Bestia

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CAPÍTULO 19

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CAPÍTULO 19

—¡No entiendo cuál es el problema! —Kim exclama, enfurruñada. Estamos afuera del local del restaurante, así que tenemos un poco de tiempo para charlar antes de volver de nuestra hora de comida—, no es como si quisiera robarte a tu novio.

Ruedo los ojos al cielo, pero siento cómo la emoción se apodera de mí cuando utiliza esa palabra para referirse a Harry.

Han pasado ya tres semanas desde que Harry Stevens y yo comenzamos a salir de forma oficial.

Ninguno de los dos se ha atrevido a ponerle un título a lo que tenemos. Tampoco sé si puedo llamarle «citas» a lo que hacemos para pasar el tiempo, pero no puedo negar que nuestras actividades son bastante agradables.

No salimos al cine, tampoco vamos a cenar o a conseguir alguna bebida como hacen las parejas ordinarias. Nuestras citas consisten en caminatas largas y helados a deshoras. A veces, nos sentamos en la acera de afuera del edificio mientras comemos lo que sea que encontremos a la venta de madrugada; otras más, tenemos largas charlas acurrucados en su cama; y unas cuantas más, vemos películas tirados en la alfombra del apartamento.

—No es mi novio —digo, porque es cierto. Hace poco hablamos acerca de ser exclusivos, pero no nos hemos dado un título formal—. Y ya te dije que Harry no es una persona a la que le guste salir a discotecas o a bares.

—Entonces vamos a otro lugar —resuelve—. No entiendo qué hay de malo con que tengan una cita doble conmigo y Will. Él está encantado con la idea.

—No hay absolutamente nada de malo, es solo que… —me detengo en seco. No le he mencionado nada acerca de las marcas en su rostro, y tampoco quiero hacerlo. No porque sienta vergüenza de ellas, sino porque no me gusta darles la importancia que no merecen. Aunque Harry no lo diga, sé que lo hacen sentir vulnerable casi todo el tiempo y no quiero presionarlo a hacer cosas que le incomodan.

—Es solo que, ¿qué? —Kim pregunta con impaciencia—, ¿es por él, Maya?, ¿es de esa clase de idiotas que no dejan a sus novias salir con otras personas?, porque si es así, te juro que voy a…

—Por supuesto que no es por eso —la interrumpo—. Harry no es así.

—¿Entonces? —la molestia en el tono de su voz hace que mi corazón se estruje un poco.

Trato de buscar alguna mentira para justificar el motivo por el cual Harry nunca aceptaría una cita doble con mi amiga y su novio, pero no encuentro nada para decir. Sé que debo decirle la verdad. Sé que debo contarle sobre las cicatrices porque tarde o temprano va a saberlo, pero no puedo hacerlo. No quiero ver en ella esa expresión detestable de lástima y horror que hay en todas las personas que miran a Harry en la calle.

Desvío la mirada.

De pronto, me siento incapaz de verla a la cara. Se siente horrible mentirle, pero no quiero que sienta lástima por la única cosa buena que me ha pasado en mucho tiempo.

—Maya, dime… —la voz de Kim se suaviza—. Si es por nosotros, o si Will no te agrada, o si crees que somos demasiado ridículos como para caerle bien a Harry, solo dímelo. No voy a molestarme.

—¡Es que no son ustedes! —exclamo, con irritación exasperada—, ¡no tiene absolutamente nada que ver con ustedes!, lo que sucede es que… —dudo. Sé que debo decir algo. Sé que Kim espera una explicación, así que tomo una inspiración profunda para armarme de valor. Entonces, dejo ir las palabras—: A Harry no le gusta salir a lugares públicos.

Su ceño se frunce en confusión.

—¿Así de extraño es? —dice, con incredulidad y diversión.

Una risa ansiosa brota de mis labios, y me siento frustrada y desesperada. Sé que voy a tener que contárselo. Sé que voy a tener que decirle sobre las marcas.

—No es por eso —me obligo a decir. Niego con la cabeza y la miro a los ojos antes de hablar—: Kim, tienes que prometerme que no vas a hacer ninguna clase de comentario hasta que termine.

—Lo prometo.

—Bien… —asiento, y tomo una inspiración profunda. Un atisbo de nerviosismo se apodera de mi cuerpo, pero trato de mantenerlo a raya mientras hablo—: Harry tiene… Tiene cicatrices. En la cara —las cejas de Kim se disparan al cielo y su boca se abre con sorpresa—. Son muy escandalosas y pueden ser intimidantes al principio. La gente suele mirarlo demasiado cuando salimos y eso le incomoda. Es por eso por lo que ni siquiera he sugerido la posibilidad de salir los cuatro juntos. Sé que va a aceptar, pero no quiero hacerlo pasar un mal rato en algún bar.

