Baby doll

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39. Abby

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Era real. Tres kilos trescientos y con un par de pulmones capaces de romper la barrera del sonido. No era un invasor alienígena. Ya no. Era de lo más real y tan precioso que Abby casi no podía soportarlo. No quería quererlo. Se había esforzado por no quererlo. La vida sería más fácil si no lo quería. La vida sería más fácil si nunca más volvía a querer a nadie.

Pero estaba allí y era… perfecto. Deditos de los pies minúsculos. Deditos de las manos minúsculos. Uñas en miniatura. Ojos grises y brillantes como los de Wes y una mata de pelo rubio. Se sentía como una loca, no podía parar de llorar. No mentían los que decían que las hormonas eran capaces de descontrolar a cualquiera. Estaba hecha un caos.

Había entrado su madre y no había parado de dedicarle «ooohs» y «aaahs» a su nieto, pero luego se había marchado con Lily y Sky, no sin antes prometerle que volvería por la mañana. Abby se sintió aliviada cuando se marcharon todos. Deseaba poder pasar un rato a solas con su bebé.

Aunque eso no era del todo cierto. Deseaba poder pasar un rato a solas con Wes y el bebé de los dos. Wes no se había separado de su lado y en aquel momento estaba sentado con ella en la cama, sus brazos rozándose, contemplando a su hijo. A Abby le costaba creer que se le hubiera pasado en algún momento por la cabeza dar a su hijo. Solo pensar en separarse un segundo de él le parecía imposible. Solo pensar que pudiera sucederle algo era lo más terrible que podía llegar a imaginarse.

—¿Qué nombre le ponemos? —preguntó Wes, acariciándole la espalda a Abby.

Ella, por instinto, se recostó contra su brazo. Le dolía la espalda y aquel movimiento lento y repetitivo resultaba relajante.

—Había pensado en David Joseph. Como nuestros padres.

Wes miró al recién nacido, sus manitas cerradas en puños. Le dio un beso tierno, como si quisiera bendecirlo con ello.

—Pues David Joseph será.

Abby pensó en lo orgulloso que se habría sentido su padre. Habría corrido por los pasillos para anunciar a sus colegas, a todos los médicos y enfermeras que se cruzara, que acababa de tener un nieto y luego se habría hartado de hacerle fotos y de publicarlas en las redes sociales para que todo el mundo lo viera. Le habría encantado ser abuelo. Abby cerró los ojos para intentar combatir la tristeza que se había apoderado de ella. Wes se acercó un poco más a ella.

—Quiero que David tengo lo que yo nunca tuve. Quiero que tenga una familia. Podemos hacerlo, Abby. Sé que podemos. Podemos alejarnos de toda la mierda, todo el dolor y toda la tristeza que Rick Hanson ha provocado y podemos ser felices.

David empezó a llorar, como si quisiera demostrar que estaba de acuerdo. Abby se giró hacia Wes y se quedó mirándolo, buscando y encontrando lo que había echado de menos todos aquellos años. Había estado ciega y había ignorado su devoción, la devoción total y absoluta que Wes sentía por ella. Wes la quería. ¿Por qué no se habría dado cuenta? La quería. Abby se acercó a él y lo besó. Era una locura, pero a lo mejor Wes tenía razón. A lo mejor podían ser felices. «He probado ya de todo —se dijo—. ¿Por qué demonios no probar esto?».

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