Baby doll

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13. Lily

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Fractura de clavícula. Esguince en ambas muñecas. Tobillos fracturados. Mandíbula rota. Seis costillas fracturadas ya soldadas. Quemaduras con cigarrillos. Roturas de ligamentos. Desgarro vaginal y traumatismos generalizados. Anemia. Déficit de vitamina D. Deficiencia visual. Y la lista seguía.

Las peores lesiones que le había provocado Rick habían sido al principio, cuando Lily aún creía que podría salir de allí. Se había fracturado la clavícula y los tobillos al intentar escapar. Llevaba ya seis meses secuestrada y Lily había decidido que tenía que hacer algo. Y le había parecido que se le presentaba una oportunidad. Llevaba casi cuarenta y ocho horas sin ver luz arriba. Pero era una trampa. Apenas había puesto un pie fuera del sótano cuando Rick le había arreado un puntapié y la había mandado escaleras abajo. La caída casi le había costado la vida. Había sido también la última vez, hasta hoy, que Lily se había planteado la posibilidad de una fuga.

Las otras lesiones eran resultado de los «juegos» que practicaban, cuando Rick se «dejaba llevar». Luego siempre se disculpaba, la bañaba, le entablillaba las fracturas, la vendaba con el mimo de un médico y le prometía que la próxima vez iría con más cuidado, le prometía que cuando accediera a sus demandas no tendría que ser tan brusco (una promesa que nunca había cumplido).

Lily se había forzado a olvidar todas las lesiones que le había causado, sobre todo después de tener a Sky. Pero en aquel momento se dio cuenta de que su cuerpo era un mapa de carreteras de la locura de Rick, que cada cicatriz y cada herida revelaban sus tendencias depravadas. Su cuerpo era la prueba oficial de ello.

Una flota completa de personal médico estaba clasificando las pruebas. La doctora Lashlee, una atractiva residente de poco más de treinta años, con sonrisa sincera y modales afables, se encargó de mantener a Lily tranquila. Incluso tras empezar a temblar de manera incontrolable cuando le pidieron que se desnudara, o cuando sollozó mientras la sometían al examen pélvico, la voz de la doctora Lashlee se mantuvo serena y sus palabras la sosegaron. Carol, una enfermera de la vieja escuela, una mujer ajada, con arrugas de fumadora y ojos cansados, le sostenía la mano y solo se la soltaba para tomar notas. En una esquina, una detective tomaba fotografías y dictaba comentarios en una grabadora.

Poco después de que se iniciara el examen, llegó otra doctora, una mujer escultural de Oriente Próximo, vestida con pantalones caquis almidonados y blusa de seda, que se presentó como la doctora Amari.

—Soy la jefe de psiquiatría del Lancaster General. Sé que has estado preguntando por Abby. He estado con ella y ahora está estable. Si no te importa, me gustaría pasar un rato contigo y con Sky.

Lily se encogió de hombros.

—De acuerdo —contestó.

—Si el examen te resulta excesivamente invasivo, dilo, por favor. Queremos que te sientas lo más cómoda posible.

A Lily le habría gustado poder decirle a aquella mujer, a aquella mujer que no tenía ni idea de nada, que nada que pudieran hacerle sería excesivamente invasivo, pero se refrenó. Resultaba más sencillo bloquear lo que estaba sucediendo en aquella habitación caliente y bien iluminada, en la que todo el mundo se mostraba educado y complaciente.

De entrada, Lily se había resistido a la idea de someterse al examen físico. Sky estaba aterrada y Lily estaba cansada y superada por todo lo sucedido. Además, no quería dejar sola a Abby. Pero esta seguía adormilada por los fármacos y el

sheriff Rogers había dejado claro que el trabajo de Lily no había terminado aún.

—Tenemos que darle a ese hijo de la gran puta el castigo que se merece. Lo cual pasa por documentar todas tus lesiones, realizar pruebas de ADN y obtener tu declaración. No podemos joderla.

Sus dudas con respecto al

sheriff Rogers se esfumaron de inmediato. Compartían un objetivo: la completa y total destrucción de Rick. Accedió a regañadientes a someterse al examen. Pero primero tenía que ocuparse de su madre. Lily sabía que pronto saldría a relucir toda la verdad y confiaba en evitarle el trauma a su madre en todo lo posible.

