Bestia

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CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

El sonido del agua cayendo, es lo único que rompe la quietud en la que se ha sumido el apartamento. Cuando entramos, lo primero que Harry hizo, fue encaminarse al baño y encerrarse dentro. Al poco rato, el sonido de la regadera lo inundó todo.

Mi corazón no ha dejado de latir a una velocidad antinatural y el miedo no ha mermado. Harry perdió completamente los estribos. Levantó su puño en mi dirección, y casi puedo jurar que estuvo a punto de golpearme.

«Él no iba a golpearte…». Mi subconsciente protesta, pero sé que él tampoco está seguro de ello.

Mis ojos se cierran mientras trato de borrar su expresión desencajada de mi memoria. El temblor de mis manos es cada vez más intenso, así que presiono mis palmas abiertas contra mis rodillas, en un intento desesperado por disminuirlo. La opresión en mi caja torácica apenas me permite respirar, la adrenalina aún no se ha ido del todo y lo único que quiero, es tener la capacidad de construir muros a mi alrededor, para así dejar de torturarme una y otra vez con lo ocurrido hace unos momentos.

La regadera se detiene.

Mi mandíbula se aprieta y tengo que reprimir el impulso que tengo de salir corriendo. El silencio inunda la estancia, pero no me atrevo a moverme.

Entonces, los pasos de Harry resuenan por el pasillo. Sé que viene hacia acá. No hay que ser un genio para averiguarlo.

Trago duro y tomo una inspiración profunda, antes de fijar mi mirada en un punto en la alfombra. Esto está jodido. Esto es horrible. No puedo pretender que nada ha ocurrido…

Por el rabillo del ojo, soy capaz de verlo. Se detiene a pocos pasos de distancia, pero no me atrevo a encararlo de frente. No estoy lista para volver a mirarlo a la cara. No sin sentir miedo.

Las pisadas se acercan cada vez más y sé que no puedo postergar más lo inevitable. Voy a tener que enfrentarme a él…

Harry se detiene justo frente a mí, del otro lado de la mesa de centro, pero no levanto la vista. Rodea el perímetro de madera que se interpone entre nosotros y se sienta sobre la superficie cuando estamos de frente. Sus rodillas flexionadas están abiertas, de modo que me encuentro aprisionada entre su cuerpo, el sillón donde estoy acomodada y la mesa.

Un dedo calloso se coloca debajo de mi barbilla y me obliga a alzar el rostro. Mi mandíbula se aprieta aún más, y mis entrañas se revuelven con anticipación. Un par de impresionantes ojos esmeraldas me mira fijamente. Entonces, el aliento me abandona.

Su cercanía me altera de formas que no puedo comprender. No quiero sentirme vulnerable a su alrededor, pero sé que ya no hay marcha atrás. Harry es capaz de doblegarme de este y de muchos modos más, y me siento traicionada por mi propio cuerpo. Me siento derrotada por la calidez con la que me mira y la oleada de alivio que trae a mi pecho el tenerlo aquí frente a mí.

Su ceño está fruncido con preocupación, su mandíbula angulosa está apretada, sus hombros lucen tensos y parece que va a desmoronarse en cualquier momento. A pesar de todo eso, no deja de ser impresionante.

Harry Stevens siempre ha sido impresionante.

—Lo lamento tanto… —dice, finalmente. Su voz suena más ronca que nunca.

—Está bien —respondo, pero no sé si es verdad. No sé si todo, realmente, está tan bien como debería.

Su toque se desliza hacia mi mejilla y, por instinto, me aparto. El pánico y la decepción invaden su expresión. Me siento como una completa perra, pero no puedo apartar el miedo de mi sistema. Se ha adherido a mis huesos y ahora es imposible eliminarlo.

Estoy harta de sentirme así todo el tiempo. Estoy harta de mí misma. Estoy tan cansada, que deseo escapar de mi propia piel y ser otra persona por el resto de mis días… Sin embargo, sé que es imposible. Estoy atascada en la mente asustada de una chica estúpida e insignificante, y no puedo hacer nada para cambiarlo.

