Baby doll

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8. Lily

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Por Dios, Eve, tenemos aquí a medio departamento ¿y me vienes ahora con que está dándose un baño?

Lily oía las voces. Voces masculinas. Su madre estaba intentando gestionar la situación. Solo que no sonaba como su madre. Aquella mujer estaba nerviosa y llena de dudas.

—Lo sé, Tommy. Lo sé. Pero ha insistido. Estaba aterrada, muerta de frío y empapada. ¿Qué querías que le dijera: «No, no puedes lavarte»? Dios sabe por lo que habrá pasado.

Lily se obligó a aislarse de aquellas voces. Cuando oyó el sonido de las sirenas acercándose, en lo único que pensó fue en que quería estar limpia y seca. Necesitaba ropa caliente y unos minutos para reflexionar sobre todo lo que iba a pasar.

Desnudó primero a Sky y luego se quitó ella la ropa mojada. La tiró toda a la basura. El agua salía del grifo con fuerza. Sky se quedó mirando la bañera con patas, los ojos rebosantes de pánico. En casa tenían una pequeña ducha, pero la fontanería era defectuosa. Lily tenía que llenar cubos de agua en la cocina y transportarlos hasta el baño. El agua nunca estaba lo bastante caliente. Jamás. Se moría de ganas de sumergirse en una bañera de verdad, pero Sky estaba a punto de derrumbarse y su labio inferior temblaba.

—No tengas miedo, pollito. Es una bañera. Te sentará muy bien y estaremos guapas y limpias.

—Quiero volver a casa. Papá Rick se enfadará si no nos encuentra allí.

El estómago le dio un vuelco de solo oír mencionar aquel nombre. No se había planteado cómo iba a explicarle quién era en realidad Rick, lo que era. Sky lo quería tanto como lo temía. Era su padre, la única persona, aparte de ella, que había conocido en su vida. Pero en aquel momento Lily estaba demasiado abrumada para pensar en explicaciones.

—No te preocupes por papá Rick. Ahora tenemos que lavarnos y entrar en calor. ¿Quieres bañarte con mamá?

Sky, al parecer, había alcanzado el límite. Rompió a llorar y su cuerpecillo empezó a retorcerse con los sollozos. Lily la cogió en brazos. Poco a poco, se introdujo en el agua caliente y jabonosa con su hija, que no dejaba de llorar.

—¿A que está buena el agua? ¿Verdad que está calentita?

Canturreó y acunó a Sky, y el agua caliente y el movimiento las hipnotizó a ambas. El llanto de Sky no tardó en amainar. Poco después, Sky se secó los ojos y miró a Lily maravillada. Una mirada que Lily confiaba en poder ver una y otra vez.

—Está muy calentita, mamá. No quiero salir nunca.

Lily tampoco quería salir. Se recostó en la bañera de porcelana.

—Podemos quedarnos todo el rato que quieras, pollito.

No sabía cuánto tiempo se quedaron en la bañera. El agua empezó a enfriarse y Lily llenó la bañera con más agua caliente. Probaron el amplio surtido de champús y geles de baño con los que Eve seguía obsesionada: «Sueño de lavanda», «Aroma de limón y jengibre» y algo llamado «Bosques de medianoche», que olía a pino. Siguieron en la bañera hasta que Sky empezó a bostezar y ambas a arrugarse, e, incluso entonces, a Lily le habría gustado quedarse más rato. Pero sabía que no había jabón y agua suficientes para limpiar todo lo que habían tenido que soportar. Las voces habían subido de volumen y comprendió que Abby llegaría de un momento a otro. Quería estar a punto para cuando Abby llegara.

Salió de la bañera y se envolvieron las dos con toallas amarillas grandes y esponjosas, maravillándose por lo suaves y limpias que estaban. Desenredó con ternura la larga melena oscura y rizada de Sky, se cepilló su cabello rubio y lo peinó con una trenza. Ignoró el espejo. No quería verse de aquella manera, cansada, demacrada y devastada por todo lo que había pasado.

Lily entró con Sky en su antigua habitación, la habitación que en su día compartiera con Abby. Su madre le había dejado encima de la cama unos vaqueros y una sudadera gris. Lily se los puso, emocionada con la comodidad de esas prendas, disfrutando de la sensación del algodón en contacto con la piel. Rick solo le permitía llevar lo que él consideraba un atuendo adecuado. Vestiditos de verano ligeros y femeninos. Vestidos

sexys de cóctel. Lencería. No le permitía nada cómodo, ni ropa versátil. Pero aquello era perfecto. Prendas grandotas y sueltas que le ocultaban por completo la figura. Que le hacían sentirse invisible.

