Baby doll

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35. Lily

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«¿Cómo te sientes? ¿Cómo describirías tu estado de ánimo general? ¿De qué color es esa emoción?». Por lo visto, había centenares de maneras de definirse y Lily había sido obligada a anularlas todas. La doctora Amari formulaba preguntas difíciles, pero nunca presionaba a Lily para que respondiese si no estaba preparada para hacerlo.

Las fiestas habían sido más complicadas de lo que se imaginaba.

—Cuéntame por qué —dijo la doctora Amari.

Lily se quedó en silencio. No estaba del todo segura. Había tantísimos detalles que le habían encantado. Ver bajar a Sky por la escalera para encontrarse el árbol de Navidad repleto de regalos, su cuerpecillo vibrando de excitación mientras intentaba decidir qué regalo iba a abrir primero. Las sesiones de empaquetado con Abby hasta las tantas de la noche, haber ayudado una vez más a Meme a preparar su celebérrimo pastel de nueces. Pero había una cosa que acechaba bajo la superficie, una cosa que aún no había explicado a nadie.

—Tiene que ver con Sky, ¿no? ¿Es eso lo que te preocupa?

No le gustaba haberse delatado. No quería hablar de Sky.

—Va muy bien. Está haciendo grandes avances. Su tutora dice que lee como una niña de tercero.

—Lily, no puedes negar que tu hija está sufriendo.

—Velé siempre por su seguridad. Ya le dije que…

—Me lo dijiste. La has criado muy bien, de manera brillante, de hecho. Es increíblemente inteligente, intuitiva y bondadosa. Pero no es ingenua. Sabe que su vida allá abajo no era normal. Tiene que estar experimentando algún tipo de efectos secundarios. ¿Me equivoco?

Lily intentó negarlo, pero la doctora Amari siguió presionando y presionando hasta que Lily le confesó las actividades nocturnas de Sky.

—No sé por qué quiere dormir en el armario. Hice todo lo posible para asegurarme de que él no le hiciese ningún daño.

—Pero sabe que Rick te hacía daño a ti. Algo sabe. Tiene que saberlo.

Lily rompió a llorar, consciente de que era cierto. Por mucho que intentara evitarlo, Sky tenía que saber que Rick le hacía daño a Lily. La doctora Amari se sentó a su lado y le pasó unos pañuelos de papel.

—Por mucho que quisieras protegerla y seguir adelante en la vida como si nada de esto hubiera pasado, Sky vivía con el mismo terror y ansiedad que tú, aunque era demasiado pequeña para poder comunicártelo debidamente. Necesita tanta terapia como tú, Lily, y la necesita pronto.

Lily abandonó la consulta con las palabras de la doctora Amari resonándole en los oídos. Lo último que quería en este mundo era que Sky sufriera. Por la noche, después de rezar sus oraciones y de darle un beso de buenas noches a Eve y a Abby, Lily se acurrucó en la cama con Sky, la abrazó y aspiró su aroma tan perfecto.

—Mi niña, ¿entiendes por qué no puedes ver más a papá Rick? —preguntó Lily, armándose de valor a la espera de la respuesta.

—¿Es porque te ponía triste?

—Sí. Y también me hacía daño. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Y sé que es difícil de comprender, pero papá Rick me mantenía alejada de la abuela, de Abby y de todos mis amigos y familiares.

—¿Y por qué lo hacía?

Esa era la pregunta del millón. Lily no lo entendía, ¿cómo, entonces, explicárselo a Sky? Fue como si Lily hubiera abierto la veda, y Sky desplegó un torrente de preguntas. ¿La quería aún papá Rick? ¿Podía ella quererlo? ¿Era una niña mala porque Rick era su padre? Lily se dio cuenta de que la doctora Amari tenía razón. No estaba en disposición de responder adecuadamente a esas preguntas. ¿Cómo explicarle a una niña qué es el mal cuando tú ni siquiera lo comprendes bien? Abrazó con fuerza a Sky. Lo solucionaría. Ayudaría a su hija a obtener todas las respuestas.