—Maya, nunca te haría daño —el temblor en su voz me desgarra por dentro—. Lo juro…

El escozor que llevo en el pecho, es cada vez más intenso, pero me obligo a mantener mis emociones a raya.

Sus nudillos rozan mi mejilla con mucho cuidado, y un destello rosado llama mi atención. El pánico disminuye ligeramente con esa distracción y me aparto con suavidad para tomar su mano entre las mías y estudiar el dorso.

La piel se ha roto en las articulaciones. La carne está expuesta en ciertas partes, y me estremezco ante la visión de su puño destrozado. Mi mente evoca la brutalidad de los golpes que atestó contra mi papá y un nudo se instala en la boca de mi estómago al imaginar cuán violento fue el ataque.

«Él se hizo esto a sí mismo por ti. Por defenderte».

La resolución de este hecho me hace sentir miserable y maravillosa. Nunca nadie me había defendido. Nadie había puesto su integridad física de lado para hacer algo por mí. Ningún ser humano en la tierra había sido capaz de interponerse entre ese asqueroso hombre y yo. No hasta que él apareció.

Estoy segura de que los vecinos del piso donde vivía siempre supieron acerca de los golpes y las violaciones, pero nadie tuvo el valor de ir a detenerlo. Los seres humanos tenemos la capacidad de ignorar las cosas que están frente a nuestras narices solo porque no queremos verlas.

Ellos sabían sobre lo que mi papá me hacía, pero siempre fue más fácil ignorarlo. Siempre es más fácil hacerse el ciego…

La sensación dolorosa dentro de mi pecho, es insoportable. Harry es, para bien o para mal, la única persona que se ha preocupado por mí. Me ayudó sin conocerme y sin esperar nada a cambio, y me salvó más veces de las que puedo recordar. Tengo que concederle eso.

—Gracias, Harry —las palabras salen de mi boca sin que pueda detenerlas.

De pronto, la confusión tiñe sus facciones. Abre la boca para decir algo, pero la cierra de golpe. Entonces, aprovecho ese momento de silencio y llevo la mano herida hacia mis labios. Deposito un beso suave en la zona lastimada, y puedo sentir cómo se tensa en respuesta. Dejo otro beso en su dorso, y me obligo a mirarlo a los ojos.

—Gracias… —apenas puedo pronunciar.

—Siento mucho haberte asustado —susurra, en voz tan baja que apenas le escucho.

—Todo está bien —susurro, con la voz entrecortada por las emociones contenidas. Una sonrisa suave se dibuja en mis labios y noto cómo traga duro. Luce inseguro e incierto, pero no dice nada. Se limita a mirarme a los ojos en busca de algún atisbo de miedo o enojo.

Finalmente, su mano se aparta con suavidad y se envuelve en mi muñeca. Tira de mí con delicadeza hasta acomodarme sobre una de sus piernas y su brazo libre se envuelve en mi cintura.

Mechones de cabello son apartados de mi rostro y la sensación enfermiza disminuye un poco. A veces olvido cuán suave puede ser con sus manos; cuán delicadas suelen ser sus caricias y cuán segura me siento cuando me sostiene.

—¿Me tienes miedo, Maya?

—No —la pregunta es tan familiar ahora, que la respuesta viene de inmediato.

No sé qué pretende al preguntarlo. Es como si esperara que, de la noche a la mañana, sintiera terror de estar con él. No voy a negar que algunas actitudes suyas me desconciertan, pero eso no ha disminuido ni un poco lo que siento cuando estoy a su alrededor.

Su mano ahueca un lado de mi rostro y tira de mí hacia adelante. Mi nariz roza la suya, pero no me atrevo a moverme. Quiero besarlo, pero no puedo dejar de mirar la tormenta de colores que hay en sus ojos.

—No tienes idea de cuánto lamento haberte asustado —susurra—. Jamás ha sido mi intención hacerte daño —sus labios rozan la comisura de mi boca—. De verdad, lo siento… —su toque suave se desliza hasta que soy capaz de sentir el hormigueo de su aliento caliente mezclado con el mío. Mojo mis labios con la punta de la lengua, con anticipación a lo que viene, y lo escucho susurrar una vez más—: Lo lamento…

Entonces, me besa.

