Bestia

Bestia


CAPÍTULO 16

Página 18 de 59

CAPÍTULO 16

Todo mi cuerpo se tensa en el momento en el que la mirada de Harry se posa en nuestra dirección. Sus ojos se fijan en los míos por una fracción de segundo, antes de desviar su atención a Jeremiah.

Por un momento, luce aturdido. Podría jurar que luce casi afectado, pero la expresión sorprendida que se dibuja en su rostro se diluye tan pronto como aparece. La frialdad reemplaza cualquier clase de sentimiento que pudiese haberse filtrado en sus facciones y, sin decir o hacer algo que pueda parecer más que una mirada casual, avanza hacia el interior del edificio.

Una parte de mí quiere correr detrás de él y darle una explicación acerca de mis motivos para estar cerca de Jeremiah; pero otra, simplemente quiere correr lo más lejos posible de él. Las palabras del chico a mi lado no dejan de torturarme y, de pronto, me encuentro deseando no haber preguntado nada acerca del tipo con el que vivo.

Sé que son habladurías. Que nadie tiene la certeza de que Harry sea ese tipo de persona; pero no puedo pasar por alto el hecho de que, la parte del arma y de los arranques violentos, es cierta.

—¿Has hablado con él? —la voz de Jeremiah me saca de mis cavilaciones.

Mi atención viaja hacia él y trago duro.

—Un par de veces —miento.

Sus cejas se disparan al cielo con asombro e incredulidad.

—No es un tipo sociable —dice—. Escuchar que ha hablado contigo es algo sorprendente.

—Pues lo ha hecho —suelto, con irritación—, y ha sido muy amable.

Sus manos se alzan en señal de rendición.

—No he dicho que no te crea —se defiende—. Es solo que, bueno, se dicen muchas cosas sobre él, ¿de acuerdo? —niega con la cabeza—. Todas ellas podrían ser mentira, pero yo… Yo no estaría cerca de él si fuera tú.

Aprieto mis manos en puños, en un intento desesperado por disminuir el temblor que se ha apoderado de ellas. Mi mandíbula se aprieta unos instantes.

—Lo tendré en cuenta. Gracias por la advertencia —digo y me obligo a lucir tranquila mientras lo hago.

Una sonrisa radiante se apodera de su rostro y sé que es ajeno a la revolución que hay dentro de mi cabeza.

No dejo de pensar en que Harry ha estado rodeado de habladurías toda su vida. Lo culparon de un atentado horrible, estuvo en la correccional gracias a todas las especulaciones que se generaron a su alrededor, y le hicieron pagar con una vida de rechazos por un crimen que no cometió.

«¿Qué si sí lo hizo?, ¿qué si provocó ese incendio?...». Susurra la irritante voz en mi cabeza, pero me obligo a ignorarla. No puedo juzgarlo de ese modo. No cuando todo lo que ha hecho por mí va en contra de todo eso de lo que se le acusa.

—Como sea… —dice Jeremiah, y da por zanjado el tema. Sus manos se hunden dentro de los bolsillos de sus vaqueros, en un gesto despreocupado—. El fin de semana habrá una fiesta en una bodega cerca de la costa Este. No queda muy lejos de aquí. ¿Quieres venir?

—Trabajo —la respuesta sale de mis labios antes de que pueda procesarla.

—¿Tú?, ¿trabajas? —la incredulidad tiñe su voz.

—Sí —trato de aminorar el sonido molesto de mi voz, pero no lo consigo. Entonces, explico, porque sé que va a preguntarlo en algún punto—: Tengo diecinueve años. No soy una niña.

Una carcajada brota de su garganta y niega con la cabeza.

—¿De verdad tienes diecinueve?, ¡hombre!, ¡creí que tenías diecisiete como mucho! —exclama—. Para tu buena suerte, yo acabo de cumplir veinte.

Fuerzo una sonrisa y me cruzo de brazos. No tengo ánimos de seguir hablando.

—Como sea… Agradezco la invitación, pero no puedo asistir —digo, al tiempo que doy un paso lejos.

