Bestia

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CAPÍTULO 21

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CAPÍTULO 21

—Saldré tarde de trabajar hoy —digo, en voz baja. Sueno avergonzada y temerosa, pero no puedo sonar de otro modo. No cuando Harry Stevens me ha ignorado durante casi dos semanas.

Desde aquella fatídica noche que lo rechacé, nada ha sido igual. No es como si estuviese esperando que las cosas fueran como siempre, es solo que pensé que tendría la oportunidad de dar una explicación.

He tenido la confesión en la punta de la lengua todo el tiempo. Las palabras pican en mi boca desde ese día y la revolución de ideas, pensamientos y sentimientos, se ha vuelto insoportable.

Cada noche de camino a casa, ensayo un discurso que sé que no voy a decir, una confesión que sé que no haré, una justificación que sé que no voy a tener el valor de pronunciar… Cada noche trato de obtener su atención para hablar, pero ni siquiera se digna a dirigirme una mirada. Es más fácil para él pretender que no estoy ahí. Prefiere eso a enfrentarme.

He tratado de entablar conversaciones casuales, pero lo único que hace es responderme con monosílabos. Hace unos días pude arrancar una oración completa de sus labios cuando le pregunté qué quería cenar. No fue una respuesta importante o especial. Se limitó a levantarse del sillón y decir: «No prepares nada para mí».

Después de eso, no me ha dirigido la palabra.

He pasado noches enteras sin poder dormir. Me hundo lentamente en el mar de la angustia que yo misma he creado y, a pesar de que deseo hablar y contarle a alguien lo que ocurrió, no puedo hacerlo.

Me siento acorralada entre el miedo, la vergüenza y la imperiosa necesidad que tengo de decir la verdad.

Tengo miedo de la reacción que Harry pueda tener. Me da horror pensar en la forma violenta en la que puede actuar, y me aterroriza aún más pensar que puede llegar a ser indiferente a mi sufrimiento.

—De acuerdo —su voz me saca de mi ensimismamiento, pero ni siquiera me mira.

Su vista está clavada en la pantalla de su computadora portátil, su ceño está fruncido en concentración y la parte interna de su mejilla es mordida por sus dientes.

Abro la boca para decir algo, pero las palabras no llegan a mí. Sé que lo único que hago al tratar de hablar con él, es humillarme a mí misma. Sé que habla con indiferencia de forma deliberada. Sé que hace esto para herirme; y, aun así, no puedo dejar de buscar un poco de su afecto.

Me siento como una idiota y, al mismo tiempo, estoy molesta. Estoy molesta con él porque no entiende lo difícil que es hablar sobre eso. Porque no me da un poco de tiempo para armarme de valor y contárselo…

Me digo a mí misma que no puedo seguir aquí, mendigando por un poco de atención, así que, sin más, me giro sobre mis talones y salgo del apartamento.

Al llegar al restaurante, lo primero que hago es colocar mi mandil alrededor de mi cintura. Amarro mi cabello en un moño alto y apretado y tomo una libreta de notas y una pluma. Acto seguido, tomo una inspiración profunda y salgo al comedor con una sonrisa, lista para enfrentar un día más de lo mismo de siempre. Un día más de gestos groseros, palabras duras, miradas altaneras y desastres provocados por niños descuidados.

Kim y Fred hacen mi día más liviano.

Sus constantes bromas y cuchicheos me arrancan más sonrisas de las que me gustaría admitir. El ambiente ligero en el que me desenvuelvo hace que me olvide por un momento del desastre en el que se ha convertido mi vida sentimental.

No sé en qué momento pasé de ser una chica que se preocupaba por pagar la renta y los gastos del hogar, a ser esta chiquilla idiota que no puede dejar de pensar en un tipo que la ignora a la primera de cambios.

—¿Ya vas a contarme? —pregunta Kim, durante nuestra hora de comida.

—¿Qué se supone que debo contarte?

—Maya, eres como un libro abierto, ¿sabes?, se nota a leguas que hay algo que te inquieta. Tienes ya mucho tiempo actuando extraño —se encoge de hombros, pero la preocupación se filtra en su rostro.

