Baby doll

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31. Lily

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Al llegar al hospital, Lily fue recibida por los padres de Shaina como una heroína. La abrazaron y, sin dejar de llorar, le dieron las gracias por su sacrificio, por haber ayudado a que su hija pudiera volver a casa. El padre de Shaina, Bert, era conductor de autobús en Filadelfia; su madre, Tina, trabajaba como recepcionista en el concesionario Toyota. Eran una familia normal, repitió Tina una y otra vez, como si a las familias normales no les sucedieran cosas horribles a diario.

—No somos perfectos. Bert trabaja muy duro y yo también. Pero queremos a nuestra hija. Los últimos meses estaba muy malhumorada. Siempre pensé que los dos años era una edad terrible, pero la adolescencia es mucho peor.

Bert se atragantó cuando habló sobre la última noche que habían visto a su hija.

—Quería ir a una fiesta de bienvenida de curso y le dijimos que no. Sus notas iban de mal en peor y no estaba dispuesto a permitir que acabara como yo, conduciendo toda la vida una mierda de autobús para ganarse el pan. Creí que se había quedado conforme. Cenamos y de postre comimos un

strudel casero que prepara Tina. Nos acostamos y a la mañana siguiente ya no estaba. Se había esfumado.

Su hija había permanecido desaparecida durante cuarenta y siete días. Habían transcurrido cuarenta y siete días desde la última vez que la habían visto y ahora estaba allí, viva. La madre de Tina insistió con vehemencia:

—Dinos qué podemos hacer por ti. Dínoslo, por favor.

—Me gustaría verla. ¿Les parece bien?

Tina dudó unos instantes, pero Bert consintió siempre y cuando entrara sola.

Lily accedió y les pidió a Abby y a Wes que esperaran en el pasillo. Siguió a los padres de Shaina. Shaina tal vez no pudiera todavía entenderlo, pero un par de meses con Rick no era nada. Aún tendría una infancia. Aún se enamoraría. Aún podría ser una persona normal. Deseaba decirle a Shaina todo eso. Y quería también que supiera que lo sentía. Creía ser suficiente para Rick. Se había esforzado en serlo. Pero nunca se habría imaginado que hubiera secuestrado a otra chica.

Lily se quedó en la puerta de la habitación, asimilando la cara magullada de la chica. Shaina tenía catorce años pero podría haber pasado sin problemas por una chica de doce; era una niña, en realidad. No podía dejar de mirar la cara en forma de corazón de la chiquilla y los moratones oscuros que le cubrían las mejillas. Tenía los dos ojos morados. El labio partido. Uno de los brazos en cabestrillo y el otro lleno de arañazos y quemaduras. «El periodo de entrenamiento de Rick», pensó Lily. Respiró hondo varias veces e intentó sosegarse.

Tina se acercó a Shaina, que estaba tumbada en la cama boca arriba mirando el techo con una mirada vacía.

—Shaina, cariño, es Lily. La chica que te ha salvado la vida. La que ha conseguido que ese hombre horroroso nunca más vuelva a hacerte daño.

Los ojos de Shaina se posaron en Lily, luego en sus padres, finalmente en la puerta. Estaba inspeccionando su entorno, comprendió Lily. Esperando que Rick llegara de un momento a otro. Esperando su siguiente castigo.

Lily se acercó a la cama para consolarla.

—No está aquí, Shaina. No puede hacerte ningún daño. Sé lo que te ha hecho y lo siento, pero tendrás que superarlo.

Lily quiso coger la mano de Shaina, pero la chica la rechazó con un golpe y emitió un grito gutural.

—¡No! ¡No! ¡No! —Shaina se sentó en la cama y empezó a gritar, agarró a Lily y le tiró del pelo y de la ropa—. Va a castigarme. Va a castigarme. Dile, por favor, que lo siento. Dile que lo amo y que lo siento mucho.

Sus gritos se transformaron en llanto mientras agredía a Lily como un animal salvaje no acostumbrado a la interacción con los humanos.

Lily aceptó los golpes e ignoró el dolor cuando Shaina le clavó las uñas en la mejilla. Comprendía la rabia y el terror de la chica. Entraron las enfermeras e intentaron contener a Shaina con la ayuda de sus padres. Sacaron a Lily al pasillo. El equipo médico se puso en acción y sedó a Shaina, hasta que por fin se quedó quieta y perdió el conocimiento.

Lily sabía todo lo que Shaina había tenido que soportar; jamás olvidaría aquellos primeros meses en los que la brutalidad fue peor que nunca. Abby se acercó a Lily con un pañuelo de papel e intentó secar la cara ensangrentada de su hermana.

—Se acabó. Ya basta —declaró con exigencia Abby.

Pero Lily no podía marcharse de allí. Ignoró a Abby y echó a andar por el pasillo en dirección a la sala de espera. Wes la miraba, pero Lily no le hizo caso. Se dejó caer en una de las sillas de la sala y entonces habló, casi para sus adentros.

