Baby doll

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29. Lily

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—¿Cuántas? —preguntó Lily.

La agente Stevens fue la siguiente en toser para aclararse la garganta antes de tomar la palabra. Llevaba el maquillaje de los ojos corrido, el pelo despeinado. A primerísima hora de la mañana, Lily se alegró de ver que aquella mujer no estaba tan serena como le había parecido de entrada, que su trabajo seguía todavía carcomiéndola. La agente Stevens jugaba con nerviosismo con el bolígrafo que tenía en la mano y se detenía cada pocos segundos para dar golpecitos con él en la libreta.

—Dijo que hay dos chicas más. Víctimas recientes.

Lily se incorporó muy despacio.

—Voy a vestirme.

Abby le cortó el paso a Lily, la confusión empañándole el rostro.

—Espera, ¿por qué? Pero ¿qué haces?

—Quiere verme, Abby. Y así es como va a conseguirlo.

—No, eso no es cierto. No puedes verlo. No esperarán que hagas esto.

Lily abordó al

sheriff Rogers.

—Tengo razón, ¿verdad? Por eso están aquí. Porque es lo que quiere.

—Me temo que sí. Va completamente en contra del procedimiento habitual. Va mucho más allá del mismo. Le dijimos que podía hablar contigo por teléfono, pero se negó. Dijo que tenía que hablar contigo en persona. Dijo que nunca nos dirá dónde están las chicas si no mantiene antes este encuentro.

Lily había sido una ingenua al pensar que Rick no tendría nada más planeado.

—Sabemos que venir aquí ha estado mal por nuestra parte, pero hay chicas cuya vida puede estar corriendo un grave peligro —dijo la agente Stevens.

—Denme cinco minutos.

Lily se dirigió a la escalera pero Abby le cortó nuevamente el paso.

—Que se joda, Lily. Que se jodan él y sus jueguecitos mentales —dijo Abby.

—Tengo que ir.

—A lo mejor es mentira. A lo mejor no hay más chicas.

—No miente, Abby. En esto no miente.

—Ya has hecho bastante. Ya te ha hecho sufrir bastante.

—Son adolescentes. Como éramos nosotras. Chicas con familias que las quieren. Con padres que tal vez siguen todavía con vida, y con hermanos y hermanas que las esperan, con novios… ¿De verdad quieres que ignore todo eso? ¿Que deje que mueran porque tengo miedo?

Lily estaba temblando, pero no pensaba dar marcha atrás. Tenía que hacerlo. Abby la cogió por el brazo, negándose a dejarla marchar sin antes tratar de impedírselo.

—Ya te ha hecho bastante, Lil. Ya ha hecho bastante.

—Lo sé. Y un día todo esto habrá terminado, pero no esta noche. Tengo que hacerlo, Abs. Sé que tengo que hacerlo.

Lily se soltó y subió a su habitación, confiando en que su hermana no la siguiera. Se vistió con la sudadera más grandota que fue capaz de encontrar y unos vaqueros viejos. Cogió la vieja gorra de béisbol de los Phillies de su padre y se miró en el espejo. Su aspecto era lo más masculino y poco femenino posible. Rick lo odiaría.

Fue como si el tiempo se acelerase. Estaba mirándose en el espejo y de pronto se encontró en la cárcel, en un pequeño cuarto sin ventanas esperando a que llegase Rick. Las manos le temblaban de manera incontrolable e intentó inmovilizarlas. Las visitas carcelarias normales tenían lugar en una sala con los presos separados de las visitas mediante un cristal. Pero Rick había exigido un encuentro cara a cara. Por eso habían decidido utilizar una de las salas destinadas a los interrogatorios. Pero Lily no estaba sola. Detrás de ella había tres policías. La agente Stevens había informado brevemente a Lily sobre cómo iría todo. Ella escoltaría a Rick hasta la sala. Si en algún momento Lily se sentía insegura o quería dar por finalizado el encuentro, solo tenía que levantar la mano y acabarían con aquello de inmediato.

