Baby doll

Baby doll


15. Abby

Página 17 de 55

1

5

.

A

B

B

Y

Sacadme toda esta mierda —exigió Abby, peleándose con las correas que la mantenían sujeta a la camilla—. No tengo intención de hacerle daño a nadie. Quiero ver a Lily. Necesito ver a mi hermana, joder.

Las enfermeras no le hacían ni caso. Abby sabía que el personal estaba acostumbrado a que los locos les gritaran y era consciente de que con aquella actitud no estaba ayudando a su causa. Pero quería estar con Lily y nadie la escuchaba. ¿Por qué no la escuchaban? Entonces vio que se acercaba la doctora Amari y se obligó a bajar la voz, a mantener una apariencia de calma.

—Doctora Amari, dígales que estoy bien. Que estaré bien.

La doctora Amari suspiró y se inclinó sobre Abby. Posó la mano con delicadeza sobre un brazo inmovilizado.

—Pero no estás bien, ¿verdad?

Abby sabía perfectamente cómo funcionaba aquella mierda. Por mucho que ella dijera, los médicos siempre encontraban la manera de darle la vuelta a sus palabras. Si Abby decía que estaba bien, la doctora Amari le recordaría el escándalo que había montado en el instituto. Si Abby decía que estaba enfadada, la mantendrían encerrada en la sala de los locos y no podría volver con Lily.

De modo que guardó silencio. La doctora Amari desató las correas y se sentó en la cama de Abby.

—¿Qué ha pasado, Abby? Habías hecho muchos avances.

La doctora Amari debía de saber lo que había pasado en el instituto. Era una mujer que nunca veía a sus pacientes sin tener todas las respuestas. Pero si Abby quería ver a Lily, no le quedaba otro remedio que seguirle la corriente.

—¡Fue Hanson quien se llevó a Lily! Nuestro profesor de Lengua y Literatura la secuestró. Todos estos años…, todos estos putos años. Cuando hoy lo he visto, cuando he comprendido todo lo que ha pasado, se…, se me ha ido la olla. Pero ahora estoy bien. Y seguiré bien.

—Supongo que entiendes que tengo la obligación de velar por tu seguridad y la de tu bebé.

—No pienso hacerle a esto ningún daño.

—¿A esto?

Abby cerró los ojos e inspiró hondo. Mierda. Odiaba a los loqueros, odiaba que analizaran todas y cada una de sus palabras.

—No pienso hacerle ningún daño al bebé. No pienso hacerle ningún daño a nadie.

La doctora Amari se levantó muy despacio.

—Me alegro de oírlo. He hablado con Lily y estoy dispuesta a trasladarte a su habitación para que podáis pasar la noche juntas. Pero tienes que cuidar tanto de ti como de tu bebé.

—Sí. Por favor. Haré todo lo que usted quiera si puedo ver a Lily. Por favor…

—Voy a poner en marcha todo el papeleo. Pero escúchame bien, Abby. Sé que te sientes feliz. Pero Lily y tú necesitaréis tiempo para reconectar. Os animo a que ambas empecéis con terapia inmediatamente. Será un periodo de adaptación complicado para todo el mundo.

—Por supuesto. En cuanto Lily esté instalada y todo eso, pediremos cita.

Satisfecha, al parecer, con la respuesta de Abby, la doctora Amari se marchó para preparar toda la documentación necesaria.

Aliviada, Abby se recostó en la cama y cerró los ojos. Eso no pasaría nunca, evidentemente. Antes se congelaría el infierno que ir a ver a más loqueros. El único motivo por el que los había necesitado era por la desaparición de Lily. Y ahora que su hermana había vuelto a casa, su vida retomaría el buen camino.

Estaba todavía pensando en todas las cosas que iba a hacer con Lily, en todas las cosas que quería contarle, cuando oyó una voz en la puerta.

—¿Abby?

Wes estaba en el umbral. Abby se incorporó y se llevó involuntariamente la mano al vientre; su cuerpo se estremeció.

—¿Qué haces aquí?

Creía haberlo dejado claro ese mismo día en el coche patrulla. Claro de cojones. Wes ignoró el tono airado de Abby.

—Tenía que asegurarme de que todo…, de que tanto tú como Lily estabais bien. De que el bebé estaba bien.

Se había acercado y había tomado asiento. Le había cogido las manos a Abby. El contacto con Wes siempre le había resultado reconfortante. La primera noche después de la desaparición de Lily, él la había abrazado, su metro noventa y tres elevándose por encima de ella. Durante todo aquel tiempo se había apoyado muchísimo en él. Aunque eso había sido antes del regreso de Lily. Ahora ya no podía seguir preocupándose ni por él ni por lo que pudiera querer. Abby nunca le había escondido nada a su hermana. Pero esto… Lily había amado a Wes. Lo había amado más que nada en el mundo. Hasta el último segundo de la vida de Lily antes de su desaparición estaba consagrado a Wes y a su relación. Algo que fastidiaba tremendamente a Abby.

