Azul

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—Capitán Drake, la señorita de Castella, no abandona su casa bajo ninguna circunstancia, no habla con nadie, que no haya sido aprobado por su tía, y desde luego si alguien tiene esa fortuna, doña Amelia siempre estará presente durante cualquier conversación. Puedo afirmar que hasta hace un par de horas, yo era el único hombre que había cruzado palabra con ella. Ni siquiera los criados hombres o mujeres en su casa tienen permiso de dirigirle la palabra. Ella solamente habla con su tía Amelia y con una mujer negra que ha sido puesta para su cuidado desde el día en que arribó a Jamaica hace tres años.

—Entiendo.

Por supuesto que él no lo entendía. Un incontrolable deseo de cortarle el cuello a esa mujer llamada Amelia, se le incrustó en la cabeza. ¿Cómo podía aislar de esa manera tan cruel a una joven?. ¿Cómo era posible que tuviera la sangre fría para consumir la existencia jovial de la muchacha, siendo su única pariente?. Ahora, a él le quedaba muy claro la fuente de aquella repentina actitud de sometimiento que Fátima adoptaba en ciertos instantes. De esa tristeza que apagaba el resplandor de su mirada.

Una nueva conclusión le golpeó, ¿sería tal vez que Fátima estaba destinada para alguien en especial?. Esa simple conjetura le heló la sangre. ¿Quién podría desear un mueble con forma de mujer?. Ciertamente había muchos hombres que a eso aspiraban, a una hembra que cumpliera sus funciones y que no interfiriera, que existiera pero sin vivir del todo. Él no era uno de esos, pensó Oliver bullendo en una extraña mezcla de rabia y aflicción.

Para su mala suerte, el desabrido doctor Parker no estaba ayudando a disminuir la ofuscación que el joven pirata experimentaba, Oliver habría querido dejar escapar un poco de esa rabia que le había brotado de alguna parte en su interior, pero tuvo que contenerse y optar por batirse en retirada. Se puso de pie con un movimiento brusco que casi tira la silla y se aproximó a la puerta. Tenía que salir de ahí, o sería el doctor quien pagara las consecuencias de su volátil estado de ánimo.

—Capitán Drake... —Oliver se detuvo y se volvió hacia el doctor— ¿Acepta mi propuesta?.

—Desde luego, pero le advierto que mi silencio tiene un costo y usted desde este momento queda en deuda conmigo.

El tono de la voz grave de Oliver, le heló la sangre al doctor Parker y le puso los pelos de punta.

Y con pasos severos, Oliver se marchó.

Fátima e Índigo pasaron todo el día esperando que el médico se apareciera por la casa pero no sucedió; y al caer la noche la nana y ella se sintieron aliviadas. Pero, no solamente fue alivio lo que Fátima sentía, también la había invadido la desilusión. Tenía la absurda esperanza de que Oliver hubiera intentado visitarla más tarde, pero él nunca llegó.

Ella estaba segura de que había vislumbrado en sus ojos verdes una chispa especial, una emoción distinta a la que ella veía en los rostros de las personas que la rodeaban. Sus ojos se volvían más brillantes y velados cuando posaba la mirada en ella, y su voz que sonaba como el trueno, se dulcificaba cuando hablaba con ella. Definitivamente era una extraña combinación de fuerza y ternura que no se ajustaban al perfil de un pirata sanguinario. Él era diferente. Tal vez pirata, posiblemente sanguinario, acaso justo, o por ventura solamente un hombre extraordinario.

Si, él era un hombre extraordinario. Y el recuerdo de ese hombre extraordinario le estaba carcomiendo el corazón. Ella nunca imaginó que llegaría el momento en que un hombre pudiera inyectársele en las venas y transformarla en un volcán que experimentaba la urgencia horrible de hacer erupción.

El manto nocturno se había desplegado por todo el cielo, y Fátima estaba de pie en el balcón de su alcoba contemplando como la imagen de aquel pirata emergía a babor y a estribor de los arbustos, dibujándose en cada gota de luna que se derramaba sobre el jardín. Lo vio recargado en el tronco de un árbol, sentado en la banca del jardín, caminando por entre los rosales, la silueta de Oliver se apoderó de la noche y de sus pensamientos; cada sombra delineaba su arquitectónica figura de maneras distintas, en circunstancias diferentes, pero ninguna sobrevivía a más de un parpadeo, y cada visión se ahogaba en el oleaje de la noche.

Después de la plática que había sostenido con el doctor Parker, Oliver había montado su caballo y se había dirigido al muelle, a donde estaba anclado su galeón. Abordó el Cerulean y se encerró en su cabina. Necesitaba estar solo, tenía que pensar, debía aclararse el enredo de emociones en las que se encontraba.

Ya entrada la noche salió de su cabina, bajó al muelle y montó su caballo. Se encaminó a todo galope hacia la casa donde vivía Fátima. Ató las riendas a una de las palmeras y se aceró a hurtadillas a la mansión, trepó por el cancel lateral y se introdujo en la casona. Caminó por entre los rosales tratando de ubicar cual sería la habitación de ella. No perdió mucho tiempo averiguándolo, ella apareció en el balcón de la alcoba. Su habitación tenía vista directa sobre el jardín. Ella no había cambiado la ropa que seguramente usó durante la cena, su vestido era de una tonalidad clara y con un escote en ojal que dejaba ver la palidez de sus hombros y sugería la curva de su pecho. Oliver casi se ahoga. Ella llevaba el cabello sujeto en un moño con algunos caireles que le caían sobre los hombros, tenía los brazos apoyados sobre el barandal de cantera y su mirada estaba puesta en alguna parte del horizonte. Oliver tuvo que sentarse en la banca más cercana. El corazón le latía tan aprisa que pensó que le estallarían los oídos. Oliver no podía creer su suerte. Estaba tan cerca de ella.

