Baby doll

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30. Abby

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Esperar… Abby siempre había aborrecido esperar. Esperar a que Lily volviese a casa. Esperar respuestas. Esperar para ver si el señor Hanson estaba de mierda hasta más arriba. No ayudaba tampoco que el invasor alienígena estuviera pateando como un loco sus entrañas, asimilando sus emociones y respondiendo en consecuencia. Observar la cara de Lily dentro de aquella sala, atrapada con ese monstruo, había sido infernal. La policía había desaparecido en un éxodo masivo en busca de las chicas que, efectivamente, habían sido declaradas desaparecidas. El

sheriff Rogers le dio las gracias a Lily antes de marcharse.

—Has sido muy valiente. Es posible que tardemos en tener noticias, pero te informaré en cuanto sepamos alguna cosa.

Lo único que deseaba Abby era largarse de allí, pero Lily no estaba dispuesta a marcharse.

—No pienso irme hasta que sepa que están sanas y salvas —declaró.

De modo que esperaron, acurrucadas en el frío y estéril vestíbulo. Los policías que aún quedaban por allí las miraban con curiosidad. Era lo que Abby y Lily conocían como la «mirada gemela», porque la gente las miraba dos veces cuando pasaba por su lado. A Abby le gustó que aún vieran que eran gemelas.

Pero lo que no podía quitarse de encima Abby era haber visto al señor Hanson, haber visto quién era en realidad. Había observado a Lily desde la seguridad del espejo, había visto cómo su hermana se empequeñecía ante su presencia. Había oído a Lily hablar con el señor Hanson, hablar sobre aniversarios. Se preguntaba cómo había conseguido su hermana sobrevivir a su lado. Abby se habría rendido. El señor Hanson la habría destrozado. Se había dejado llevar por la historia de Lily, había intentado entender qué estaba haciendo su hermana. Pero cuando Lily le había dicho que no pensaba quedarse con la criatura, se había quedado sorprendida. En parte deseaba felicitar a Lily por su brillante forma de engañarle. Pero otra parte de Abby se sentía inquieta viendo la manipulación de su hermana.

—¿Viste la cara que puso cuando se dio cuenta de que le había mentido? —preguntó con orgullo Lily.

—Estaba hecho polvo. No podía ni creerse que le hubieras engañado —contestó Abby, intentando mantener a raya su preocupación.

—Siempre decía que era capaz de adivinar lo que yo estaba pensando en cada momento. Y lo creí así durante muchísimo tiempo. Era como si pudiera leerme el pensamiento. Sabía cuándo pensaba en papá, o en escapar, o en…, en ti. Pero esta noche no. Esta noche no.

Siguieron allí sentadas, hablando de vez en cuando sobre el pasado, o sobre Sky y todas las cosas que harían cuando todo aquello hubiera acabado. Pero a medida que las horas fueron pasando, Abby intuyó que algo había pasado con las otras chicas. La policía ya debería haber regresado. Le vibró el teléfono. Un mensaje de Wes.

«Voy para allá».

Mierda. La culpa era de su madre. Seguro. Debía de haber llamado a Wes, histérica, pensando que montaría en su caballo blanco y les salvaría el día.

—¿Pasa algo? —preguntó Lily.

Abby le acarició el pelo a su hermana, recordando cuando compartían cama de pequeñas, cuando se pegaban la una a la otra cada vez que las tormentas azotaban la ciudad.

—Era Wes. Se va a pasar por aquí para ver cómo estamos.

Lily se puso tensa.

—Querrás decir para ver cómo estás tú.

Abby se quedó en silencio y confió en que Lily cambiara de tema. Pero no lo hizo.

—Siempre imaginé que Wes habría acabado en Nueva York o en Boston. Odiaba esta ciudad. No puedo creer que se haya decidido por llevar una vida de ciudad de provincias.

—Su padre cayó enfermo y volvió. Dijo que quería estar cerca de la familia.

—¿O cerca de ti? —preguntó Lily con inocencia.

¿Era inocencia? Abby no lo sabía con seguridad. Cambió de postura en un intento de sentirse más cómoda, deseosa de que aquella cosa dejase de presionarle de una vez la vejiga.

—No vamos de eso —dijo.

