Baby doll

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46. Abby

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A

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Hubo un sinfín de preguntas.

«¿Por qué lo hiciste? ¿Cuándo lo planeaste? ¿Cómo lo planeaste? ¿Estabas pensando con claridad en aquel momento? ¿Cuál fue el desencadenante de aquel brote de violencia? ¿Piensas en autolesionarte? ¿Piensas en hacer daño a los demás?».

Un sinfín de preguntas jodidas. Abby las respondió como sabía que esperaban que las respondiera. Pero no podía controlar lo que decidieran, y en realidad le daba igual. Ya todo le daba igual. Lily la había perdonado. Y con eso bastaba.

Abby se había convertido en la presa J70621, en una residente de la cárcel del condado, y estaba actualmente albergada en la unidad de Psiquiatría. Su abogado, el mismo que había contratado Wes, le había explicado que estaban trabajando en una sentencia «no culpable por demencia» pero que, por el momento, tenía que permanecer encerrada.

Echaba de menos su casa. Echaba de menos a su madre y a Lily y, por supuesto, echaba de menos a Wes y a David, pero el

sheriff Rogers cuidaba de ella y la visitaba como mínimo una vez al día. Los demás carceleros, e incluso las demás presas, la trataban con respeto. Se las iba apañando.

Lo que más le preocupaba era Wes y lo enfadado que estaba por lo sucedido. Había ido a visitarla el día después del asesinato. Se había sentado delante de ella, sin afeitar, la rabia irradiando por todos los poros de su cuerpo…

—Aquella noche que viniste fue como un sueño febril. Cuando apareciste en casa pensé, mierda, igual esto es el principio de algo nuevo. Pero no lo era, ¿verdad que no lo era? Simplemente estabas despidiéndote, ¿verdad?

Abby no respondió. Grababan las visitas y el abogado le había advertido de que debía tenerlo presente en todo momento.

—Lo que dije aquella noche lo sentía de verdad, Wes. Todas y cada una de las palabras que dije. Siempre os amaré a David y a ti. Siento haberla cagado…

Y entonces Wes perdió los nervios, aporreó la mesa. El carcelero corrió, dispuesto a contenerlo.

—No pasa nada. Tranquilo —dijo Abby.

Sabía que Wes tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado. Le indicó con un gesto que continuase.

—Has echado lo nuestro a perder, Abby. ¿Es que no lo ves?

Había descargado toda la rabia y Abby la había asimilado de buen grado. Durante todos aquellos años, Wes había sido amable y bondadoso, y tenía razón. Seguramente lo había echado todo a perder. Pero eso no le daba miedo. Pasase lo que pasase, sobreviviría. Intentó darle un abrazo de despedida, pero Wes se marchó corriendo. Necesitaba estar furioso con ella. Era lo que necesitaba en aquel momento.

El tiempo en la cárcel pasaba muy despacio. Lily y su madre venían a verla día sí, día no, pero llevaba casi un mes sin ver a Wes. Abby empezaba a temer que nunca más volviera a tener noticias de él, hasta que un día, durante una de sus visitas, Lily le entregó una carta. Reconoció al instante la letra de Wes en el sobre.

—¿Te ha dado esto? ¿Cómo está? —preguntó Abby, ansiosa por tener noticias de él.

—Está muy dolido, Abs. Pero te echa de menos.

Abby se quedó sin habla. Echaba de menos a Wes mucho más de lo que se había imaginado. Nunca habían pasado tanto tiempo sin hablarse y empezaba a pensar que aquel silencio la volvería loca.

Abby se despidió de Lily y regresó a la celda. Se sentó en el camastro y, con manos temblorosas, empezó a leer.

Era un miércoles, 10 de abril. Llevábamos saliendo unos meses después de que yo volviera a la ciudad y estábamos en mi casa, y tú llevabas esa camiseta gris vieja y la sudadera con capucha de color morado y estábamos en el sofá viendo

Tommy Boy. La habíamos visto un millón de veces, pero estábamos en esa parte en la que el ciervo se despierta y destroza el coche. Aquella noche reíste tanto que acabaste echando el Dr. Pepper por la nariz y manchándolo todo. Tu mirada cuando te giraste, ruborizada, abochornada y tan adorable, esa mirada es única. Un clásico de Abby Riser. Esa mirada y millones de miradas más son lo que me llevan a quererte. A ti, no a Lily. Sé que te costará creerlo, pero apenas recuerdo lo que hubo entre Lily y yo. Sé que la quería, pero éramos muy jóvenes. No hubo nada de verdad. No lo habíamos perdido todo ni habíamos perdido a nadie. Ojalá hubiera sabido lo que pretendías hacer aquel día en los juzgados, haber podido detenerte. Por un lado, no entiendo por qué lo echaste todo a perder. Pero, por el otro, tiene todo el sentido del mundo y me odio por no haberme dado cuenta antes. Estoy furioso, dolido, asustado. Todos mis amigos piensan que estoy perdido, que soy un pelele, que ya me has hecho pasar bastante. Piensan que tendría que largarme y ya está. Pero no es tan sencillo. Voy a decirte una cosa, y espero que me prestes atención. Estás hecha para mí, mi niña. Eres tú. De modo que estaré esperándote. Cuando estés lista para ello, estaré esperándote.

Abby leyó la carta seis veces. Apenas había llorado desde el arresto, pero la carta de Wes la conmovió. Miró el sobre, y entonces fue cuando la vio. La nota, las palabras que había escrito la noche antes de la sentencia de Rick y que le había dejado en casa. «Nosotros lo valemos. Te quiero, Abby».

Le respondió con otra carta, en la que puso todo su corazón y su alma y le suplicó que fuera a visitarla, le suplicó que intentaran empezar de nuevo. Wes fue a verla a la semana siguiente, y luego a la otra. Abby no quería que trajese a David, no quería que aquel lugar ocupase un espacio en los primeros recuerdos de su hijo, pero Wes le traía vídeos y montones, montones de fotos. A veces hablaban sin parar, otras permanecían sentados en silencio, comprendiendo ambos que, después de tantas peleas, estaban finalmente unidos para siempre.

La tristeza consumía a Abby cuando terminaban las visitas, odiaba tener que separarse de nuevo. Pero en cuanto estaba otra vez en la celda, en cuanto los carceleros la encerraban allí, se acurrucaba en la cama y se entretenía con alguno de los nuevos

best sellers que Lily le iba trayendo. Últimamente estaba escribiendo más y llenaba su diario con interminables cartas para David en las que le contaba lo mucho que lo quería.

Abby no sabía aún qué decisión tomarían los tribunales acerca de su futuro. Las disputas legales no estaban a su alcance. Pero pasara lo que pasase, sabía que por el momento estaba a salvo y que la querían. No era la vida que había imaginado para cuando regresara Lily, pero por las noches se acostaba con la conciencia tranquila. Se aseguró de decir a los médicos lo que convenía. Que lo sentía muchísimo, que había explotado, que había entrado en un estado de fuga psicógena. Pero no lo sentía en absoluto. Ni había explotado. Había que exterminar a Rick Hanson y nadie más estaba dispuesto a hacerlo.

Lo único que necesitaba Abby era saber que Rick ya no estaba, que Lily no tendría que preocuparse nunca jamás de él. Y por el momento, con la vida que llevaba en aquella celda tenía suficiente. Lily era libre por fin.

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