Mi vista se clava en la lata de jugo que sostengo entre mis dedos y muerdo mi labio inferior. Las palabras se agolpan en mi lengua y gritan por ser pronunciadas, pero no tengo el valor de dejarlas ir.,

—Peleé con Harry —digo, finalmente. Mi ceño se frunce y niego con la cabeza al escuchar lo erróneo que suenan esas palabras en mi boca—. En realidad, no peleamos. Es solo que… —un suspiro tembloroso brota de mis labios—. Es complicado.

—Maya, las parejas tienen diferencias todo el tiempo —trata de animarme, pero no tiene ni idea de cuán jodido es lo que nos pasó—. Estoy segura de que van a arreglarse pronto.

—Es algo más complicado que una pelea o una discusión, Kim —digo, sin detenerme a pensar en lo que estoy a punto de decir—: Harry quiere que haga cosas que no estoy lista para hacer.

La expresión horrorizada de mi amiga, hace que me dé cuenta de cuán siniestra sonó mi afirmación. Eso no salió, ni de cerca, a como esperaba que lo hiciera.

—Dios mío, Maya —el susurro incrédulo de mi amiga, hace que el arrepentimiento crezca—. No puede obligarte a hacer nada si no quieres. Es un bastardo si quiere forzarte.

«¡Maldita sea, Maya!».

—No es eso lo que quise decir —me apresuro a aclarar—. Me refiero a que… —a que mi papá me violaba, y Harry desea tener un poco de intimidad conmigo, pero yo no puedo intentarlo porque cada vez que se acerca demasiado o cruza esa línea delgada, todo mi mundo se deshace a pedazos, y no puedo apartar los recuerdos horrorosos lejos de mi cabeza—. ¡Dios, Kim!, ¡es complicado!

—Maya…

—Harry nunca me haría daño —digo, porque realmente lo creo—. Y no me fuerza a hacer cosas que no quiero. Es solo que… Es solo que no estoy… —la frustración se filtra en mi tono.

—No estás lista aún —Kim asiente—. Es entendible, Maya. Mi primera vez fue hace mucho tiempo, pero aún recuerdo cuán asustada estaba —de pronto, me siento como un completo fraude. Como si estuviese engañando a todo el mundo. Hace mucho tiempo que me arrebataron mi virginidad. Hace mucho que la arrastraron por los suelos—. Si Harry realmente siente algo por ti, lo entenderá. Te lo aseguro.

Muerdo mi labio inferior y asiento. Quizás no esté enterada de nuestro problema, pero sus palabras me llenan de alivio. Quiero pensar que, si Harry realmente siente algo por mí, va a entender mi situación. Va a entender el porqué de mi miedo sin sentido y mi rechazo a su toque.

—¿Crees que deba decirle? —hablo, después de unos segundos en silencio absoluto.

La sonrisa suave en los labios de Kim, me hace sentir como si tuviese cinco años. Me mira como si contemplara a una pequeña niña que no comprende lo más básico de la vida y eso me incomoda un poco.

—Por supuesto que debes decirle, Maya. Él necesita saber qué sucede; de otra manera, va a pensar que él es el causante de tu inseguridad. No tienes una idea de cuán heridos pueden sentirse los hombres respecto a eso —hace un gesto de fingido horror—. Solo díselo. Va a entenderlo y todo va a fluir mejor para ustedes.

Un suspiro entrecortado brota de mis labios, y fijo mi vista en un punto en la calle.

Estoy agradecida por tener a alguien como Kim en mi vida. Es absolutamente todo eso que deseo ser, y tiene todo aquello que me gustaría llegar a tener algún día. La admiración que siento por ella es tan grande, que temo que pueda notarla a simple vista.

Así pues, me digo a mí misma que voy a contarle todo a ella también —cuando sea el momento adecuado—. Kim merece saberlo, y yo quiero decírselo, pero ahora mismo creo que es más importante que se lo diga a Harry. No sé cómo voy a hacerlo, pero necesito decírselo a él primero que a nadie.

El resto de la jornada laboral pasa más rápido de lo esperado. A pesar de ser casi las diez de la noche cuando salgo de mi turno, me encuentro de mejor humor que hace unas horas. La compañía de Kim es reconfortante, y sus palabras no dejan de resonar en mi cabeza: «Si Harry realmente siente algo por ti, lo entenderá…».

Espero que realmente lo haga.

Camino por las calles vacías en dirección al complejo habitacional donde vivo. Todo mi cuerpo se siente aletargado debido al cansancio, pero el nerviosismo no deja que la sensación de fatiga se arraigue en mí.

