Baby doll

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41. Rick

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Rick siguió haciendo abdominales, intentando fingir que estaba concentrado en sus ejercicios. El patio estaba vacío y por fin se había quedado a solas con Angela. Ella mantenía una distancia profesional, pero no le quitaba los ojos de encima. Se acercó un poco más a Rick cuando este se puso a levantar pesas.

—¿Estás bien? —le preguntó Rick.

—Sí. Estoy bien —respondió Angela, intentando, sin éxito, disimular el temblor de su voz.

Mierda. Rick sabía que estaba inquieta. Aquella semana, con todo el papeleo del traslado, no habían pasado suficiente tiempo juntos. Tendría que solucionar el tema antes de que ella se enfriara.

—Si te lo has pensado mejor, dímelo. Lo entenderé.

—No, qué va. Pero…

—Es normal que estés asustada —dijo Rick.

—No estoy asustada —replicó Angela. Intentó reír, pero le salió una risa rara—. Bueno, tal vez un poco.

—Tal y como está elaborado el plan, no tenemos nada de qué preocuparnos. Todo está a punto, ¿no? En cuanto quede dictada la sentencia, me trasladarán. Tu primo no puede retrasarse.

—Brian no nos defraudará —aseguró ella.

—¿Tiene las armas?

Angela asintió.

—Brian lo tiene todo arreglado.

—¿Y el dinero? —preguntó Rick.

—Estaba en la caja fuerte, tal y como dijiste. En cuanto le entregue a Brian su parte, nos quedarán cerca de sesenta de los grandes.

Rick se alegraba de haber ahorrado dinero para cuando llegaran tiempos de vacas flacas. Missy estaba tan acostumbrada a que mamá y papá manejaran el dinero que había dejado en manos de Rick gestionarlo todo. Lo cual había jugado a su favor. Había ido desviando un pequeño porcentaje de todo lo que ganaban y había gastado parte de ello en Lily, aunque sin dejar nunca de ahorrar, por si acaso. Era una suerte que hubiera pensado en el futuro. El único factor desconocido en el plan de Rick era la tercera parte: Brian, el primo de Angela, un exconvicto con una lista interminable de delitos. Iba a estamparse contra el vehículo que transportaría a Rick a la cárcel, obligaría a salir a los guardias y conduciría a Rick hasta una cabaña de caza que la familia de Angela tenía en las montañas. Pasarían unos meses escondidos allí y, en cuanto la cosa se hubiera enfriado, huirían a México. Rick aún no había decidido si sería más fácil librarse de Brian y Angela antes, aunque siempre podía improvisar. La verdad era que Angela no le molestaba. Lo que fallaba en el aspecto lo compensaba con el entusiasmo. Como mínimo, la mantendría hasta encontrar una sustituta adecuada.

Observó a Angela atentamente.

—Lo has hecho muy bien. Me siento orgulloso de ti.

El refuerzo positivo era crucial en esta fase. Necesitaba que Angela se sintiese valorada y respetada. Era evidente que las palabras de ánimo siempre funcionaban con ella.

—Está todo a punto, Ricky.

Lo de «Ricky» era algo que no tenía aún controlado, pero se obligó a no corregirla. Terminó los ejercicios y se acercó a Angela para que volviera a esposarlo.

—Ang, me muero de ganas de poder abrazarte. Me muero de ganas de poder estar juntos sin barrotes ni esposas. Lo sabes, ¿verdad?

Rick sabía que ella quería creerlo. Que se imaginaba una vida con un hombre como él, con alguien que la aligerara de todas sus cargas. Cualquier mujer racional habría pensado en todas las cosas de las que estaba acusado Rick, en todas las cosas de las que se había declarado culpable. Le habría formulado preguntas sobre sus crímenes. Habría querido respuestas. Pero Angela no era racional. Era una mujer inculta, sola e insatisfecha que únicamente esperaba ser salvada.

Lo acompañó de nuevo y abrió la reja que le conduciría a la celda donde pasaría una última noche. Mientras caminaban por el oscuro pasillo, Rick le susurró:

—Te quiero, Angela. No lo olvides.

Angela titubeó. Rick había reservado la artillería pesada para este momento. Deseaba que aquellas palabras resonaran en los oídos de ella, que las recordara en el caso de que albergara dudas.

—No te defraudaré.

