Baby doll

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6. Eve

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El penetrante chillido de Lily sobresaltó a Eve.

—Dios mío —dijo, agachándose para recuperar el teléfono, su aterrada súplica a la persona de la centralita de emergencias interrumpida bruscamente.

—Señora, ¿qué sucede? ¿Hola? ¿Señora?

Eve se maldijo para sus adentros. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida y haber dejado a su hija sola, ni siquiera un segundo? Entró corriendo en la cocina, teléfono en mano. Vio a Lily en el centro de la estancia, justo delante de la isla, el gigantesco cuchillo de deshuesar de Eve en una mano, la otra protegiendo a la niña. Eve volvió la cabeza hacia el descansillo y vio al hombre que había traído a casa por la noche. Se había olvidado por completo de él. ¿Eddie? ¿O a lo mejor era Ethan? No se acordaba. Se fijó en su barriga prominente, en los ojos abiertos de par en par, sorprendidos.

Eve sintió asco de sí misma. El hombre le había dicho que era guapa, la había atiborrado de chardonnay y la había escuchado con paciencia cuando le había contado lo de sus dos hijas. Todos los amigos de Eve se habían cansado ya de escuchar su triste historia. Y ella también estaba cansada del tema. Le resultaba más fácil salir, encontrar desconocidos dispuestos a escucharla. Había creado elaboradas historias sobre sus hijas gemelas y sobre lo perfectas que eran sus vidas. En el fondo, lo único que de verdad quería era alguien que la abrazara, que aplacara el doloroso vacío que tenía en su interior. Pero habían acabado con una sesión de sexo desagradable de la que se había arrepentido al instante.

—¿Quién es ese? ¿Quién es? —gritó Lily.

—¡Vete! —aulló Eve al hombre—. ¡Lárgate ahora mismo!

El hombre dudó. Lily dio un paso al frente, sin soltar el cuchillo. El hombre levantó las manos en señal de rendición.

—Ya me voy. Ya me voy. Yo solo… necesito mis cosas.

Dio media vuelta y desapareció escaleras arriba.

—Señora, por favor, ¿me oye? ¿Va todo bien?

Eve recordó que la persona de la centralista seguía al teléfono.

—Envíen, por favor, a la policía lo antes que puedan. Y dígale al

sheriff Rogers que venga a casa de los Riser. Por favor.

—Tenemos las unidades en camino. No cuelgue, por favor…

Eve hizo caso omiso y colgó el teléfono. Se acercó despacio hacia Lily y se detuvo a escasos centímetros del cuchillo.

—Sé que estás asustada, Lil. La policía está en camino. Estás a salvo. Te mantendremos sana y salva.

—Eso no puedes prometérmelo. No puedes.

Eve no podía rebatirle eso a su hija. No sabía dónde había estado Lily ni de qué huía. No sabía nada. Intentó buscar algo adecuado que decirle a su delicada y herida niña. Pero no lo encontró.

—¿Quién es? ¿Quién es ese hombre? —preguntó Lily, aún con la mirada clavada en el descansillo.

—No es nadie. No es nada.

—¿Dónde está papá? ¿Os habéis separado? ¿Dónde está, mamá? ¿Dónde está mi padre?

Eve odió a Dave, y a la vez suspiró por tenerle a su lado.

—Te lo contaré todo, pero tienes que soltar ese cuchillo. Por favor, Lily, estás asustando a la pequeña. Dame el cuchillo.

—¿Dónde está papá? —volvió a preguntar Lily, su voz desesperada.

Eve se preguntó si las palabras podían realmente perforarte el corazón. Abby era la niña de mamá, o lo había sido, al menos. Pero Lily había sido la niña de papá desde el primer día. Siempre que Lily tenía una pesadilla o le dolía la tripa, era Dave el que acudía a su rescate.

—Se ha ido. Lo siento, pero papá se ha ido.

—No te entiendo. ¿Se ha ido al hospital? Llámale. Dile que venga a casa. Dile que estoy aquí.

—Murió, Lily. A los pocos meses de tu desaparición. Sufrió un infarto y murió.

Lily reaccionó como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho, doblándose, un sollozo estallando en su boca. Soltó el cuchillo, que cayó con estruendo al suelo. Se apoyó en el sofá. La reacción espantó a la niña, que tiró con desesperación de su madre.

—Mamá, no llores. Por favor. Nos meteremos en un lío. Para, por favor. Para de llorar. ¡Por favor!