Lily sabía que Abby observaba la escena desde detrás del espejo de dos caras junto con el

sheriff Rogers y varios agentes más del FBI, y confiaba en que saberlo le diera las fuerzas que necesitaba. Se abrió la puerta metálica y Rick hizo por fin su entrada, con grilletes en las muñecas, los tobillos y la cintura. Le habían dado una paliza y tenía la cara hecha un mapa, con magulladuras amarillas y azuladas. Lily se sintió mejor con aquella demostración de que Rick no era invencible. Podía sufrir moratones y sangrar como cualquiera.

Rick echó un vistazo desdeñoso a su pelo y su indumentaria. «¡Sí! —pensó Lily, enderezando la espalda—. Ya no soy tuya». Pero no dijo nada. Que fuera él quien llevara la batuta. Mejor dejarle creer que controlaba la situación.

Los carceleros lo empujaron para que tomara asiento y Rick se acomodó, tomándose su tiempo, estudiándola. Finalmente, meneó la cabeza, el típico gesto de desaprobación que haría un padre.

—Odio tener que decírtelo, pero estás espantosa.

Habló empleando un tono bajo y cordial, como si estuviera charlando con una amiga a la que hacía tiempo que no veía.

Lily señaló los moratones y el mono naranja y forzó una sonrisa.

—Podría decir lo mismo de ti.

Rick intentó poner las manos sobre la mesa, pero las esposas se lo impidieron. Sonrió. Lily conocía muy bien el significado de aquella curvatura de labios. De haber estado solos, de no haber llevado los grilletes y de no haber tenido varios carceleros armados a escasa distancia, le habría abofeteado la cara. Le habría pegado una y otra vez hasta hacerla sangrar, hasta que ella le hubiera suplicado que la perdonase. Pero, aquí, solo podía sonreír.

Touché, Muñeca.

Lily contuvo la necesidad de gritarle: «No soy tu muñeca. No me llames más eso». Pero sabía que una respuesta emocional lo excitaría. Tenía que controlar los sentimientos. Tenía que negarle ese placer.

—Dime dónde están, Rick. Sabes que es la razón por la que estoy aquí. Dímelo.

Rick movió la cabeza, en un gesto de decepción.

—Ya llegaremos a eso. Te he echado mucho de menos, Muñeca. Quería verte.

A Lily le habría gustado aporrear su ya magullada cara. Tosió un poco.

—Las chicas, Rick. ¿Dónde están?

—¿Qué tal está Sky? —replicó él, haciendo caso omiso a la pregunta. La miró con aquella mirada de adoración enferma, falsa y perversa que Lily había aprendido a reconocer y odiar—. Espero que le digas que papá Rick la echa muchísimo de menos.

—Como si alguna vez Sky te hubiera importado.

—Sabes que me importa mucho. Y que amo profundamente a su madre. Que siempre la he amado.

—¿Por qué hiciste eso? A nosotras. A esas otras chicas. ¿Puedes decirme por qué?

Rick se paró un momento a pensar, arrugó la frente.

—Mi madre fue una maltratadora. Era muy joven. Demasiado joven cuando me tuvo. Cuando no estaba haciéndome cosas horribles, me encerraba en un armario. Dejaba que los hombres y las mujeres que traía a casa hicieran cosas horribles. Fue una existencia espantosa, y eso me caló. Me moldeó. Me convirtió en lo que soy hoy en día.

Lily se quedó mirándolo, y negó con la cabeza.

—Mientes, Rick. Estás montando una escena, y lo sé.

Rick sonrió. Lily adivinó que se sentía satisfecho.