«Hoy voy a decírselo». Pienso, por milésima vez esta semana.

Mi corazón se acelera mientras me acerco al edificio. La ansiedad zumba en mi cuerpo y, a pesar de que estoy aterrada, me obligo a avanzar hasta la entrada principal a paso rápido y decidido. Una vez que he subido las escaleras hasta el piso de Harry, me detengo a recuperar el aliento.

Introduzco la llave en el cerrojo de la entrada, y giro de la perilla cuando el pestillo cede. La oscuridad total en la que está sumido el lugar, me hace saber que Harry no se encuentra. Cierro la puerta detrás de mí y avanzo hasta la sala para encender la luz. La nueva iluminación me ciega unos instantes, pero, cuando me acostumbro a ella, echo una ojeada alrededor.

Todo está tal cual lo dejé por la mañana.

—¿Harry? —pronuncio en voz alta solo para confirmar que no se encuentra.

El silencio que le sigue a mis palabras, solo confirma eso que ya sé y hace que la decepción se filtre en mis huesos.

Avanzo hasta la cocina y enciendo la luz para buscar dentro de la nevera algo que preparar. Los restos del pollo que hice ayer se encuentran en una pequeña cacerola, así que la saco para calentarlos de nuevo.

Rápidamente, preparo una pasta con especias y recaliento la comida que quedó de ayer. Sirvo una porción en un plato y me siento a comer. Una vez que termino, lavo los platos que utilicé y limpio el desastre de la mesa.

Mientras recojo, trato de decidir si debo o no guardar la comida. Es muy tarde y Harry aún no ha regresado. No sé si va a querer comer algo cuando llegue o si va a negarse a probar bocado alguno de lo que preparé, como ha hecho últimamente.

Un suspiro largo brota de mis labios y sirvo una ración en un plato grande. Cubro la comida con plástico y guardo el resto en la nevera. Si desea cenar algo, solo necesitará meter el plato al microondas.

Una vez que he terminado en la cocina, me dirijo a la habitación y tomo mi viejo pijamas. Después, rebusco entre mi ropa limpia una muda de ropa interior y me introduzco en el baño para tomar una ducha.

Al salir, miro el reloj una vez más. Es casi la una y media de la mañana y Harry aún no regresa.

Un nudo se instala en la boca de mi estómago y reprimo el impulso que tengo de llamarle y preguntar si se encuentra bien. Sé que absolutamente nadie quiere meterse con alguien como él, pero no deja de preocuparme lo tarde que es.

Trato de alejar todos los pensamientos tortuosos y me digo a mí misma que todo está bien. Que, seguramente, Harry llegará en cualquier momento y que lo único que tengo que hacer es esperar a que regrese para poder charlar.

