Baby doll

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23. Abby

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El alienígena invasor pataleaba como una fiera. Eso fue lo que despertó de repente a Abby. Pero fue el aroma a café y beicon lo que la llevó a coger la bata y salir corriendo de la habitación. Necesitaba asegurarse de que Lily no estaba aterrada por lo de las fotos. Recorrió el pasillo, confiando en encontrar a Lily y Sky en su habitación, pero la puerta estaba abierta y la cama hecha. Impulsada por la ansiedad, Abby aceleró el paso, temerosa de que pudiera haber pasado algo malo.

Abby entró corriendo en la cocina y se paró en seco. Lily llevaba el delantal descolorido de su padre, aquel en el que ponía «Besa al cocinero», y estaba al cargo de la plancha. Eve estaba cortando fresas y Sky, encaramada en un taburete, al lado de su abuela, observaba con fascinación la escena. Era como si Abby acabara de entrar en una dimensión desconocida. Se preguntó si se habría quedado dormida durante varios días, o incluso semanas, o si todo lo de anoche no había pasado.

Eve vio a Abby y sonrió para tranquilizarla.

—¿Tienes hambre? Lily quería que desayunáramos todos juntos antes de que los abuelos se marchen al aeropuerto.

—Me muero de hambre. ¿Qué hago?

Lily esbozó una sonrisa sincera. Le indicó con un gesto que se acercara.

—Puedes untar las tostadas con mantequilla. Los huevos ya casi están.

Abby se instaló al lado de su hermana.

—Lily, tenemos que hablar.

—No es necesario. Ayer estaba tan abrumada por todo que no podía pensar con claridad. Pero no puedo seguir centrada en el pasado. Siempre hemos sido tú y yo, Abs. Somos buenas. Pase lo que pase.

Abby no podía creer lo que estaba oyendo. Su hermana no la odiaba. Normalmente, Abby odiaba las muestras de cariño, pero aquella mañana se arrojó en brazos de Lily y la abrazó.

—Te quiero muchísimo, Lilypad. Tienes que saberlo.

—Lo sé, Abs. Yo también te quiero. Más de lo que nunca llegarás a imaginarte.

Abby se quedó inmóvil e intentó interpretar la expresión de Lily. Era totalmente sincera. No tenía motivos para dudar de las intenciones de su hermana y se sintió aliviada. Lily le apretó el brazo.

—Vamos, comamos antes de que todo se enfríe —añadió, y a continuación anunció—: El desayuno está servido.

Entró en el comedor y los abuelos la recibieron con aplausos. Sky la siguió, feliz.

Abby habló un instante con su madre.

—¿Sabe lo de las fotos?

—Todavía no. Quería decírselo, pero está de tan buen humor…

—Esperemos.

—Abby…

—Solo un poco más. No le demos a ese cabrón el poder necesario para arruinarnos el día.

—De acuerdo —cedió Eve.

Cogió la mantequilla y la mermelada y se sumó a los demás. Abby no recordaba la última vez que su madre se había mostrado de acuerdo con ella y pensaba disfrutar de aquella victoria.

La familia se reunió en el comedor formal. Llevaban años sin comer en aquella mesa y hoy todos llenaron con ansia los platos con huevos, beicon, tostadas, tortitas y frutas del bosque. A Abby le parecía increíble. Un desayuno familiar. De su familia.

Mientras comían, repasaron recuerdos y obsequiaron a Sky con historias sobre su madre y su tía cuando eran pequeñas, problemas por duplicado. La realidad de lo que le había pasado a Lily se cernía en los silencios, pero hoy todo el mundo estaba dispuesto a fingir que aquello era un desayuno normal de un día extraordinario.

Cuando acabaron de desayunar y los abuelos, acompañados de Sky, subieron a preparar la maleta, Lily miró fijamente a Abby y a su madre.

—Estaba pensando que Sky y yo podríamos ir a la peluquería y a comprarnos ropa nueva.

—En cuanto todos esos periodistas pierdan el interés, lo haremos, desde luego que sí… —empezó a decir su madre.

Lily puso cara de fastidio.

—No. Hoy. Quiero ir hoy.

