Breve historia de Roma

Breve historia de Roma


Capítulo 14. Constantino y los constantínidas

Página 17 de 26

14 Constantino y los constantínidas

INTRODUCCIÓN

Desde la muerte de Diocleciano en febrero del 313 y la aprobación del conocido como Edicto de Milán, que proclamaba la libertad de conciencia religiosa y la devolución de sus propiedades a las comunidades cristianas, fuertemente castigadas en las últimas persecuciones, las buenas relaciones entre Constantino y Licinio se mantuvieron hasta que dejaron de serlo en el momento en el que el primero derrotó al segundo en la batalla de Crisópolis del 324, batalla que fue presentada como una guerra de religión por los autores cristianos. Con esta victoria, Constantino ponía fin a la diarquía y con ello instauraba la unidad del Imperio bajo un único poder, confirmando definitivamente la sucesión hereditaria que eliminaba el sistema de sucesión diseñado por Diocleciano.

Muerto Licinio, Constantino logró confirmarse como único augusto del Imperio hasta su muerte. Paralelamente, y como resultado del convenio sellado en Sérdica (hoy Sofía, en Bulgaria) en el 317, existían dos césares: sus hijos Crispo y Constantino II. Asimismo, no dudó en conceder el título de césar a sus otros hijos, a Constancio en el 324 y a Constante en el 333, e incluso más tarde a su sobrino Anibaliano.

Tras vencer a Majencio en la batalla del puente Milvio del 312 y tras derrotar en el 324 a Licinio en la batalla de Crisópolis, el Imperio fue nuevamente unificado en la persona de Constantino. El emblema de esos triunfos pudo ser la colosal estatua del emperador que expresaba la forma de concebir el poder por el nuevo augusto. Cabeza colosal de la estatua de Constantino. Museos Capitolinos, Roma.

Los últimos logros militares sobre Licinio fueron posibles gracias a la destreza militar de Crispo. Empero, tales capacidades no impidieron al emperador tomar la dura decisión de mandar asesinar a su propio hijo en el 326, por tomar como verdaderos los rumores sobre una relación amorosa entre Crispo y su madrastra Fausta, a la que también ordenó ejecutar.

Cuando Constantino anunció devolver al Senado su autoridad tradicional y las prerrogativas que hicieron de esta institución un modelo ejemplar del Gobierno de Roma, el Senado le respondió con un comportamiento idéntico nombrándole gran augusto.

Próximo al Coliseo, el Arco de Constantino, levantado por orden del emperador como recuerdo de su victoria sobre Majencio, representaba simbólicamente la síntesis política del Imperio y el triunfo de Constantino gracias a una inspiración divina. La inscripción del arco recuerda que Roma había sido liberada de la tiranía con la ayuda de la divinidad. Giovanni Battista Piranesi, grabado del arco de Constantino, 1720-1778.

CONSTANTINO: EL PRIMER EMPERADOR CRISTIANO

A comienzos del siglo IV, el cristianismo estaba tan arraigado en las provincias del Imperio que las principales ciudades contaban ya con una sólida organización eclesiástica en la que los cristianos habían perdido el originario carácter sectario a favor del carácter ecuménico. En la mayor parte del Imperio la comunidad cristiana representaba una pequeña minoría perteneciente mayoritariamente al estrato inferior de las clases medias urbanas. Las iglesias, si bien contaban con algunas propiedades, no eran ricas en ningún sentido y el clero estaba integrado por individuos de condición muy humilde.

Desde el siglo II, las primeras comunidades cristianas construyeron complejas galerías en el subsuelo de Roma para poder dar sepultura a sus difuntos. Estancia de las catacumbas de San Calixto, Roma.

Cuando Constantino vinculó su triunfo sobre Majencio al hecho de haber colocado el monograma de Cristo en el escudo de sus soldados y en el lábaro imperial, la aceptación del cristianismo se había consolidado ya en la propia estructura del Estado. Intentar aclarar los supuestos acontecimientos de la víspera de la batalla del puente Milvio del 28 de octubre del 312, en la que supuestamente Constantino tuvo una visión reveladora, ha despertado el interés de los historiadores modernos por precisar el momento exacto de su conversión al cristianismo. En este sentido, si no hay dudas de que el emperador era cristiano en los últimos años de su vida, no existe prueba definitiva que determine cuándo se produjo realmente su conversión, pues mantuvo una actitud ambigua hasta el 330, como lo prueban los rituales paganos empleados en la inauguración de Constantinopla o sus buenas relaciones con el apologista cristiano Lactancio (245-325) y con el obispo y padre de la Iglesia Osio de Córdoba (256-357), pero también con los filósofos neoplatónicos.