—Ve con Abby, por favor. Sky y yo estaremos muy bien aquí.

Su madre se resistió, pero Lily insistió.

—Por favor. Necesito saber que Abby no está sola.

Después de unos minutos más de negociación, su madre había claudicado y se había marchado a ver a Abby mientras las enfermeras acompañaban a Lily hasta una habitación y se ponían manos a la obra. Extracción de sangre, radiografías, fotografías, y más y más y más pruebas. Lo de Lily resultó excepcionalmente arduo, pero no fue ni de cerca tan doloroso como observar el examen al que sometieron a Sky.

La niña rompió a llorar en el mismo instante en que las manos de las doctoras tocaron su minúsculo cuerpo, y ya no paró. El contacto de aquellas extrañas le horrorizaba, así como el resplandor de las luces, el ruido y los fríos instrumentos metálicos. Lily sabía cómo se sentía, pues para ella también había sido dura la experiencia de la vida fuera de aquel sótano gélido y oscuro. Pero no podía ni imaginarse lo abrumadora que debía de ser aquella cantidad tan impresionante de estímulos para una niña que, hasta hoy, había pasado toda la vida en aislamiento.

—¡No, mamá! Diles que paren. Quiero ir a casa. Llévame a casa, mamá.

El objetivo de Lily durante seis años había sido mantener a su hija sana y salva. Y aceptaba ahora su impotencia. El examen era ineludible. En el mundo de Rick los cuidados médicos no existían. No había vacunas. No había chequeos anuales. Las únicas medidas preventivas de las que había dispuesto Lily para mantener a Sky sana eran sus oraciones diarias. Pero ahora estaban en el mundo real, un mundo donde los niños necesitaban atenciones médicas. No solo eso, sino que Lily quería obtener confirmación de que Sky estaba sana, o tan sana como pudiera estarlo una criatura criada en cautividad. Soportó los sollozos y las súplicas de Sky, consciente de que era lo mejor para ella.

—No pasa nada. Enseguida terminará. Tienes que ser la chica valiente de mamá.

Cuando las doctoras terminaron de hurgar y toquetear, Lily y Sky fueron conducidas a una habitación para pacientes privados situada en el ala posterior del hospital. Según su madre, los pacientes que se alojaban allí eran VIP. Dos policías custodiaron rápidamente la entrada. «Una precaución, por simples motivos de seguridad», le dijo una de las enfermeras cuando Lily preguntó al respecto. Supuso que, en todo lo concerniente a Rick, era mejor prevenir que tener que sentirlo luego.

Las enfermeras les sirvieron sopa de verduras caliente y tostadas. Sky estaba muerta de hambre y devoró la comida, sus lágrimas empezando por fin a amainar. Cuando terminaron de comer, Lily se acurrucó en la cama con Sky, se cubrieron las dos con cálidas mantas y Sky se durmió por fin.

Les habían puesto a las dos una vía intravenosa con medicamentos para tratar la deshidratación y la carencia de vitamina D y de todos los demás nutrientes que les habían sido negados. Lily estaba adormilada cuando reaparecieron su madre y el

sheriff Rogers. Se sentó en la cama, con cuidado de no despertar a Sky.

—¿Cómo está Abby? —preguntó Lily.

—Está preguntando por ti. Le preocupa que te hayas enfadado con ella.

—Eso es una locura. Yo no… ¿Por qué tendría que estar enfadada con ella?

Lily no entendía nada. La doctora Amari apareció en el umbral de la puerta. Lily miró la cama vacía de la habitación y luego a la doctora.

—Doctora Amari, ¿hay alguna manera de que Abby pueda estar aquí conmigo? Ambas necesitamos…, necesitamos estar juntas.

—Si doy mi consentimiento, es importante que las dos descanséis.

—Por supuesto. Le doy mi palabra.

—Lo prepararé todo con las enfermeras. Y,

sheriff, sé que tiene preguntas, pero si la visita es corta, se lo agradecería.

—No tardaré mucho —replicó el

sheriff.

La doctora Armari se marchó y Lily se quedó a solas con su madre y el

sheriff Rogers, que tosió para aclararse la garganta antes de hablar y empezó a deambular de un lado a otro.