Una vez que me he convencido de esto, me encamino a la cama y tomo un viejo y desgastado libro que he estado leyendo últimamente. Entonces, enciendo la lámpara de noche y me acomodo sobre el mullido colchón.

~~~

El estallido rompe en la bruma de mi sueño. El sonido estruendoso del cristal quebrándose hace que me incorpore de golpe. Todo a mi alrededor da vueltas debido a la rapidez de mis movimientos, así que tengo que quedarme quieta unos segundos para detener el mundo a mi alrededor.

Me siento aturdida y desorientada, así que miro hacia todos lados solo para descubrir que me encuentro en la habitación de Harry.

Mi vista se clava en el pequeño reloj que descansa sobre la mesa de noche, y mi corazón se estruja cuando noto que son pasadas las tres de la mañana.

Pasos sordos y torpes resuenan por todo el apartamento, y me pongo de pie lo más rápido que puedo. Entonces, avanzo por el pasillo hasta llegar a la cocina, el lugar de donde provino el sonido.

En el instante en el que pongo un pie dentro del espacio, me congelo.

Harry Stevens está acuclillado en el suelo, mientras levanta los restos de un vaso roto. El líquido se ha derramado en todos lados y hay pequeñas manchas de sangre que se diluyen en el contenido del vaso.

Avanzo con cuidado, y me estremezco cuando mis pies descalzos hacen contacto con la duela helada. Trato de ignorar el frío que se cuela en mi cuerpo, y me arrodillo para ayudarle a levantar los trozos de vidrio.

—¡No! —su mano libre golpea la mía lejos, y alzo la vista para encararlo. Su ceño está fruncido con indignación, su mirada está adormecida y su voz suena más arrastrada que de costumbre—. Yo lo hago.

Está ahogado en alcohol. Está ahogado en alcohol y el pánico sin sentido se apodera de mi cuerpo en ese momento.

A pesar de eso, me obligo a concentrarme en la tarea de levantar el desastre para no salir huyendo.

—¡He dicho que no! —su voz truena en toda la estancia y, de pronto, quiero apartarme de él.

«Harry nunca te haría daño. Harry nunca te haría daño. Harry nunca te haría daño…». Me repito una y otra vez, mientras trato de recuperar el aliento y la compostura.

Él se levanta y arroja los restos del vaso al cesto de la basura.

Camina de vuelta y se tambalea mientras lo hace; sin embargo, eso no lo detiene de quitarme de las manos los trozos que he recogido. No me pasan desapercibidos los cortes en sus palmas, y tampoco el hecho de que apenas puede mantenerse en pie.

Lo observo lavarse las manos mientras me incorporo. No puedo apartar la vista de él y tampoco puedo dejar de sentirme cautelosa. No se me da bien confiar en la gente que bebe.

Harry seca sus manos en la parte trasera de sus vaqueros, antes de girarse para encararme. Sus ojos me recorren de pies a cabeza y noto cómo su mirada se oscurece varios tonos. Mi respiración se atasca en mi garganta cuando su vista se clava en la mía y un estremecimiento me alcanza.

—¿Cuánto bebiste? —sueno muy asustada, sin embargo, una sonrisa perezosa se desliza por sus labios. Entonces se encoge de hombros.

—No lo suficiente —su sonrisa se tambalea un poco—. Nunca bebo lo suficiente.

Hay tanto significado detrás de sus palabras, que no sé si lo he comprendido como debería, pero no me atrevo a preguntar a qué se refiere en concreto.

Nos quedamos en silencio unos instantes. Ninguno de los dos aparta la mirada del otro. Ninguno se mueve ni un milímetro. Es un reto. Es una confrontación. Una batalla que no estoy dispuesta a perder.

—¿Ahora sí me tienes miedo? —pregunta, con amargura, al cabo de un rato.

—No.

De pronto, acorta la distancia entre nosotros.

Todo pasa tan rápido, que apenas puedo registrarlo. Mi cuerpo choca contra la pared detrás de mí, y sus caderas se estrellan contra las mías. Su abdomen firme y plano se pega al mío y su aliento me golpea el rostro. Mi respiración se acelera en unos instantes, pero lucho para mantener el control de mis emociones.

—¿Qué tal ahora? —sus palabras son siniestras y pesadas, pero no dejo de mirarlo.

—No —mi seguridad flaquea.

Toma una de mis manos y me obliga a ponerla sobre su mejilla izquierda, encima de sus cicatrices. Mis dientes duelen de tan fuerte que los aprieto y mi estómago se atenaza ante mi tacto directo con su vulnerabilidad más grande.

—¿Te dan asco? —su voz suena ronca y profunda.

El coraje y la frustración reemplazan el miedo durante un segundo, y retiro mi toque solo para acercarme y plantar mis labios en su mejilla, justo donde la cicatriz más prominente se encuentra. Noto cómo su respiración se atasca en su garganta y planto otro beso sobre otra de ellas.