—¿Tiene marcas en toda la cara? —el asombro tiñe la voz de Kim.

—Solo en el lado izquierdo, pero son bastante escandalosas —me sincero.

—Mierda… —susurra. Espero un comentario lastimero y una mirada cargada de pesar, pero, en su lugar, me encuentro con una sonrisa boba y una mirada entusiasmada—: ¡Eso debe ser muy caliente!

La confusión me invade. No puedo creer que haya dicho eso. No puedo creer que haya utilizado ese adjetivo para referirse a las cicatrices de Harry.

—¿Qué?

La sonrisa de Kim se ensancha.

—Digo que debe lucir caliente con las cicatrices —se encoge de hombros—. Seguro luce sexi como el infierno.

El alivio me invade en ese momento y toda la tensión y el nerviosismo previo se esfuman en el momento en el que pronuncia esas palabras. Una risa idiota brota de mi garganta y la incredulidad se filtra en el sonido agudo de mi carcajada.

—No puedo creer que hayas dicho eso —niego con la cabeza, pero no he dejado de reír—. ¡Jesús, Kim!, esperaba cualquier cosa menos eso.

Un empujón suave hace que pierda el balance de mi cuerpo, pero lo recupero después de dar un traspié.

—Dame una oportunidad —dice—, no soy una perra y, ciertamente, Will tampoco es un hijo de puta. Coméntalo con Harry. Tengo muchas ganas de salir contigo; apenas si hacemos cosas juntas. Si dice que no, entonces nos vamos tú y yo. Sin chicos. ¿De acuerdo?

Dudo un poco, pero asiento al cabo de unos segundos.

—De acuerdo —mascullo—. Ahora vamos adentro, que van a regañarnos por estar aquí en lugar de estar atendiendo mesas.

Mi amiga rueda los ojos al cielo, pero me sigue cuando me encamino al interior del restaurante.

El resto del día pasa rápido y sin contratiempos. Al salir, Kim y Will se ofrecen a darme un aventón a casa, lo cual agradezco. Una vez aparcados fuera del edificio, mi amiga me hace prometer que hablaré con Harry acerca de salir los cuatro juntos y no me deja bajar del auto hasta que queda convencida de mis palabras.

Al entrar al complejo habitacional, una de las vecinas del primer piso me aborda. No estoy muy segura de recordar su nombre, pero tengo entendido que ella y el dueño del edificio tienen una relación muy estrecha.

Nadie lo sabe con certeza, pero se rumora que es su amante y que es por eso por lo que vive aquí.

—¡Maya, cariño! —me saluda con una sonrisa. El gesto no toca sus ojos. No tengo ni idea de por qué sabe mi nombre, pero tampoco quiero averiguarlo.

—Buenas noches —digo y trato de escabullirme escaleras arriba.

Por un momento, creo que lo he logrado, ya que subo un par de escalones sin problema alguno.

—¡Cariño, necesito hablar contigo! —su voz vuelve a llamarme y suena tan fuerte, que creo que los vecinos del piso superior han podido escucharla.

Me giro sobre mis talones y la encaro.

—¿Conmigo?, ¿acerca de qué? —mi ceño se frunce.

—Hablé con Tony, querida —una mueca de fingida preocupación se apodera de su rostro—. Me ha dicho que no has pagado el alquiler de tu apartamento los últimos dos meses. Si siguen así, va a echarlos a ti y a tu padre.

Mi corazón se salta un latido con la sola mención del hombre con el que solía vivir, y casi puedo jurar que toda la sangre de mi cuerpo se ha agolpado en mis pies. De pronto, mi garganta se seca; mis dedos se sienten helados y un escalofrío de pura repulsión me recorre.

Quiero decirle que ya no vivo ahí, que el apartamento de Harry es el lugar que me corresponde ahora y que lo que le pase a ese hombre no me importa, pero no lo hago.

Casi por inercia, mi mente empieza a hacer cuentas del dinero que tengo guardado. Ese dinero que he ahorrado las últimas semanas para comprarme una computadora, un teléfono celular y un montón de ropa nueva.

