Baby doll

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22. Lily

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«Las lágrimas son para los débiles». Es lo que Rick predicaba. Antes de que Rick la secuestrara, Lily era una llorona. Lloraba por cualquier cosa. Con la música

country. Con las películas sensibleras. Con los vídeos de gatitos de YouTube.

«Mi blandengue», le decía su padre en broma. Pero Lily no lloró cuando se enteró de lo de Wes y Abby. La noticia la dejó pasmada. Wes. Su Wes. Su primer amor. El chico que, con solo una mirada, la hacía sentirse como si el resto del mundo hubiera dejado de existir.

Lily no podía dejar de pensar en el gigantesco vientre de Abby, en sus ojos tristes y sus facciones pesadas, en las cicatrices que llenaban sus muñecas. ¿Cómo había pasado? ¿Cómo era posible que su hermana se hubiese enamorado de Wes y viceversa? Se aborrecían con una intensidad que lindaba con lo irracional. Abby no paraba de repetir constantemente que Lily estaba saliendo con un musculitos.

«Su única habilidad vendible es que sabe lanzar un balón hacia una red. Y apenas habla, se las da de superhéroe. Se cree que con eso pasa por ser un tío profundo y pensativo, cuando lo único que consigue es parecer aún más bobo de lo que es».

Wes consideraba a Abby una pija y odiaba tener que llevarla siempre de carabina. Volvían loca a Lily con sus discusiones estúpidas y siempre la obligaban a tomar partido. Y ahora resultaba que estaban juntos. Que iban a tener un bebé.

Le habría gustado gritarle a Wes, preguntarle por qué no la había esperado. Pero no era justo. Nadie, ni Abby, ni Wes, ni siquiera Lily, podía haber imaginado que volvería a casa. Lo sabía, pero no por ello el dolor era menos punzante.

Llevaba horas tumbada en la cama. Sky estaba profundamente dormida, pero la cabeza de Lily no cesaba de dar vueltas. Nunca se había permitido hundirse en la autocompasión, preguntarse: «¿Por qué yo?». No disponía de energía mental que desperdiciar reflexionando sobre cosas que no podía controlar. Pero ahora solo podía pensar en eso. ¿Por qué a ella le había tocado Rick y a Abby el amor y la devoción de Wes, y un hijo de él, además? ¿Por qué Abby tenía un hombre bondadoso y amable? «Porque yo no valgo nada, por eso», creía Lily.

Abby estaba destinada a tener el hijo de Wes y ella el de Rick. Pensarlo, recordar todas las noches en que Rick le susurraba al oído sus fantasías mientras la violaba una y otra vez la ponía enferma. Pero aquí estaba, embarazada de otro hijo. Del hijo de Rick.

—¿De cuánto estoy? —le había preguntado a la doctora Amari en el hospital, después de recibir la noticia.

—De poco. Solo de seis semanas. Estás todavía a tiempo de dejarlo.

—¿Se refiere a matarlo?

—Me refiero a que hay alternativas, Lily, si quieres que las hablemos.

Pero Lily no quería hablar de nada. No quería nada más que pudiera vincularla a Rick. Pero aun así, cuando pensaba en el bebé, en su bebé, en el hermano de Sky, se quedaba paralizada. También era hijo de ella. Y su vida estaba en sus manos. De haber seguido viviendo en aquel agujero con Sky, habría luchado como una loca por protegerlo, del mismo modo que había protegido a Sky. Pero las cosas allá abajo eran distintas. Allá abajo, Sky no tenía nada que ver con Rick. Su hija era un regalo enviado del cielo, una señal de que la esperanza podía seguir viva incluso en los lugares más oscuros. No sabía qué pensar de aquella criatura. ¿Y si era niño? ¿Un niño dulce que acabara convirtiéndose en un joven atractivo que siguiera los pasos de su padre? ¿Y si era malo? ¿Qué haría con un hijo así? Lily cerró los ojos. Habían estado juntos. Abby y Wes.

Juntos.

Lily sintió náuseas. Una de las cosas de las que más se arrepentía era de no haberle entregado a Wes su virginidad. También Rick se la había robado. Siempre se había preguntado cómo habría sido despertarse entre los brazos de Wes, experimentar todo lo que había leído en las novelas románticas de su madre o visto en la televisión. Aquellos momentos de ternura, con besos dulces y románticos, el respeto mutuo que debía de acompañar el descubrimiento de los cuerpos. Todo aquello había dejado de existir cuando se convirtió en propiedad de Rick. No podía existir.

Sabía que no podría dormir. Salió sin hacer ruido de la cama y le dio un tierno beso a Sky. Se puso una sudadera y se envolvió con una manta. La doctora Lashlee le había dicho que tendría frío hasta que engordara un poco, y tenía razón. No podía dejar de temblar.

Bajó y disfrutó del silencio. Entró en la cocina, fue directa a la nevera y abrió la puerta. La recibió un interminable surtido de alternativas. Guisos y lasaña. Pastel de chocolate. Brownies. Leche y cerveza. Chardonnay y vodka. Todo lo que le apeteciera estaba a su alcance.

