Baby doll

Baby doll


14. Rick

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I

C

K

Tumbado en el gélido camastro de metal, con las manos tan fuertemente esposadas que se le cortaba la circulación, Rick seguía repasando los sucesos del día una y otra vez, intentando comprender dónde se había equivocado, cómo había podido pasar aquello.

Al principio, cuando había visto a Lily en el exterior del aula, vestida con aquella sudadera ridículamente grande y su melena rubia recogida en una enmarañada trenza, había pensado que tenía que ser la otra. Que no podía ser su Lily. Su muñeca jamás quebrantaría las reglas. Jamás violaría su confianza.

Pero cuando lo había mirado a los ojos, había sabido que era Lily. Que era su chica la que estaba en el pasillo, rodeada de policía, mirándolo con una expresión que no le había visto desde hacía años, una expresión de total desafío. Su insolencia le había resultado increíble, pero no había dispuesto de tiempo para reaccionar. Los policías se le habían echado encima, gritando y vociferando, le habían doblado los brazos hacia la espalda y lo habían esposado mientras le leían los derechos.

La histeria se había apoderado del aula, la excitación de los chicos había ido en aumento y las cámaras de los iPhone habían empezado a disparar

flashes. Había visto que sus alumnos grababan vídeos, que a buen seguro estarían ya publicados en diversas páginas web, etiquetados y geolocalizados, compartidos en canales de YouTube y en perfiles de Instagram. En pocos segundos, había comprendido que su perdición sería transmitida a las masas. Pero en lo único que podía pensar era en ¿cómo? ¿Cómo podía haberlo engañado? Después de tanto entrenamiento, de tantas horas, días y semanas enseñándole todo lo que necesitaba saber, enseñándole a amarlo tal y como él la amaba, ella le había hecho aquello. Le había tendido una trampa en público como si él fuera un animal patético, lo había humillado delante del mundo. La traición resultaba insoportable. Él la amaba, la amaba de verdad, y ella le había hecho aquello.

Desde el primer día que la vio, en su primer curso en el instituto, se había sentido atraído por su rostro fresco y su cabello rubio que parecía besado por el sol. Sus hoyuelos y su sonrisa podían con él cada vez que ella entraba en su aula. Llevaba casi quince años como profesor y su instinto y su conocimiento de los alumnos eran excepcionales. Sabía detectar a los payasos de la clase, a los marginados y a las furcias (aunque no era necesario haber obtenido una beca Rhodes para reconocerlos). Había tenido algún que otro devaneo con alumnas, pero elegía con cuidado. Siempre había dejado que fueran las chicas las que terminaran la relación y había fingido tener el corazón roto cuando siempre había sido él quien había manejado los hilos. No significaban nada. Distracciones frívolas que habían aplacado su aburrimiento, hasta que había sido libre para disfrutar de lo que de verdad deseaba: una chica solo suya para hacer con ella lo que le apeteciera.

Sabía que Lily no era de las que mantendrían un romance con un hombre mayor que ella y casado, y mucho menos con un profesor. Pero saber aquello, conocer su bondad innata, solo le hacía desearla más. Viéndola en clase, tan inquisitiva y atenta, desafiándolo a él y a sus compañeros de aula, lo llevó a querer hacerla suya. Percibía la bondad de Lily, se daba cuenta de que, a pesar de su popularidad, siempre encontraba tiempo que dedicar a los marginados y a los solitarios. Había estudiado sus piernas largas, bronceadas y tonificadas, a veces se había acercado al estadio para presenciar sus entrenamientos, confiando en poder contemplar su belleza en todo su esplendor. Cuanto más la observaba, más la deseaba. Había tenido que controlar su rabia cuando la veía por los pasillos abrazada con aquel novio deportista e inútil que tenía. La forma en que miraba a aquel niñato le volvía loco. Rick merecía ser el objeto de sus miradas.

Había animado a Lily a colaborar con el periódico del instituto y habían pasado muchas horas juntos, trabajando en artículos. Escuchar su risa, burbujeante y contagiosa, conocerla y amarla había llegado casi a compensar el tener que escuchar su parloteo sobre aquel novio idiota.

