Aurora

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2. Tierra a la vista

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—Creo que se le olvidó comer. Ya sabes que no es la primera vez. Así que, bueno, nos necesita. Tan solo nos quedan tres años para llegar a Planeta E. Pronto será hora de entrar en órbita y empezar a explorar el lugar. Así que ya imaginarás que trabajará más duro que nunca. Y te echa de menos.

—Eso lo dudo.

—No, en serio. Aunque no se tome la molestia ni el tiempo de saberlo. Puedo verlo en ella. Así que creo que vamos a tener que estar más presentes para ayudarla. —Miró a los ojos a Freya, su rostro marcado por la preocupación—. ¿Lo entiendes? Creo que ahora es nuestro deber. Es lo que podemos hacer por la nave.

Freya lanzó un suspiro que pareció indicar lo poco que le gustaba ese hecho. Había estado disfrutando de su vida en su extenso peregrinaje. Muchos decían que ostentaba un puesto en la nave como el que había ostentado su madre una generación atrás. A menudo comentaban que estaba madurando. La gente la quería, al menos la mayoría. Y su madre, no. O no lo demostraba. Por eso no parecía feliz.

—De acuerdo —dijo, los labios prietos—. Veré qué está pasando.

Badim la abrazó.

—No será para siempre —aseguró—. Ni siquiera será una larga temporada. Las cosas van a cambiar.

Así fue cómo recorrieron juntos el angosto camino a través del bosque que separaba la parada del tranvía al oeste de Nueva Escocia hasta el Fetch.

Badim podía ver lo nerviosa que estaba Freya, así que sugirió ir al muelle por la cornisa, desde donde podrían contemplar Long Pond cuan largo era, además de buena parte de su mundo, tan familiar para ambos, bañado ahora por la suave luz de una tarde de finales de otoño. Eso hicieron, y Freya lanzó una exclamación al verlo; el bosque le parecía más denso, con la mezcla boreal que en la Tierra envuelve todo el hemisferio septentrional de una franja verde oscuro y que cubre más terreno que cualquier otro ecosistema. Y el Fetch parecía inmenso y atestado, una ciudad de verdad, con más gente de la cuenta, con demasiadas ventanas y edificios de sobra.

Devi preparaba la cena cuando entraron. Vio a Freya y lanzó un gritito de sorpresa, antes de volverse hacia Badim.

—He venido a echar una mano —anunció Freya, que lloró cuando se abrazaron. Tuvo que agacharse un poco para hacerlo; su madre parecía haber encogido en el tiempo que llevaba fuera. Tres años es mucho en cuanto a plazos humanos se refiere.

Devi se apartó para mirarla bien.

—Bueno —dijo, secándose las lágrimas—. No está mal porque me conviene un poco de ayuda. Estoy segura de que tu padre te lo habrá contado.

—Ambos echaremos una mano. Aterrizaremos juntos.

—¡Aterrizar! —Devi rio—. ¡Vaya palabra! ¡Qué concepto!

Badim dijo lo mismo que solía decir, hablando como un pirata:

—¡Tierra a la vista!

Y era verdad que en las pantallas que mostraban la vista a proa de la nave había una estrella muy, muy brillante, con una luz penetrante en la negrura espacial, demasiado para mirarla directamente sin filtro, y con los filtros aplicados podía distinguirse que era un disco pequeño, lo cual la convertía en una estrella mucho mayor que cualquier otra.

Tau Ceti. Su nuevo sol.

Después de eso, Freya volvió a salir de nuevo con Devi, acompañándola en sus viajes. Sus comportamientos ya no correspondían a los propios de una niña que va a remolque, sino a una especie de ayudante personal, estudiante o aprendiz. Badim lo llamaba aprendizaje en la sombra, y decía que era algo muy común, de hecho seguramente el método principal de enseñanza a bordo, más efectivo que lo que hacían en talleres y escuelas.