«Wes y yo nos vamos al cine».

«Tenemos que ir a ver a la abuela de Wes».

«Wes y yo aún no estamos seguros de qué haremos para las vacaciones de primavera».

Abby siempre se burlaba de Lily. «Wes y yo, nosotros. Qué pesada». Lily nunca entendería que Wes y ella hubieran acabado juntos. No le encontraría sentido. Era imposible.

—Escucha bien lo que voy a decirte, Wes. Concédeme…, concédenos un poco de espacio.

Wes retiró la mano, pero no la mirada.

—Sé que piensas que todo es por ti, Abby. Pero no es así. Yo quería a Lily… Fue mi primer amor.

Abby se quedó mirándolo, fijamente. Desde que estaban juntos, Wes nunca le había hablado de sus sentimientos hacia Lily y ahora le decía esto, hablaba de él. Intentó no molestarse por sus explicaciones y le dejó continuar.

—Estaba preocupado por ti, por Lily y por nuestro bebé. Pero ahora que sé que todo el mundo está sano y salvo, me marcharé. Lily, sin embargo, tiene que saber lo nuestro. No pretendo decirte con esto que tengas que contárselo hoy mismo, pero acabará descubriéndolo. Sería mejor que se enterara por ti.

Se levantó, se inclinó y le dio un beso de despedida. Abby le dejó hacer. «Dale lo que quiere y obedecerá». Cuando salió, Abby pensó que estaba siendo injusta, pero no podía hacer otra cosa. Tenía que librarse de él. ¿Tal vez con una orden de alejamiento? Abby seguía considerando sus distintas opciones cuando llegó Carol, una enfermera que trabajaba con ella, para transportarla a la habitación de Lily. Abby quería ir caminando, pero Carol no se lo permitió.

—No pienso quebrantar las reglas, ni siquiera por ti. Anda, baja. Tu carruaje te espera.

Abby obedeció. Carol transportó a Abby por los pasillos en silla de ruedas, charlando emocionada sobre la bendición que les había sido concedida. Abby ignoró su parloteo y siguió pensando en qué hacer con Wes.

Al llegar a la puerta de la habitación de Lily, Abby se levantó de la silla y se quedó mirando a su hermana dormida, observando su respiración lenta y regular. Como si intuyera la llegada de Abby, Lily abrió los ojos. A su lado, Sky siguió durmiendo, agotada después de su penosa aventura.

—No quería despertarte —dijo Abby.

—No lo has hecho. Solo estaba descansando un poco los ojos.

Abby se giró hacia Carol.

—Ya puedes largarte.

Carol no se movió. Abby se esforzó por controlar su malhumor.

—En serio, Carol, el hospital está lleno de enfermos. Ve a trabajar de verdad.

Carol claudicó y le dio a Abby una cariñosa palmadita en la espalda.

—Descansa, Abby. Y bienvenida a casa, Lily.

A su pesar, Abby agradecía la amistad de Carol. Todas y cada una de las enfermeras que trabajaban con ella la habían ayudado a seguir adelante. Primero como paciente y luego cuando fue contratada. La habían ayudado a ser responsable y le habían dado un sentido a su vida.

Carol se marchó y Abby se volvió a sentar en la silla de ruedas, intentando pensar qué decir o hacer. Lily tomó esa decisión por ella. Levantó la colcha y le indicó a Abby que se metiera en la cama a su lado. Abby se moría de ganas de hacerlo, pero bajó la vista hacia su abultado vientre.

—No voy a caber. Estoy hecha una vaca.

—Deja de decir tonterías.

—Es verdad.

—Abby, no estás hecha ninguna vaca. Estás fabulosa.

Abby se sentía horrorosa. Pero cuando oyó a Lily manifestar lo contrario, casi la creyó. Se acercó a la cama y subió. Era estrecha, pero lo consiguieron. Sky seguía acurrucada al otro lado de Lily y ni siquiera se movió. En cuanto Abby estuvo instalada, Lily reposó la cabeza en su hombro.

Reinaba el silencio; el único sonido era el «bip, bip, bip» del monitor de la tensión arterial. Se estaba calentito y a gusto. Abby empezó a sentir una presión en el pecho. Cerró los ojos. Hizo sus ejercicios de respiración, pero no sirvieron de nada. Se le escapó un sollozo, y rompió otra vez a llorar. Por los años perdidos de Lily. Por su sufrimiento.

Lily le acarició la espalda, como hacía cuando eran pequeñas.

—¿Qué le pasó a papá? —preguntó por fin Lily.