Abby no entendía por qué Lily quería aventurarse a salir. Tal vez en unas semanas, o en unos meses, cuando la locura se hubiera apaciguado. Pero por el momento…

—Lily, ahí fuera es un caos. Tu cara aparece en todas las noticias —dijo Abby, con amabilidad—. A lo mejor si esperamos unos días…

—No quiero esperar. Quiero…

Lily empezó a jugar con la larga trenza que le caía sobre el hombro. Su cara cambió de expresión. ¿Un recuerdo, tal vez?

—Él no me dejaba hacerme nada en el pelo. Ni llevar ropa que no aprobara. Quiero…, quiero sentirme otra vez yo y no puedo. Así no puedo. Con el aspecto que él quería que tuviese.

Mierda. Abby tenía que esforzarse en controlar la rabia cada vez que Lily mencionaba al señor Hanson. Tenía que ayudar a Lily a olvidarlo. Cogió el teléfono y repasó la lista de contactos.

—¿Te acuerdas de Trisha? —le preguntó a su hermana.

—¿Trisha Campbell? ¿Del equipo de atletismo? —replicó Lily.

—Trabaja como peluquera en City Styles, en el centro comercial Park City. La llamaré. A ver si puede hacerte un hueco.

Lily estaba resplandeciente.

—Perfecto. Podríamos cortarnos el pelo y luego ir de compras.

—Dejaré a mamá, papá y Meme en el aeropuerto y luego vendré a por vosotras, chicas, así tendréis tiempo para prepararos. ¿Os parece bien? —dijo su madre, poniéndose en marcha.

Al mediodía, cuando regresó su madre, estaban ya listas para eludir a la prensa. Lily se tapaba la cara con un gorro de esquí y gafas de sol; Sky llevaba una sudadera con capucha, y la sillita del coche estaba cubierta con una manta. En cuanto estuvieron en la carretera, todas se quitaron los disfraces y Lily recuperó su papel como guía turística para señalarle a Sky todas las cosas que tenía que ver.

Cuando llegaron al centro comercial Park City, nadie se las quedó mirando. Las maquilladísimas dependientas de los mostradores charlaban entre ellas. Los habituales del centro realizaban sus recorridos sin mirar en ningún momento ni a Abby ni a Lily. Eve llevaba a Sky en brazos y le iba enseñando los escaparates, mientras que las hermanas caminaban agarradas unos metros por detrás de ellas. Abby no había vuelto al centro comercial desde la desaparición de Lily. Era un lugar cargado de recuerdos de su hermana. Estaban las tiendas de Forever 21 y de Claire’s, donde compraban ropa para ir a clase y accesorios de moda que apenas duraban una temporada. Estaba el restaurante donde devoraban patatas fritas y

pizza, donde diseccionaban la relación de Lily con Wes y de Abby con su más reciente enamorado. Pero ahora volvían a estar allí y paseaban por delante de las tiendas como si fuera un día más.

Llegaron a City Styles, un salón de peluquería radiantemente iluminado situado en la zona central. En el instante en que entraron, el anonimato se esfumó. Todo el mundo las observaba, observaba a Lily. Abby quiso dar media vuelta, pero Lily hizo caso omiso a tanta atención.

Trisha se adelantó. Seguía siendo menuda, apenas metro cincuenta, y tan adorable como siempre, con aquellos ojos castaños brillantes y una franja de color morado iluminando su cabello negro azabache. Era la chica más veloz de la pista, y también la chica con la que podías contar si querías reír un buen rato. Pero hoy no estaba de broma. De hecho, Abby nunca la había visto tan seria.

—Dios mío, no puedo creer que seas tú, Lily. Cuando Abby me llamó esta mañana, me puse a pensar qué te diría, y estoy perdida. No sé qué decir.

—¿Qué te parece si me dices hola? —dijo Lily.

Trisha sonrió.

—De acuerdo. Hola. ¿Puedo abrazarte?

—Sería estupendo, Trish.

Lily abrió los brazos y Trisha tuvo que ponerse de puntillas para abrazarla. Sorbió por la nariz, pero no lloró. Lily se apartó y le señaló a Sky.

—Trisha, te presento a mi hija.

—Dios mío. Pero si es un ángel. Encantada de conocerte, jovencita. ¿Cuántos años tienes? Espera, a ver si lo adivino. Diría que veintiuno.