Espero que entienda que quiero entrar al edificio, sin tener que decirlo realmente.

—¿A dónde vas? —sonríe, radiante, cuando doy un paso lejos de él—, no aceptaré un «no» por respuesta.

Un suspiro exasperado brota de mis labios y lo miro a los ojos.

—Jeremiah —trato de sonar amable y clara al mismo tiempo—, agradezco lo que haces, pero, de verdad, no puedo. Salgo muy tarde del trabajo y, por si eso fuera poco, llego agotada a casa. En otra ocasión quizás pueda considerarlo.

Él hace una mueca de auténtico pesar.

—Entiendo —asiente—. ¿Puedo verte de nuevo alguna vez?

Miro hacia la entrada del edificio. Se siente como si pudiese correr sin responderle, pero no me atrevo a hacerlo.

—No creo que sea buena idea —digo, finalmente.

—¿Por tu novio?

Mi ceño se frunce ligeramente, en confusión. Es entonces, cuando recuerdo lo que dije cuando lo conocí. Mencioné algo acerca de vivir con un novio, y ahora me siento terrible por haber mentido de esa manera.

—Sí —mi voz suena incierta, pero espero que no sea capaz de notarlo.

—Entiendo… —asiente y me mira a los ojos. Hay determinación en su expresión—. De cualquier modo, no voy a dejar de venir a buscarte —abro la boca para replicar, pero se apresura a agregar—: Capto la parte del novio y eso. Prometo que no volveré a insinuarme. Amigos suena bien para mí… Por ahora —me regala una sonrisa coqueta.

Sonrío con irritación.

«¿Acaso no se rinde».

—Te veré por ahí, entonces —digo y doy otro paso lejos.

—Ve con cuidado —me guiña un ojo—. La Bestia anda suelta.

Todas mis entrañas se revuelven con su comentario. Sé que ha sido una broma, pero me siento enferma de todas formas. Trato de mantener mi expresión en blanco mientras me echo a andar de vuelta al edificio, pero estoy aterrorizada.

Después de una carrera apresurada por las escaleras, entro al apartamento de Harry. Mi corazón late con mucha fuerza, pero sé que no es por haber subido cinco pisos corriendo a toda velocidad, sino por las palabras de Jeremiah, que perforan en mi cabeza sin cesar.

«¿Qué ha hecho Harry para que la gente diga todas esas cosas sobre él?...».

Estoy recargada contra la puerta.

Trato de convencerme de que no me he movido porque intento recuperar el aliento; pero sé que, en realidad, trato de armarme de valor para enfrentar al imponente chico con el que vivo.

Decido que lo mejor que puedo hacer es actuar como si Jeremiah no me hubiese dicho nada. Después de todo, nadie tiene la certeza de que todo eso sea verdad, ¿no es así?

«Quizás deberías averiguarlo…».

Quiero golpear mi cabeza contra la pared una y otra vez, hasta que esa irritante voz se calle para siempre, pero, en su lugar, me obligo a caminar hasta la sala y dejar mi bolso sobre uno de los sillones.

Sé que está ahí. Siento su mirada fija en mí, pero no me atrevo a mirarlo de vuelta. Me dirijo a la cocina a paso apresurado. Preparar algo va a distraerme un poco, así que es lo que pretendo hacer.

—No sabía que eras amiga de ese vago —el sonido de su voz, hace que me detenga en seco.

—¿Qué? —lo miro por encima del hombro, con incredulidad.

Ha pasado casi dos semanas ignorándome, ¿y ahora se siente con el derecho de criticar a las personas que sí se interesan en hablarme?

—¿Sabías que aún vive con su madre? —una sonrisa que se me antoja falsa, se apodera de sus labios.

—No veo como eso es algo malo —sueno más irritada de lo que pretendo.

—No trabaja —su sonrisa se ensancha, pero sigue sin tocar sus ojos—. Ni siquiera estudia.

—¿Y a ti eso te afecta en…?

Sus cejas se disparan al cielo.