Abby se encogió. Dijeron que había sido un coágulo en una válvula cardiaca, pero Abby sabía que no era cierto. Hay corazones que siguen latiendo cuando los destrozan; otros que dejan de funcionar. Abby exhaló un prolongado suspiro.

—Tuvo un infarto.

—¿Cuándo?

—Unos meses después…, después de que te secuestraran.

Era evidente que Lily quería más detalles. A regañadientes, Abby continuó.

—Papá se mostró muy fuerte cuando te perdimos. Se ocupó de todo de un modo increíble. Procuró que mamá y yo comiésemos, que no perdiéramos la cabeza. No nos permitía decir nada negativo. Decía que no podíamos perder la esperanza. Que teníamos que creer en ti, creer que volverías. Respondió a todas las entrevistas. Organizó las batidas. Y entonces un día fue a trabajar y Anna oyó un ruido en el despacho. Lo encontró en el suelo. Intentaron operarlo, pero su corazón… No tenía más fuerzas para seguir luchando.

Abby seguía lamentando a diario la muerte de su padre, y ahora a Lily le sucedería lo mismo. Se sumieron en un triste silencio y Lily tomó de nuevo la palabra.

—Y ese hombre, el hombre que he visto hoy en casa con mamá, ¿quién es?

Abby no sabía qué decir. No tenía ni idea. Su madre no era precisamente un dechado de virtudes desde la muerte de su padre. Pero Abby tampoco estaba en posición de juzgar a nadie.

—Nadie importante.

—¿Sale con él?

—Es un poco complicado.

Abby se encogió. Qué estupidez acababa de decir. Como si Lily no supiera lo complicado que podía llegar a ser todo. Pero Lily no se dio cuenta.

—¿Cómo fue? Después de mi desaparición, me refiero.

Abby se preguntó qué debía decir. ¿Qué la vida era una mierda? ¿Qué todo se fue al infierno?

—Quiero saberlo, Abby. Necesito saber cómo fue.

—Fue terrible, Lilypad. Terrible.

Abby se dio cuenta demasiado tarde de que estaba tocándose los tatuajes con forma de vides que cubrían sus muñecas, un intento de borracha de disimular las cicatrices. Lily alargó la mano, recorrió con la punta de los dedos las líneas irregulares, líneas que incluso años después señalaban la tristeza que había engullido a Abby.

—Dios mío, Abby, ¿qué hiciste?

Abby apartó las manos.

—Ya está hecho, Lil. Son cosas del pasado. No profundicemos en ello.

—No quiero hacerte daño, Abs. No debería haber hecho lo que hice hoy en el instituto. Debería haberles dicho quién era.

Abby se incorporó.

—¿Estás de broma? —dijo—. Solo por ver esa expresión reflejada en su cara ha merecido la pena el viaje en ambulancia. Y no te olvides que también he podido darle unos cuantos golpes.

Abby y Lily se miraron a los ojos. Y se echaron a reír, una risilla al principio, luego carcajadas cada vez más potentes, hasta rozar la histeria y tener que llevarse las manos a la barriga para conseguir tranquilizarse. Abby fue la primera que volvió a hablar.

—Te he echado tanto de menos, Lil. Tantísimo de menos.

Lily no replicó. Seguía con la mano de Abby entre las suyas, estudiándola con evidente interés.

—¿No estás casada?

La alegría de Abby se evaporó y quedó sustituida por una sensación inmensa de terror. Negó con la cabeza.

—El matrimonio es para los viejos, Lil —dijo, intentando restarle importancia al asunto.

—Pero vas a tener un bebé.

—Es una larga historia.

—Quiero escucharla. Toda. Me he perdido muchas cosas, Abby. Quiero saberlo todo sobre tu vida. Sobre todo.

—Tenemos tiempo. Tenemos todo el tiempo del mundo. Pero la doctora Amari me ha hecho prometerle que las dos descansaríamos.

El corazón de Abby seguía latiendo acelerado mientras intentaba acabar con la conversación. Dio señales de abandonar la cama, pero Lily la retuvo.

—Quédate aquí. Duerme conmigo esta noche.

Abby no necesitó que la convenciera. Se recostó despacio y se cubrió con la colcha hasta la barbilla.

—Buenas noches, Lilypad.

—Buenas noches, Abby.

Lily le dio la mano a Abby. La respiración de Lily se volvió regular y fue relajándose poco a poco. Abby sabía, sin embargo, que aquella noche no podría dormir. Lily no había preguntado por Wes, pero lo haría. ¿Y entonces qué? ¿Qué le diría? Abby se quedó mirando el techo, pensando en mañana y en cómo solventar la situación. Permanecería toda la noche despierta en caso necesario, no pensaba permitir que nunca más nadie se interpusiera entre su hermana y ella. Nunca jamás. Joder.

Ir a la siguiente página

Report Page