Baby doll

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38. Lily

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Respira, Abs. Ya sé que duele, pero si respiras no está tan mal. —Lily daba instrucciones a Abby, le apretaba la mano para tranquilizarla, le secaba el sudor de la frente y le daba de vez en cuando caramelos—. Eres muy valiente. Muy valiente.

La contracción pasó y Abby se echó a reír.

—Estoy en uno de los mejores hospitales del estado, con los mejores médicos y con fármacos a mi alcance que, por cierto, empezaré a exigir muy pronto… ¿Y me llamas valiente? Esto es de locos.

Lily cogió el paño húmedo y volvió a secarle la frente. Wes había ido a ver qué tal seguían Eve y Sky o, al menos, esa era la excusa que les había dado. Lily estaba segura de que Wes sabía que necesitaban estar un rato a solas. Por eso ahora estaban solo las dos, esperando por fin la llegada del bebé de Abby.

—Si me da la gana, seguiré pensando que eres una valiente. No podrás impedírmelo.

Abby sonrió, pero enseguida se puso seria.

—¿Cuando tuviste a Sky…, fue duro? ¿Cómo lo hiciste?

Lily se quedó en silencio. El día que Sky nació fue el día del renacimiento de Lily. Cuando el bebé empezó a dar patadas, Lily supo que algo estaba cambiando, no solo a nivel físico, sino también emocional. Su deseo de supervivencia fue en aumento a cada mes que pasaba. Seguía desafiando a Rick, seguía negándose a acatar alguno de sus deseos, pero su temeridad descendió. El embarazo la llevó a reevaluarlo todo. Si lo que él quería era una muñeca obediente, se convertiría en eso.

El día del nacimiento de Sky, Rick estaba en Nueva York para asistir a la conferencia anual de profesores. Las contracciones empezaron a mitad de semana, en plena noche. El dolor era abrumador. Después de once agonizantes horas, Lily rompió aguas. Recordaba aquel momento con perfecta claridad.

—El dolor no fue nada. De hecho, lo agradecí, porque sabía que ya nunca más volvería a estar sola. Empujé, grité y le dije a mi hija que estaba preparada para recibirla. Cuando aterrizó en el lecho de sábanas y toallas que había preparado, lloró a pleno pulmón. Era el primer sonido humano, aparte de la voz de él, que oía en muchísimo tiempo. Tenía una mirada inteligente, cómplice. Tal vez ahora parezca una locura, porque era un bebé minúsculo e inocente, pero supe que había nacido para ayudarme a seguir adelante.

Abby le apretó la mano a Lily.

—Tú sí que eres valiente, Lilypad. Eres jodidamente valiente.

Lily sonrió y le secó a Abby las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

—Somos gemelas. Es genético.

Se quedaron en silencio, Abby poniendo en práctica las técnicas de respiración del método Lamaze, Lily acariciándole la espalda, dándole más caramelos, guiándola.

Wes reapareció entrada la noche y se instaló al otro lado de Abby. Debería haber resultado incómodo, compartir los tres el mismo espacio, teniendo en cuenta la historia que había entre ellos. Pero Wes y Lily se turnaron para animar a Abby, para calmarla y aplacarle los nervios. Las contracciones aumentaron al amanecer y aparecieron los médicos y las enfermeras. Había llegado el momento.

Lily y Wes le dieron la mano a Abby, que tenía la respiración entrecortada y empujaba con todas sus fuerzas, gritaba y chillaba suplicando que aquello terminara de una vez por todas. Rechazó cualquier tipo de anestesia. Abby insistió en que quería tener la cabeza perfectamente clara. El bebé llegó justo cuando el sol asomaba en el horizonte. Lloró con fuerza, su cuerpecillo contorsionándose en manos de los médicos.

—Es un niño, Abby. Es un niño —anunció Lily.

Web se restregó los ojos y la sonrisa que esbozó fue tan radiante que habría podido iluminar toda la ciudad de Nueva York.

Abby miró a su hijo y Lily reconoció aquella mirada de amor abrumadora, de un amor que superaba con creces cualquier otra cosa. Comprendió que por fin volvían a ser idénticas, conectadas gracias a algo maravilloso. Ambas eran madres.

El médico depositó el recién nacido sobre el pecho de Abby. Wes se inclinó para besar al bebé. Luego besó a Abby con tanta ternura que Lily pensó que de un momento a otro se le partiría el corazón. Durante unos instantes, Lily odió a su hermana con todo su ser. Odió que Abby hubiera tenido la suerte de dar a luz a un hijo en un hospital cálido y confortable, rodeada de amor. Se odió a sí misma por odiar a su hermana. Odió el mundo en que aquel niño podía caer algún día víctima de cualquier monstruo enfermo. Pero Lily se obligó a expulsar de inmediato aquella oscuridad. Rick se la había programado en su interior, se la había ido metiendo día tras día. Pero ahora todo dependía de ella: dejar que aquellos sentimientos se apoderaran de ella o luchar para mantenerlos a raya.

Besó a Abby y besó al bebé. Estrechó en un rápido abrazo a Wes para darle la enhorabuena y salió de la habitación. Les dijo a los dos que iba a ver a Eve, a darle la noticia de que acababa de tener un nieto sano y precioso. Pero, en realidad, Lily necesitaba poner distancia. Necesitaba ver a Sky, recordarse todos los avances que habían hecho. Abby, Wes y su bebé eran ahora una familia. Los celos seguían allí, pero lucharía para superarlos. Ella tenía a Sky. Sky era su familia. Y con eso era suficiente. Tenía que ser suficiente.

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