Sky rio y Abby sonrió a Lily. Trisha no había cambiado en absoluto.

—No. Tengo seis.

—¡Caray! ¿Seis? Increíble. Estás estupendísima. Y ahora dime, Sky, ¿estás preparada para un cambio de imagen?

Sky no la entendió.

Lily alargó la mano para acariciar los largos rizos oscuros de su hija.

—El trabajo de Trisha consiste en hacer que la gente esté guapa. ¿Qué te parecería cortarte el pelo? ¿Solo un poquito más corto?

Sky negó con la cabeza.

—¡No! ¡No quiero cortármelo!

—Bueno, solo un par de centímetros. Así, ¿qué te parece? —Lily le indicó la medida con los dedos—. Y te harán unas ondas. Como una princesa de cuento de hadas.

—¿Como Blancanieves?

Abby intervino.

—Más guapa que Blancanieves. Serás la princesa Sky.

Una sonrisa iluminó lentamente la carita de la niña, dándole también brillo a la mirada. Trisha le indicó una silla junto a la cual esperaba Paige, otra peluquera. Le puso una capa a Sky y la cogió en brazos para instalarla en una sillita elevada.

El puesto de trabajo de Trisha era el contiguo. Trisha le indicó a Lily que tomara asiento y empezó a peinarle con delicadeza sus largos rizos rubios.

—Veamos, ¿qué habías pensado?

Lily observó su reflejo en el espejo.

—Lo quiero fuera. Todo.

Abby captó el matiz en la voz de Lily. Y Trisha debió de captarlo también, aunque mantuvo una expresión neutral.

—Así que corto. ¿Y el color, quieres cambiarlo?

—Sí, también. Quiero cambiarlo todo.

—Podríamos ir hacia un rubio más oscuro.

—Lo quiero así.

Lily señaló el pelo de su hermana.

Abby se llevó la mano con timidez hacia su pelo corto.

—¿Quieres el mismo corte? ¿Lo quieres como yo?

—A menos que te moleste. Me encanta el rojo. Y estaría bien volver a ser iguales.

Abby sonrió.

—Para eso, tendremos que engordarte un poco.

—Abby…

—Bromeo, Lil. Con el pelo corto parecerás una estrella de cine. Te realzará los pómulos. —Abby se giró hacia su madre—. ¿No te parece, mamá?

Su madre sonrió.

—Parecerás una de esas actrices que cobra un millón de dólares.

Lily levantó los pulgares hacia Trisha.

—Ya las has oído, Trisha. Conviérteme en una estrella.

Trisha se puso a trabajar en Lily. Sky seguía sentada al lado de su madre, hipnotizada con su imagen reflejada en el espejo y observando cómo Paige le cortaba el pelo. Cuando empezó a utilizar el secador para secar los largos bucles de Sky, el sonido la asustó de entrada, pero luego, cuando notó el cosquilleo del aire caliente en el cogote, se echó a reír. El tinte rojo empezó a cubrir la cabeza de Lily mientras Trisha le explicaba cosas sobre sus compañeros de instituto. En aquel momento, vibró el teléfono de Abby. Era un mensaje de Wes, escrito en mayúsculas:

«MUY IMPORTANTE. LLÁMAME ENSEGUIDA».

Ignoró el mensaje y apagó el teléfono. No tenía la más mínima intención de hablar con él después de lo que había hecho. Se inclinó hacia su madre.

—Si Wes te llama, no respondas. Y hablo en serio.

—¿De verdad, Abby? Deja de comportarte como una niña. Wes está preocupado.

—Estamos teniendo un día muy agradable. Wes solo lo joderá.

—Wes no es precisamente el enemigo.

—Eso es solo tu opinión.

—Oí lo que dijiste. No puedes amenazarlo con el bebé, Abby. También es su hijo.

—Aceptaré tus consejos sentimentales cuando me cuentes con quién estabas pasando el rato cuando llegó Lily.

Eve se quedó en silencio, el rubor cubriéndole el rostro, pero apagó el teléfono. Abby se sintió victoriosa. Su madre no había sido precisamente la madre Teresa tras la desaparición de Lily. Sabía que había empezado a acostarse con el

sheriff Rogers al poco tiempo. Un día, Abby había regresado pronto a casa después de una batida de búsqueda de Lily y los había oído besándose. Se había marchado corriendo a casa de Wes antes de tener que oír otras cosas. Al principio se había cabreado muchísimo y se había planteado la posibilidad de contárselo a su padre, pero luego se produjo su fallecimiento y ya nada tuvo importancia. La verdad era que le daba igual lo que hiciese su madre. Lo único que quería era que dejara de meterse en los asuntos entre ella y Wes.