—¿Ves qué bien me conoces,

baby doll? Dime, ¿por qué hace uno las cosas? Porque me apetecía. Porque podía. Estoy seguro de que los médicos y los psicólogos querrán etiquetarme, definirme. Trastorno límite de la personalidad. Narcisista. Psicópata. Seguramente todos emitirán su dictamen. Pero no fue por cómo me crie. Mi madre era una mujer decente. Inteligente, competente, devota. No ganaba mucho dinero, pero teníamos más que suficiente para ir tirando. No sufrí abusos. No sufrí acoso. Era popular, gustaba a todo el mundo. Todo me resultaba fácil. Los estudios, el trabajo, las mujeres. El problema de la sociedad es que hay que comprenderlo y definirlo todo. Pero no hay otro motivo para hacer lo que hice que no sea que me gustabas. Necesitaba que fueses feliz. Y tú también me necesitabas. A lo mejor ahora puedes fingir que todo fue una mentira, pero sé que también fuiste feliz. Eso no puedes fingirlo, por mucho que te digas a ti misma lo contrario.

Lily sintió cómo se le revolvía el estómago, notó un hilo de sudor recorriéndole la espalda. Aquel hombre le daba asco. Y esto era justo lo que él quería: un foro, una oportunidad para poder volver a manipularla.

—Las chicas, Rick. Cuéntame sobre las otras chicas.

—Tú siempre fuiste mi favorita. Necesito que lo tengas claro. Pero una chica nueva siempre es especial. Al principio son muy excitantes. Están llenas de vida.

—¿Piensas decírmelo o me marcho?

Una nube de enojo le ensombreció la cara.

—Antes de dar los nombres, tengo una condición.

Lily movió la cabeza para dar su consentimiento. Un gesto que había repetido miles de veces. Estaba tan cerca de conseguir lo que quería, que le seguiría el juego por el momento.

—Necesito que muestres tu conformidad con algo antes de que te revele dónde están —dijo Rick—. Se trata de que el hijo que está por nacer no sufra ningún daño. Debes llevar el embarazo a buen término. Si accedes a eso, te daré los nombres.

Se quedó mirándolo. Eso era lo que quería. Por eso la había obligado a ir hasta allí. Se quedó sentada, esperando. ¿Pensaba pedir Rick la presencia de un abogado? ¿Exigirle que lo pusiera por escrito? Lily estaba observando la escena desde todos los ángulos. En qué estaría Rick pensando. Qué sucedería a continuación. Rick suspiró.

—Lily, ¿me das tu palabra?

Lily inspiró hondo y movió la cabeza.

—Sí, por supuesto. ¿Cómo se te ocurre, Rick, que pudiera hacerle algún daño a mi hijo? Ya has visto lo mucho que quiero a Sky. Es mi mundo. Sabes que sería imposible que renunciara a un bebé. A nuestro bebé.

Rick se recostó en la silla, la examinó en busca, sin duda, de cualquier indicio que revelara que Lily podía estar mintiéndole.

—¿Y cómo sé que me dices la verdad?

—¿Recuerdas nuestro segundo aniversario?

Los ojos de Rick se iluminaron. Se sentía orgulloso de lo que había hecho. Lily lo sabía. Rick había intentado engañarla. Le había dado fotografías de Abby. Fotos de Wes. Fotos recientes de ellos. Lily había observado las caras, las sonrisas que había capturado, y había roto las fotos en mil pedazos. Había sido un truco. Lo sabía. Le había dicho que aquello pertenecía al pasado. Que él era su futuro y que podía hacer con ella lo que le apeteciera. Rick había cumplido.

—Recuerdo lo que hicimos aquella noche. Y sé que te desafié. Pero tienes razón. No todo eran mentiras.

Lily respiró hondo y extendió el brazo por encima de la mesa para cogerle la mano. La agente Stevens y los carceleros se dispusieron a impedírselo, pero Lily levantó la mano para detenerlos. Vio una reacción visceral en Rick. El contacto físico seguía afectándolo. Sabía que estaba muy cerca de llegar a la verdad.

—Por mucho que desee olvidarte, no puedo. Y nunca le haré ningún daño a tu hijo. Tienes que creerme. Es tu muñeca la que te lo dice.

Sus palabras fueron tremendamente potentes. Lily se percató de ello, vio lo mucho que le gustaba oírle pronunciar el nombre que él le había impuesto. Satisfecho, Rick se echó hacia atrás, dispuesto a hablar.

—Necesitaba tu garantía. Y ahora, si alguien está preparado para ello, diré dónde pueden localizar a las demás.