En cualquier caso, Constantino aceleró la cristianización del Imperio con medidas destinadas a mejorar las condiciones de la comunidad cristiana. Así, en el 319 liberó a las iglesias de tener que pagar impuestos por sus bienes y un año antes permitió que los obispos, los máximos dirigentes de la Iglesia, pudieran constituir tribunales para juzgar todo tipo de delitos. Asimismo, desde el 321 concedió el pleno reconocimiento de persona jurídica a las iglesias cristianas en virtud del cual podían recibir herencias y donaciones y a la vez llevar a cabo manumisiones de esclavos en el interior de sus templos. Estas medidas permitieron presentar a la Iglesia cristiana como una institución socialmente prestigiada que contaba con el respaldo imperial.

Incluso después de decretar la libertad religiosa, Constantino siguió rindiendo culto al Sol. En sus monedas se podía apreciar la figura del emperador con el Sol, si bien circularon simultáneamente otras piezas con las letras X y P, las iniciales griegas del monograma de Cristo.

Las inmunidades fiscales otorgadas por el emperador a la comunidad cristiana implicaron un aumento considerable del número de cristianos y la extensión de esta religión a las altas esferas sociales.

Tras derrotar a Licinio, y con objeto de cumplir su deseo de fundar una nueva capital imperial que fuese concebida como una nueva Roma cristiana, a fines del 324, Constantino, como un nuevo Rómulo, emprendió la reconstrucción de Bizancio, ciudad que a partir de entonces adoptó el nombre de «Constantinopla», o lo que es lo mismo, la «ciudad de Constantino». Esta quedaba a medio camino entre las zonas más amenazadas: por los godos en el Danubio y por los persas en el Éufrates. Si bien su consagración no se produjo hasta el 11 de mayo del 330, Constantinopla fue dedicada a san Mocio, un mártir de Bizancio que murió por orden de Diocleciano, y a quien probablemente Constantino conociera en su juventud. Desde el principio, el emperador levantó numerosas basílicas y encargó al obispo Eusebio de Cesarea (275-339) que trajera cincuenta copias de la Biblia para usar en las celebraciones. Por otro lado, creó un Senado cuyos seiscientos miembros gozaron de la misma autoridad que anteriormente tuvieron los senadores de Roma. Con la fundación de Constantinopla como nueva capital imperial, Roma, una ciudad tradicionalmente pagana y alejada de las nuevas fronteras del Imperio, adoptó el rango de capital honorífica. Así pues, y como afirmaba el historiador romano Amiano Marcelino (330-400), Roma no era ya más que una especie de museo de la gloria romana y un símbolo del Imperio.

Tras promulgar el edicto de tolerancia del 313, Constantino inició en Roma sus primeras grandes construcciones cristianas. Entre las más importantes, destacó la colosal basílica que mandó edificar en honor de san Pedro. Dibujo de la primitiva basílica de san Pedro del Vaticano, levantada entre el 320 y el 340.

El 8 de noviembre del 324, Constantino invistió a su hijo Constancio con la púrpura oficial y marcó de manera formal el perímetro de la nueva ciudad. El emperador la llamó Nueva Roma, si bien muchos prefirieron llamarla «Constantinopla» en honor de su fundador. Planimetría de la ciudad de Constantinopla.

Decidido a defender la unidad ideológica de la Iglesia, entre el 20 de mayo y el 25 de agosto del 325 celebró en Nicea el primer concilio ecuménico, en el que se fijó el dogma trinitario frente al arrianismo, la herejía desarrollada por Arrio, sacerdote de Alejandría que negaba la naturaleza divina de Jesucristo. En dicho concilio, los obispos redactaron el credo de Nicea, sustancialmente idéntico al que todavía hoy recitan los católicos de todo el mundo, que establecía doctrinalmente la misma naturaleza para el Padre y el Hijo.