Camuflado por las sombras nocturnas, se movió hacia un árbol y se recargó en el tronco. Él necesitaba apoyarse en algún lado, de lo contrario podría perder la fuerza ante ese espectáculo extraordinario de mujer, luna y noche. Él estaba seguro de que ella no había notado su presencia, ella no hizo ningún movimiento extraño o alguna señal que le indicara que ella lo estaba observando. Y así permaneció, contemplándola a la distancia, mientras su cuerpo escenificaba todo un motín. El deseo lo estaba consumiendo, y tal era su necesidad de ella, que por primera vez, le estaba causando dolor.

Oliver analizó el camino más directo hacia la habitación de ella. Tendría que escalar la pared ayudándose de las cornisas y los balcones, aunque también podría utilizar un garfio y una cuerda, pero eso sería muy ruidoso. Tal vez si trepara por la enramada lograra llegar hasta el balcón de la alcoba de ella, y luego ya se las ingeniaría para abrir la puerta sin hacer ruido.

No, pensó.

Esta noche no era la indicada.

Ella regresó al interior de la habitación, apagó las velas y volvió al balcón, se sentó en el piso, recargando la espalda en una esquina del barandal de cantera y así permaneció largo rato.

¿En qué estaría pensando ella?. ¿En

quién estará pensando ella?. ¿En él?. Si era verdad lo que él doctor Parker le había revelado, entonces Oliver tenía la certeza de que así era. Ella suspiró y él por un segundo olvidó como respirar. ¿Su simple suspiro le arrebataba el aire?. ¿Qué poder místico poseía esa mujer que lo estaba convirtiendo en un... en un... hombre enamorado?. No, eso no podría ser, él nunca se había negado a la posibilidad de amar, pero así, tan sorpresivo, tan inesperado, no era verosímil. ¿O sí?.

Las mujeres que habían desfilado en su vida, no ocupaban su memoria más de los minutos que se requerían para darle a su cuerpo la liberación que necesitaba, después de eso, solamente eran rostros en una lista de posibilidades para encuentros casuales, furtivos o simples caprichos y apuestas. Sin embargo, con esta delicada mujer no era así.

Ella le había contagiado sus emociones, y se sentía impelido a protegerla después de escuchar los comentarios del doctor. Y el simple hecho de verla o tocarla, lo sumergía en una vorágine de desesperación que apenas lograba controlar, como si estuviera envuelto en una batalla encarnizada contra sí mismo, entre abalanzarse sobre ella y hacerle el amor hasta que perdiera la razón, o, correr el riesgo de enloquecer al negarse la oportunidad de tenerla a su lado. Nunca antes siquiera había imaginado la posibilidad de considerar como parte suya a una mujer, y sin embargo él la quería a ella, la reclamaba a ella. Y era por ella que se había agazapado durante horas fuera de su casa, y luego se había introducido a la mansión por la noche, y finalmente había estado de pie durante nadie sabe cuánto tiempo, oculto bajo el follaje de un árbol; observándola y muriéndose de ganas de poder abrazarla y transformarla en parte suya, convertirla no solo en su propiedad, sino también en su propietaria.

¡Que revelación más inesperada!...

Si, él sentía la imperiosa necesidad de pertenecerle precisa y únicamente a ella.

¿Sabría ella

todo lo que había engendrado dentro de él?.

Ella no dejaba de pensar en él, recordaba con todo detalle la presión de sus brazos alrededor de su cuerpo, su aroma, su calor abrazador que la consumía, la suavidad de su piel cuando tocó su pecho, y la extrañamente intensa tonalidad de sus ojos verdes. Se preguntó qué estaría haciendo él en este momento, tal vez era ya un hombre comprometido, aunque esa posibilidad no le parecía muy acertada, él era un pirata, ninguna mujer se atrevería a enredarse con un hombre que cargara acuestas semejante reputación.

¿O sí?.

Ella lo haría y... Y seguramente otro puñado de mujeres también. Él era insólitamente atractivo. Él es un marino. Él le pertenecía a cualquier mujer que lo reclamara y a ninguna que él no deseara. Ella suspiró. Para su gran fortuna, él no volvería a cruzarse en su camino, y de alguna forma eso le proporcionó una minúscula partícula de serenidad. ¿En realidad eso era lo que ella deseaba, no volverlo a ver nunca?. No pudo responderse.

Fátima optó por irse a la cama, si continuaba deliberando sobre las posibilidades, seguramente pasaría la noche entera soñando despierta con un hermoso dragón de ojos verdes. Y ella estaba consciente de que los dragones, no existen.

Sería tal vez cerca de media noche cuando ella entró en su alcoba y cerró la puerta del balcón. Oliver, aún permaneció durante largo rato ahí, de pie, apoyado en el tronco del árbol, un poco atolondrado y maldiciéndose por la facilidad con que esa mujer lo había vencido, sin siquiera haberse colado en su cama.

Más tarde, mucho más tarde, cuando se hubo asegurado de que ella no saldría de nuevo al balcón, él volvió a escalar el muro que bordeaba el jardín y montó su semental, a todo galope se encaminó al muelle y se refugió en la soledad de su cabina a bordo del Cerulean.

Ninguno de los marinos que estaba de guardia en la cubierta del barco, se atrevieron a dirigirle más palabras que el obligado saludo. El capitán estaba de un humor tambaleante, y eso no era bueno para la salud de ninguno de ellos, por lo tanto era mejor mantener la distancia hasta que su estado de ánimo mejorara o hasta que él mismo los obligara a interactuar con él.

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