Con el apoyo de la doctora Amari, Lily y Sky empezaron a trabajar con un reconocido psicólogo infantil. Había más cosas además de los problemas con el sueño, fobias de las que Lily ni siquiera era consciente: las multitudes, los espacios públicos, la comida compulsiva, la represión de las emociones. Sky hacía grandes avances con la terapia y disfrutaba con los juegos que su nuevo «amigo», el doctor Dobson, le enseñaba cada semana.

La doctora Amari seguía trabajando con Lily, intentando prepararla para el día en que Sky empezara a ir al colegio, algo de lo que la niña hablaba constantemente. La doctora Amari subrayaba la importancia de permitir a Sky vivir una infancia normal, lo que se traducía en interaccionar con otros niños de su edad. Lily no estaba todavía preparada para enviar a Sky al colegio, pero confiaba en estarlo pronto.

Al principio, Lily temía las sesiones con la doctora Amari, pero poco a poco empezó a esperarlas con ganas. Si Lily quería invertir los cuarenta y cinco minutos en hablar de lo que odiaba pasar en coche por delante del instituto, la doctora Amari se lo permitía. Lily fue abriéndose cada vez más sobre los detalles relacionados con el «entrenamiento» de Rick, sobre la tristeza que le había ocasionado enterarse del fallecimiento de su padre y sobre su preocupación por el proceso que Abby había pasado. Pero seguía sin mencionarle los sentimientos que albergaba hacia Wes.

Había días en que deseaba que desapareciera. Que saliera por la puerta y no volviera jamás. Sabía que no era correcto, sobre todo teniendo en cuenta lo bien que las trataba. A veces, pasaba por casa y se quedaba a cenar; otras, llegaba con helado de Friendly’s. Por mucho que Lily se sintiera incómoda en presencia de Wes, Sky lo adoraba. La montaba a caballito y le contaba cuentos de hadas estrafalarios con los que la niña se partía de risa. Lily disfrutaba con aquellos momentos de alegría. Había hecho una cantidad impresionante de fotografías y vídeos con el teléfono móvil que le habían regalado por Navidad, con la intención de poder ver posteriormente todas aquellas «cosas de niños normales». A veces, por las noches, permanecía interminables horas despierta mirando aquellas imágenes, congelándolas en el tiempo como si con ello pudiese capturar eternamente esa felicidad y recordarse que había hecho algo bien. Pero inevitablemente, su mirada siempre acababa recayendo en Wes, en los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía, en su carácter sencillo. Se obligaba entonces a apagar el vídeo o a salir de la habitación, decidida a olvidarse de Wes y de la fantasía de que algún día volvería a ser suyo.

Cuando llegó la primavera, Lily empezó a sentirse más fuerte físicamente. Por Navidad también le habían regalado unas zapatillas deportivas y, aunque no estaba preparada para salir a correr sola, a veces la acompañaba su madre o reclutaba a Trisha para que fuese con ella. Pasaba mucho tiempo contemplando el jardín, y no le gustaba que estuviera tan abandonado. Empezó a percibir en su interior el deseo de que el jardín recuperara la gloria de la que había disfrutado antaño. Y era realmente extraño, teniendo en cuenta lo poco que le gustaba la devoción que sentía su padre por la jardinería. En sus jornadas de descanso, su padre pasaba horas y horas vestido con su andrajosa camiseta de la facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania y sus pantalones cortos, con aquel sombrero ridículo de jardinero ladeado sobre la cabeza, cavando y arrancando malas hierbas mientras explicaba a sus hijas el mejor momento para plantar cada cosa. Pero ahora era Lily la que se pasaba horas al sol y con las manos sucias de tierra húmeda para ir transformando poco a poco aquel espacio. Trabajando la tierra, se sentía cada vez más cerca de su padre y a menudo se levantaba al amanecer para arrancar malas hierbas o empezar a plantar flores y hortalizas.

A Lily le gustaba estar en el exterior durante el día, empaparse de sol. Era por la noche cuando empezaba a ver sombras que no existían, a escuchar ruidos que no eran reales. Sabía que era irracional. Había sido secuestrada a plena luz del día, pero todos aquellos años en la oscuridad se habían cobrado su peaje.