Vistió a Sky con una sudadera enorme y la envolvió con una manta. Sky cayó dormida casi al instante. Lily la cogió en brazos y bajó. Desde el descansillo, vio a agentes de policía merodeando por la casa. Su madre estaba en el salón, hablando en voz baja con un hombre alto e imponente, uniformado y con cara seria. Lily comprendió de manera instintiva que era el responsable del caso. Como si el hombre hubiera intuido su presencia, levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron. Su expresión de sorpresa fue equiparable a la de la madre de Lily cuando había abierto la puerta, aunque al hombre se le dio mejor lograr recomponerse. Su madre se apresuró a hacer las debidas presentaciones.

—Lily, te presento al

sheriff Tommy Rogers.

Sheriff, estas son mi hija Lily y su hija, Sky.

—Me alegro mucho, muchísimo de verte, jovencita.

Mantuvo una distancia educada, como si intuyera su desconfianza. Lily no pudo evitarlo y miró con nerviosismo a los demás agentes presentes en el salón de su casa. Sus perspicaces miradas parecían perforarla, sus preguntas sin respuesta flotaban en el ambiente. Luchó contra una sensación de pánico que iba en aumento. Fue como si el

sheriff Rogers le leyera el pensamiento. Chasqueó los dedos y, como si de un ejército perfectamente sincronizado se tratara, los hombres abandonaron la estancia y cerraron la puerta.

Hubo unos momentos de silencio, mientras su madre y el

sheriff Rogers esperaban a que ella tomara la palabra. Durante un breve momento de locura, Lily añoró aquel agujero húmedo y frío del que había salido. Allí conocía las reglas. Allí sabía qué pensar, qué esperar, cómo sobrevivir. Pero aquí, aquí no sabía nada.

—¿Dónde está Abby? —le preguntó a su madre, intentando mantener un tono de voz neutral, intentando no demostrar lo asustada que estaba.

—Está de camino. Llegará en cualquier momento —respondió el

sheriff Rogers.

Lily notó que los brazos le temblaban violentamente, agotados después de cargar con Sky durante tanto tiempo.

—¿Quieres sentarte? —dijo el

sheriff Rogers, claramente preocupado por la posibilidad de que pudiera dejar caer a Sky.

El

sheriff hizo un gesto indicando el sofá y Lily se dirigió hacia allí. Dejó a Sky con cuidado y se instaló a su lado. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Su madre y el

sheriff se apartaron un poco, pero Lily oyó igualmente su conversación.

—No me ha contado nada —dijo su madre.

—Tenemos que actuar con rapidez, Eve. Es importante.

—No quiero meterle prisa. Ni alterarla.

—Lo entiendo, pero si hubo un secuestro…

—¿Si?

Eve había levantado la voz y Lily abrió los ojos de repente. Las palabras del

sheriff retumbaron en su cerebro. ¿Dudaba acaso de ella? ¿Cómo podía pensar que había permanecido todo aquel tiempo lejos de casa por decisión propia? ¿Que había tenido algo que decir en todo aquello? A lo mejor conocía a Rick. A lo mejor había estado siempre al corriente de lo que pasaba.

Lily miró a Sky. La presión de mantener a su hija sana y salva le absorbía todas sus energías.

«No seas débil», se dijo, pero notaba cómo una inquietud que no podía sacudirse le iba calando los huesos. Seguía mirando a Sky cuando se abrió la puerta. Lily supo al instante que era Abby. Se giró y la vio en el umbral. Ver a su hermana, viva y a salvo, fue una sensación que casi pudo con ella.

—Lo sabía, lo sabía, joder —dijo Abby.

Lily deseó poder recordar siempre aquel momento. Recrearlo una y otra vez cuando volviera a su memoria aquella época oscura con Rick. Si hubiera visto a Abby antes de intuir su presencia, tal vez no la hubiera reconocido. Tenía las facciones más redondas. Debía de haber sumado nueve o diez kilos a su cuerpo menudo. Siempre había tenido el cabello largo, pero ahora lo llevaba cortado a lo chico y un intenso rojo sustituía sus rizos rubios. Sin embargo, los ojos eran inconfundibles. Verdes con motitas doradas. Los mismos ojos que habían consolado a Lily en sus sueños cada noche durante aquellos ocho años.