Me pregunto cuándo fue la última vez que papá comió algo, cuándo fue la última vez que tomó una ducha o se preocupó por cambiarse la ropa. Sé que, seguramente, se ha endeudado hasta la médula para comprar alcohol. Sé que es probable que ni siquiera le importe el hecho de que puede quedarse sin un techo solo por la horrible dependencia que ha adquirido con el paso de los años. Si tan solo mamá no se hubiese ido. Si no hubiese arruinado las cosas desde antes…

«No vayas ahí». Susurra la voz en mi cabeza y tomo una inspiración profunda mientras empujo los recuerdos en lo más profundo de mi mente.

Vuelvo al presente. Vuelvo a la mujer frente a mí y al hecho de que mi papá va a quedarse en la calle. Todo dentro de mí grita que debo hacer algo para evitarlo, pero la voz insidiosa de mi subconsciente no ha dejado de susurrar que debo dejar que se pudra en la calle. Que lo merece por todo lo que me hizo.

—Tony dice que nunca te habías atrasado con la renta, es por eso por lo que está esperando un poco, pero su paciencia se agotará pronto —la voz de la mujer me saca de mis cavilaciones.

La preocupación y la angustia atenazan mis entrañas. Quiero ahuyentar el sentimiento culposo lejos de mi cuerpo, pero es imposible.

«¿Cuán patética me hace esto?».

Abro la boca para decir algo, cuando un rostro familiar aparece en mi campo de visión. Harry Stevens está de pie detrás de la mujer que trata de cobrarme la renta de un apartamento donde ni siquiera vivo, y el alivio invade mi cuerpo.

—Buenas noches —su voz ronca y tranquila envía un escalofrío por toda mi espina.

La mujer gira sobre su eje y da un paso hacia atrás cuando nota que ha quedado frente a él.

Harry le regala una sonrisa jovial antes de mirarme y guiñarme un ojo.

—Hola, hermosa —dice, y avanza en mi dirección.

Estoy a escasos cinco escalones de distancia, así que no le toma mucho tiempo llegar a donde me encuentro. Sus dedos me toman por la barbilla y deposita un beso casto en mis labios. El efecto sedante que tienen sus besos, hace que me olvide por completo de la angustia previa.

Una sonrisa suave se dibuja en mis labios cuando se aparta y roza su nariz contra la mía en un gesto cariñoso.

Su mano se entrelaza con la mía, antes de tirar de mí escaleras arriba. Miro por encima del hombro para decirle a la mujer que voy a buscarla en la semana, pero luce tan afectada, que dudo que sea capaz de escucharme, así que decido pasar a su apartamento después.

Me cuesta mucho trabajo mantener el paso que lleva Harry mientras camina y él parece notarlo, ya que disminuye la velocidad de su caminado apresurado.

—¿La amante de Anthony estaba molestándote? —pregunta, pero no suena enojado. Más bien, parece divertido.

Me mira por el rabillo del ojo y no se me escapa la sonrisa juguetona que se ha apoderado de sus labios. Amo esa faceta suya. Su lado despreocupado y juguetón es mi favorito.

Abro la boca para responder, pero las palabras mueren en la punta de mi lengua cuando me percato de su presencia.

Me congelo, de pronto, y la repulsión y el miedo se apoderan de mí en el momento en el que lo veo…

Mi vista está clavada en el hombre de aspecto lastimoso y destrozado que se encuentra a pocos metros de distancia. Ni siquiera me di cuenta de en qué momento llegamos hasta el piso donde solía vivir.

La atención de Harry se dirige al punto donde la mía se encuentra y, en automático, se interpone entre mi padre y yo.

Mis dedos libres se aferran al material de la chaqueta de piel que lleva puesta, y la mano con la que me sostiene me aprieta con más fuerza de la que debería. No puedo reprimir el impulso que tengo de mirar, solo para cerciorarme de que no me ha visto aún, pero es demasiado tarde.

Ojos grises observan en nuestra dirección y, en el momento en el que encuentran los míos, un atisbo de reconocimiento los tiñe.

Casi puedo probar el vómito en mi garganta. Casi puedo probar el sabor de mi propio pánico.

La fuerza de los recuerdos que corren a toda velocidad hacia la superficie, es demoledora. Los gritos, los golpes, su aliento rancio en mi oreja, mis súplicas, el dolor físico, el dolor emocional, la humillación, la vergüenza, las ganas de morir… Todo se arremolina en mi interior tan rápidamente, que me olvido de respirar.

—Maya… —su voz trae oleadas nuevas de asco y repulsión. Mi nombre se escucha mal en sus labios. Se escucha sucio cuando él lo dice—. Maya, cariño, ven aquí.

Está ahogado en alcohol. No se necesita ser un genio para saberlo.

