BEGIN

BEGIN


39 – LOS CRUDOS NÚMEROS

Página 49 de 73

39 – LOS CRUDOS NÚMEROS

Mayo, 2017

Javier estaba desolado.

Tras la experiencia de su viaje al mundo de 1982 se había dado cuenta de que no todo sería tan sencillo. Realmente, todo había salido a pedir de boca. Ya tenía tres cuentas corrientes abiertas en Madrid con dinero suficiente para poder moverse allí sin problemas, y otras dos más en Londres. Las de Madrid tenían dinero para la maniobra más a corto plazo, pero las londinenses sí tenían una cantidad apreciable de dinero, más de un millón de libras esterlinas cada una, en total unos quinientos cincuenta millones de pesetas de la época, que estaban ya invertidos en valores convenientes. Allí seguirían unas semanas más hasta que el «sistema chartista» de Javier diera la correspondiente señal de «Stop», o sea, un día antes de que terminara la subida abrupta de la cotización del valor y comenzara inevitablemente a despeñarse. A él le bastaba con mirar el historial de cotización para saber el momento más adecuado para entrar o salir.

¡Así, cualquiera!, pensó. Desde luego era un sistema muy poco deportivo de ganar dinero, pero el fin justificaba los medios, pues él usaría sus fondos no para enriquecerse hasta límites impúdicos, como venía siendo lo habitual, sino para cambiar un sistema que estaba podrido hasta el tuétano.

Al llegar de nuevo al tranquilo Logroño del siglo XXI, tras anotar cuidadosamente cómo estaba la situación hasta el momento, Javier comenzó a apuntar cuáles serían los siguientes pasos.

Debía adquirir los ocho apartamentos en las ocho ciudades que había seleccionado, apartamentos que luego se adquiriría a sí mismo en el futuro… no, que ya había comprado, en realidad. Era evidente para él: los tiempos verbales de los idiomas humanos no eran adecuados para tratar con las paradojas del viaje en el tiempo. Conocía bien la fecha en que los habían adquirido las empresas patrimoniales que a su vez se los habían vendido a él. Ese dato constaba en las escrituras de compraventa, por lo que tenía un esquema temporal que cumplir. Las empresas debían estar constituidas con cierta antelación a la compra, así que éste era el primer paso: crear las empresas patrimoniales que necesitaba y dotarlas de los recursos y la estructura para hacer su función.

Comprobó cuál sería el primero que debería adquirir… en la Dreikönigstrasse de Zurich, en marzo de 1984, y los siguientes serían en Milán, en Via Torino, y en Nueva York, en la Avenida Madison, ambos en julio de ese mismo 1984… tenía más de un año, de los de 1982, para consolidar el patrimonio, crear las empresas, financiarlas y encargar a las agencias inmobiliarias de cada ciudad la búsqueda de cierto apartamento concreto que debería ser necesariamente adquirido al precio que fuera, aunque eso no deberían saberlo ellos, naturalmente.

Todo esto no le preocupaba demasiado. Su dinero, invertido en valores que lo harían crecer, le daría para comprarlos sin inconveniente alguno. Hasta aquí no había problema.

También debía procurarse personalidades nuevas, no de personas reales fallecidas como hasta ahora, lo que a principios de los ochenta, con los escasos medios informáticos existentes, podía ser factible, pero a partir de los noventa ese método se convertiría en completamente inviable. Cómo conseguir esto no lo tenía claro aún. Tenía ciertas ideas, pero entre ellas no estaba el recurso típico de las películas de espías: utilizar los servicios de un falsificador profesional. Eso quedaba totalmente descartado. Normalmente los falsificadores de pasaportes no se anunciaban en las páginas amarillas, y además se imaginaba que muchos de ellos estarían en comunicación con la policía, o con los servicios de espionaje o de contraespionaje o con quien fuera, y eso no lo podía permitir. Él no haría nada de eso: sus documentos tenían que ser originales, perfectamente válidos y legales. Como esto todavía no le apremiaba, dejó esta parte inconclusa de momento y se centró en planificar los movimientos de dinero que debería hacer para conseguir la suma que calculaba que le haría falta.

Preparó una simulación informática para averiguar a cuánto podría llegar su capital aprovechando las subidas y, a partir de cierto momento, también las bajadas de los valores, considerando que no debía nunca agotar el potencial de subida o bajada de cada fase. Javier conocía muy bien el viejo aforismo bursátil: «el último euro, que lo gane el vecino». También debería fallar de vez en cuando y perder dinero, o no aprovechar algún movimiento obvio y muy rentable. No sólo debía incrementar su patrimonio, también debía evitar sospechas, o al menos demasiadas sospechas sobre su suerte, su habilidad o su misterioso e infalible «método chartista».