Lily se levantó y avanzó despacio hacia Abby, intentando no montar un espectáculo. Pero Abby, al parecer, no se había hecho el mismo tipo de promesa. Soltó un grito de felicidad, o un sollozo, o una mezcla de ambas cosas, y se catapultó hacia su hermana. Se encontraron y se abrazaron. Los tres mil ciento diez días se desvanecieron en un instante. Durante los años que siguieron a su secuestro, después de todas aquellas horas pasadas con Rick en las que le impartía nociones de «conducta apropiada», Lily se había convencido de que nunca jamás volvería a amar como había amado antes. Se había convencido de que incluso no amaba lo suficiente a su hija. De que Rick le había robado la capacidad de sentir emociones reales y genuinas. Pero al abrazarse con Abby comprendió que, a pesar de todos sus esfuerzos, Rick no había conseguido romper ese vínculo. Su hermana gemela había estado siempre con ella. Siempre. Aquello era inquebrantable.

Lily rompió a llorar, su llanto equiparando en volumen al de Abby.

—Se lo dije, Lilypad —dijo Abby—. Le dije a todo el mundo que no estabas muerta. Todos estos años. Lo supe durante todos estos años.

«¿Ha sido eso lo que me ha salvado? —se preguntó Lily—. A lo mejor el fuego de Abby ha sido lo que me ha mantenido con vida».

Abby se apartó y acarició el cabello de Lily.

—Estás preciosa, Lilypad. Tu cara, y este cabello tan bonito.

Lily se encogió. Odiaba su cabello. Le había suplicado a Rick que se lo cortara, pero él se negaba. Se pasaba horas acariciándolo, trenzándoselo, enterrando sus dedos entre sus largos rizos rubios.

«Es tu triunfo, Lily. Tu resplandeciente gloria», decía siempre.

Una expresión preocupada cruzó el rostro de Abby y Lily se dio cuenta de que se había perdido, de que lo había dejado entrar de nuevo en su cabeza. Se obligó a expulsarlo. No estaba dispuesta a que le arruinara aquel momento. A que le robara ni un solo segundo más. Lo que más quería en el mundo era ver sonreír a Abby.

—Tú también estás preciosa, Abs.

—Eres una mentirosa de mierda, Lilypad. Siempre lo has sido.

Lily sonrió, bajó la vista hacia el prominente vientre de Abby y en aquel momento se dio cuenta de que Abby no estaba gorda. Estaba visiblemente embarazada.

—¿Vas a tener un bebé? —preguntó Lily, tocándole la barriga a Abby.

Ahora fue Abby la que se apartó. Por el cerebro de Lily pasaron un millón de preguntas: «¿Quién es el padre? ¿Por qué no estás feliz con este bebé? ¿Qué me he perdido?».

Pero Abby cambió de tema.

—Tranquila, Lilypad. Tranquila. Ya tendremos tiempo de ponernos al corriente de todo. Pero con esto es suficiente. Contigo y conmigo aquí y ahora es suficiente —dijo Abby.

Lily volvió a abrazar a su hermana, necesitada de una prueba física de su existencia, de una prueba física de que era capaz de experimentar el contacto con otro ser humano. De que lo único que odiaba era el contacto con él. Abby le acarició la espalda, trazando lentos círculos. Era la confirmación que necesitaba Lily. Rick no la había destruido. No se lo había permitido.

—Tranquila, Sissybear. Todo irá bien.

Para mucha gente, después de vivir lo que Lily había vivido, la idea de que las cosas saldrían bien era inconcebible. Pero cuando Abby lo dijo, la esperanza borboteó.

El encuentro podría haberse prolongado eternamente, pero Lily cobró de repente conciencia del silencio que se había cernido sobre la habitación. Siempre estaba al tanto de los cambios de humor y de comportamiento. Tenía que estarlo. El

sheriff esperaba impaciente. Su madre se acercó a ellas.

—Niñas, lo siento, pero el

sheriff Rogers tiene preguntas.

Claramente molesta, Abby miró furiosa a su madre.

—¿Es que no podemos tener ni un puto minuto para nosotras?

El tono de Abby pilló completamente desprevenida a Lily, pero su madre permaneció inalterable. A Abby siempre le había apasionado incordiar a su madre murmurando obscenidades. Por lo visto, ahora ya no se limitaba a murmurarlas.

—De acuerdo, mamá. Responderé a sus preguntas. Pero danos un minuto más.

