Baby doll

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37. Abby

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Apoyada en la barandilla del porche, Abby observaba la lluvia caer en una incesante cortina. Los de la mudanza entraban y salían de la casa de Wes, cargados de cajas. De cajas de Abby. Desde que ella había vuelto a vivir con su madre, Wes se había instalado de nuevo en su casa y Abby había decidido que el cambio fuera permanente.

«¿Por qué siempre tiene que llover los días de mudanza? —pensó—. Es que no falla».

Suspiró y notó una nueva punzada de dolor en la espalda. Le dolía muchísimo, como si le clavaran agujas en los músculos. El invasor alienígena estaba matándola, matándola de verdad, literalmente. El instinto del nido, o comoquiera que lo llamaran, la ponía muy nerviosa. Había estado postergando todo aquello, pero el bebé llegaría muy pronto y tenía que liberarse de Wes de todas las maneras posibles.

Vio que Wes la observaba. Estaba sudoroso y empapado por la lluvia, la capucha negra cubriéndole el pelo y parte de la cara. Por una vez, no la molestó. Verlo en aquel estado le produjo una oleada de compasión. Abby estaba abandonando su casa, la casa que él tanto se había esforzado en convertir en un hogar. Últimamente —y la culpa de todo la tenían a buen seguro las hormonas—…, la verdad era que últimamente se sentía agradecida por su presencia casi constante. Wes tenía mucha mano y sabía entretener a Sky y hacerlas reír a todas, Lily incluida. Abby sabía que su hermana estaba luchando con la realidad de todo lo que habían pasado. Lily había intentado pedirle perdón, pero Abby consideraba que no tenía que disculparse por nada. Lo de la noche del hospital estaba superado y había quedado atrás y, para Abby, estaban cada vez más cerca de lo que habían sido en su día. Aunque temía que nunca podría volver a ser igual.

Lily intentaba poner buena cara, pero había momentos en los que Abby percibía la oscuridad que consumía a su hermana. Lily podía estar trabajando en el jardín o bromeando con Sky mientras preparaba el desayuno, o estar todas juntas en la sala viendo

The Bachelor o cualquiera de las docenas de DVD que Abby había comprado para mejorar el cociente intelectual de cultura pop de Lily, cuando de pronto Lily se metía en su habitación, se encerraba en sus libros y se sumergía en el abismo que había dejado en ella Rick Hanson. Cada vez que Lily desaparecía durante la mañana entera, o incluso durante toda la tarde, Abby se ponía nerviosa y temía que Lily fuera a derrumbarse de nuevo. Pero al día siguiente, Lily reaparecía, como si todo fuera perfectamente normal. Abby sabía que no era así, pero estaba obligada a seguir la pauta que marcaba su hermana.

Todo el mundo intentaba seguir adelante, intentaba olvidar a Hanson. Había días que parecía que todo volvía a ser normal. Pero Abby era incapaz de liberarse de la rabia y la ira que seguían consumiéndola. Le gustaría ser como Lily —su hermana se mostraba bondadosa, esperanzada y optimista—, pero, para Abby, mantener esa fachada requería mucho esfuerzo. Lo intentaba, de todos modos. Había hecho grandes avances con Wes, había logrado aceptar que no era el enemigo. Ella era tan «culpable» como él por haber continuado la relación. Pero Wes seguía allí, un extraño que intentaba meterse en su vida.

—Ya estamos, señora. ¿Quedamos con usted en su nueva casa? —le preguntó uno de los hombres de la mudanza.

—Estupendo. Gracias.

Se marcharon. Abby se volvió hacia Wes y le ofreció una débil sonrisa. Wes se acercó a ella, haciéndose el despreocupado, aunque había un tono suplicante en su voz.

—No es demasiado tarde, Abs. Digámosles a esos hombres que dejen de hacer lo que están haciendo. Desembalémoslo todo de nuevo.

Abby notó que el estómago le daba un vuelco y culpó al invasor alienígena del fuerte tirón emocional que sentía en las entrañas. ¿Por qué venía ahora con aquello? Si ya era agua pasada…

—Lily me necesita.

Abby dio media vuelta para marcharse.