—Lily, tu declaración puede esperar hasta mañana, pero es importante que localicemos el lugar donde Rick os tuvo retenidas a Sky y a ti. Le hemos preguntado a Hanson, pero se niega a hablar. Si pudieras recordar algún detalle…

Lily recordaba el camino —su camino hacia la libertad— con todo detalle. Cada paso, cada giro y cada recodo estaban grabados con fuego en su cerebro.

—Hay una cabaña cerca de la autopista 12. La hace pasar por su oficina. Le cuenta a su esposa que va allí a escribir. Nos tenía bajo tierra…, en un sótano. Hay una puerta en la parte posterior de la cabaña que conduce abajo. Seguramente su mujer sabe dónde está la cabaña, pero, si tiene usted un bolígrafo, puedo dibujarle un mapa.

El

sheriff Rogers extrajo del bolsillo de la chaqueta un bloc y un bolígrafo. Lily empezó a dibujar el mapa con mano temblorosa. Se lo entregó al

sheriff.

—¿Y Rick…? ¿Ha dicho algo?

—Nada de nada. Pero no te preocupes. No irá a ningún lado. Sky y tú estáis a salvo. Te doy mi palabra. Ahora descansa y nos vemos de nuevo mañana por la mañana.

—Gracias de nuevo.

El

sheriff Rogers, con el sombrero en la mano, miró a Lily.

—Hemos trabajado como locos todos estos años para encontrarte. Siento haberte fallado, pero no sabes cuánto me alegro de tenerte aquí. De que estés viva. Hoy es un día buenísimo.

Lily sonrió de oreja a oreja.

—Mejor que eso,

sheriff. Es un día espectacular.

Lily oyó que su madre emitía un sonido que estaba entre el llanto y la risa, recordando sin duda a sus hijas y el juego que practicaban. Sorprendido, el

sheriff Rogers se acercó a su madre.

—Eve, ¿estás bien? ¿He dicho algo malo?

Eve negó con la cabeza y le apretó la mano.

—Nada malo. Todo va bien.

Dio la sensación de que él quería decir algo más, pero se limitó a ponerse el sombrero y salir. Eve se secó las lágrimas y se acercó a Lily.

—Creo que tengo que serenarme, ¿verdad?

—Tranquila, mamá. Pero ¿podrías ir a ver cuándo van a trasladar a Abby?

Eve aceptó, intuyendo la preocupación de Lily.

—De acuerdo. Pero si necesitas alguna cosa, ¿les dirás a las enfermeras que me manden un mensaje de texto? —dijo.

—Te lo prometo —contestó Lily, abrazando a su madre.

Lily sabía que nunca se cansaría de aquellos abrazos. De ahora en adelante, grabaría en su cabeza todos los abrazos y todos los besos, todos los momentos de bondad que experimentara.

Lily se quedó viendo cómo su madre se alejaba por el pasillo y cayó entonces en la cuenta de que era la primera vez desde que había huido de Rick que estaba sola. Con la diferencia de que en esta ocasión todo era distinto. Era muy distinto. Rick estaba encerrado. Ella tenía vigilancia en la puerta de la habitación. Llevaba ropa limpia y cómoda. Tenía el estómago lleno. Su hija estaba a salvo. Había recuperado la vida. Eran casi demasiadas cosas que asimilar.

Abrumada por sus pensamientos, Lily se recostó de nuevo sobre las almohadas. Cerró lentamente los ojos. Y empezaron a consumirla imágenes de Rick con grilletes, incapaz de dormir en una habitación oscura y húmeda, con otros presos gritándole obscenidades. Se imaginó a los demás presos torturándolo tal y como él la había torturado a ella.

«Pedazo de mierda».

«Gusano inútil».

«No eres nadie. No eres absolutamente nadie».

Dudaba que los criminales de la cárcel del condado llegaran a sus niveles de depravación. La invadió de repente una oleada de tristeza, tan intensa que resultaba casi inexplicable. Fue una emoción fugaz, casi como si la hubiera soñado. Se obligó a desechar el sentimiento, a permitir que el sueño pudiera con ella. Era todo lo que deseaba. Lo que siempre había deseado.

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