—Creí que era bueno que lo supieras —se encoge de hombros en un gesto casual, pero hay un destello en su mirada de algo que no puedo descifrar.

—Gracias por la información —me obligo a no apartar la vista de la suya—. Lo tendré en cuenta.

Me giro para entrar a la cocina.

—¿De todos modos vas a salir con él?, porque en serio, no deberías. Es un bueno para nada —vuelvo a escuchar su voz.

La irritación se transforma en coraje y me vuelco con brusquedad.

—Si salgo o no con él, es algo que no debería importarte —escupo.

—¿Cómo se supone que va a pagar la cuenta?, ¿vas a pagarla tú acaso? —ignora mi comentario y ríe, sin humor. El coraje que se apodera de mí es cada vez más intenso.

—Al menos, él no va a dejarme plantada —las palabras salen de mi boca casi por voluntad propia.

La expresión segura y burlona en su rostro, se borra por completo en un segundo. Luce como si hubiese sido golpeado en el estómago y me siento satisfecha por eso.

Quiero quedarme a ver su rostro un poco más, pero no me atrevo a hacerlo. Sé que no quiero escuchar lo que va a decir a continuación, así que me precipito a la cocina.

Mi corazón late tan fuerte, que temo que pueda salirse de mi pecho en cualquier momento. La satisfacción me invade por completo y sonrío como idiota por mi pequeño arranque de valentía.

Mis manos aún tiemblan por el exceso de adrenalina, pero se siente bien tener la última palabra por una vez en la vida. Quiero gritar, reír y brincar; pero, en su lugar, rebusco algo para cocinar.

Cuando la cena está lista y salgo a buscar a Harry, no lo encuentro por ningún lado. La decepción es inmediata, pero me convenzo a mí misma de que no me importa comer sola.

Después de cenar y lavar los trastos sucios, me dirijo a la habitación. Hace más de una hora que Harry se marchó. Tengo la sospecha de que no volverá en un largo rato.

Las palabras de Jeremiah aún hacen eco en alguna parte de mi cerebro y la incertidumbre es tan grande, que apenas puedo mantenerme tranquila. A ratos soy capaz de olvidar lo ocurrido, pero mis pensamientos siempre terminan llevándome a ese oscuro lugar en el que Harry es un matón narcotraficante.

Quiero creer que todo es una mentira elaborada, que Harry no es capaz de hacer algo tan estúpido, y que nada de lo que se dice sobre él es verdad; pero sé que hay una gran posibilidad de que todo sea cierto.

«No le dicen Bestia solo por las cicatrices, ¿sabes?...». Las palabras de Jeremiah no me dejan tranquila. ¡Maldito sea!, ¡maldito sea mil veces!...

Mi corazón se acelera con anticipación y ansiedad, y me apresuro al mueble multiusos en la sala. No sé muy bien qué estoy haciendo, pero abro las gavetas y remuevo los recibos y tickets de compras que ha guardado ahí. No sé qué es lo que busco, pero no me detengo. Necesito encontrar algo —lo que sea— que me diga a qué se dedica Harry.

Reviso un par de carpetas, pero no hay nada; solo el contrato de compraventa del piso y unas cuantas facturas con el concepto de «remodelación». Los cajones están llenos tarjetas de presentación, cupones de descuento vencidos, y encendedores y cerillos.

La palabra pirómano toma un nuevo significado ahora. No sabía que Harry guardaba cosas como estas por todo el apartamento.

Trato de concentrarme en la tarea que me he impuesto; pero no puedo hacerlo cuando lo único que encuentro, son cosas con las que se puede iniciar un incendio.

«¡Tiene que haber algo en algún lugar!».

Me niego a creer que Harry es un delincuente. Me niego, rotundamente, a pensar que el chico que me salvó tantas veces sea capaz de matar a alguien solo porque se lo ordenan. Harry no es una mala persona, ¿o sí?...

Reviso el resto de muebles en la sala, pero no encuentro nada incriminatorio. Me apresuro por el pasillo hasta la habitación y reviso los papeles encima del escritorio, pero tampoco encuentro nada ahí.