Mis manos ahuecan su rostro y trazo los patrones de las cicatrices con mi mano derecha, mientras deposito besos sobre ellas una y otra vez.

Entonces, arrastro mis labios hasta la comisura de su boca.

—Nada de ti me da asco, Harry —susurro.

Su cabello me hace cosquillas en la mejilla, su aliento calienta mi oreja y soy capaz de sentir el latir de su corazón contra mi pecho.

—Entonces, déjame tocarte —la súplica que tiñe su voz, hace que mi corazón duela—. Solo quiero hacerte sentir bien, Maya… —sus manos se deslizan por mi cintura y mis caderas para ahuecarse en mi trasero. Entonces, me empuja hacia adelante, de modo que su pelvis y la mía se presionan aún más. Todo dentro de mí se estremece y quiero besarlo. Quiero apartarme. Quiero pedirle que me deje ir, y que me sostenga fuerte.

—Harry… —la palabra sale en un suspiro entrecortado.

—Maya, te deseo tanto —suelta, casi en un gruñido—. Te deseo tanto, tanto… —su cabeza se hunde en el hueco de mi cuello y sus labios se presionan contra la piel caliente de esa zona—. Me vuelves loco —murmura contra mi piel, y mis dedos aprietan su camisa dentro de mis puños.

De pronto, se acaban las palabras. Su rostro sale de su escondite, solo para estrellar sus labios contra los míos. Todo mi cuerpo tiembla en respuesta, y correspondo a la fiereza de su beso. Sus manos calientes se deslizan por debajo del material de mi blusa, y sus dedos callosos trazan caricias suaves en mi espalda.

Todo es abrumador. Pierdo el control de mí misma y no sé cómo demonios recuperarlo. Necesito estar consciente de que se trata de Harry. Necesito estar en mis cinco sentidos, para no perderme como la última vez…

Sus manos suben aún más y deshacen el broche de mi sujetador. Me aparto de él, para recuperar el aliento, pero no me da tregua alguna. Sus besos se deslizan por mi mandíbula, hasta el punto donde mi pulso late.

Mi respiración es más irregular que nunca y la desesperación de sus movimientos me asusta. La fuerza de sus acciones contrasta con la dulzura de sus caricias, y me siento petrificada. La urgencia con la que me besa me deja sin aliento. Estoy hiperventilando. Me siento acorralada entre lo que mi cuerpo quiere y lo que mi cabeza grita.

Sus manos buscan las ondulaciones suaves de mi cuerpo, y su tacto se siente áspero y cálido. Los patrones de su lengua en mi clavícula hacen que todo dentro de mí se contraiga con violencia, y quiero más. Quiero menos. Quiero tener tiempo para procesar todo.

Sus manos se aferran a la parte trasera de mis rodillas y me obliga a dejar de tocar el suelo. Mis piernas están alrededor de sus caderas, y me encuentro atrapada entre su cuerpo y la pared. Entre su deseo y el mío. Entre el miedo y el fuego que se ha apoderado de mi sistema.

—Maya, estoy tan jodido —susurra contra mis labios—. Tengo tanto miedo de lo que siento por ti. Tengo tanto miedo del poder que ejerces en mí…

—Harry —trato de hablar, pero mi voz es un susurro débil.

—Te has clavado tan dentro aquí en mi pecho que… —me interrumpe. Sus ojos se aprietan y se aparta un segundo—, ¡maldita sea!, no puedo… No puedo mirarte sin sentir que todo mi mundo se va a la mierda.

Un gruñido brota de su garganta y me besa con fiereza. Mis manos siguen inmóviles sobre su pecho, mientras me aprisiona aún más. Sus dedos se envuelven en mis muñecas y las coloca sobre sus hombros, en un intento de hacerme partícipe de lo que sucede. Entonces, mis dedos se envuelven alrededor de su cuello.

El sabor a alcohol de su beso inunda mis papilas gustativas, y el miedo gana un poco más de terreno en mí. Sus manos buscan en el elástico de mi pijama, y lucho para que me deje bajar. No puedo permitir que las cosas lleguen al punto de la última vez. No sin decirle…

—Harry —mi voz sale en un resuello—. ¡Harry, no! Necesito que hablemos.

Él aferra su agarre con más intensidad, pero no dejo de removerme para que me deje ir. Sus dedos se clavan en la carne de mis muslos, y empujo con todas mis fuerzas. La angustia se arraiga en mi sistema porque, por un momento, creo que no va a dejarme ir; sin embargo, todo mi cuerpo se relaja cuando me baja al suelo y se aparta.

Su mirada salvaje y herida se posa en mí, y lucho por recuperar el aliento. Un destello de dolor brilla en sus ojos, pero me siento aliviada por el espacio ganado entre nosotros.

—¿Qué tengo que hacer para que no me rechaces? —la angustia en el tono de su voz hace que me sienta la peor de las personas.