La agente Stevens se inclinó sobre Rick.

—Empiece a hablar. ¡Ya!

Rick asintió y empezó a hablar, de forma tranquila y despreocupada, como si fuera un guía turístico.

—Bree Whitaker tiene dieciséis años y Shaina Meyers tiene catorce. Están en una antigua granja abandonada cerca de la autopista 12.

Siguió hablando, pero Lily empezó a repetirse mentalmente los nombres. Bree Whitaker. Shaina Meyers. Bree Whitaker. Shaina Meyers. Dieciséis y catorce años. Dos chicas más con la vida destrozada. Dos familias más completamente arruinadas.

—¿Cómo las secuestraste?

La agente Stevens no se esperaba aquella pregunta por parte de Lily. Intentó acallarla, pero Rick parecía ansioso por compartir con el mundo su mente brillante.

—Bree era camarera en un restaurantillo de Filadelfia. Yo había comido allí algunas veces. Era guapa, una de esas chicas parlanchinas que nunca sabe cuándo debe callarse. Tenía una grave falta de conocimientos sobre los grandes de la literatura, de modo que le llevaba libros. Hemingway y Fitzgerald, como entrantes. Dostoievski como plato principal. Le dije que era una chica lista y que estaría encantado de aconsejarla si algún día se planteaba entrar en la universidad. Le di mi teléfono. Le dije que si necesitaba alguna cosa me llamara. Tuve suerte, pues al parecer tenía problemas con su novio y me dijo si quería quedar con ella para tomar un café.

—¿Y la de catorce años?

—Tranquila, Muñeca, tú siempre tan rigurosa. Es bastante madura para su edad. Se había escapado de casa y la recogí cuando hacía autostop. Fue casi demasiado fácil. Aunque te diré que ninguna de las dos tiene tu carácter.

La agente Stevens hizo una mueca, evidentemente asqueada.

—Vamos, Lily. Este cabrón ha contado ya suficiente como para tenerlo encerrado toda esta vida y la siguiente.

Lily intentó levantarse, pero le temblaron las piernas y perdió el equilibrio. Rick extendió el brazo para cogerla. Lily se echó hacia atrás y la agente Stevens le pegó un bofetón a Rick. Ni siquiera hizo un gesto de dolor. Pero miró a Lily con expresión herida.

Baby doll, me ha gustado verte. Dale recuerdos a la familia, y en especial a Abby.

La agente Stevens levantó la mano, dispuesta a volver a pegar a Rick, pero Lily le atrapó la muñeca.

—Tranquila —dijo—. Estoy bien. —Se volvió hacia Rick y, con voz baja y calculada, dijo—: Te he mentido en lo referente al bebé, Rick. Voy a matarlo. Lo asesinaría sin pensármelo dos veces. Haré todo lo que esté en mis manos para asegurarme de que no sobreviva nada más que puedas haber creado. Voy a librarme de esta cosa que me pusiste dentro y no derramaré ni una lágrima.

Durante un brevísimo momento, la máscara de impasibilidad de Rick se desvaneció y su verdadera naturaleza quedó al descubierto. Su rostro se contrajo y su mirada recayó en el papel que tenía la agente Stevens en la mano, con los nombres que acababa de revelar. Había confiado en Lily sin reservas y ella había vuelto a engañarlo. Rick se abalanzó sobre ella, pero la agente Stevens ya estaba escoltando a Lily fuera de la sala cuando los carceleros se pusieron en acción para inmovilizarlo.

Lily sabía que era irracional, que él no podía atraparla, pero corrió hasta alcanzar el fondo del pasillo, donde llegó jadeante. Rick había sido un buen maestro. Le había enseñado a mentir y a engañar, a dominar el arte de la manipulación. Día a día, le había enseñado a ser un poco menos humana. Y ahora, todo lo que le había enseñado se había convertido en su perdición. Después de tantos años, por fin lo había vencido. Lily se derrumbó, su cuerpo rompiéndose en dolorosos sollozos.

«He ganado, Rick —pensó—. He ganado».

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