Le dio una mano a Abby y la arrastró hasta el sofá, donde estaba acostada Sky. Lily se sentó y le dio un delicado beso en la frente a su hija. Sky se despertó, sus ojos adormilados. Lily la cogió en brazos.

—Pollito, tengo que presentarte a alguien. Abby, esta es mi hija. Se llama Sky.

Abby se quedó mirando a Sky y Lily contuvo la respiración. Deseaba que Abby quisiese a su hija tanto como la quería ella. Deseaba que Abby comprendiera lo que Sky significaba, lo mucho que le había aportado a Lily durante aquellos años. Abby sostuvo la mirada de Lily.

—Es increíble, Lil. Increíble.

Lily experimentó una oleada de alivio. Necesitaba que Abby amase a su hija. Necesitaba su aceptación. Pero Sky estaba confusa y parpadeó con energía mirando a Abby y a Lily con los ojos abiertos de par en par. Sky habló por fin, su vocecita teñida con un matiz de incredulidad.

—Mamá, tiene tu misma cara.

Ni Lily ni Abby se esperaban aquello, y sonrieron. Lily intentó explicárselo.

—¿Recuerdas que mamá siempre te contaba que tenía una hermana?

—¿Es tu hermana gemela?

—Sí. Esta es mi hermana gemela, Abby.

Sky seguía mirándolas fijamente, analizando sus caras.

—Soy tu tía Abby, Sky. Encantada de conocerte.

Abby extendió la mano para estrechársela. Sky imitó su movimiento, alargó la mano y se saludaron.

—¿Ya estás de regreso de tu gran aventura? Mamá me contó que no podíamos veros ni a ti ni a la abuela porque estabais viviendo una gran aventura.

Lily comprendía lo difícil que debía de resultarle a Abby seguir sonriendo. Pero la sonrisa no flaqueó en ningún momento.

—Sí, ya estoy de regreso de mi gran aventura y jamás me había sentido tan feliz volviendo a ver a tu mamá y conociéndote además a ti.

—Mamá te ha echado mucho de menos. Hablaba siempre de ti.

—Yo también la he echado de menos.

Lily deseaba seguir así, poder contarle a Sky lo maravillosa que era su tía, averiguar todo lo que hubiera que averiguar sobre la vida de Abby, pero ya habría tiempo para todo eso. En aquel momento, tenía cosas que hacer. Giró la cabeza y dirigió la mirada hacia el

sheriff. Este saltó hacia delante como un muñeco salido de una caja de sorpresas.

—Lo siento mucho, Lily, pero el tiempo pasa deprisa. Si fuiste secuestrada…

Lily vio relampaguear la rabia en los ojos de su madre. La expresión de Abby era también un reflejo de su furia. Tomó al instante la palabra.

—¿A qué se refiere con eso,

sheriff? ¿Qué dice de que si fue secuestrada? ¿Dónde se piensa que ha estado? ¿En un puto

spa?

El

sheriff Rogers intentó desdecirse, pero Abby siguió insistiendo, sus palabras un torrente de ira. Lily cambió su foco de atención al ver la discusión que se desplegaba ante ella. Si alguna cosa le había enseñado Rick era que perder la frialdad te hace débil. Lily se negó a ceder a la debilidad. Miró a Sky.

—Quédate aquí. Mamá volverá enseguida.

Sky obedeció y recostó la cabeza en un cojín, el agotamiento superándola por completo. Lily se alejó lo suficiente para que su hija no pudiera oírla. Abby, su madre y el

sheriff Rogers la siguieron. Habló en voz baja.

—Ha sido más que un secuestro —dijo Lily, silenciando a todo el mundo—. Un hombre me ha mantenido como rehén. Me ha torturado. Durante años he sido su cautiva. Y hoy hemos logrado escapar.

Abby le apretó la mano a Lily. Eve hizo un gesto de asentimiento para darle ánimos, como queriendo decirle: «Todo va bien. Ya estás con nosotras».

Rogers entendió el silencio de Lily como su turno para poder hablar.

—Deberíamos llevaros a ti y a Sky al hospital. ¿Tienes el nombre de este hombre? ¿Una descripción? ¿Alguna cosa que pueda ayudarnos a seguirle la pista?

A Lily le bastaba con darles su nombre y los policías saldrían corriendo y lo arrestarían. Pero todos aquellos hombres eran extraños para ella. ¿Y si lo conocían? ¿Y si jugaban con él en la liga de baloncesto de los jueves por la noche? ¿O si era profesor del hijo de alguno de ellos? A lo mejor, alguno se sentaba al lado de Rick y Missy Hanson en la misa del domingo. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Y si les decía quién era y no la creían?

