Baby doll

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28. Eve

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—Si crees que voy a ignorar el hecho de que tu hospital ha filtrado los informes médicos de mi hija a los medios de comunicación, es que eres más estúpido de lo que me imaginaba. Quiero que la persona responsable pague por lo sucedido. De lo contrario, convertiré en mi misión personal llevar tu institución a la bancarrota —dijo Eve, sujetando con fuerza el teléfono.

Stuart, el consejero delegado del Lancaster General, chasqueó la lengua. Eve odiaba aquel sonido. Stuart lo emitía cuando se sentía frustrado o no estaba de acuerdo con sus empleados, lo que sucedía prácticamente cada segundo del día. Eve conocía a Stuart desde hacía muchos años y el desdén que sentía hacia él no había hecho otra cosa que aumentar. Era un pelota capaz de despedir incluso a su propia madre con tal de mejorar los resultados financieros del hospital. Trataba a sus empleados sin compasión. Eve recordaba perfectamente la cara que había puesto cuando le había pedido más tiempo de baja después del funeral de Dave. Abby estaba derrumbándose y ella no estaba mucho mejor. La expresión de fastidio de la cara de Stuart, la larga pausa que se había producido antes de que accediera a concederle una semana más y de decirle que luego tendrían que hablar sobre el futuro de Eve en el hospital la habían puesto furiosa. Habría deseado poder decirle que se metiera el puesto de trabajo en su culo sucio y huesudo. Pero sin Dave y con Abby necesitada de tratamiento constantemente, a Eve no le había quedado más remedio que seguir trabajando allí. Pero ahora que un miembro del personal la había cagado, Eve pensaba hacerle pagar por ello.

—¿Te ha quedado claro, Stuart? ¿O tengo, tal vez, que hablar un poco más despacio?

—Eve, creemos que uno de los técnicos del laboratorio ha sido el que ha filtrado los resultados de los análisis de sangre de Lily. La doctora Amari y yo estamos estudiando el caso y el culpable será castigado en consecuencia. Es inaceptable. Lo siento.

—¿Qué lo sientes, dices? ¿Crees que con sentirlo es suficiente? ¿Te das cuenta de que tengo manifestantes antiabortistas en la puerta de mi casa? ¿Con muñecos que representan fetos abortados? Nos llaman asesinas de bebés. Después de todo lo que hemos pasado.

—Eve, tienes que entender…

—Lo que entiendo es que voy a ponerle una demanda a tu puto culo.

Eve colgó, la rabia hirviendo todavía en su interior. Había abandonado el motel por la mañana antes de que Tommy se despertara, decidida a evitar el incómodo baile de la mañana después. Había llegado a casa y había encontrado a los manifestantes antiabortistas acampados en el porche. Algunos con carteles que decían cosas como «DEFENDEMOS LA VIDA» y «SOY LA VOZ DEL QUE NO TIENE VOZ». Otros eran más crueles y mostraban crudas imágenes acompañadas por representaciones del diablo. Había olvidado al instante su turbación y había llamado a Tommy, que había enviado más refuerzos policiales. Pero poca cosa se podía hacer. La acera y las calles eran propiedad pública, lo que significaba que aquellos maniacos podían reunirse libremente y descargar su odio sobre ella y su familia.

Había encontrado a Abby despierta, sentada en el comedor, asimilando en silencio la implacable hostilidad de la muchedumbre. Abby no había dicho nada sobre la llegada de Eve a media mañana, y Eve tampoco le había dado explicaciones. Ambas habían subido arriba para ver qué tal estaba Lily. Estaba sentada en la cama, mirando a Sky, que seguía durmiendo. Se negó a hablar sobre lo del bebé.

—Ya lo pensaré. Necesito tiempo.

Eve estaba de acuerdo.

—Larguémonos a alguna parte. Esperaremos a que la cosa se calme.

Pero Lily no quería.

—De ninguna manera. Esa gente no me echará de mi casa. No vamos a ningún lado.

Habían pasado el día en la habitación de Eve, con las persianas bajadas, jugando a juegos de mesa y viendo películas, intentando fingir que no se habían convertido en prisioneras en su propia casa. Por la noche, todo el mundo se había ido a la cama con la esperanza de que al día siguiente su vida retornara a lo que podía considerarse normal.