Freya ayudó a Devi en todo cuanto pudo, y escuchó sus palabras todo el tiempo que fue capaz de concentrarse, pero estaba claro que se distraía cuando Devi se extendía demasiado. Las jornadas de Devi eran largas y tenía la habilidad de prestar siempre atención a algo durante el tiempo que aguantase despierta. Y disfrutaba del trabajo.

El aspecto físico de su trabajo consistía principalmente en la lectura de pantallas y en hablar con gente acerca de lo que descubría. Hojas de datos, gráficas, planos, diagramas, esquemas, diagramas de flujo… Devi las inspeccionaba con gran intensidad, a veces con la punta de la nariz tan cerca que dejaba una marca en la pantalla. Podía pasarse horas viendo cosas a escala nanométrica, donde todo lo que figuraba en pantalla era gris, traslúcido y ligeramente tembloroso. A Freya le parecía imposible que no acabara con un fuerte dolor de cabeza.

Devi solo pasaba una pequeña proporción del tiempo inspeccionando maquinaria real, cultivos de verdad, rostros de carne y hueso. Era en estos momentos cuando Freya podía serle de más ayuda; Devi no estaba al cien por cien físicamente, de modo que Freya podía ir a buscarle cosas, recogerlas y llevarlas a cuestas. Llevar las bolsas de Devi, por ejemplo.

Devi reparó en lo que Freya prefería hacer, y dijo que Freya había estado disfrutando más de su vida antes de volver a casa. Torció el gesto cuando lo dijo, pero, tal como añadió a Freya, no había nada que ella pudiese hacer al respecto. Si Freya iba a ayudarla, a seguir sus pasos, esa era su vida. El trabajo de Devi consistía en eso, y no había forma de cambiarlo.

—Lo sé —dijo Freya.

—Vamos, hoy toca la granja —anunció una mañana Devi—. Te gustará.

La granja de Nueva Escocia englobaba en realidad varias fincas repartidas por todo el bosque del bioma. La mayor parcela, el lugar al que se dirigían, estaba dedicado al cultivo de trigo y hortalizas. Allí Devi se dedicó principalmente a inspeccionar los navegadores de la gente mientras conversaban con ella, pero también salió a caminar por los cultivos y a inspeccionar plantaciones individuales y elementos de irrigación. Se reunieron con las mismas personas con quienes solían reunirse allí; había un comité de siete personas que tomaba las decisiones pertinentes a las operaciones locales. Freya los conocía a todos por el nombre, ya que le habían enseñado sus asignaturas favoritas de pequeña en la escuela.

En el laboratorio invernadero de la granja, Ellen, líder de su grupo dedicado a los estudios de suelo, les mostró las raíces de una calabaza.

—Fueron modificadas para tener un AVpl extra, pero aun así, parece que esas raíces no agarran.

—Hmm. —Devi manipuló la planta para inspeccionarla de cerca—. Al menos son simétricas.

—Sí, pero mira qué débiles. —Ellen partió la raíz en dos—. Y no acidifican el suelo como solían hacerlo. No lo entiendo.

—Bueno —dijo Devi—, podría deberse a otro problema de fósforo.

Ellen arrugó el entrecejo.

—Pero tu solución debería estar compensando esa posibilidad.

—Y así fue, al principio. Pero aún seguimos perdiendo fósforo por algún lado.

Esta era una de las quejas frecuentes de Devi. Debían impedir que su fósforo se mezclase con el hierro, el aluminio o el calcio del suelo, porque las plantas no eran capaces de separarlos. Era muy difícil lograrlo sin hacer trizas el suelo en otros aspectos, así que la solución en la agricultura terrestre consistía en seguir aplicando más fósforo mediante fertilizantes hasta saturar el suelo, momento en el que una parte se mantendría libre para que las raíces lo absorbieran. A bordo, eso suponía que la necesidad de fósforo era tal que su ciclo debía cerrarse tan pronto como fuera posible, de modo que no perdiesen una gran cantidad. Pero lo hacían, a pesar de poner todo su empeño. Era una de lo que Devi denominaba las Cuatro Malvadas Discrepancias Metabólicas. De resultas de ello, la gente que había pertrechado originalmente la nave no había incluido un excedente de fósforo igual que habían hecho respecto a otros elementos. El motivo de ello, decía Devi, no llegaría a comprenderlo jamás.