La desesperación y la ansiedad se apoderan de mi sistema con rapidez y me siento asqueada de mí misma por lo que estoy haciendo.

Niego con la cabeza una y otra vez hasta que me deshago del remordimiento de consciencia y me concentro en la búsqueda que me he impuesto.

Dentro de una de las gavetas de la mesa de noche, encuentro el número telefónico de una chica, y no reprimo el impulso que tengo de tirarlo a la basura. Entonces, me apresuro al armario y empiezo a remover la ropa doblada sobre los paneles de madera. Ahí tampoco hay nada.

Eventualmente, encuentro la fotografía enmarcada donde sale junto a su novia fallecida y procuro no detenerme a mirarla demasiado. La imagen sigue causando cosas desagradables en mí.

Remuevo la ropa con más desespero y, entonces, veo un montón de cajas de plástico grueso escondidas detrás de las playeras dobladas. Mi corazón da un vuelco y me estiro para alcanzarlas. Parecen pequeños maletines plásticos y no pesan demasiado.

Cuando tengo los estuches en mis manos, salgo del reducido espacio y echo una mirada rápida al pasillo. Si Harry regresa y me encuentra hurgando en sus cosas, va a ponerse furioso.

En el momento en el que abro uno de ellos, la sangre abandona mi rostro.

Es una pistola.

En ese instante, me apresuro a abrir todas y cada una de las cajas de plástico, y me congelo cuando contemplo lo que contienen...

Son pistolas. Un montón de ellas. De distintos tamaños y estilos. Todas meticulosamente acomodadas dentro de los compartimentos recubiertos de esponja. El pánico se asienta en mi estómago como un puñado de rocas y mi boca se seca al instante. Quiero gritar…

—Oh Dios… —las palabras salen de mi boca en un susurro tembloroso.

Esto no está bien. Sé que hay gente que tiene permisos para tener un arma en casa por precaución, pero ¿tantas?, ¿para qué necesita tantas?...

No sé cuánto tiempo pasa antes de que reaccione y me apresure a cerrar las cajas esparcidas en el suelo para acomodarlas en su lugar. Trato de colocarlas en el lugar exacto donde las encontré, pero no estoy segura de haberlas metido en el panel correcto.

Cientos de escenarios inundan mi cabeza y ninguno es bueno. Las dudas y el miedo me impiden pensar con claridad.

Quiero reír, gritar, llorar y correr. Todo al mismo tiempo. Sin embargo, no me muevo. No puedo hacerlo.

Salgo del armario y contemplo el desastre que he hecho. Mi mente sigue corriendo a mil por hora en busca de una respuesta, pero sé que no hay nada que justifique la cantidad de armas que guarda en su armario.

—¿Encontraste lo que buscabas? —la voz ronca, arrastrada y profunda a mis espaldas, me eriza la piel en un segundo.

Puedo jurar que toda la sangre de mi cuerpo se ha agolpado en las plantas de mis pies. Mis ojos se aprietan con fuerza y, por primera vez en mucho tiempo, no lucho contra el miedo que me atenaza el corazón.

Quiero encararlo, pero sé que no estoy lista para hacerlo. Una mezcla de vergüenza, miedo y coraje se apodera de mis entrañas.

Me giro lentamente, y entonces, lo veo…

Harry Stevens está justo frente a mí. La distancia entre nosotros no es suficiente ahora mismo. Necesito alejarme, pero no puedo moverme. La poca iluminación tiñe su rostro con sombras, y eso lo hace lucir más siniestro y peligroso que nunca.

Su mandíbula angulosa está apretada con violencia, su cuerpo está completamente erguido y no hay indicio de aquel porte desgarbado que lo caracteriza. Luce como un depredador frente a su presa. La frialdad en su mirada lo hace lucir cruel, su postura amenazante lo hace lucir salvaje, y yo no puedo dejar de mirarlo.