Mientras tanto, el paganismo fue desapareciendo por decrépito, a la par que los nuevos ritos orientales no conseguían la fuerza suficiente como para consolidarse. En este sentido, Constantino promulgó leyes que prohibieron tanto los sacrificios paganos como la existencia de templos.

LA ADMINISTRACIÓN CONSTANTINIANA

La reforma administrativa de Constantino se fundamentó en dos puntos clave: la conversión del palacio imperial en el centro real del Gobierno y la disminución del poder de la aristocracia. En este sentido, se definieron dos tipos de carreras, una civil y otra militar, y dos clases de nobleza, la senatorial y la ecuestre.

Constantino aceleró el tránsito hacia una nueva estructura social, tanto en la esfera de la producción y de las relaciones sociales como en la de la cultura y la religión. Los campesinos quedaron cada vez más adscritos a la tierra y a sus señores, mientras estos últimos gozaron de mayores libertades. Por su parte, los esclavos experimentaron una dulcificación en su trato como resultado de la consolidación del cristianismo.

Constantino concedió multitud de títulos al conjunto de los funcionarios de la corte imperial, constituido este por los altos cargos de la cancillería imperial y por varios expertos militares y juristas. El conjunto de estos funcionarios conformaba el Consejo, también llamado Consistorio, presidido por el quaestor sacri palatii en ausencia del emperador. Todo cuanto rodeaba al emperador y a su corte era de condición sagrada. Con Constantino, los prefectos del pretorio se convirtieron en simples jefes de la Administración de las cuatro prefecturas de Oriente, Iliria, Italia y Galia y debían rendir cuentas de su gestión a la cancillería imperial, que supervisaba la administración general del Imperio. Al frente de todas las oficinas de la cancillería se encontraba el magister officiorum, que debía supervisar la actividad de los comites del emperador. Por otro lado, adquirió un gran desarrollo la sección de los informadores o policía secreta, los agentes in rebus, cuyas noticias iban a parar directamente a las oficinas centrales.

En el ámbito militar, Constantino volvió a pactar con determinados pueblos bárbaros, como los godos, los vándalos o los sármatas. Los más altos cargos de su ejército serían el jefe de la caballería y el jefe de la infantería. Incrementó considerablemente el número de soldados bárbaros en el Ejército romano y, además, intensificó la defensa militar con un servicio militar obligatorio de veinte años. Asimismo, consolidó la reforma del Ejército iniciada por Diocleciano con el aumento del número de las legiones pero reduciendo el número de sus integrantes hasta los mil hombres.

En materia económica, ideó un nuevo sistema monetario centrado en la nueva moneda de oro, el solidus. Con este sistema, los poseedores de monedas de oro tenderían a retenerlas y nadie retendría la nueva moneda de plata, el miliarensis. De esta manera, a la cabeza de la nueva sociedad se encontrarían los poseedores de monedas de oro, que se corresponderían con los grandes propietarios y funcionarios, y que constituirían la nueva clase dirigente.

Por último, es necesario indicar que Constantino respetó el sistema impositivo de la iugatio-capitatio instaurado por Diocleciano, aunque, no obstante, se vio en la obligación de aumentar el número de impuestos debido al incremento de la cifra de funcionarios y de las tropas militares, de las liberalidades con las comunidades cristianas y de la fundación de Constantinopla.

Gian Lorenzo Bernini, escultura ecuestre de Constantino, 1655-1670, mármol. Basílica de san Pedro, Roma. Esta escultura que se encuentra en el majestuoso atrio de la basílica conmemora su vinculación con la primitiva Iglesia y su participación en el desarrollo del cristianismo.

LOS SUCESORES DE CONSTANTINO

El 22 de mayo del 337 se produjo la muerte de Constantino. Eusebio de Nicomedia, un obispo arriano, lo bautizó en su lecho de muerte. Sin embargo, y pese a su ya mencionada conversión al cristianismo, Constantino mantuvo hasta su fallecimiento su actitud religiosa ambigua, pues no renunció en toda su existencia al título pagano y constitucional del pontificado máximo o a ritos paganos como los practicados durante la fundación de la nueva capital imperial. En la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla fue enterrado por su hijo Constancio bajo una cúpula, sobre la que se erigió no la cruz cristiana sino un signo en forma de estrella.