Esto no era nada sencillo de realizar. Tenía a su disposición una enorme cantidad de información de cotizaciones, volúmenes de negociación y otros muchos datos, pero aun así necesitó de dos días de intenso trabajo en la soledad de su piso logroñés para llegar finalmente a una conclusión. Fue planificando las cantidades a invertir en qué valor, cuándo entrar y cuándo salir, expresando las ganancias obtenidas que engrosaban el saldo, que a su vez era invertido en otro valor, y luego en otro y otro… todo lo iba calculando con una hoja electrónica que cada vez era más grande e inmanejable, pero al final llegó a «su» resultado, a una conclusión. Una conclusión irrebatible.

No era suficiente.

Sí, el monto total sería gigantesco, escalofriante, con toda probabilidad le convertiría en la persona más asquerosamente rica del mundo… No era suficiente. Si quería cambiar el mundo necesitaba más. Mucho más, quizás veinte, treinta veces más. O cuarenta. Una cantidad gigantesca, abrumadora, colosal, nunca vista. Una cantidad de dinero para la que se acababan los adjetivos.

Ahora estaba claro. Él había calculado inicialmente que empezando en 1982 con un par de millones de libras, lo que en la época eran unos cuatro millones de dólares y, contando con el efecto exponencial que tendrían sus ganancias sobre esa cantidad inicial, 35 años más tarde podían alcanzar una cifra vertiginosa… y lo era, pero no lo bastante vertiginosa. No había contado con los volúmenes de acciones intercambiadas en cada sesión, y eso le había desbaratado buena parte del plan. En efecto, él sabía que las acciones de la compañía XYZ iban a subir un 30% en tres días concretos en el Mercado de Valores de Londres, porque estaba registrado con pelos y señales en el correspondiente boletín, y podría comprarlas y venderlas en los momentos adecuados para recoger buena parte de esa subida, digamos un 25%. Pero con lo que no había contado era con que no podía comprar todas las acciones que quisiera.

Junto con la información de precios de la acción, mínimo y máximo de la sesión, el de apertura y el de cierre, también aparecía en dicho boletín cuál había sido el volumen de acciones intercambiado en la jornada. Si se habían intercambiado, por ejemplo, 500000 acciones en total, ¡él no podría comprar tres millones de acciones aunque tuviera el dinero para ello!, porque ese día sólo se había negociado medio millón. Y debía considerar además que no podría acaparar completamente el mercado. Sus órdenes deberían competir con las de otros operadores, limitando más aún el volumen de acciones a comprar, digamos a 200000 en este caso.

Ahora, en esta simulación sí había tenido en cuenta esta limitación… y la cantidad final se había desplomado. Mucho.

Resultaba evidente. Para poder llegar a la cantidad final que deseaba debería incrementar muchísimo la base, es decir, el volumen inicial con que comenzar su juego en 1982 o 1983. Necesitaba mucho más dinero para empezar. Con ello podría abarcar más, acceder a más oportunidades y diversificar más sus activos de inversión. Por ejemplo, podría participar alegremente en la «Tormenta Monetaria» que hizo saltar por los aires el SME, el Sistema Monetario Europeo, en septiembre de 1992, cosa que no había previsto inicialmente. O invertir en divisas, incluso en materias primas… Esto último le repugnaba, ciertamente, pero si decidía hacerlo ya lo habría hecho en su día y las posibles consecuencias de estas acciones ya habrían tenido lugar.

La cruda realidad es que necesitaba más dinero, bastante más… pero eso representaba un problema. Un problema importante. No quería repetir el truco de los diamantes. Había salido bien una vez, pero no creía que pudiera repetirlo muchas más veces. Levantaría sospechas, muchas sospechas, tanto en 2017 como en los años ochenta. No podía aparecer continuamente con remesas de diamantes para vender en 1980, ni menos aún podía comprar más y más diamantes en su época, por mucho dinero que tuviera. En cuanto al oro, podía llevarse los lingotes, a pesar de lo que pesaban, pero al final el problema sería el mismo, o peor.

No. Había que buscar otro medio. Otro diferente.

Javier estaba desolado, porque no veía qué método podría ser ése. Llevaba pensando ya unos días y, por muchas vueltas que le daba, no encontraba un método lícito de hacerse con tanto dinero en los años ochenta. Sólo una cosa tenía clara. No lo robaría. Jamás. De eso estaba absolutamente seguro. No robaría a nadie, por muy repugnante e inmoral que fuera el personaje o el banco o lo que fuera, y por mucho que se lo mereciera. Nunca. A nadie.

Javier no era un ladrón, ni siquiera uno del tipo justiciero al estilo de Robin Hood. Él no robaría nada. Jamás. Si lo hiciera una vez, una sola vez, ya no podría volver a mirarse en el espejo.

Ir a la siguiente página

Report Page