—Qué gracioso. Wes dijo más o menos lo mismo.

Abby estaba convencida de que Lily tenía más preguntas acerca de Wes, pero Lily se limitó a apoyar la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Abby se relajó. Sentada junto a Lily, con el ritmo de la respiración de ambas acompasado, echó la cabeza hacia atrás y cerró también los ojos.

Abby se despertó de golpe. Lily seguía dormitando a su lado. ¿Cuánto tiempo se habrían quedado dormidas? ¿Cinco minutos? ¿Dos horas? Demasiado, evidentemente. Le dolía todo el cuerpo. Se desperezó con cuidado para no despertar a Lily. En el otro extremo del vestíbulo, Wes estaba hablando con el

sheriff Rogers y el FBI en un despacho. El estómago le dio un vuelco. Se había convertido en una experta en leer el lenguaje del cuerpo y, a juzgar por el de Wes, la cosa iba mal. Muy mal. Como si hubiera intuido los problemas, Lily se enderezó, se apartó el pelo de la cara y parpadeó.

—¿Qué han dicho? ¿Hay noticias? ¿Las han encontrado? ¿Están bien las chicas? —preguntó Lily.

—No lo sé. Acabo de despertarme —respondió Abby—. He estado dormida hasta ahora.

Lily ya se había levantado y se dirigía al despacho del

sheriff. Abby se esforzó por seguirla, pero tenía las piernas medio dormidas. Por delante de ella, Lily abrió con fuerza la puerta del despacho.

—¿Están bien, verdad? —preguntó Lily, su voz muy aguda—. Díganme que están bien.

El

sheriff Rogers tosió un poco.

—Shaina, la víctima de catorce años, estaba en muy mal estado. Con golpes, deshidratada y desorientada, pero está viva. Está en el hospital con sus familiares.

—¿Y Bree? ¿Cómo está?

Abby esbozó una mueca. Lily preguntaba por la chica como si la conociera, como si fuesen familia. «Prepárate para lo peor, Lily», pensó Abby. Leyó la noticia en los ojos del

sheriff Rogers antes incluso de que este abriera la boca.

—Está… —Volvió a toser un poco—. Sufrió muchos abusos. Y… no lo superó.

—¿La ha matado? —musitó Lily.

—No exactamente. Me temo que se quitó la vida.

Abby escuchó el dolorido suspiro de Lily, pero no pudo mirarla. Bajó la vista hacia lo que alcanzaba a ver de sus pies y se obligó a no derrumbarse.

A su lado, Lily se había quedado inmóvil, asimilando la noticia igual que un boxeador asimila los golpes que recibe en la cabeza.

—¿Cuánto tiempo las tuvo secuestradas? —preguntó Lily.

—Un mes o dos. No lo sabemos con seguridad.

Lily hizo una mueca de dolor.

—Hanson se había vuelto más osado. Más seguro de sí mismo. Por eso seguramente cometió un error y pudiste escapar.

Pero Lily no lo escuchaba.

—Quiero verla. Quiero ver a Shaina.

Pero ¿qué demonios decía Lily? Aquello era una locura. Ya era suficiente.

—No, Lily. Nos vamos. ¡Es hora de irse!

—Necesito ver a Shaina. Necesito decirle que lo siento.

—¿Que lo sientes? ¿Por qué tienes que sentirlo tú?

Lily ignoró la pregunta de Abby.

—Iré andando, si es necesario.

—Lily, no tienes por qué ir andando —dijo Wes—. Te llevo yo en coche.

Abby casi se había olvidado de que Wes estaba allí. Por un breve instante, deseó poder abrazarlo y dejar que él la abrazara. Pero desechó ese sentimiento, achacándolo al agotamiento y a las hormonas. Sin embargo, Abby no estaba dispuesta a permitir que Wes se erigiera como el héroe de la película. Cogió la mano de su hermana en un gesto de solidaridad.

—Iré contigo, Lil. Lo haremos juntas.

Abby sabía en el fondo de su ser que era mala idea. Que Lily había pasado por demasiadas cosas, que había sufrido demasiadas presiones. Pero ya habían hecho un viaje de ida y vuelta al infierno. ¿Podía ser aún peor?

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