Una hora más tarde, cuando Trisha acabó con Lily, Abby se quedó boquiabierta al descubrir hasta qué punto un peinado y un buen corte de pelo podían transformar a cualquiera. Lily estaba fabulosa. El rojo intenso destacaba la palidez de su piel y le proporcionaba un aspecto etéreo y encantador, en vez de demacrado y apagado. El corte suavizaba y resaltaba a la vez sus facciones. Sus ojos eran como estanques profundos de color verde que brillaban cuando sonreía. Estaba preciosa y delgada. La sacudió una oleada irracional de celos. Como tantas adolescentes, ambas estaban obsesionadas con el peso cuando estudiaban en el instituto. Una preocupación que, con una gemela idéntica, se multiplicaba por diez. Abby combatió aquel ataque de envidia recordándose que aquel era un momento especial.

Lily miró su imagen en el reflejo como si se viera por primera vez.

—¿Qué opinas, Abby?

—Opino que eres la persona más radiante que he visto en mi vida.

Abby se inclinó y abrazó a su hermana. Permanecieron un rato así, Lily observando su reflejo y Abby rodeándola por los hombros. No eran idénticas, pero el parecido seguía siendo increíble. Cualquiera podía adivinar que eran gemelas. Trisha cogió su iPhone.

—Quiero una foto de las dos.

Posaron, pero antes de que Trisha disparara la foto Abby se apartó.

—Espera…, ese no es mi lado bueno.

Lily rio a carcajadas. Era lo que hacían de jovencitas. Abby se quejaba de su lado malo y tardaban una eternidad siempre que querían hacerse una fotografía. Pero dejó que Abby se colocara como le apeteciera y por fin Trisha pudo tomar sus fotos.

El cambio de imagen de Sky también había acabado, sus rizos oscuros recogidos en una cola de caballo alta coronada con un lazo rosa.

—¿Qué te parece, pollito? ¿Qué tal estamos?

—Estamos muy guapas, mamá.

—Tienes toda la razón.

Abby aplaudió.

—¿Quién está lista para ir de compras?

Lily cogió a Sky en brazos y empezó a dar vueltas sobre sí misma.

—La princesa Sky y yo estamos más que listas.

Salieron de la peluquería después de despedirse con un abrazo de Trisha. Lily quiso entrar en Macy’s, J. C. Penney y Gap Kids. Su madre sacó su tarjeta American

Express y compró un guardarropa completo a Lily y a Sky. ¿Quién habría imaginado que ir de compras podía llegar a ser una actividad tan plena? Abby se sentó fuera de los probadores y Lily desfiló delante de ella como modelo con un sinfín de pantalones vaqueros, camisetas, jerséis y botas. Sky se paseaba también con su ropa nueva y reía cuando veía a Lily forzar una pose. La sonrisa de Lily era contagiosa. Después de gastar una pequeña fortuna, y cargadas de bolsas, abandonaron por fin el centro comercial. De camino a casa, Lily anunció:

—¡Hora de patatas fritas con salsa picante!

Eve sonrió y dio la vuelta en el siguiente semáforo.

—Los deseos de Lily son órdenes.

Cenaron en El Rodeo, el restaurante mexicano favorito de Lily y Abby, donde se instalaron en una mesa al fondo del establecimiento. Los médicos le habían recomendado a Lily ir con cuidado con la dieta, que poco a poco fuera incorporando nuevos alimentos, pero ella quería comida de verdad, todos los platos favoritos que durante tanto tiempo no había podido probar. Pidieron un auténtico banquete y Lily le hizo probar a Sky un poco de todo, desde tortillas caseras hasta enchiladas de queso, pasando por crujientes fajitas. Rieron y disfrutaron de la buena comida. Abby creía que habían conseguido pasar inadvertidas hasta que llegó el propietario para informarles de que invitaba la casa. Cogió las manos de Lily y dijo:

—Tu coraje, jovencita, es digno de admiración. Siempre que desees comer en mi restaurante, paga la casa.