«Wes esto», «Wes lo otro» y «¿Verdad que es maravilloso?». Rick asentía, fingiendo que le traía sin cuidado. Pero le volvía loco. Deseaba que fuera su nombre el que pronunciara con aquella codicia y aquel deseo reflejado en su mirada. Cuando se acercó el fin de curso, Rick tomó la decisión de que ella era la elegida. De que ella tenía que ser suya.

Conocía también a la hermana gemela de Lily. Abby estaba en su otra clase de Lengua y Literatura. Pero había algo en ella, una dureza, un filo oculto en su personalidad, que le resultaba poco atractivo. Además, no era un egoísta. Con Lily tenía más que suficiente.

Rick se dio cuenta de que hacerse con ella era todo un desafío. Existía la posibilidad de que nunca llegara a presentarse el momento adecuado. Lo cual no significaba que no tuviera que estar preparado. «La suerte es cuando la preparación y la oportunidad se encuentran», era uno de los lemas de mierda de Missy, y Rick pensó que no estaría de más. ¿Y si le sonreía la suerte? Había consagrado meses a trabajar en la cabaña. Se había volcado en la construcción del nuevo hogar de Lily, en llevar a cabo todas las compras necesarias, en convencer a Missy de que su espacio para escribir era sagrado y que era mejor que no lo visitara ni interrumpiera su trabajo. Los preparativos le llevaron meses de planificación y miles de dólares que gestionar. Pero lo había hecho todo por Lily. Y ahora aquí estaba. Lo había dejado en ridículo.

En el momento del arresto no había reaccionado. Era lo que esperaban que hiciese. Algún tipo de explosión o berrinche emocional que confirmara su culpabilidad con una C mayúscula. Sabía que desafiar las expectativas jugaría a su favor.

Con un tono calculado, había ordenado a sus alumnos que se sentaran. «Chicos, seguid trabajando. Pronto volveré a las aulas y espero que por entonces os hayáis leído los últimos tres capítulos».

No le habían escuchado. Sabía que no lo harían. Al fin y al cabo eran adolescentes, un puñado de mierdas que adoraban el circo, pero era importante mostrarse impávido frente a los sucesos.

No obstante, había sido más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo cuando la gorda se le echó encima y le asestó golpes, patadas y mordiscos. Abby era asquerosa, una mujer convertida en ballena, y cuando miró a Lily comprendió que había elegido con inteligencia. Su Lily nunca se habría abandonado de aquella manera.

Sin embargo, cuanto más le pegaba Abby, más le excitaba. Su actitud le había recordado a la Lily del principio, en su época de formación. Cuando al final la policía le arrancó aquella bestia de encima, Rick se preguntó si no habría elegido a la hermana equivocada. Tal vez la otra no habría acabado traicionándolo. A saber. Le había dado a Lily una vida maravillosa. Le había dado una hija, una de las decisiones más complicadas que había tomado nunca. Había pasado los siete meses pensando en qué haría con aquello. Ahogarlo. Abandonarlo en un parque de bomberos. Enterrarlo en el bosque. Al final, había comprendido que el bebé formaba parte de él, que era su semilla, su creación. Y habían construido una vida juntos. De hecho, la niña casi había acabado gustándole. Era una mini Lily y había disfrutado viéndola crecer. Pero eso carecía ya de importancia. Como Bruto contra César, Lily lo había traicionado.

Suspiró para sus adentros. Demasiado tarde para arrepentirse de nada. Tenía que ser inteligente. La estrategia formaba parte importante de cualquier plan. Siempre había conocido los riesgos y ya pensaría en algo. Sí, lo habían pillado. Pero si Lily creía que había ganado la partida, estaba muy equivocada. Rick vio que se acercaban dos guardias, ambos con guantes de cuero negro y expresión estoica. Reconoció su mirada. Querían hacerlo sufrir.

«Adelante», pensó Rick, necesitado de sentir algo, necesitado de algún tipo de distracción. Cuando los guardias llegaron, preparados para su ataque, Rick no pudo evitar reír. Nada podían hacer que le hiciera más daño que el que Lily le había causado. Tenía el corazón roto. Aquella mala puta se lo había partido en dos.

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