Baby doll

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26. Eve

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Cuando llegaron a casa, las chicas no comentaron nada de lo que había sucedido en la cárcel. Se negaron en redondo y Abby lideró la carga.

—Nos vamos a la cama, mamá. Y tú deberías hacer lo mismo —dijo, acompañando a su habitación a una alicaída Lily.

Eve miró de reojo a Wes, que tenía los hombros caídos y meneaba la cabeza.

—Una mala noticia, Eve. Lily está embarazada de otro hijo de Hanson. No sé cómo, pero la prensa lo ha descubierto. La pillaron por sorpresa al salir de la cárcel. Nos pillaron por sorpresa a todos.

Eve se quedó mirándolo. Dios. Nadie, al parecer, podía darse un respiro. Le sirvió a Wes un

whisky y se preparó otro para ella. Sabía que Wes estaba ansioso, que le gustaría saber que todo saldría bien, pero Eve no podía prometérselo. Después de apurar la copa, Wes se marchó, a regañadientes. Eve terminó la botella, sentada sola en la cocina en penumbra.

Le consumía la idea de que Lily fuera a tener otro bebé. El bebé de Rick. Era increíble. Se sentía como uno de esos técnicos especializados en desactivar bombas que salían en las películas. Justo cuando pensaba que podría por fin respirar, aparecía otro nuevo dispositivo que desactivar.

Eve odiaba a Rick Hanson con todas las fibras de su cuerpo, pero no quería que Lily pusiera fin al embarazo. Lily había pasado ya suficientes penurias. Eve había dejado de considerarse creyente. Pero podía existir alguna probabilidad de que el alma de Lily corriera peligro, de que fuera castigada a pesar de todo lo que había sufrido. La decisión no era de Eve, sin embargo. Apoyaría a Lily hiciera lo que hiciese. Pero lo que de verdad deseaba con todo su corazón era que el mundo exterior dejara de desmoralizar a su hija. Deseaba librarse de aquellos parásitos que habían invadido el porche de su casa, deseaba proteger a Sky y a sus hijas. Sin embargo, se sentía impotente, y eso la estaba matando.

Apuró el

whisky y miró hacia el exterior. Los medios de comunicación se habían concedido un descanso y debían de haber regresado a sus criptas o dondequiera que fueran a fin de estar listos para reiniciar el asalto a la mañana siguiente. Cogió el teléfono y fijó la mirada en el teclado.

«No lo hagas. No lo hagas», se dijo.

Le envió un mensaje de texto y esperó.

«Estate allí en veinte minutos», fue la respuesta.

Un cuarto de hora más tarde, Eve estaba sentada en el coche, estacionada en el aparcamiento de Dunkin’ Donuts, la calefacción en marcha. Aquello era un error. «Vuelve con tus hijas —intentó decirse—. Olvídate de él». Pero entonces vio a Tommy salir del coche patrulla y todos sus pensamientos racionales se fueron al traste. Salió para reunirse con Tommy y los dos se apoyaron en el capó del coche, que estaba todavía caliente. A pesar del tiempo que había transcurrido, estar con él le resultaba familiar, confortable.

—Me he enterado de lo del bebé de Lily. ¿La apoyarás en eso? —preguntó él.

—Si me es posible, sí —respondió Eve.

—Eres tremendamente fuerte, Evie. Lo superarás. Como siempre has hecho.

—Eso espero —replicó ella—. Quería darte las gracias por todo.

—Es mi trabajo, Eve. Simplemente hago mi trabajo.

—Siempre ha sido más que un trabajo. Lo sabes.

Se puso furioso, sus ojos brillantes de rabia.

—¿De modo que para esto querías verme? ¿Para darme las gracias? Eve, es tarde, estamos agotados y…

Eve se inclinó hacia él y lo besó. Allí, en pleno aparcamiento, los labios de ella encontraron los de él. Y él siguió besándola, abrazándola con fuerza. Ella fue la primera que se apartó.

—No podemos hacerlo.

Él dio un paso atrás, disculpándose enseguida.

—Lo entiendo.

—Me refiero a que no podemos hacerlo aquí. Hay un motel. A solo cinco minutos.

¿Estaba haciendo de verdad aquello? ¿En serio? ¿Era tan tonta que estaba a punto de volver a empezar? Pero Tommy no mostró la menor sombra de duda. Subió al coche y la siguió. Tommy pagó la habitación y aparcaron en la parte posterior del motel.

Él le abrió la puerta y ella entró. Tommy cerró con llave y se giró para mirarla. Observándolo de cerca, Eve se dio cuenta de que se había equivocado. Tommy había envejecido mucho en los últimos años. También ella. Tommy le acarició la mejilla con su mano callosa, Eve cerró los ojos para disfrutar del contacto. Él volvió a besarla, un beso sin contención. Un beso que contenía todo el dolor y la angustia que habían experimentado los últimos días, los últimos ocho años. Ella solo podía pensar en el aliento caliente de él junto al cuello, en la sensación de sus pechos entre las manos de él, en su piel desnuda pegada a la de él. Tommy se había alejado de ella una vez. Y había hecho lo correcto. Eve debería haberlo recordado. Pero esta noche lo correcto y lo incorrecto carecían de relevancia. Lo único importante eran ellos dos, aquella habitación, aquella cama. «Al infierno con todo lo demás», se dijo.

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