Su caricia es profunda y lenta… Casi tímida. Es como si tuviese miedo de ser rechazado.

Mis dedos se enredan en su cabello con lentitud y gime contra mi boca cuando tiro de él con suavidad. De pronto, el beso se torna un poco más urgente. Su mano viaja hasta posicionarse sobre mi rodilla desnuda, y todo mi cuerpo se tensa con el tacto suave que ejerce.

De pronto, se levanta. Tengo que hacer uso de mis pies para no caer y me aferro a su cuello para no dejar de besarlo. Sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura y pega mi cuerpo al suyo sin un poco de delicadeza.

Sus manos se deslizan hasta la curva de mis caderas y se agacha un poco para tomar mis muslos con sus palmas. Entonces, me levanta del suelo.

Mis piernas se envuelven alrededor de sus caderas casi por inercia y la falda del trabajo se enrosca más arriba de lo moralmente correcto. Soy consciente de la callosidad de sus dedos en la parte trasera de mis piernas y de la frescura que emana su cuerpo. Soy consciente del calor que funde mis venas.

Avanza conmigo a cuestas. No ha dejado de besarme ni un solo segundo, así que eso hace que choquemos contra las paredes del pasillo mientras camina.

Una risa idiota me asalta debido a la torpeza de sus movimientos, y él ríe conmigo. La carcajada vibra en su pecho y la calidez invade mi cuerpo al sentirlo tan cerca. El desfogue de tensión es tan grande, que todo mi ser lo agradece.

Al cabo de unos instantes, reanuda su marcha hasta la habitación y su boca recorre una estela de besos dulces hasta el lóbulo de mi oreja. Un escalofrío de puro placer se dispara en mi interior y reprimo el gemido que amenaza con abandonarme.

Me siento aturdida y adormecida. El efecto sedante de sus besos ha invadido mi sistema y lo único que puedo hacer es absorber todo lo que me ofrece. Entonces, me deposita sobre el colchón con mucho cuidado. Mis piernas aún siguen envueltas a su alrededor, así que queda completamente sobre mí. Sus brazos dejan ir mis muslos y se acomodan a cada lado de mi cara.

El peso de su cuerpo me deja sin aliento por unos instantes, pero no es desagradable. Sus labios trazan un camino de besos hasta llegar a mi cuello y tengo miedo de que sea capaz de escuchar el latir desmedido de mi corazón.

Sus manos se deslizan por la curvatura de mi cintura y caderas hasta llegar a mis muslos. Las yemas de sus dedos se arrastran por la piel caliente de esa zona, hasta introducirse por debajo del material de la falda. Soy consciente de cómo sus pulgares se enganchan en mis bragas de algodón. Sus dientes se apoderan de mi labio inferior, y todo pensamiento coherente se drena de mi mente en ese instante.

Desliza mis bragas hacia abajo, pero se detiene cuando el material se atasca entre el colchón y mi trasero. Debo alzar las caderas para que pueda ser retirado por completo, pero no estoy segura de querer hacerlo.

—Harry… —mi voz sale en un susurro tembloroso. Sueno más asustada de lo que me gustaría.

—Solo quiero tocarte —susurra de vuelta, pero suena más a una súplica que a una afirmación—. Nada más, Maya. Solo déjame tocarte…

El nerviosismo me invade.

Miedo, ansiedad, euforia, adrenalina… Toda clase de sensaciones vertiginosas se apoderan de mí y tiemblo de anticipación.

Una inspiración profunda e inestable es inhalada por mis labios. Quiero hacerlo. Quiero sentir, por una vez en mi vida, lo que es ser tocada por alguien sin sentir repulsión o asco.

Toma todo de mí prepararme, pero, al cabo de unos instantes, alzo las caderas. El material delgado se desliza por mis piernas y es removido de mis tobillos una vez que llega a ese punto. Lucho contra el impulso que tengo de levantarme y recoger mi ropa interior para volver a vestirme. Se siente como si estuviese completamente desnuda, a pesar de que solo ha retirado esa prenda de mi cuerpo.