—Muchas gracias —contestó Lily, agradecida.

El propietario se marchó. Lily hundió un nacho en un cuenco lleno hasta arriba de guacamole y rio cuando se lo llevó a la boca.

—¿Creéis que sabe dónde se mete? —comentó.

Abby rio a carcajadas.

—Ni se lo imagina. El pobre hombre caerá en la bancarrota.

Era una velada perfecta hasta que oyeron a Sky, su voz temblorosa y excitada.

—¡Mamá, somos nosotras! ¡Salimos en la tele! ¡Somos tú y yo y papá Rick!

Abby vio el televisor en una esquina. La fotografía de Lily, Rick y Sky ocupaba la pantalla, una noticia que seguía dominando los titulares. ¿Por qué en todos los restaurantes tendrían televisor? ¡Si estaban en un puto restaurante mexicano! Lily se quedó inmóvil. No miró a los ojos ni a Abby ni a su madre. Concentró toda su atención en Sky.

—Mamá, ¿por qué salimos en la tele?

—Es difícil de explicar, pollito. Para resumirlo, resulta que papá Rick ha hecho cosas que han disgustado a la gente y ahora ha tenido que marcharse por una temporada.

—¿Está enfadado con nosotras?

—Qué va. He hablado con él y me ha dicho que echa de menos a su mejor chica.

—¿Lo veremos pronto?

—A lo mejor tardamos en verlo, pero te quiere mucho.

Sky lo asimiló y asintió, como si lo hubiera entendido. Abby deseaba echar abajo la mesa y proclamar a gritos que aquel hombre no era merecedor del amor de Sky, del amor de nadie, pero guardó silencio por respeto, una vez más, a la fortaleza de su hermana.

Lily miró por fin a Abby y a su madre, como si esperara su opinión. Eve miró a Abby y, por una vez, estuvieron totalmente de acuerdo.

—Sky, ¿quieres que tú y yo vayamos saliendo? —dijo Eve—. Estoy segura de que por ahí debe de haber caramelos.

Sky, de un modo u otro, había intuido la inquietud de Lily.

—Mamá, ¿te importa si voy con la abuela?

—En absoluto, pollito. Tía Abby y yo iremos enseguida.

Sky le dio la mano a Eve y volvió la cabeza hacia Lily, que mantuvo la sonrisa hasta que doblaron la esquina. Lily respiraba con dificultad y se había quedado blanca como un fantasma. Evitó la mirada de Abby y bajó la vista hacia el mantel rojo sangre.

—¿Por qué la llamas «pollito»?

Era evidente que Lily no se esperaba aquella pregunta. Levantó la mirada de la servilleta de papel que estaba destrozando.

—Es de un cuento que solía leerle a Sky, la historia de un pollito. Cada vez que le leía la frase «el cielo se cae», se reía como una histérica. Le encantaba saber que su nombre, que quiere decir «cielo», salía en un libro. Lo repetía una y otra vez. Siempre pensé que era de lo más irónico. Y a partir de ahí empecé a llamarla pollito.

El ritmo de la respiración de Lily se había apaciguado. El plan de Abby para tranquilizar a su hermana había funcionado. Imaginó que, de tanto ver terapeutas, al final algo sí que había aprendido.

—Me obligó a tomar esa foto. Estaba preparado para todo esto. Sabía que la utilizaría algún día. ¡Lo sabía!

—Nadie los creerá. Nadie.

—¿Estás segura? —replicó Lily, y dejó la pregunta flotando en el aire.

A Abby le habría gustado responderle que sí. Pero no podía. Era imposible predecir lo que pensaría la gente. Deseó haber hecho más, haberle hecho mucho más a Missy.

Cuando salieron del restaurante, el sol empezaba a ponerse. El estado de ánimo ya no era el mismo. El cabrón de Rick Hanson echándolo todo a perder de nuevo. La espalda de Abby la estaba matando y era evidente que el invasor alienígena tampoco estaba feliz. Lily cerró los ojos cuando se acurrucó al lado de Sky, que se había quedado profundamente dormida. Eve condujo en silencio, sumida en sus pensamientos.