Angela aceleró el paso, abrió la puerta de la celda y dejó de nuevo solo a Rick. Rick no quiso sentarse. No en aquel momento. Inició un combate de boxeo con su propia sombra y empezó a pensar en el dictamen del día siguiente y en su inminente libertad.

Después de la traición de Lily, Rick comprendió que no podía quedarse sentado de brazos cruzados a la espera de un indulto. Había pensado en fugarse, tal vez en tomar un carcelero como rehén, pero en todos los escenarios que se había planteado acababa muerto. Había llegado a la conclusión de que Angela era la persona perfecta para sacarlo de aquel infierno. Al final había habido sexo. Las duchas eran un lugar conveniente y, aunque de entrada lo había temido, lo cierto era que no había estado tan mal (procurando mantener en todo momento los ojos cerrados).

Fue durante uno de esos encuentros que puso en marcha la Fase Uno del Plan. Angela jadeaba todavía cuando Rick le dijo que aquello no podía seguir. Que era la última vez.

—Por favor, Rick. No digas eso, por favor. Lo único que me permite seguir adelante es estar contigo.

—Angie, nunca saldré en libertad. En cuanto se dicte sentencia, me transferirán a una prisión de máxima seguridad. No podrás ni visitarme ni escribirme, si es que quieres conservar tu puesto. No podrás hacer nada.

—¿Y si pudiera?

Rick supo en aquel instante que era un genio. Lo único que tenía que hacer era orquestar un plan y asegurarse de que Angela no la pifiaba. Confiar los detalles a otra persona era lo más complicado, sobre todo teniendo en cuenta que esa persona había colgado los libros en el instituto. Pero no le quedaba otro remedio. Mientras Angela lo preparaba todo fuera, Rick hizo todo lo posible para ralentizar el proceso judicial, lo cual resultó más sencillo de lo que se imaginaba. Interpuso todo tipo de exigencias estrafalarias, despidió a dos abogados y presentó una petición para solicitar representarse a sí mismo. Pero no era más que una cortina de humo. En cuanto Angela lo tuvo todo a punto, accedió por fin a una sentencia sin juicio.

Su atareado abogado de oficio —un veinteañero de pelo grasiento que utilizaba aquello para llenar currículum— no pudo disimular su alivio.

—Es el mejor resultado posible.

Rick se mostró de acuerdo con él, porque ¿qué iba a decirle si no, «Voy a fugarme. Que te jodan»?

No, aceptar la sentencia era su única elección. Y todo por culpa de la traición de Lily.

Pensaba en ella cada día. En todas las horas que habían pasado juntos riendo, leyendo y escuchando música. En los ratos que pasaba cepillándole el pelo, en cómo se reía de sus chistes, en su forma complaciente de acceder a todos sus deseos sexuales. No había superado aún el alcance de su engaño.

Por eso, de entrada, lo primero que había decidido hacer cuando escapara de allí era castigar a Lily. Asesinar no era lo suyo. A él le gustaban vivas, le gustaba el reto de castigar a las mujeres hasta llevarlas al límite y luego recuperarlas. Pero Lily se merecía pagar por lo que había hecho. Era incuestionable.

Mataría a toda su familia, empezando por la madre, siguiendo con la mala puta de su hermana y luego con Sky. Obligaría a Lily a presenciarlo y luego la mataría a ella. Era el castigo adecuado.

Pero cuanto más trabajaba Rick en los detalles, más comprendía que acercarse a Lily o a su familia justo después de la huida lo devolvería directamente a la cárcel. No, la mejor opción era esfumarse y esperar a que la situación se enfriara. Luego volvería a por ella, en cuestión de meses, o años, cuando ella ya se sintiera tranquila. En cierto sentido, aquella alternativa era aún mejor. Lily se despertaría a diario preguntándose dónde estaría Rick. Estaría siempre mirando por encima del hombro. Seguiría siendo suya. Siempre sería suya.

En el transcurso de los últimos meses había cometido muchos errores, errores con los que tendría que convivir. Pero estaba volviendo al buen camino. Tenía unas ganas inmensas de beberse una cerveza fría, de tumbarse al sol con buena música de fondo. Encontraría una chica nueva encantadora, mucho mejor que Lily, una chica que apreciara todo lo que un hombre como él podía ofrecerle. Sonrió, y por fin empezó a sentirse cansado. Se dejó caer en el camastro y cerró los ojos, preparándose para una noche de sueño reparador. En poquísimas horas, aquel lugar sería un recuerdo lejano. «Libertad, allá voy».

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