Así que hicieron todo lo que se les ocurrió para impedir que el ciclo del fósforo tuviese pérdidas. Parte del fósforo de la planta de tratamiento de residuos se combinó con magnesio y amonio para elaborar cristales de estruvita, que eran un incordio para la maquinaria, pero que podían arrancarse de esta y usarse como fertilizante, o descomponerse y combinarse con otros ingredientes para elaborar otros fertilizantes. Eso devolvía parte del fósforo perdido. Entonces el agua residual pasaba por un filtro que contenía cuentas de resina con nanopartículas incrustadas de óxido de hierro; estas se combinaban con el fósforo del agua, en una proporción de un átomo de fósforo por cuatro átomos de oxígeno, y las cuentas saturadas podían más tarde tratarse con hidróxido de sodio, y el fósforo se liberaría para su reutilización en fertilizantes. El sistema llevaba años funcionando bien; filtraban el fósforo a una tasa de captura del 99,9 por ciento; sin embargo, esa centésima parte del porcentaje empezaba a notarse. Y ahora su reserva de fósforo estaba a punto de agotarse. Así que debían hallar parte del fósforo que se había quedado atascado en algún lado y reintegrarlo en el ciclo.

—Seguro que se ha quedado en el suelo —dijo Ellen.

—Quizá debamos procesar el suelo de todos los biomas —dijo Devi—, parcela a parcela. Comprobar cuánto encontramos tras unas cuantas parcelas, y ver luego si es ahí donde se encuentra.

Ellen abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Pero eso sería muy costoso! Habrá que retirar toda la irrigación.

—En efecto. Habrá que retirarla y luego sustituirla. No podemos cultivar sin fósforo.

Freya movió los labios a tiempo de vocalizar las palabras que pronunciaba su madre:

—No sé en qué estarían pensando.

Ellen también había pensado en ello antes, y en ese momento arrugó el entrecejo. Fueran quienes fuesen, pensaran en lo que pensasen, no habían incluido fósforo suficiente. A juzgar por el modo en que Devi torcía el gesto, debía de tratarse de un error muy grave.

Ellen se encogió de hombros.

—En fin, casi hemos llegado. Así que tal vez sea suficiente.

Devi negó con la cabeza al oír sus palabras. Cuando caminaban de vuelta a su apartamento, dijo a Freya:

—Vas a tener que estudiar más química.

—No servirá de nada —se limitó a responder Freya—. No hay modo de que la retenga. Ya lo sabes. En todo caso, preferiría concentrarme en mecánica. En las cosas que puedo ver. Me gusta que las cosas se queden quietas para mí.

Devi rio brevemente.

—A mí también. —Pensó en ello mientras caminaban—. Vale, quizá más logística. Eso no tiene mayores complicaciones. La única matemática corresponde a la regla del tanto por ciento. Y lo tienes todo ahí, en las hojas de cálculo y los diagramas de flujo. Hay tablas de estructura, desgloses de trabajo, diagramas de Gantt, sistemas de gestión de proyectos. Hay un sistema llamado Mimes, modelos integrados de escala múltiple de servicios ecosistémicos, y otro que me gusta llamar Midas, que es un sistema integrado de análisis de decisiones marinas. Tan solo se requiere de una base de estadística para esos, de hecho principalmente se trata de aritmética. Eso puedes hacerlo. Creo que te gustarían las tablas de Gantt, son bonitas. Pero, ya sabes, debes aprender un poco de todo, aunque solo sea para comprender a qué clase de problemas se enfrentan tus colegas en las demás disciplinas.

—Un poco, tal vez. Prefiero hablar o dejarlos hablar.

—Entonces nos concentraremos en la logística. Tú repasa los principios del resto.

Freya suspiró.

