Baby doll

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45. Lily

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La histeria se había apoderado de la sala; se oían gritos y chillidos de pánico. Reinaba el caos más absoluto. La sangre se acumulaba en el suelo y Rick intentaba respirar. El

sheriff Rogers apareció como surgido de la nada. Se sumó al alguacil para intentar contener a Abby.

—Por favor…, por favor, no quiero morir.

Lily oía las súplicas entrecortadas de Rick. La madre de Rick lloraba e intentaba aproximarse a su hijo mientras un policía intentaba retenerla.

—¡Salven a mi hijo! ¡Por favor, que alguien salve a mi hijo!

Lily vio los rostros traumatizados del público y comprendió su terror. «Esto es lo que yo he tenido que soportar —ansiaba poder decirles—. Así eran todos los días con Rick Hanson. Una pesadilla de la que no podías huir. Algo tan espantoso que era imposible que fuera real». Lily no podía ni hablar ni moverse. Jamás se habría imaginado que su hermana fuera a hacer algo como aquello. Ni siquiera se había dado cuenta de que Abby estaba a su lado hasta que oyó el grito de Rick. Se había girado un segundo demasiado tarde. Había visto el cuchillo, la sangre y el odio en la cara atormentada de Abby mientras apuñalaba a Rick una y otra vez.

Segundos después, quizás minutos, había visto cómo dos policías se llevaban a Abby de la sala. El

sheriff Rogers había aparecido de repente al lado de su madre. La había abrazado y las había escoltado hasta el despacho de la juez Crabtree. Lily había visto que la policía intentaba detener la hemorragia de Rick. Había oído las sirenas de la ambulancia.

«¿Por qué, Abby? —empezó a repetirse sin cesar—. ¿Por qué?».

Su madre lloraba y le agarraba el brazo con tanta fuerza que Lily temió que se fuera a caer. Se sentaron en el despacho de la juez. Alguien les trajo una botella de agua. Alguien más las cubrió con una manta. Lily estaba temblando pero no podía parar de pensar que se había pasado aquellos meses sentada en la consulta de la doctora Amari y no se había dado ni cuenta del sufrimiento de Abby. El interior de Abby estaba en ebullición y ella no lo había visto. «No lo había visto ni siquiera yo». O tal vez no había querido verlo.

Eve tiró del brazo de Lily. Los ojos se le salían de las órbitas.

—La cabaña…, ¿crees que…? —empezó a decir Eve—. ¿Crees que Abby…?

Lily movió la cabeza en dirección al

sheriff Rogers, que estaba hablando con la juez Crabtree, a escasa distancia de ellas.

—No digas ni una palabra más.

Lily sabía sin la menor duda que Abby había prendido fuego a la cabaña de Rick. Lo supo en el instante en que vio el cuchillo en la mano de Abby. En el instante en que la vio clavándoselo a Rick. Pero no pensaba facilitarle la investigación a la policía.

Lily no podía quedarse sentada y cruzada de brazos, sin hacer nada. Se levantó y dirigió sus preguntas al

sheriff Rogers.

—Rick… ¿Está…?

—Muerto. Sí, está muerto. Perforación de aorta. Tuvo una parada cardiaca en la ambulancia y ya no han podido reanimarlo. Ha sido declarado oficialmente muerto a su llegada al hospital.

Lily asimiló la magnitud de lo que acababa de pasar. Su hermana había matado a un hombre. Abby había matado a Rick.

—Tengo que verla. Tengo que ver a Abby.

El

sheriff Rogers miró a Eve, que estaba prácticamente catatónica, con la mirada perdida. Se arrodilló a su lado y le cogió la mano.

—Eve, voy a llevar a Lily a ver a Abby. ¿Estarás bien aquí?

—Estaré bien…, estaré bien aquí. Y Lil, dile a mi niña que la quiero. Que por mucho que…

El

sheriff Rogers acompañó a Lily fuera. Pasaron entre una multitud de policías e investigadores, todos ellos recopilando pruebas, interrogando a testigos. El

sheriff Rogers protegió a Lily de los ojos de los curiosos y la condujo hacia los calabozos de los juzgados. Por el camino, la puso al corriente del proceso.

—No puedo darte mucho tiempo, Lily. Tenemos que trasladar a Abby a la cárcel para ficharla. Pero, por favor, no comentes nada de lo sucedido. Cualquier cosa que digáis puede ser utilizado en su contra.

Lily lo siguió por un pasillo flanqueado por celdas. Había un policía montando guardia, la mano junto a la pistola. Lily vio a Abby entre las rejas, sentada en el camastro y con la mirada fija en las manos ensangrentadas, que reposaban en su regazo. Seguía vestida con el pantalón gris y un jersey negro. Lily se fijó en el jersey. El jersey negro, comprendió entonces. Abby lo había conservado durante todos esos años. Le parecía increíble no haberse percatado antes. Una cosa más de la que ni siquiera se había dado cuenta. Una cosa más que las había llevado hasta donde ahora estaban.

La cara de Abby mostraba las huellas de su pelea con los policías, los golpes que había recibido cuando la habían inmovilizado contra el suelo. Pero tenía un halo de serenidad, una paz que Lily no había observado hasta aquel momento. Se acercó a las rejas. El policía dio un paso al frente para interceptarla.

—Tranquilo, Jon —dijo el

sheriff Rogers—. No pasará nada.

El

sheriff Rogers abrió la puerta cuando el policía se retiró, aunque el hombre se mantuvo alerta. Abby se levantó del camastro. Lily entró en la minúscula celda y abrazó a su hermana, estrechándola con fuerza. Tendría que estar furiosa. Abby tenía que haber pensado en David y en Wes. Pero Lily no estaba enfadada. Durante todo aquel tiempo había pensado que si se esforzaba con la terapia, si criaba bien a Sky, si conseguían llevar una buena vida, todo lo que Rick les había hecho a ella y a su familia dejaría de definirla. Pero no había comprendido lo equivocada que estaba hasta que había visto la sangre manando a borbotones del pecho de Rick, hasta que había oído al

sheriff Rogers confirmar que estaba muerto. No era lo que quería. Pero sí lo que necesitaba, y Abby había sido quien lo había hecho.

Miró a su hermana, su otra mitad, la persona a quien más quería. Para un extraño, eran casi idénticas. Sobre todo ahora, con el peinado y el color de pelo igual… Pero había muchísimas diferencias. La vida las había forzado a ser personas muy distintas. De ahora en adelante, el mundo vería también esas diferencias. Lily sería eternamente la víctima. Abby, la asesina. Pero daba igual lo que pensase el mundo. Lily comprendía lo que acababa de hacer su hermana y por qué lo había hecho. Sabía que era el sacrificio definitivo. La libertad de Abby a cambio de la de Lily.

El

sheriff Rogers se aclaró la garganta.

—Lo siento, Lily, pero tenemos que irnos.

Lily abrazó otra vez a Abby. Era imposible hablar, con la policía escuchándolas, pero Lily sabía que esta vez Abby entendería a la perfección lo que estaba pensando: «Gracias. Gracias. Gracias».

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