Fue uno de esos preciosos días de primavera cuando Lily decidió quedarse en casa mientras Abby, su madre y Sky iban a Filadelfia de compras. Lily quería plantar los bulbos de tulipán que le quedaban y las había despedido sin problemas. Eran casi las seis de la tarde cuando recibió la llamada de Abby.

—Lilypad, hay un atasco de mil pares de narices en la autopista. Tardaremos al menos una hora más. O quizás dos.

Lily intentó aplacar la creciente sensación de pánico al ver que el sol empezaba a ponerse por el horizonte.

—Vale. Gracias por llamar.

—¿Estás segura de que estarás bien? —preguntó Abby.

Lily no había comentado con nadie el miedo irracional que le provocaba la oscuridad, ni siquiera con Abby. Pensando en todo lo que había tenido que soportar, parecía una ridiculez.

—Estoy bien, Abs. Conduce con cuidado, y dile a Sky que su mamá la quiere y la echa de menos.

Lily colgó el teléfono y continuó trabajando. Hundió las manos en la tierra, pero vio que le temblaban y que la respiración se le aceleraba y se volvía entrecortada. El pánico iba en aumento y empezó a mirar hacia la calle, temiendo que Rick o cualquier otro diablo desconocido hubieran elegido esa noche para alejarla de todo aquello. No podía más, cogió el teléfono y marcó el número.

—Wes, soy Lily. Sé que es una tontería, pero empieza a oscurecer y mi madre, Sky y Abby están en un atasco, y yo… no puedo estar sola. Me preguntaba si…

Ni siquiera terminó la frase.

—Estoy recogiéndolo todo en el trabajo. Llego en diez minutos.

Sabía que vendría. Wes haría cualquier cosa por Abby y, por extensión, cualquier cosa por Lily.

Wes llegó justo diez minutos más tarde, vestido aún con traje y corbata. Lily se había enterado hacía poco de que Wes era propietario de un negocio inmobiliario y se dedicaba a comprar y vender propiedades para reformar. Se quitó enseguida la corbata y la chaqueta, se arremangó la camisa y dio unas palmadas, indicando los bulbos que aún quedaban por plantar.

—Adelante, dame tarea —dijo Wes.

—Dejémoslo por esta noche. Ya lo terminaré yo mañana.

—De ninguna manera. Hay mucho que hacer.

Cogió un bulbo de tulipán en la palma de la mano. Lily le indicó el orden que quería seguir y Wes siguió sus instrucciones, organizando con cuidado las flores en hileras. Trabajaba con tranquilidad, con la frente fruncida por la concentración. Lily acabó su tanda y se quedó acuclillada. Cuando Wes se giró, vio que ella estaba mirándolo.

—¿Qué pasa? ¿Estoy haciendo algo mal?

Sin pensarlo, Lily extendió la mano para limpiarle un poco de tierra que se le había quedado adherida en la mejilla. Wes la miró y Lily se inclinó hacia delante. Contuvo la respiración cuando sus bocas entraron en contacto. El beso fue casto de entrada, pero los labios de Wes eran tiernos y cálidos. Lily se aproximó más. Le parecía increíble. Wes olía y sabía exactamente igual a como lo recordaba. Él tuvo la misma impresión. Se incorporó y la atrajo hacia él. Lily presionó el cuerpo contra el de Wes. Lo deseaba. Nunca había deseado tanto a nadie como deseaba a Wes en aquel momento.

—Te quiero. Te sigo queriendo.

Wes se echó atrás de repente, como si acabara de recibir una bofetada. Lily comprendió que tenía que arreglar aquello. Tenía que hacerle ver que era a ella a quien siempre había querido. Que siempre había sido ella.

—Lo que quieras, dime todo lo que quieres que haga, y lo haré. Por favor, Wes, no hay nada que no pueda hacer.

La voz de Lily sonó desesperada cuando acercó la mano al cinturón de él. Wes la apartó con brusquedad.

—No, Lily, por Dios. ¡No!

Lily se encogió de miedo, cubriéndose la cara con la mano antes de que pudiera golpearla.

Wes avanzó hacia ella, sorprendido.