—Maya, sube —la voz de Harry suena tranquila, pero determinante, y eso solo significa que trata de contenerse.

Doy un paso en dirección al siguiente tramo de escaleras.

—¡No te atrevas a dar un jodido paso más, hijo de puta! —Harry escupe cuando estoy dispuesta a huir de mi papá.

Mi vista se vuelca hacia ellos. Harry tiene una mano puesta en la cinturilla de sus vaqueros, y eso es todo lo que necesito para saber que busca su arma. La mirada furibunda que mi papá le dedica me pone la carne de gallina.

—¡Ella es mía! —el grito de mi padre me toma por sorpresa—. ¡¿Quién demonios eres tú para prohibirme acercarme a mi hija?! ¡No puedes llevártela! ¡Ella me pertenece!

Todo sucede a una velocidad impresionante.

Harry se abalanza en dirección a mi padre y atesta un puñetazo en su rostro.

—¡Harry! —grito, pero él no parece escucharme.

—¡Vuelve a llamarla así, bastardo malnacido!, ¡te reto a que lo hagas! —Harry grita también.

Mi padre se tambalea hacia atrás con el impacto y golpea de regreso. Un grito ahogado brota de mis labios mientras me apresuro para tratar de detener la pelea.

Harry da un paso hacia atrás y noto cómo limpia su nariz con el dorso de la mano. Estoy lo suficientemente cerca como para ver la sangre que ha manchado sus dedos.

—No tienes idea de con quién acabas de meterte —susurra, con la voz enronquecida, y suena más siniestro que nunca. De pronto, es como si toda la humanidad en él se hubiese esfumado. Como si no fuese la misma persona que me saludó con un beso hace un par de minutos.

Otro golpe es atestado en dirección a mi padre, y el crujido que se hace escuchar después del impacto, envía un escalofrío de pura angustia que me recorre de pies a cabeza.

El hombre cae al suelo con un golpe sordo y Harry aprovecha para soltar una patada justo en sus costillas.

La sangre que brota de la boca de mi papá me hace reaccionar.

—¡Harry, detente! —chillo y me apresuro para tirar de él. Envuelvo mis dedos en su antebrazo, pero se sacude de mi agarre con brusquedad—. ¡Dios mío, para!, ¡vas a matarlo!

Otra patada es colocada en el torso del hombre en el suelo. Trato de llegar a Harry una vez más, pero no lo consigo. De pronto, todo su cuerpo gira con brusquedad. Su puño levantado hace que me encoja del miedo y, de pronto, lo único que espero es el impacto del golpe.

Uno…

Dos…

Tres segundos pasan…, pero el golpe no llega. Entonces, me atrevo a abrir los ojos para encarar al chico frente a mí. La mirada horrorizada de Harry es lo primero que me recibe.

—Lo siento —su voz es un susurro tembloroso—, ¡mierda!, ¡lo siento!, ¡lo siento, lo siento, lo siento!...

Un atisbo de alivio recorre mis venas, pero aún me siento inestable.

—Está bien —digo, pero sueno asustada hasta la mierda—. Está bien, Harry.

Vacila unos instantes. Luce incierto e inseguro, pero sus brazos se envuelven alrededor de mis hombros para apretarme contra su cuerpo. Está temblando. Quizás soy yo quien tiembla. Tal vez somos ambos…

Mis párpados se cierran y dejo que el miedo se fugue un poco. Permito que mi cuerpo absorba la seguridad que me invade con su abrazo apretado y trato de ignorar el pánico que sentí hace unos instantes. Trato de olvidar que el chico que me sostiene fue un completo desconocido durante unos segundos.

—Vámonos —pido, con un hilo de voz—. Por favor, Harry, vámonos de aquí.

Siento cómo sus labios se presionan en mi frente unos instantes antes de apartarse para tirar de mi mano. Entonces, me aleja del hombre que gimotea tirado en el pasillo.

Mientras subimos las escaleras, no puedo evitar mirar hacia atrás solo para echar un vistazo a lo que Harry ha hecho. Mi mandíbula se aprieta al notar el aspecto lamentable de mi padre, pero trato de ignorar a la voz incesante que me repite una y otra vez que Harry es un tipo demasiado peligroso.

Me digo a mí misma que él nunca me haría daño, y que lo único que ha hecho es ayudarme, pero ni siquiera eso elimina la sensación enfermiza que se ha apoderado de mi cuerpo.

He sido testigo de la oscuridad dentro Harry y, si hay algo de lo que estoy segura, es de que no quiero volver a verla nunca más.

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