Poco antes de morir, Constantino había recibido el bautismo de manos del obispo arriano Eusebio de Nicomedia. Rafael, El bautismo de Constantino, 1517-1525.

La muerte de Constantino en su residencia de Ancira, en las proximidades de Nicomedia, originó una guerra entre sus parientes por obtener o mantener el poder imperial, que él mismo había dividido entre sus tres hijos, Constante, Constancio y Constantino II, y sus nietos Dalmacio y Anibaliano. La estabilidad sólo se mantuvo hasta el 9 de septiembre del 337. En Constantinopla se produjo la matanza de la mayoría de las ramas colaterales del emperador, salvo los sobrinos de Constantino, Galo, de once años, y su hermanastro Juliano, de seis. Poco después, sería también muerto Anibaliano, a quien Constantino había nombrado rey de Armenia y del Ponto.

Eliminados los restantes candidatos, a fines del 337 los tres hijos de Constantino se repartieron en Viminacium (hoy Kostolac, en Serbia) el mando del Imperio sin renunciar a la unidad de este. La zona de influencia de cada augusto coincidía con las jurisdicciones de las antiguas prefecturas. Así, la prefectura occidental (diócesis de Britania, Galia, Siete Provincias e Hispania) recayó en el hijo mayor, Constantino II; la oriental (diócesis de Tracia, Asia, Ponto y Oriente), en el segundo, Constancio II, y la central (diócesis de África, Italia suburbicaria, Italia anonaria, Dacia, Panonia y Macedonia), en el menor, Constante, pero bajo la tutela de Constantino II. Desde una perspectiva religiosa, esta división se relacionó con la victoria de Occidente, partidario del credo de Nicea, frente a Oriente, donde predominaba el arrianismo.

La ineludible pugna entre los dos hermanos mayores se saldó en el 340 con la derrota y muerte de Constantino II en las proximidades de Aquilea, en el extremo nororiental de Italia, con lo que el mando total del Imperio quedaría en manos de Constante (340-350), que gobernaba la parte central y occidental, y Constancio II (337-361), que mantendría el control en la región oriental del Imperio.

Con este nuevo panorama, los dos hermanos buscaron fórmulas que evitasen la confrontación directa. Constante, defensor del credo de Nicea, tomó la responsabilidad directa de la persecución del donatismo —movimiento cristiano africano de fuerte contenido social y rigorista que consideraba impropio de pertenecer a la Iglesia a todo clérigo que durante las persecuciones hubiese entregado los libros sagrados—, privando de sus bienes a las iglesias donatistas y condenando a muerte a algunos de sus más importantes líderes. Paralelamente, la dureza de la represión contra el paganismo aplicada por Constante en Occidente condujo a que se organizara una conspiración que acabó con su vida en el 350.

Por su parte, Constancio II publicó varios edictos con medidas hostiles contra los paganos mientras se vinculaba personalmente con el arrianismo persiguiendo a los cristianos nicenos.

Tras el asesinato de Constante, Constancio II quedó como único augusto. Sin embargo, la situación se complicó cuando las tropas asentadas en el occidente del Imperio proclamaron augusto a Magnencio, un usurpador de origen galo que contaba con el apoyo de la aristocracia y que concedió el título de césar a su hermano Decencio. Al mismo tiempo, en marzo del 351, Constanza, hermana de Constancio II, logró que las tropas de Panonia proclamasen emperador al general Vetranio —el cual sirvió de freno a Magnencio—, pudiendo pactar la entrega amistosa de Panonia a Constancio II y la renuncia voluntaria a su título de augusto.

Desde el 351, Constancio II pretendió alcanzar la unidad de las iglesias cristianas bajo la doctrina arriana. Además, prohibió la celebración de los rituales públicos en honor de los dioses romanos ordenando el cierre de sus templos.

La necesidad de elegir a un representante antes de dirigir sus tropas a Occidente para luchar contra Magnencio obligó a Constancio II a nombrar césar a su primo Galo. En el enfrentamiento armado que tuvo lugar en el 353 en las proximidades de Mursa (hoy Osijek, en Croacia), Magnencio, si bien logró escapar de la derrota, optó por el suicidio junto con su hermano en las proximidades de Lugdunum (hoy Lyon), quedando Constancio II como único emperador. Paralelamente, en Oriente existían claras muestras de que el gobierno de Galo era arbitrario e ineficaz. Por ello, Constancio II lo sometió a juicio y lo condenó a morir decapitado.