—Entraré otra vez a verla cuando esté más tranquila. Cuando haya dormido bien toda la noche.

—No quiere verte, Lily. Marchémonos —dijo Abby, su voz subiendo de volumen y más exigente que antes.

Cogió a Lily por el brazo y Lily se apartó, por instinto.

—No me toques.

—Lo siento, Lil. Pero no puedes…

—He dicho que no voy a ningún lado.

Abby inspiró hondo, enfadada. Lily siempre adivinaba cuándo Abby estaba enfadada. Se ponía colorada, inflaba las mejillas. Con el aumento de peso del embarazo, parecía una gaviota quemada por el sol.

—¿Qué piensas hacer aquí, Lily? ¿Crees que puedes solucionarle la vida a esta chica? Pues no puedes. Primero tienes que solucionar la tuya.

Lily asimiló las palabras de Abby. Las absorbió y pensó en su propia vida, en fragmentos de su vida. Se levantó, cansada de ser racional.

—¿Qué vida, Abby? ¿Qué vida? Mi padre ha muerto. Murió y nunca pude despedirme de él. Mi madre se acuesta con Dios sabe quién. El mundo entero se ha enterado de que estoy embarazada de la criatura de un monstruo. Y si no tengo esa criatura, están dispuestos a etiquetarme de asesina. De monstruo. ¡A mí!

Abby empezó a apartarse de Lily, empujada por la fuerza de sus hirientes palabras. Pero Lily no podía parar. Fue acercándose a Abby hasta que quedaron prácticamente nariz con nariz.

—¿Y sabes qué es lo peor de todo? Lo sabes, Abby, ¿verdad? Dime que lo ves. Dime que entiendes por qué no puedo volver a casa contigo y solucionar mi vida.

Abby rompió a llorar.

—No…, no te entiendo.

Wes dio un paso al frente y levantó la mano, como el árbitro de una pelea.

—Para, Lily. Vamos, Abby. Te llevaré a casa y luego volveré a por Lily.

—No necesito que vuelvas a por mí —le replicó Lily con dureza. Miró furiosa a Abby, su rabia cada vez mayor—. Acabo de formularte una pregunta. Dime, Abby, ¿sabes por qué no puedo ir a casa?

Abby lloraba con más fuerza. Pero Lily continuó, sin mostrar un átomo de compasión.

—Porque no tengo una casa, Abby. Porque no tengo una vida. Ya no. Tú me has robado mi puta vida.

La expresión de la cara de Abby fue exactamente la que Lily quería ver. Devastación, pena, arrepentimiento: todas esas emociones juntas. En el instante en que Lily dijo aquello, en el instante en que captó la mirada de Abby, las piernas de Lily cedieron y cayó al suelo. Oyó que alguien pedía una enfermera, pero Lily permaneció sentada en la maltrecha moqueta viendo cómo Abby, con el cuerpo contorsionado por el llanto y los ojos hinchados, se llevaba la mano al vientre. Wes corrió al lado de Abby y le dijo al oído algo que Lily no alcanzó a oír.

«Esto es lo que él hacía —pensó Lily—. Esto es lo que Rick hacía. Encontraba tu punto débil y te presionaba sin cesar hasta romperte y destrozarte». Era lo que le había hecho a ella, y ella acababa de hacerle lo mismo a Abby… y ya no había marcha atrás.

Abby apartó a Wes de un empujón y se abalanzó sobre Lily.

—¿Crees que no prescindiría de todo esto? ¡Quieres a Wes, pues todo tuyo, Lily! —La voz de Abby se convirtió a continuación en un susurro—. Tómalo. Todo ha girado siempre en torno a ti. En torno a nosotras. Somos las gemelas. Tú y yo. Eso nunca cambió. Cuando desapareciste, yo también desaparecí. Tres mil ciento diez días, Lily. Lo único que quería era tenerte otra vez. Siento mucho haberte culpado de robarme aquel jersey. Lo tenía yo. Lo he tenido todo este tiempo. Y siento estar gorda y asquerosa y haber echado a perder mi vida. Y siento no poder eliminar todo este dolor. No puedo cambiar el pasado. No puedo cambiar todo lo que te ha sucedido. No puedo cambiar lo que hemos hecho Wes y yo. O lo que Rick te hizo a ti y a esas chicas. Pero lo haría, Lily. Tienes que creerme. Haría cualquier cosa por cambiarlo todo.

Lily rompió a llorar. ¿Cómo podía Lily ayudar a aquella niña si también ella estaba destrozada? Avergonzada, se incorporó y se dirigió a la salida. Cruzó las puertas del hospital y empezó a correr. Le debía a Abby una disculpa. Y también se la debía a Wes, pero en aquel momento no se sentía lo bastante fuerte como para hacerlo. Lo único que le importaba era volver con Sky. Antes estaban las dos. Y ahora estaban las dos contra el mundo entero.

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