—Yo también te necesito —dijo Wes, agarrándola por el brazo.

—No, Wes, por favor.

Intentó soltarse.

Pero Wes volvió, como hacía siempre, como un mosquito pesado, y tiró de ella con más fuerza.

—Has desperdiciado los ocho últimos años de tu vida. Te has aislado de mí, de Eve y de todas tus amistades. ¿Cuándo vas a tener tu propia vida? ¿Cuándo?

—No lo sé.

—¿Y yo qué?

—Tú eres el padre del bebé. Que me marche de aquí no cambia nada en este sentido.

—Caray. Gracias. Me parece estupendo. Un donante de esperma con derechos de visita. Muchísimas gracias.

—Ya lo tenemos más que hablado. No puedo estar contigo. No puedo hacerle esto a Lily.

Los ojos de Wes centellearon de rabia. Meneó la cabeza y soltó una carcajada, pero en su expresión había algo más. Algo petulante y con doble sentido, como si tuviera un secreto que no podía esperar más tiempo a ser compartido.

—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que te parece tan divertido? —preguntó Abby, aborreciendo aquella mirada.

—Lily me besó. ¿Te contó que me besó?

Abby lo miró fijamente, clavó la mirada en aquellos ojos llenos de rabia.

—¿Y qué, Wes? No tiene importancia.

Volvió a agarrarla por el brazo.

—¿De modo que te parece bien que me besara? ¿Que su boca estuviera pegada a la mía y que nuestros cuerpos estuvieran así de cerca y que me gustara? Gustarme no, me encantó. Estábamos solos y me dije: ¿por qué no? Podría haberme acostado con ella sin ningún problema. Recordé exactamente cómo era todo por aquel entonces. Ella fue también mi primer amor. Recordé lo excitada que se ponía cuando estaba conmigo, lo fácil que era todo. Cuando me besó, pensé que tal vez debería escogerla a ella. Ella se reiría de mis bromas. Agradecería todo lo que hiciese por ella. Y lo que es más importante, no me castigaría por amarla. Pero ¿es que no lo ves, Abby? No sois intercambiables. No puedo elegir a cualquiera de las dos a boleo. Te quiero a ti. Te quiero aunque seas una bruja, aunque me vuelvas loco. Te quiero a ti. No a Lily. Y a lo mejor seguirás castigándome. A lo mejor seguirás castigándote, pero no me digas que no tiene importancia. Porque esto tiene importancia. Lo nuestro tiene importancia. Y no pienso dejarte marchar hasta que tú también lo digas.

Abby se quedó mirándolo. Wes seguía sujetándola por el brazo, presionándola. Abby lo apartó de un empujón y echó a andar por el camino de acceso, con sensación de náuseas y mareo. Necesitaba alejarse de él, alejarse de la imagen de su boca unida a la de Lily, de sus cuerpos pegados. Poco a poco, llegó a la calle, pero una repentina punzada de dolor en el abdomen estuvo a punto de tirarla al suelo. Extendió un brazo y se apoyó en un coche para mantener el equilibrio. Wes se plantó a su lado en un instante.

—¿Abby? ¿Estás bien? ¿Es el bebé?

La contracción la sorprendió y sofocó un grito.

—¡Sí! ¡Mierda! Llama a mi madre y a Lily. Quiero que estén en el hospital. Por favor, que vayan hacia allí.

—Lo haré, Abs. Te lo juro.

Wes la cogió en brazos y la transportó hasta su todoterreno. La abrazó con fuerza y le susurró lo mucho que la quería y lo mucho que iba a querer al bebé.

Abby no podía creer que Wes siguiera allí. Que después de todas las cosas tan horrorosas que ella le había dicho y le había hecho, Wes siguiera allí. Le sobrevino una nueva contracción y cerró los ojos. Agradeció casi el dolor. Deseaba decir algo, hacerle entender a Wes por qué había hecho todo lo que había hecho. Que nada de todo aquello tenía que ver con él. Pero le cogió la mano y se la apretó con todas sus fuerzas.

—No me dejes, ¿vale? ¿Verdad que no me dejarás?

—Por supuesto que no.

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