—¿Se te perdió algo ahí dentro? —la tranquilidad en su voz suena errónea. Quiero responder algo, pero no encuentro nada para decir. Trato de idear una mentira, pero nada viene a mí. Una sonrisa amarga se apodera de sus labios y me mira de pies a cabeza.

—¿Qué te dijeron sobre mí? —insiste.

—No me dijeron nada —tartamudeo con un hilo de voz.

Una carcajada corta y amarga lo asalta, y niega con la cabeza.

—Sé que se dicen muchas cosas, Maya —avanza en mi dirección con mucha lentitud. Parece un león a punto de atacar—, no soy estúpido. El vago de tu amigo seguro dijo algo, ¿no es cierto?... Te dijo algo y creo tener una idea de qué es —su vista se posa durante un ligero instante en el desastre del armario y dice—. Quiero suponer, también, que las has encontrado.

Habla de las armas. Mi corazón parece saltarse un latido, pero me las arreglo para dar un paso hacia atrás; a pesar de que sé que pronto golpearé contra el armario.

—¿Es cierto? —hablo, con un hilo de voz. Necesito saberlo todo de una maldita vez. Necesito saber si lo que dijo Jeremiah es verdad.

No responde.

Sigue avanzando y yo sigo retrocediendo. El miedo se transforma en terror en el momento en el que mi espalda choca contra la madera del mueble a mis espaldas y un grito se construye en mi garganta.

Él no se detiene y, de pronto, invade mi espacio vital.

—¿De verdad quieres saberlo? —su voz es un susurro ronco y profundo. Su aliento golpea mi mejilla y, por un instante, me siento aturdida y aterrorizada. El aroma a alcohol inunda mis fosas nasales, pero, por primera vez en mi vida, no es eso lo que me aterra.

—Sí —digo, en un susurro.

Sus ojos analizan mi rostro a detalle, y toda mi carne se pone de gallina con su intensa inspección.

—Todo es verdad —dice, tras un silencio tenso y tirante.

Quiero que se eche a reír o que diga que está jugando conmigo…, pero no lo hace. El nudo en mi estómago se aprieta y el pánico se apodera de mi cuerpo.

«¿Qué demonios está pasando?».

—¿Por qué me lo dices ahora? —sueno indefensa y asustada, pero es exactamente como me siento.

Se encoge de hombros en un gesto despreocupado, pero hay un destello angustiado en su mirada.

—Porque ya me cansé de jugar al chico bueno —se acerca un poco más, de modo que siento su respiración justo en la comisura de mi boca—. No soy una buena persona, Maya. Nunca lo he sido.

Lo miro a los ojos.

—No te creo —la determinación en mi voz, me toma por sorpresa. Él también luce aturdido por un instante, pero su mueca se recompone casi al instante.

Su nariz roza la mía con lentitud. Mis instintos actúan primero, y me aparto cuando se acerca un poco más.

—¿Me tienes miedo? —su rostro sigue inexpresivo, pero su voz suena inestable y ronca. Una de sus manos se alza y aparta un mechón de cabello lejos de mi rostro. Mis párpados se aprietan y mi respiración se atasca en mi garganta.

—N-no.

—Deberías —su voz es hielo—. Deberías salir corriendo ahora mismo, Maya. Deberías estar aterrada.

—No te tengo miedo, Harry —me obligo a mirarlo a los ojos—. No vas a hacerme daño.

Suena más a una pregunta que a una afirmación. Le ruego al cielo que de verdad no sea capaz de lastimarme, mientras me aferro al pequeño vestigio de esperanza que me asalta. Aún y con todo esto, sigo queriendo convencerme a mí misma de que no es una mala persona.

Su mirada se oscurece varios tonos, pero no deja de observarme a detalle. Sus manos golpean la madera a mis costados y chillo del susto. Todo mi cuerpo tiembla, pero no me atrevo a moverme.