Entonces, su toque se eleva y ahueca uno de mis pechos por encima de la ropa. Me siento avergonzada y torpe. No soy una chica con muchos atributos físicos y las manos de Harry son demasiado grandes. No puedo dejar de pensar en cuán pequeños deben parecerle y cuán llenos deben gustarle.

Mi respiración es desigual y ligeramente superficial. Un sonido suave brota de mis labios cuando su pulgar presiona contra una pequeña protuberancia en mi pecho y su boca encuentra a la mía cuando su mano libre se introduce en mi falda.

Quiero pedirle que se detenga. Quiero pedirle que continúe. Quiero gritar de la frustración porque ni siquiera yo misma sé qué demonios deseo en este momento.

Jamás me habían tocado de esta manera. Jamás me había sentido así. Estoy a su total merced…

Mis rodillas están flexionadas y mis piernas abiertas, ya que él se ha asentado entre ellas. No es difícil para Harry, rozar mi feminidad con sus dedos. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando lo hace y me tenso cuando busca entre mis pliegues húmedos.

Un gruñido brota de su garganta cuando mis caderas se alzan casi por voluntad propia. Sus dedos rozan mi punto más sensible, y todo se vuelve intenso y abrumador.

Sus labios rompen el beso y hunde su rostro en el hueco de mi cuello. Su aliento caliente roza la piel sensible de esa zona, y un escalofrío estremece mi cuerpo hasta la médula. Sus dedos trazan caricias en mi centro, y todo mi cuerpo tiembla ante la sensación placentera provocada por su toque.

Su respiración golpea mi oreja con fuerza y, de pronto, los recuerdos vienen.

Él sobre mí. Él entre mis piernas. El líquido caliente de mi sangre brotando a borbotones por mi nariz cuando opuse resistencia una de esas tantas veces. Su respiración rancia y asquerosa contra mi oreja; sus gruñidos de placer, mis gritos angustiados, el dolor insoportable, la violencia de sus movimientos…

El pánico se arraiga en mi sistema y todo el calor se drena de mi cuerpo en un instante. El suave placer que comenzaba a construirse en mi interior, se transforma en algo enfermizo y retorcido.

Aferro mis manos a sus hombros y lo empujo, pero él no cede.

«¡Es Harry, es Harry, es Harry, es Harry!». Me repito una y otra vez, pero no puedo dejar de sentirme asqueada.

—¡No! —jadeo, y lo empujo de nuevo.

Mi papá sobre mí, mi papá dentro de mí, mi papá llamándome perra, mi papá gritando que lo merezco…

De pronto, el nudo en mi garganta me ahoga; su cuerpo se ha vuelto pesado de repente y, cuando mi vista se clava en la figura sobre mí, lo único que soy capaz de ver, es el rostro del hombre que me destrozó la vida.

Terror puro inunda mi pecho, un grito se construye en mi interior, y me paralizo unos instantes sin apartar la mirada del hombre sobre mí.

Necesito alejarme. Necesito respirar. Necesito espacio…

No puedo moverme, no puedo parar la oleada de repulsión que invade mi sistema; no puedo, no puedo, ¡no puedo!...

—¡NO! —el grito brota de mi garganta en un sollozo aterrorizado. Empujo con todas mis fuerzas y me remuevo, en un intento desesperado por deshacerme del cuerpo que yace sobre mí—. ¡NO ME TOQUES! ¡NO ME TOQUES! ¡NO ME TOQUES!...

El peso cede de inmediato y me arrastro lejos. Me siento sucia, asqueada y humillada en todas las formas posibles. Las lágrimas brotan de mis ojos y me siento horrorizada. Mi corazón late tan fuerte, que temo que vaya a escaparse fuera de mi cuerpo. Apenas puedo respirar. Apenas puedo mantener todas mis piezas juntas.