Lily pareció comprender las súplicas de su hija. Dejó de llorar casi al instante y aspiró el aire a bocanadas. Se dejó caer en el suelo y tiró de la niña para acogerla en su regazo. La acunó y empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, sus palabras indescifrables para Eve, una jerigonza. Eve recogió el cuchillo, lo dejó en una mesita y se agachó junto a Lily y Sky, las tres acurrucadas sobre las frías baldosas de la cocina.

Eve necesitaba tranquilizar a Lily, de modo que se centró en la niña.

—¿Es tu hija, Lily?

Lily fijó la vista al frente, intentando todavía asimilar las noticias sobre su padre. Asintió débilmente.

—Sí. Se llama Sky. Tiene seis años. Sky, te presento a mi madre. Es tu abuela.

Sky continuó con la cabeza enterrada en el hombro de Lily. Eve no podía creerlo. Era su nieta. Tenía una nieta.

—Es preciosa, Lil. Como su mamá.

Eve hablaba en serio. Eran encantadoras. La luz se filtraba por la ventana de la cocina, insinuando la llegada de la mañana. Hacía tan solo una hora, ni siquiera habría sido consciente de que salía el sol. Odiaba las mañanas, el amanecer de un nuevo día sin Lily. Pero hoy todo era luminoso y claro, como si estuviera despertándose de un duermevela de ocho años.

—Soy tu mamá, Lilypad —dijo Eve, en voz baja y serena—. Soy tu mamá. Sé que tienes el corazón roto por lo de papá. Y yo también lo tengo. Te…, te quería tanto. Creo que te quería demasiado. Y sé que estás asustada, pero estoy aquí, Lil. Estoy aquí a tu lado.

Eve le sostuvo la mirada a Lily, que levantó la barbilla y enderezó la espalda en una exhibición de coraje. «Qué valiente es», pensó Eve. Su niña valiente. Lily le cogió la mano a Eve y se la apretó con fuerza, bajando la vista hacia los dedos entrelazados.

Sin previo aviso, Lily rodeó el cuello de Eve y volvió a abrazarla, con tanta energía que Eve pensó que le rompería las costillas.

«Que así sea», se dijo. Eve se fundió entre los brazos de Lily. Pensó en todos los momentos que se había obligado a olvidar: Lily, con ocho meses, intentando gatear por la alfombra del salón, siguiendo el ritmo de Abby, que gateaba a su lado. Lily de adolescente, cuando quedó atrás la niña desgarbada y larguirucha y se transformó en una prometedora atleta. Lily y Abby, montando un lío impresionante en la cocina cuando preparaban galletas, peleándose para ver quién de las dos se comía los restos de la masa. Eve recordaba a Lily aquella última mañana, la mochila colgada al hombro, comiéndose un Pop-Tart. Bronceada y rebosante de entusiasmo, diciendo adiós y saliendo por la puerta. Desapareciendo de sus vidas. Y ahora allí estaban de nuevo, a escasos centímetros la una de la otra, como si no hubiera pasado el tiempo. Siguieron sin moverse, ni siquiera cuando oyeron que se abría la puerta y el hombre sin nombre salía de casa de Eve.

Eve esperó, conteniendo la vergüenza, y comprendió que tenía que ponerse en movimiento. La policía llegaría pronto y aún tenía que pensar en lo de Abby. No le gustaba en absoluto la idea de volver a dejar sola a Lily, pero no le quedaba otro remedio. Se levantó.

—Enseguida vuelvo, Lil. Quédate aquí. Enseguida vuelvo.

Eve cogió el teléfono inalámbrico y entró en la cocina, sin dejar de vigilar a Lily. Marcó con nerviosismo el número, con tanta torpeza que tuvo que hacerlo de nuevo. Wes descolgó al cabo de solo dos llamadas. Eve ni esperó a que pudiera decir algo.

—Wes, soy Eve. Lily ha vuelto. Tienes que ir a casa de Abby. La policía está de camino, pero tienes que decirle que su hermana ha vuelto. Tienes que hacerlo tú.

—Pero ¿qué estás diciendo, Eve? ¿Qué quieres decir con eso de que está en casa? ¿Está…? ¿Cómo…?

—No hay tiempo para preguntas, Wes. ¡Ve a buscar a Abby!

Eve colgó el teléfono y corrió de nuevo al salón, donde recuperó su puesto en el suelo al lado de Lily y Sky. Abrazó de nuevo a su hija y la acunó como cuando era un bebé.

—Tranquila, Lil. Estoy aquí. Tu mamá está contigo y jamás te dejará marchar.

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