—¿Quieres saber quién soy, Maya? —todo su cuerpo se pega al mío. Su aliento golpea mi boca de lleno y, por un doloroso instante, creo que va a besarme—. Soy un jodido delincuente que se gana la vida amenazando de muerte a la gente que le debe dinero su jefe. Soy un hijo de puta que no tiene respeto por nada ni por nadie. Soy el idiota que encontró a una chica llorando en un pasillo y quedó prendado de ella en el jodido instante en el que la miró, y si ella no se aleja de mí, voy a arrastrarla al hoyo donde me encuentro estancado. Voy a hacerle mucho daño, Maya; y no va a ser intencional.

—No… —estoy a punto de gritar de la angustia—. No, no, no… No eres esa persona. No lo eres —me niego, rotundamente, a creer lo que acaba de decirme—. Eres Harry, el chico amable que se ofreció a llevarme a casa cuando quisiera; el chico dulce que puso su número de teléfono en mi buzón. El tipo que me salvó de una paliza que iba a acabar con mi vida.

—No soy una buena persona, Maya —por primera vez, el dolor se filtra en el tono de su voz—, y no voy a justificarme —dice. Puedo jurar que su armadura está resquebrajándose frente a mis ojos—. Puedo decir que las circunstancias me orillaron a tomar decisiones equivocadas, pero la vida siempre nos da opciones. Yo elegí esto, cuando pude haber hecho algo diferente —no puedo pensar correctamente. No puedo hacer otra cosa que no sea escuchar lo que tiene que decir—. ¿Y sabes por qué no llegué a nuestra cita? —de pronto, luce angustiado y desesperado—. Porque no quiero arrastrarte a mi mundo de mierda. Porque mereces algo mejor de lo que yo puedo ofrecerte.

Un sonido torturado se me escapa en ese momento y siento cómo su frente se une a la mía. Todo mi cuerpo se estremece cuando sus manos cálidas ahuecan mis mejillas. Es enferma la necesidad que tengo de sentir sus labios contra los míos.

La aberración que siento por él, es casi tan grande como las ganas que tengo de fundirme en sus labios.

Mi cabeza es una maraña inconexa de pensamientos contradictorios. Todo parece colisionar dentro de mí; y lo único que puedo hacer, es aferrarme a la visión devastadora de Harry, quien luce torturado y aterrorizado.

—¿Has matado a alguien? —la pregunta sale en un susurro entrecortado. Necesito saberlo. Necesito escucharlo de su boca o voy a volverme loca. Necesito que lo diga para así tener la fuerza necesaria para alejarme.

—Mírame, Maya —mis ojos se fijan en los suyos. Su mirada está cargada de intensidad y determinación—. Nunca he matado a nadie.

—¿Cómo se supone que te crea? —sueno patética y suplicante, pero necesito aferrarme a lo que acaba de decirme.

—Soy un jodido cobarde —el dolor en su expresión hace que mi corazón se estruje—. Nunca he tenido el valor de tirar del gatillo, y no tengo modo alguno de comprobarlo. Solo mi palabra, Maya; la misma palabra que te di cuando prometí que mi intención no era hacerte daño.

—Júralo —estoy desesperada y ansiosa.

—Te lo juro por la memoria de mi hermana. Lo juro por el amor que le tengo a mi madre. Lo juro por lo más sagrado que tengo —él también suena a punto de quebrarse.

Entonces, lo beso.

Lo beso porque deseo que se detenga. Porque ya no quiero escucharlo más…

Mi lengua busca la suya con urgencia, pero a él le toma unos instantes corresponder a mi caricia. Un gruñido ronco y profundo brota de su garganta, pero corresponde a mis caricias. Sus manos abandonan mi rostro para aferrarse a mi cintura, y une nuestros cuerpos con más intensidad que nunca. Mis manos se envuelven alrededor de su cuello y tiro de las ondas suaves que se enroscan en su nuca.

Sabe a menta y cerveza, pero no me importa ahora mismo. Nada importa en este momento. Lo único que quiero, es olvidar todo lo que ha dicho, y concentrarme en todo lo que me hace sentir.

Harry Stevens me hace sentir segura…, pero la Bestia me aterroriza.

Ir a la siguiente página

Report Page