Llegaron a la casa, que ya le resultaba familiar, aunque todavía incómoda debido a los periodistas cuya acampada parecía ir para largo. Ahora, sin embargo, habían decidido utilizar nuevas tácticas: calificaron a Lily de calientapollas, le preguntaron si estaba enamorada de Rick Hanson e hicieron todo lo posible para obtener de ella algún tipo de reacción.

—Ignóralos, Lily —dijo Abby, entrando a toda velocidad en casa. Pero en cuanto llegaron al salón se quedó helada. En el sofá estaba sentado Wes y, delante de él, el

sheriff Rogers—. ¿Cómo has entrado? —preguntó Abby, mirando furiosa a Wes.

Wes suspiró.

—Eve me dio una llave.

Abby pensó que luego hablaría muy en serio con su madre.

—Creía haber dejado bien claro que no quería verte —le indicó a Wes, sin siquiera mirar al

sheriff—. Te dije que no quería ni verte ni hablar contigo.

—Abby, no empieces ahora con una pelea —le suplicó su madre, su voz cargada de agotamiento y enojo.

Lily miró fijamente al

sheriff Rogers.

—¿Es por lo de esa foto? ¿La fotografía de Rick?

La pregunta dejó sorprendido al

sheriff.

—Esa foto… ¡no es más que mierda! Hanson, intentando agarrarse a un clavo ardiendo.

—Entonces ¿qué pasa, Tommy? —preguntó Eve.

La expresión del

sheriff era de pesar.

—Me temo que tengo que llevarme a Abby a comisaría.

Lily sofocó un grito y cambió de postura a Sky entre sus brazos.

—¿Por qué? ¿Qué sucede? —preguntó, sin levantar la voz.

—Missy Hanson ha presentado una denuncia por acoso. Estoy seguro de que se trata de un malentendido, pero tienes que acompañarme de todos modos, Abby —respondió con educación el

sheriff Rogers.

Eve dio un paso al frente, echando chispas por los ojos.

—Tommy, esto tiene que ser una broma. Abby no ha acosado a nadie. Es una locura. Por Dios, ¿en qué momento podría haber…?

Eve se dio cuenta de que la demanda podía tener fundamento y se puso colorada de rabia.

—Dios mío, Abby, pero ¿en qué estabas pensando?

Abby pudo oír la pregunta subyacente de su madre con voz alta y clara: «¿Por qué siempre lo lías todo?». No se tomó ni la molestia de responder. ¿A quién le importaba lo que su madre pensara? Ella no podía sacarse de la cabeza a aquella mala puta de Missy Hanson. Aquella tonta del bote. Cuando se giró, vio que Lily la miraba fijamente.

—Abby, ¿qué hiciste?

—Te tachó de mentirosa, Lilypad —explicó Abby, deseosa de que Lily la entendiera—. Salió en la tele, contándole a todo el mundo que lo de Rick fue culpa tuya. Que tú lo querías. Y enseñó esa foto…

El

sheriff Rogers levantó la mano.

—No pronuncies ni una palabra más, Abby. Por favor. Ni una palabra más.

Angustiada, Lily se acercó al

sheriff Rogers y lo agarró por el brazo.

—No puede permitir que esto suceda. Es lo que siempre provoca Rick. Es su manera de controlar las cosas. Su forma de manipular a la gente —dijo Lily, subiendo la voz.

El

sheriff Rogers le dio unos golpecitos en el brazo para sosegarla y Abby comprendió que debía de estar acostumbrado a tratar con mujeres histéricas.

—No pasa nada, Lily —contestó el

sheriff Rogers—. Enseguida estaré de vuelta con Abby. Le tomaremos declaración, pagará la fianza y estará de vuelta en casa en un periquete. Hanson no podrá hacerte nada. Estás a salvo.

Wes se dirigió a Abby cuando el

sheriff Rogers la cogió por el brazo.

—Ya he llamado a un abogado. Se reunirá con nosotros en comisaría.

Abby apenas se fijó en lo que decía Wes. Estaba observando a Lily, que estaba al borde del derrumbe, la cara llena de lágrimas.

Abby trató de no demostrar lo avergonzada que estaba. Miró a Lily a los ojos.

—No te preocupes por mí. No pienso permitir que ese cabrón nos haga más daño ni a ti ni a mí.

El

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