En la cabaña, Lily y Sky comían lo que Rick les llevaba. Rick controlaba religiosamente el peso de Lily. «No se permiten grasas», era su mantra, lo que se traducía en la ausencia de cualquier capricho. Cogió un poco de dulce de leche y lo devoró, saboreando el sabor intenso y decadente. Habría seguido comiendo, pero de pronto notó algo en el exterior. Se quedó paralizada. Había alguien sentado en el columpio del porche, balanceándose. Estuvo a punto de gritar para pedir ayuda, pero entonces la figura se giró y Lily distinguió el perfil. Era Wes. ¿Qué hacía allí fuera?

Pensó en volver corriendo a su habitación. En encerrarse en ella y acurrucarse junto a Sky. Pero la curiosidad, el deseo de saber más cosas, pudo con ella. Lily abrió la puerta corredera de cristal justo cuando Wes levantaba la vista. Tenía un cigarrillo en la mano. Ver aquello fue una decepción. El Wes que había conocido jamás habría fumado. Controlaba mucho su entrenamiento y se negaba a hacer cualquier cosa que pudiera envenenar su organismo. Cuando la vio, se levantó de un salto y aplastó el cigarrillo, como si intuyera lo que Lily estaba pensando.

—Lily, no pretendía asustarte.

—No, no pasa nada. ¿Qué…, qué haces aquí fuera?

—Abby se ha marchado después de la pelea y tu madre me ha pedido que fuera a por ella.

—¿Está bien? —preguntó Lily.

Por muy dolida que estuviese, no soportaba la idea de que a su hermana pudiera haberle ocurrido cualquier desgracia.

—Ha vuelto hará cosa de una hora, pero está muy cabreada conmigo. No paro de decirme que tendría que volver a casa, pero me resulta imposible. No me había dado cuenta de lo tarde que es. Tengo que irme.

Saludó a Lily con un gesto de cabeza y se encaminó hacia la verja. Mientras Wes hablaba, Lily había estado analizándolo. Era guapo, pero no tan guapo como lo recordaba. Era casi como si no hubiera logrado alcanzar del todo ese aspecto de ídolo de telenovela que presagiaba. La nariz era tal vez un poco grande para su cara, el cabello demasiado corto, y además llevaba barba de varios días. Pero sus ojos no habían cambiado en absoluto. De color gris intenso y penetrantes. Cuánto había echado de menos aquellos ojos.

—Espera, no te vayas —gritó Lily.

Wes se dio la vuelta, sorprendido por su súplica. Lily no había pensado qué diría a continuación, y se quedó titubeando. Se acercó al columpio donde Wes había estado sentado y, temblando todavía un poco, tomó asiento. Wes se quitó el anorak de plumas y se lo pasó. Lily se lo echó a los hombros y el olor a madera y especias de la loción para después del afeitado le invadió los sentidos. Wes se mantuvo a un par de metros de ella y esperó a que Lily tomara la palabra. Lily se había acostumbrado a los silencios; siempre esperaba que fuese Rick quien hablara, nunca quería hablar si no le tocaba. Lily se preguntó qué pensaría Wes de ella. Sabía que su piel, su cabello y sus dientes habían sufrido las consecuencias de su encierro. Que estaba esquelética, que había perdido la tonificación y el bronceado que le aportaba el entrenamiento. La opinión de Wes no debería importarle, pero deseaba aún que la encontrara bonita.

—No pasó de la noche a la mañana, Abby y yo… —dijo Wes.

Lily le ofreció una débil sonrisa.

—¿De modo que ya está? Nada de silencios incómodos. Nada de qué tal tiempo hace hoy.

Wes no sabía qué decir.

—Bromeo, Wes. Aún me acuerdo de bromear.

Wes sonrió y Lily se sintió transportada a su primer año en el instituto, cuando aquel chico tan dulce se apoyaba en su taquilla y la esperaba para acompañarla hasta el aula. Pero Lily no estaba dispuesta a que la gente la tratara como si fuera una figurita de cristal, a que nadie anduviera de puntillas en su presencia. Ya no. Pensaba reclamar hasta el último vestigio de la persona que había sido en su día.

—Siento mucho cómo he reaccionado antes. Supongo que…, que nunca pensé en lo que pasaría si…, si Sky y yo conseguíamos salir de allí. Dediqué tanto tiempo a sobrevivir, tanto tiempo a pensar en el pasado, que nunca me planteé qué podía estar sucediendo fuera. Y te quiero…, te quería tantísimo.

Wes hizo una mueca de dolor y Lily se dio cuenta de que lo que acababa de decir debía de haber sonado muy estúpido.

—Me parece que no estoy mejorando precisamente las cosas, ¿verdad?

—Yo también te quería, Lily. Aún…

—No. Por favor.

—No, tengo que explicártelo, porque no puede ser que estés enfadada con Abby. Si te enfadaras con ella se moriría. Tengo que intentar que comprendas lo que pasó entre nosotros.