—Harry, no te rechazo. Es que… —me detengo. De pronto, se siente como si pudiese echarme a llorar en cualquier momento. Se siente como si pudiese desmoronarme en un segundo.

Él espera por mi respuesta.

—No te entiendo… —dice, tras un largo momento, en un susurro dolido—. Maya, necesito saber qué es. Necesito saber si soy yo quien se está precipitando, o si eres tú quien no desea eso conmigo. Quiero que me digas la verdad. No tiene caso que siga alimentando lo que siento por ti, si no eres capaz de ser sincera conmigo —su voz suena más ronca que nunca—. Maya, sin miedo a equivocarme, puedo decir que jamás me había sentido como me siento cuando estoy contigo. Estoy… Creo que me estoy enamorando —mi corazón se salta un latido—. Me estoy enamorando de ti y eso me aterra. Me aterra porque despierta una parte de mí que creía muerta para siempre. Puedo hacerte feliz, Maya… —se acerca con lentitud, casi con miedo, y ahueca mi rostro entre sus manos—. Quiero hacerte feliz, pero necesito que me digas qué demonios tengo que hacer para que me aceptes.

—Tengo tanto miedo… —digo, en un susurro entrecortado.

—¿De qué tienes miedo? —el susurro suplicante que brota de sus labios, hace que me sienta más enferma que nunca.

«De tu rechazo, de tu repulsión, de tu lástima, de que nunca vuelvas a mirarme como lo haces ahora…».

—Maya, dime —suplica—. Por favor…, por favor, dime…

Uno…

Dos…

Tres segundos pasan… Y, entonces, se aparta.

El dolor en su mirada es desgarrador. Me destroza la manera en la que la decepción se arraiga en su rostro y el sonido de la risa llena de amargura que se le escapa.

—Si no puedes ser sincera conmigo —dice, con la voz enronquecida, al tiempo que niega con la cabeza—, será mejor que esto se termine. Sea lo que sea esto que tenemos, será mejor que se detenga ahora mismo.

El sonido de su voz diciendo eso, me quiebra. Se siente como si cayera desde muy alto. Como si pudiese estallar en mil fragmentos, y no hubiese poder humano que fuera capaz de reconstruirme.

Las palabras se agolpan en mi garganta, pero no pronuncio ninguna. Harry me mira con aprehensión y cautela, pero no puedo hablar.

Las lágrimas calientes y pesadas se deslizan por mis mejillas, y apenas puedo respirar. Apenas puedo sostenerle la mirada. Estoy tan enojada conmigo misma. Tan desesperada de mis reacciones idiotas. Tan cansada de ser así de cobarde…

Sé que espera que yo lo detenga, pero no puedo. No tengo el valor.

—Buenas noches, Maya —dice, finalmente, y se gira en sus talones para salir por la puerta de la cocina.

Voy a perderlo para siempre. Lo único bueno que me ha pasado en la vida se marcha y no voy a poder detenerlo si no se lo digo. Él merece que se lo diga. Me ha contado tanto. Se ha abierto tanto conmigo. Ha hecho tanto por mí…

Me precipito hacia la sala.

Harry ha tomado su chaqueta de nuevo y va en dirección a la puerta. Son las tres de la mañana y va a marcharse de su propio apartamento porque no quiere estar cerca de mí.

Va a irse y, si cruza esa puerta, no voy a poder recuperarlo nunca.

—H-Harry… —mi voz sale en un susurro entrecortado.

Él no se gira para mirarme; sigue andando. Su mano se aferra al pomo de la puerta y la abre.

—Harry, me violaron —las palabras salen de mis labios con tanto horror y angustia, que duelen.

Él se congela de inmediato.

Alivio, dolor, humillación, vergüenza, mortificación… Todo se estrella contra mí, como un camión a toda velocidad.

«¡Lo dije, lo dije, lo dije!».

No quiero llorar, pero no puedo dejar de hacerlo. Estoy llorando como nunca lo había hecho. Estoy quebrándome en fragmentos diminutos…

Un sollozo intenso proveniente de mi garganta rompe el silencio, y cubro mi boca con mi mano para amortiguar el sonido.

Él no se ha girado para mirarme. Ni siquiera se ha movido…

—Lo siento… —sollozo—. Lo siento, lo siento, lo…

Él se gira lentamente y me mira. Luce descompuesto y asqueado, y el dolor dentro de mi pecho es insoportable. Sabía que iba a reaccionar así. Sabía que iba a rechazarme y que todo iba a cambiar.

—¿Quién? —su voz suena áspera y ronca. Mi vista se desvía y me abrazo a mí misma. Sollozos lastimeros brotan de mi garganta, y me siento más avergonzada que nunca—. Maya, ¿quién?...

No puedo responder. No puedo dejar de llorar. No puedo hablar.

—¡¿Quién, Maya?! —estalla, y cubro mi boca con mi mano, para reprimir un grito ahogado—. ¡¿QUIÉN, MALDITA SEA?!

—¡Mi papá!

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