Baby doll

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34. Eve

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ave Yourself a Merry Little Christmas sonaba por los altavoces de la consulta privada de la doctora Amari, un lujoso despacho a pocos kilómetros del Lancaster Medical Center. Eve estaba sentada al lado de Lily, a la espera de que la llamaran.

—Hacía tanto tiempo que no te oía cantar que había olvidado la voz tan bonita que tienes —dijo en voz baja Lily.

—Dios mío, debo de estar perdiendo la cabeza. Si ni siquiera me había dado cuenta de que estaba cantando —conestó Eve.

—Tendrás que enseñarle a Sky tus villancicos favoritos.

—Me muero de ganas de hacerlo. En nada se convertirá en nuestro pequeño ruiseñor navideño.

Lily le apretó la mano a Eve justo cuando la doctora Amari abría la puerta.

—¿Estás lista, Lily? —preguntó la doctora Amari.

Lily asintió y se armó de valor. Eve sabía que acudir a la consulta y hablar de todo lo que había pasado era difícil para Lily. Pero la doctora Amari había sido su salvavidas. Eve albergaba todavía la esperanza de que llegaría un día en que todas volverían a ser personas normales. Lily abrazó a Eve. Ahora siempre había abrazos. Y Eve confiaba en que eso no fuera a cambiar nunca.

—Te recogerá Abby, pero, si necesitas alguna cosa, tienes mi móvil.

Lily entró en el despacho de la doctora Amari. En las últimas semanas, habían establecido una rutina que a todas les resultaba conveniente. Eve acompañaba a Lily a terapia y Abby se quedaba al cuidado de Sky. Luego, Eve hacía los recados que tuviera que hacer, realizaba el seguimiento de la demanda que había interpuesto al hospital o pasaba a visitar a la familia de Bree Whitaker. Eve había tenido la suerte de poder recuperar a Lily, pero la hija de los Whitaker nunca volvería a casa. A veces, Eve les llevaba comida, pero la mayoría de los días se limitaba a sentarse y escuchar. A escuchar a la señora Whitaker hablar sobre Bree, sobre quién era, sobre quién podría haber sido. Mientras Eve estaba ocupada, Abby y Sky iban a recoger a Lily a la consulta. Algunas noches iban a cenar, otras se reunían de nuevo todas en casa y Eve las obsequiaba con alguna de sus especialidades.

Era todavía pronto, pero Lily había hecho avances. Cada vez pasaba menos tiempo en su habitación y se quedaba en la sala de estar con Eve o con Abby. A veces, salía por la puerta de atrás con Abby y Sky e iban las tres a dar un paseo por los alrededores. Eve nunca podría agradecerle lo bastante a la doctora Amari todo lo que estaba haciendo. Había estado al lado de Lily, Abby y Eve a cada paso, se había encargado de gestionar a la prensa y a los manifestantes. Eve siempre había estado convencida de que la noticia del aborto de Lily sería recibida con escepticismo, pero la doctora Amari había tomado las riendas. Después de hablarlo con la policía, había podido hacer públicos los informes médicos de Lily, que contenían detalles explícitos sobre los abusos que Lily había sufrido en manos de Rick. Era fácil suponer que las lesiones hubieran producido complicaciones en el embarazo. Y aun en el caso de que el público no la creyera, un tiroteo en una escuela de secundaria en Texas había acabado con la muerte de seis niños, y así, sin más, la pesadilla de Lily dejó de ser una noticia de actualidad.

Eve intentaba no pensar en Rick Hanson, ni en sus otras víctimas, ni en todo el daño que había causado. Estaba decidida a expulsarlo de su cabeza y a concentrarse en el futuro. En solo tres días, celebrarían su primera Navidad juntas. Para Eve, aquellas fiestas siempre habían sido la personificación de todo lo que había perdido. Pero ahora construirían nuevas tradiciones. Vendrían sus padres y Meme. Abby había concedido una tregua (o eso parecía) y había invitado a Wes a la cena de Navidad. Eve estaba cocinando un pavo y Lily y Abby estaban preparando pasteles suficientes como para llenar una pastelería. Y si Eve se salía con la suya, habría muchísimos regalos en la casa, pues había concedido a Santa Claus carta blanca para gastar. Podía decirse que todos sus sueños navideños se habían hecho realidad.

Naturalmente, tenía todavía un millón de cosas que hacer antes de poner rumbo al centro comercial. Eve estacionó junto al motel y subió rápidamente las escaleras. Había visto ya el coche de Tommy en el aparcamiento y aceleró el paso, consciente de que no disponían de mucho tiempo. Eve le había dicho que esperasen a verse hasta pasadas las fiestas, pero él había insistido en una noche más juntos antes de marcharse a Boston con su familia.

Eve introdujo la llave en la cerradura, empujó la puerta y se quedó boquiabierta. En el interior había docenas de ponsetias rojas, su planta navideña favorita. Había luces blancas decorando hasta la última superficie imaginable y un minúsculo árbol de Navidad luciendo orgulloso encima de la mesita. Pero la mayor sorpresa era Tommy, sentado en la cama vestido con un ridículo jersey verde navideño con un gatito estampado en la parte frontal y sujetando una ramita de muérdago.

—Feliz Navidad, Eve —dijo, radiante.

Eve no podía creer lo que veían sus ojos.

—¿Qué…, qué es todo esto?

—Nuestra primera Navidad juntos.

Tommy la abrazó y la besó con ternura. Seguía habiendo pasión, pero Eve percibió el cambio, la promesa de algo más. Siempre intentaba decirse que aquello era algo temporal, que con los momentos robados que disfrutaban juntos había suficiente. Pero era posible que la situación estuviera cambiando para los dos.

Tommy fue el primero en apartarse un poco.

—Enseguida volveremos a esto. Pero antes que nada, tu regalo.

Eve le dio un manotazo en broma.

—Eso no es justo. Dijimos que nada de regalos —le recordó.

Tommy se echó a reír.

—Tú dijiste nada de regalos. Yo no hago nunca promesas de ese tipo.

Le entregó un paquetito y Eve deshizo con cuidado el envoltorio dorado y rojo. Contenía una caja minúscula de la que extrajo un delicado guardapelo de oro.

—Imaginé que encontrarías la fotografía adecuada para ponerle dentro.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Lo besó, ansiosa porque supiera lo que aquel regalo significaba para ella, deseosa de que sintiese todo lo que ella sentía en aquel momento. Él la abrazó, sin soltarla, los dos sentados en la cama, el uno al lado del otro, el parpadeo de las luces proyectando sombras sobre sus caras.

Eve sabía que estaban adentrándose en un camino peligroso. Que al final de aquel recorrido podía haber personas que resultasen heridas. Pero le daba igual. Después de todo lo que había pasado, después de todo lo sufrido, se merecía ser egoísta. Se merecía aquello. Se merecía a Tommy.

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