Con objeto de acabar con la presión de los persas sobre la frontera, Constancio II decidió desplazarse a Oriente en el 355. Para defender Occidente de las incursiones de los alamanes, concedió el título de césar a Juliano, el hermanastro de Galo, que logró la total pacificación de la Galia. Tales éxitos militares permitieron a Juliano ser proclamado augusto por sus tropas en Lutecia Parisorum (la actual París), creando así las condiciones necesarias para que Constancio II reaccionara con la preparación de una campaña contra quien consideraba un usurpador al trono imperial. Pero cuando Constancio II dirigió sus tropas a Occidente para imponer su voluntad política, contraria a la proclamación de Juliano como augusto, cayó enfermo y terminó muriendo en el 361. De esta manera, desde diciembre de ese año, Juliano quedaba entonces como único augusto.

JULIANO EL APÓSTATA

Durante su infancia, y tras el asesinato de toda su familia en el 337, Juliano, conocido por la posteridad como el Apóstata por renegar del cristianismo, fue educado lejos de la corte imperial por el obispo Eusebio de Nicomedia. Desde un principio, recibió una educación puramente cristiana, si bien desde el 355 se le permitió acudir a las escuelas de retórica y filosofía neoplatónica de Atenas, Éfeso y Pérgamo, lo que le introdujo en el conocimiento de las tradiciones religiosas del paganismo, reducido entonces a los grupos de aristócratas y filósofos. No obstante, el paganismo conocido por Juliano fue un paganismo monoteísta que no difería mucho del cristianismo, con la salvedad de ser esta última una religión revelada.

Dueño único del poder, Juliano concedió libertad de culto a todas las religiones del Imperio y con ello el paganismo quedó libre de las trabas cristianas. Durante su gobierno, los templos paganos volvieron a abrirse y se anularon las disposiciones de Constancio II por las que se prohibían las celebraciones de rituales públicos en honor de los dioses romanos. Estas medidas fueron muy mal acogidas por la comunidad cristiana, por lo que a partir del 362 Juliano no tuvo más remedio que tomar decisiones más enérgicas contra los cristianos.

Juliano pretendió alcanzar por todos los medios posibles el esplendor que el Imperio vivió con los primeros Antoninos. En este sentido, con el propósito de sanear las finanzas decidió reducir los gastos del aparato burocrático imperial y suprimir los excesivos privilegios con los que contaba el clero cristiano y otros miembros de las altas capas sociales.

Por otro lado, prohibió a los obispos la jurisdicción civil e impidió las donaciones de los particulares al clero. Además, y como contrapartida a la jerarquizada Iglesia cristiana, organizó una verdadera Iglesia pagana, de la que él mismo era el sumo pontífice.

Al igual que para muchos de sus predecesores, la política exterior de Juliano estuvo capitalizada por el problema del acecho persa. En la primavera del 363, al frente de un ejército de sesenta y cinco mil hombres y cien barcos, Juliano inició una sistemática conquista de las ciudades más importantes del territorio persa. No obstante, las prolongadas campañas y la falta de aprovisionamiento hicieron decaer la moral de las tropas romanas. Finalmente, durante uno de estos combates, Juliano fue alcanzado por una lanza que acabó con su vida el 23 de junio del 363.

Juliano no había tomado ninguna previsión sobre su sucesión, razón suficiente para que su Estado Mayor nombrase emperador ese mismo año a Joviano, un cristiano moderado que se apresuró en firmar una paz vergonzosa con los persas a tenor de la cual Roma devolvía los territorios tomados al otro lado del Tigris así como una parte considerable de la Mesopotamia romana, es decir, los territorios anteriormente conquistados por Juliano. No obstante, esta paz, aunque desacertada, era oportuna, pues el nuevo emperador necesitaba de un respiro militar para poder centrarse en los asuntos internos de índole religiosa. Sin embargo, no tuvo tiempo suficiente para llevar a buen término sus propósitos al morir inesperadamente el 17 de febrero del 364 de camino a Constantinopla. Con la muerte de Joviano había que resolver de nuevo la cuestión sucesoria.

Ir a la siguiente página

Report Page