peso o la introducción de un metal de menor valor que el de la moneda. Moneda con la efigie de Diocleciano.

Los grandes latifundistas bajoimperiales no encontraron trabas para anexionar a sus propiedades otras tierras hasta lograr un gran dominio. Este proceso de concentración de la propiedad condujo a una nueva distinción social: los grandes latifundistas o potentiores frente a los pequeños propietarios libres y colonos o humiliores. Relieve marmóreo en el que se representa a un grupo de campesinos, s. IV. Museos Capitolinos, Roma.

Sin embargo, las reformas monetarias no tuvieron los efectos deseados, pues cada vez fue más importante el trueque de mercancías, volviendo, por tanto, a una economía premonetaria.

Por otro lado, con el fin de evitar los fraudes y las subidas desproporcionadas de los precios, en el 301 Diocleciano decretó el «Edicto de precios», que fijaba el precio máximo de los productos.

LA POLÍTICA RELIGIOSA

El sistema político instaurado por Diocleciano supuso un acompañamiento ideológico y moral fundamentado en las concepciones tradicionales romanas en cuanto a las formas de vida y religiosidad. Dichos fundamentos encontraron la oposición de la Iglesia cristiana, que a fines del siglo III se había consolidado ya como un poder claramente estructurado en el que algunos de sus componentes habían alcanzado puestos de responsabilidad en la Administración y en el Ejército.

La política religiosa quedó articulada con Diocleciano en tres ejes fundamentales: los intentos por potenciar el fondo religioso tradicional romano, la persecución de los maniqueos y también la de la comunidad cristiana.

En lo que respecta al ceremonial, Diocleciano importó el de la corte de la Persia sasánida, así como sus títulos, exigiendo el ritual de la adoratio, que consistía en una práctica por la que todo individuo debía arrodillarse ante su presencia y besar su capa. A comienzos del siglo IV, se programaron grandes celebraciones: en el 303, la de los veinte años, vicennalia, del gobierno de Diocleciano, y en el 305 los vicennalia de Maximiano. Durante esas celebraciones, se exaltaban el nacionalismo y las divinidades romanas como responsables de las fortunas logradas por el Imperio.

Las grandes campañas contra los persas del 297 coincidieron con las persecuciones de las sectas maniqueas, muy abundantes en Oriente, bajo la acusación de afectar a la religión tradicional y de alterar la paz religiosa y social del Imperio. El maniqueísmo era una religión de origen persa y ello hacía temer que, al amparo de las comunidades maniqueas, se organizasen grupos de apoyo a los persas, pues el rey persa Narsés apoyaba a su vez a la comunidad maniquea. Por consiguiente, la persecución contra los maniqueos significó la eliminación sistemática de potenciales conspiradores contra el Imperio.

En principio, la relativa tolerancia religiosa romana hizo posible la propagación del cristianismo durante los tres primeros siglos del Imperio y, como norma general, sus persecuciones fueron intermitentes y de alcance geográfico limitado. Diocleciano fue el último emperador que persiguió sistemáticamente a los cristianos con el propósito de defender a la tradicional religión romana. Su persecución fue la más larga (303-311), pero no la más cruenta, y fue más dura en Oriente, donde la comunidad cristiana era mayor, que en Occidente. El 23 de febrero del 303 decretó el primer edicto contra los cristianos y al año siguiente le siguieron otros tres. El primero fue un edicto general que disponía el cierre o destrucción de los lugares de culto, la requisa de las escrituras y los vasos sagrados y la deposición de todo funcionario que fuese cristiano. El segundo ordenaba el encarcelamiento del clero. El tercero concedía la libertad a aquellos cristianos encarcelados que rindiesen sacrificios a los dioses romanos. Por último, el cuarto establecía para todos los habitantes del Imperio la obligación de hacer sacrificios a los dioses si no querían ser ejecutados o condenados a trabajar en las minas.

LA DISOLUCIÓN DEL SISTEMA TETRÁRQUICO

El 1 de mayo del 305, los augustos Diocleciano y Maximiano dimitieron, y de acuerdo a lo estipulado fueron sucedidos por los antiguos césares, Constancio Cloro y Galerio, nombrando nuevos césares a Severo para Occidente y a Maximino Daya para Oriente. No obstante, estos nombramientos, efectuados por Galerio, no agradaron a Maximiano y a Constancio Cloro, quienes deseaban la implantación del sistema hereditario con objeto de que sus hijos, Majencio y Constantino, hubieran sido elegidos. A partir de entonces, las sucesivas elecciones de los nuevos césares desencadenarían guerras civiles en las que el Imperio malgastó gran parte de las escasas fuerzas que todavía conservaba, demostrando, a la par, que el sistema tetrárquico sólo sería efectivo mientras su creador se mantuviese en el poder.

Constantino se encontraba junto a su padre, Constancio Cloro, cuando este murió en Eburacum en julio del 306. Entonces, el ejército de Britania lo proclamó emperador con el título de augusto. Galerio, que se encontraba en Oriente, no estaba en condiciones de emprender una rápida intervención militar contra Constantino. En cambio, este actuó rápidamente con el fin de reforzar su posición y ofrecer algunos éxitos militares en la frontera renana contra los francos y los alamanes. Las circunstancias obligaron a Galerio, fiel defensor del sistema tetrárquico, a reconocer a Constantino aunque recomponiendo los mandos imperiales en Occidente: Severo, entonces césar, se convertiría en augusto y Constantino sería reconocido sólo como césar. No obstante, la situación no quedó resuelta, pues Constantino se negó rotundamente a renunciar al título de augusto. Existía, por tanto, una tetrarquía oficial con dos augustos, Galerio y Severo, y dos césares, Maximino Daya y Constantino, y otra real en la que se contaba con tres augustos y un único césar.

El panorama se complicó aún más en octubre del 306 con la aparición en escena de Majencio, el cual ansiaba ser reconocido como emperador. Proclamado como tal por las tropas pretorianas de Roma, su padre, Maximiano, que salió del retiro forzoso impuesto por Diocleciano, volvió en el 307 a tomar el título de augusto tras el reconocimiento de Constantino. Con esta tesitura, el augusto Severo se vio empujado a intervenir militarmente para restablecer el sistema tetrárquico, pero sus tropas se negaron a luchar contra las de Maximiano y lo asesinaron.

Tras su abdicación, Diocleciano eligió para su retiro la zona de Dalmacia y en la ciudad de Spalato hizo construir un colosal palacio amurallado. Palacio de Diocleciano en Split, Croacia.

Con el propósito de salvar el sistema tetrárquico, Diocleciano salió de su retiro en Spalato (actual Split, en Croacia) y convocó una reunión en Carnuntum (hoy Petronell, en Austria) donde se configuró una tercera tetrarquía: Galerio y Licinio quedaban como augustos, mientras que Maximino Daya y Constantino lo hacían como césares.

Entre los años 309 y 311, la situación se despejó con las muertes de Maximiano y de Galerio. A partir de entonces, Constantino y Licinio iniciaron una política coordinada con el fin de convertirse en los únicos dueños del poder imperial. Tal política se concretó en un conflicto armado de las tropas de Constantino contra las de Majencio en el puente Milvio el 28 de octubre del 312. Tras la eliminación de Majencio, Constantino entró en Roma, donde el Senado lo reconoció como primer augusto. Al año siguiente, cerca de Adrianópolis, caía Maximino Daya después de perder en combate contra las tropas de Licinio.

Así pues, en el 313, coincidiendo con la muerte de Diocleciano, el reparto del Imperio entre Licinio y Constantino como únicos augustos y sin césares significó la muerte definitiva del régimen tetrárquico.

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