Por lo visto, Wes había dejado de preocuparse por lo que pensara de él, o tal vez fuera que estaba superado por los nervios. Wes metió la mano en el bolsillo, sacó un cigarrillo y lo encendió. Le dio una calada profunda antes de seguir hablando.

—Sabes que Abby me ponía de los nervios. Que nunca pensamos el uno en el otro desde un punto de vista… romántico. Lo único que queríamos era encontrarte. Estábamos obsesionados. Consumidos. Nos pasábamos el día colgando carteles, participando en las batidas, registrando bosques y campos durante horas interminables. Al final, cancelaron las batidas y tu padre murió. Abby se quedó destrozada. Cuando empezamos el último curso en el instituto, la gente ya no quería estar triste. Intenté convertirme en el mejor deportista del equipo y hacer todas esas cosas que tanto me gustaban, pero, sin ti animándome, me resultaba imposible. Dejé el equipo y, no sé muy bien cómo, Abby y yo empezamos a quedar a la salida de clase. Todo el mundo nos trataba como si fuéramos de cristal, pero entre nosotros éramos capaces de bromear, de escuchar música y de hablar de ti. Y entonces, un día, mientras estábamos viendo una película en mi casa y hablando sobre aquella vez que le diste un golpe a aquel autocar escolar que estaba aparcado…

—Y mira que era grande aquel autocar amarillo…

Wes sonrió.

—¿Cómo es posible que no vieras un autocar escolar?

—¿Cuántas veces tengo que decirte que estaba situado justo en el ángulo muerto?

Wes se echó a reír y se moderó enseguida, como si fuera un momento demasiado solemne para estar de broma.

—Ni siquiera sé quién besó a quién. Los dos nos quedamos asustados. Nos pasamos días sin hablarnos, pero por aquel entonces ya había dejado de ser tu hermana. Era mi mejor amiga. No eras tú, Lily. Yo jamás pretendí sustituirte. Abby nunca fue como tú. Nunca fue tan alegre ni tan fácil de tratar, pero lo hacía todo con esa intensidad tan suya que es tan difícil de ignorar. Y, lo más importante de todo, comprendía cómo tu pérdida me había cambiado.

—¿De modo que estáis juntos desde entonces?

—No. Yo me fui a la Universidad de Pensilvania. No quería dejarla, pero ambos decidimos que teníamos que ver cómo era la vida cuando no estábamos echándote de menos o castigándonos por no haber sido capaces de salvarte, o por no haber sido alguno de nosotros el que hubiera desaparecido. Y entonces… —Se interrumpió.

—¿Y entonces qué?

—Terminé la universidad y volví aquí para ocuparme de mi padre y, no sé muy bien cómo, volvimos a las andadas.

—¿De modo que ahora es eso? ¿Una vuelta a las andadas?

Wes esquivó la pregunta, pero Lily cayó en la cuenta de que en ningún momento había mencionado que amase a Abby. No lo había dicho ni una sola vez.

—Abby nunca dejó de creer que estabas viva. Tienes que saberlo. Abby hará lo que tú quieras que haga, Lil. Lo que sea. Me abandonará. Dejará nuestro bebé si se lo pides.

—Eso es una locura. Jamás le pediría eso. Y ella nunca haría una cosa así.

—No la conoces. Al menos, no la conoces como es ahora. No sabes lo que llegó a hacerle tu pérdida, lo que tu regreso significa para ella.

Lily no replicó. ¿Qué podía decir? «Déjala. Sal conmigo. Criaremos juntos a los hijos de Rick. Tendremos la vida que deberíamos haber tenido». Era casi imposible; tenerlo tan cerca y saber que él había seguido adelante con su vida. De haber estado allí Rick, habría querido de ella que matara de una paliza a Wes y a Abby. Vengarse por su traición.

Diría: «Hazlos sufrir, Muñeca. Este se merece sufrir».

Al fin y al cabo, Wes no había elegido amar a cualquier otra mujer, sino que había elegido a su hermana gemela. De seguir la lógica de Rick, tendría sentido querer destruirlos a ambos. Pero Lily estaba agradecida de que Rick no la hubiera destrozado por completo. Seguía siendo capaz de pensar y actuar por su cuenta. Wes pareció comprender que Lily ya había oído lo suficiente.

—Buenas noches, Lily. Siento mucho todo lo que has pasado. Pero me alegro de que estés de nuevo en casa. Quiero que lo sepas.

Desapareció en la oscuridad y Lily permaneció sentada en el columpio del porche, cubierta todavía con su anorak, aspirando su aroma. Comprendió entonces lo que tenía que hacer. No podía tener aquel bebé. Estaba claro. Llamaría a la doctora Amari para pedir hora. En cuanto hubiera solventado aquel asunto, se dedicaría a demostrarse que Rick estaba equivocado. Era capaz de ser amada por un hombre bueno y amable. Lo era. Lily sabía qué tenía que hacer: conseguir que Wes la amara. Costase lo que costase, lo conseguiría.

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