«De ninguna manera», dirían.

«Ese hombre es un santo».

«Espera un momento. ¿Rick Hanson? Eso es imposible».

O peor aún, ¿y si eran como él? ¿Sádicos disfrazados en uniformes del estado?

Lily consideró sus alternativas. ¿Qué pasaría después de que les diera el nombre? Las llevarían a un hospital, donde los médicos las examinarían y las incordiarían sin parar. Los médicos documentarían los abusos. Detectives forenses les formularían todo tipo de preguntas íntimas, mientras el

sheriff Rogers y sus hombres jugaban a ser héroes.

—¿Qué día es hoy? —le preguntó Lily a Abby.

—Miércoles, 11 de noviembre de 2015.

Lily miró el reloj del recibidor. Eran poco más de las diez de la mañana. Él estaría entreteniendo a sus alumnos de segunda hora con historias sobre sus hazañas del fin de semana. Tal vez compartiendo una anécdota humorística sobre su bloqueo mental como escritor.

«No consigo desencallar el último capítulo», les diría.

O a lo mejor estaría relatándoles a sus alumnos otro de los experimentos culinarios fallidos de Missy, o lamentándose sobre la horrorosa defensa de los Giants. Apostaría lo que fuese a que ni una sola vez les habría mencionado nada sobre las rehenes que tenía encerradas en su búnker subterráneo.

—Sé quién es. Les llevaré personalmente hasta él.

El

sheriff Rogers se quedó mirándola como si no lograse comprender del todo lo que Lily estaba diciendo. Lily repitió sus palabras, pronunciándolas lentamente.

—Les llevaré hasta el hombre que me secuestró.

—Eso es imposible, jovencita —dijo el

sheriff Rogers, hablándole como si fuese una niña. Se paró un momento y suavizó el tono—. Lo que quiero decir es que no solo es peligroso, sino que además va completamente en contra del protocolo.

—A la mierda el protocolo —dijo Abby, mirando a Lily, que se había quedado inmóvil y observaba a todo el mundo.

Su madre dio un paso al frente para sumarse al coro de desaprobación.

—Abby, no estás ayudando con esta actitud. Lily, tú y Sky necesitáis tratamiento médico. Además de alimento y descanso. Y quienquiera que sea ese hombre, no necesita disponer de otra oportunidad para hacerte más daño. Para hacernos daño a cualquiera de nosotras.

Lily intentó mantenerse fría. ¿Cómo era posible que ni siquiera ahora pudiera ser responsable de sus decisiones? Incluso después de sobrevivir a Rick, de haber tenido el mayor golpe de suerte de su vida, estaban diciéndole lo que podía y no podía hacer. Abby y ella siempre habían sido aliadas. De pequeñas, libraban constantemente batallas contra sus padres. Lily recordaba haberse enfadado con su hermana por cosas sin duda nimias, pero, en el instante en que sus padres se ponían en contra de alguna de ellas, Lily y Abby se apoyaban mutuamente. Formaba parte del reglamento de las gemelas. Siempre habían salido en defensa la una de la otra. Y Lily confiaba en que el tiempo no hubiera cambiado aquello.

Abby se colocó al lado de Lily.

—Ya han oído lo que ha dicho Lily. Nos llevará hasta él. Y, si no me equivoco, los policías son ustedes. Su trabajo consiste en protegernos. Hagan su trabajo.

De nuevo aquel tono duro, aquel matiz que había captado antes Lily cuando Abby se había dirigido a su madre. No parecía Abby, no la Abby que recordaba, pero sus palabras fueron efectivas. El

sheriff Rogers claudicó y les indicó con un gesto que lo siguieran.

Agradecida, Lily volvió a abrazar a Abby. Se acercó al sofá para coger a Sky, que apenas se movió y se acomodó entre los brazos de Lily. Notó la subida de adrenalina mientras se acercaba a la puerta. Un instante después, se acordó de Abby. Su hermana seguía de pie al lado del sofá, paralizada, observando a Lily, a la espera de ver qué tenía que hacer. Lily se detuvo. Ya no estaba sola. Su hermana, su mejor amiga, estaba ahí para acompañarla en todo aquello. Le tendió la mano, y Abby se abalanzó hacia delante y la agarró con fuerza. Juntas, en perfecto unísono, cruzaron de la mano la puerta y se encaminaron hacia el principio del fin de la infernal pesadilla de Lily.

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