—No… Lily, por favor, yo nunca te haría daño. Tendrías que saberlo. Pero no puedo… No podemos…

Lily captó la lástima y la sensatez en su voz. Pero ¿qué había hecho? ¿Qué le pasaba? Las imágenes de aquella noche en el hospital regresaron a ella. Horrorizada, se tambaleó y estuvo a punto de caer sobre la tierra.

Wes estiró el brazo para ayudarla a mantener el equilibrio, pero ella lo apartó de un empujón.

—No puedo creerlo… No debería haber… Solo quería recordar cómo era. Cómo podría haber sido.

—Te entiendo, Lily.

Pero no la entendía. Lily no quería oír nada más. Pasó corriendo por su lado y marchó rápidamente escaleras arriba. Se encerró en su habitación hasta que estuvo segura de que Wes se había marchado y entonces le envió un mensaje a la doctora Amari para solicitarle una visita urgente.

Una hora más tarde, Lily estaba sentada delante de la doctora, confesándole con titubeos lo que acababa de pasar. Cuando hubo terminado, exhaló un largo suspiro.

—Soy un ser humano asqueroso.

La doctora Amari se recostó en la silla, sondeándola con la mirada.

—¿Por qué dices eso?

—Porque he besado a Wes.

—¿Y eso por qué es malo?

Su tono no escondía ningún tipo de dictamen. Ningún reproche.

—Porque ahora es de Abby. Está embarazada de un hijo suyo.

—Cierto. ¿Y por qué crees que lo has besado?

Lily cogió aire y descargó su confesión.

—Pienso en él constantemente. Cuando está en la cocina y veo que le sirve a Abby un vaso de agua, querría que fuese a mí a quien se lo sirviera. Cuando Sky se sienta en la falda de Wes para que le lea un cuento, pienso: «Cuánto me gustaría que se lo estuviera leyendo a nuestra hija. Ojalá formáramos una familia».

—Pero no es así. No vais a formarla.

—Lo sé.

—¿Y cómo te hace sentir todo eso?

—Me hace sentir que soy una persona horrorosa. Wes ha sido muy bueno conmigo y con Sky. Y me gustó besarlo. Lo deseé. Pero ahora es de Abby. Van a tener un hijo. Y…

—Y has cometido un error. Eres humana. Eres una persona normal y corriente que comete errores.

—No. No, no es eso.

—¿Qué es entonces, Lily?

—Es Rick. Él me ha hecho así. Me ha convertido en alguien que coge lo que desea, sin pensar en el dolor que pueda causar en los demás.

—¿De verdad piensas eso? ¿Por qué te sientes así?

—No haga eso. Por favor, no haga eso.

—¿Hacer el qué, Lily? Todos sabemos que Richard Hanson es un individuo depravado. Jamás podrías ser como él. ¿Sabes por qué? Porque tu hija es una niña maravillosa y tú eres una mujer maravillosa.

Lily notaba una fuerte tensión en el pecho. Se levantó, pensando que si seguía un segundo más sentada acabaría estallando.

—¿No ve que me he planteado seducir a Wes? Pienso en ello constantemente, en lo que podría hacer, en lo que dejaría que me hiciese. Todo lo que él desee, para que me quiera a mí. No a ella. Pero ella es mi hermana.

—Y Wes fue tu primer amor.

—Eso no tiene importancia.

—Tiene toda la importancia del mundo. ¿Cómo quieres que no la tenga? Tú eras una niña. Una niña inocente. Y Rick Hanson te robó eso. Te robó la sexualidad, la inocencia y todos aquellos años con tu familia, puede que incluso te robara una vida con Wes. Pero, Lily, si fueras como Rick, no estarías sentada aquí en mi despacho hablando de lo mala persona que eres. Estarías en la cama con Wes o pensando en la manera de conquistarlo. No eres como Rick, Lily, y nada de lo que hagas te hará como él. Es muy simplista, pero es la pura verdad. La buena gente toma a veces malas decisiones. Sucede constantemente. Escúchame bien cuando te digo que no eres como él. Nunca podrás ser como él.

«No eres como él. Nunca podrás ser como él». Las frases siguieron resonando en la cabeza de Lily cuando salió de la consulta de la doctora Amari. Se prometió que se convertirían en su mantra y que seguiría repitiéndoselas hasta que un día acabara creyéndolas.

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