Me abrazo a mí misma. Pego mis rodillas a mi pecho y hundo la cara en el pequeño hueco creado por mis brazos.

«Deja de llorar, Maya. ¡Maldita sea, deja de llorar!...».

Pasa mucho tiempo antes de que me atreva a alzar la vista. No quiero mirar alrededor. No quiero ver a Harry a la cara, porque sé que no voy a tener el valor de contarle qué sucedió. ¿Cómo le explicas a alguien que estás jodida de tantas formas?, ¿cómo le cuentas a alguien que fuiste violada más veces de las que recuerdas sin querer arrojarte desde el techo del edificio?...

La poca iluminación apenas me deja ver la expresión en su rostro cuando logro localizarlo. Luce confundido, preocupado… Herido.

—L-lo siento… —sueno patética. Mi voz es apenas un hilo tembloroso—. Lo siento mucho, Harry, yo…

—¿Por qué? —la voz de Harry suena ronca e inestable—, ¿qué fue?, ¿qué hice?...

—¡Nada!

—¿Entonces, qué demonios pasó? —la confusión tiñe su voz—. Maya, si no te gustó algo, lo siento mucho. En serio, lo siento. No fue mi intención hacer nada que te incomodara.

—¡Es que no fue eso! —exclamo, y reprimo un sollozo.

—Entonces, ¿qué fue?

Las palabras me ahogan. Los recuerdos son tan intensos, que no puedo dejar de temblar. Tengo tanto miedo de decírselo. Tengo tanto miedo de lo que va a pensar de mí cuando lo sepa…

—¿Es por cómo luzco? —amargura y dolor se filtran en su voz.

—¿Qué?

Los ojos de Harry se empañan ligeramente y, de pronto, luce angustiado.

—Me miraste a la cara y… —niega con la cabeza—. El miedo en tu cara, Maya. Tu expresión… Estabas aterrorizada.

—¡No es cierto!

Una risa carente de humor brota de sus labios.

—Son las cicatrices, ¿cierto?... —la amargura tiñe su voz.

¿Qué demonios…?

—¡No!, ¡no, Harry!, ¡no son las malditas cicatrices! —avanzo de rodillas por la cama para llegar a él, pero se aparta cuando trato de envolver mis dedos con los suyos. El rechazo quema en mis entrañas, pero me obligo a no prestarle atención ahora mismo—. ¡No fue por eso, yo solo…! —busco frenéticamente una mentira para decir, pero nada viene a mi cabeza. No hay nada que justifique mi comportamiento.

El nudo en mi garganta se aprieta.

—¿Tú solo, qué?... —escupe.

Abro la boca para decir algo, pero sigo sin saber qué decir. Trato de nuevo, pero no puedo pronunciar palabra alguna. Las lágrimas no dejan de brotar de mis ojos, y me siento más miserable que nunca.

La decepción tiñe su rostro por completo, pero ríe con amargura. Entonces, se gira sobre sus talones y se precipita hacia la entrada.

«¡Solo díselo!».

—Harry! —trato de alcanzarlo por el pasillo, pero él ya está en la puerta principal—, ¡Harry, detente!

Cierra la puerta detrás de él y me congelo en el instante. Mis piernas apenas pueden sostener mi peso. La humillación, la vergüenza, la impotencia, el coraje, la ira, la desesperación…, todo cae sobre mí como balde de agua helada.

Reprimo el sollozo lastimoso que amenaza con salir de mi garganta, y me encamino al baño. Cierro la puerta detrás de mí y abro el grifo del agua caliente.

Introduzco mi cuerpo en el pequeño cubículo, y la quemazón en mi piel merma el dolor de mi pecho. Retiro la ropa de mi cuerpo para dejar que el chorro golpee mi espalda.

Sé que voy a tener ampollas en todos lados, pero no me importa. Nada importa en este momento.

Necesito deshacerme de la repulsión y el asco que siento por mí misma. Necesito deshacerme de la culpa. Debo hacerme pagar por lo que le hice a Harry.

Acabo de joderlo todo. Mi padre acaba de joderlo todo para mí una vez más…

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