Eran casi las diez de la noche y Eve pensó que una ducha hirviendo le aliviaría el dolor muscular. Abrió el agua caliente y el vapor inundó el cuarto de baño. Se desnudó, entró en la ducha y dejó caer el agua. Estaba superada, agotada y se sentía mucho más mayor que los cincuenta y un años que tenía. Qué tonta había sido al pensar que el regreso de Lily supondría el fin de todos sus problemas.

Siguió en la ducha hasta que el agua se quedó fría. Cuando salió, se secó y se puso su viejo albornoz. Inspeccionó con la mirada su habitación. «Qué vacía», pensó. Seguía sintiendo el peso de Tommy encima de ella, sus brazos envolviéndola. Sola en la habitación, con la cabeza dándole mil vueltas, su cuerpo lo echaba en falta. Cogió el teléfono y escribió: «Pienso en ti y en cómo me haces sentir».

Esperó respuesta, pero la pantalla siguió en blanco, burlándose de su debilidad. Eve se puso un pijama de franela y se metió en la cama. Fijó la mirada en sus manos ajadas y cansadas, en las venas y las arrugas que habían aparecido un día como por arte de magia. Le daba mucho miedo lo que pudiera depararle el futuro. Al final, dejó el teléfono en la mesita y cerró los ojos.

La consumió el sueño, una cosa oscura, voraz y alada que la arrancó del peso aplastante de todos sus fallos. Pero no soñó. Aquella noche, no. Aquella noche se despeñó por un abismo de agotamiento. No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo cuando se despertó de repente y percibió una sombra que se acercaba a la cama.

—¿Quién hay ahí? ¿Quién es?

—Soy yo, mamá. Soy Abby.

Los ojos de Eve se acostumbraron poco a poco a la oscuridad y vio a Abby, con una camiseta gris enorme y pantalón de chándal, sujetándose el vientre.

Eve se incorporó de un brinco y encendió la luz de la mesita de noche.

—¿Qué pasa? ¿Es el bebé?

Abby negó con la cabeza.

—Es el

sheriff Rogers. Está abajo.

Se le cortó la respiración. ¿Tommy aquí?

—Ha venido con esa mujer del FBI. Quieren hablar con Lily.

No tenía nada que ver con Eve, entonces. Sino con Lily. Su pobre y dulce Lily.

«Más bombas, más metralla», pensó enseguida Eve. Se levantó, cogió la bata y se la ató con fuerza.

Eve siguió a Abby escaleras abajo y encontró a Tommy y la agente Stevens sentados delante de Lily, que parecía angustiada. Llevaba una sudadera vieja de la Lancaster Day School y se envolvía las piernas con los brazos, un gesto de protección. Abby parecía incómoda, de pie y con las manos descansando en su abultado vientre.

Tommy tosió para aclararse la garganta y miró a Eve.

—Sentimos molestaros tan temprano, pero el tiempo es crucial.

—Os envía él, ¿verdad?

La pregunta de Lily sorprendió a todo el mundo. Eve sintió un escalofrío. Su hija conocía a Rick Hanson mejor que nadie. Sabía que estaba tramando algo.

—Me temo que sí —respondió el

sheriff Rogers.

—Ese cabrón —dijo Abby—. ¿Qué quiere ahora?

Pasó un buen rato sin que hablara nadie. El

sheriff Rogers fue el encargado de romper el silencio.

—Rick Hanson confesó anoche que secuestró y retuvo a Lily durante ocho años. Confesó también que es el padre de su hija.

Abby soltó todo el aire.

—Gracias a Dios.

Eve frunció el ceño al percatarse de la ausencia de reacción en Lily.

—Tommy…,

sheriff, ¿qué sucede? No estaríais aquí a estas horas si Rick Hanson se hubiese limitado a confesar —señaló Eve.

—Siento tener que deciros esto. No podéis ni imaginaros cuánto lo siento. Pero Lily no fue la única víctima de Hanson. —Hizo una pausa y volvió a hablar—. Lily, me temo que hay más.

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