—Pero ¿no es cierto lo que ha dicho Ellen? Casi hemos llegado, así que no será necesario mantener tan cerrados todos los ciclos.

—Esperemos que sea así. Pero aún tenemos que llegar allí. Dos años no es precisamente un abrir y cerrar de ojos. Podríamos atravesar once punto ocho años luz, y después quedarnos sin algo crucial en la última décima parte de un año luz. Una ironía de la que la gente de la Tierra no tendría noticia hasta pasados doce años de lo sucedido. Claro que cuando se enteraran ya no les importaría.

—No te gustan nada.

—Somos su experimento —dijo Devi—. Eso no me gusta.

—Pero la primera generación estaba totalmente compuesta por voluntarios, ¿no? Ganaron un concurso para poder embarcar, ¿o no?

—Sí. Creo que participaron dos millones de personas. O puede que fuesen veinte millones. —Devi negó con la cabeza—. La gente se presta voluntaria para cualquier maldita cosa. Pero quienes diseñaron la nave debieron esforzarse más.

—Pero muchos de los diseñadores formaron parte de la primera generación. La diseñaron porque querían embarcar, ¿verdad?

Devi arrugó el entrecejo, pero del modo en que solía hacerlo cuando se mostraba burlona; admitía que Freya tenía razón, muy a su pesar. Eso era lo que significaba aquel gesto.

—Nuestros antepasados eran idiotas —dijo.

—¿Y en qué nos diferencia eso de cualquier otra generación? —preguntó Freya.

Devi rio y dio un empujón a Freya, antes de abrazarla mientras caminaban juntas.

—¿Todo el mundo en la historia desciende de idiotas? ¿Es eso lo que estás diciendo?

—Pues eso es lo que parece.

—De acuerdo, puede que sea así. Vamos a casa a prepararnos unos filetes. Quiero carne roja. Quiero comerme a los antepasados.

—Devi, por favor.

—Qué pasa, si lo hacemos continuamente. Todo el mundo acaba reciclado en el sistema. Hay mucho fósforo en nuestros huesos como para desperdiciarlo. De hecho, me pregunto si el fósforo que falta no estará en las cenizas de la cremación. Te dejan quedarte con un pellizco, pero si unimos todos esos pellizcos…

—Devi. No vas a ir por ahí, recuperando los pellizcos de ceniza de los antepasados de la gente.

—¡Pues creo que te equivocas! ¡Recuperarlos e ingerirlos!

Freya rio, y durante un rato pasearon por la calle cogidas del brazo después de apearse del tranvía, en dirección a Badim y a la cena.

Devi insistió en que Freya volviese a estudiar de nuevo, sobre todo matemáticas, para refrescar lo poco que sabía, y más adelante estadística. Esto a Freya se le antojó una especie de tortura, pero la soportó, y trabajaron casi enteramente con una Inteligencia Artificial instructora llamada Gauss, que hablaba con voz grave, masculina, lenta, muy envarada, pero con un toque de amabilidad o que al menos resultaba fácil de entender. Naturalmente era muy paciente. Gauss las guiaba a través de los problemas a los que se enfrentaban, explicando por qué las ecuaciones se construían de ese modo, qué clase de problemas reales solucionaban y cómo podía una ingeniárselas para manipularlas en su propio beneficio. Cuando Freya pillaba un concepto, instante que era precedido a menudo por diez intentos infructuosos de hallar la solución, solía exclamar «¡Ajá!», como si hubiese encontrado el sentido a un profundo misterio. Después de estas experiencias, comentaba con Badim cómo iba resultando cada vez más claro que el mundo de su madre no se limitaba a la preocupación y la angustia, sino a una larga secuencia de ajás. Era verdad que Devi se adentraba a diario en los misterios que planteaba la ecología de la nave, y que se esforzaba mucho en solventar la miríada de problemas que encontraba en ella. Para Devi, eso era el pan de cada día.

Al cabo, a Freya tuvo que darle clases el joven Jochi, que ahora era alto para su edad, seguía siendo tímido, y tenía el rostro tan oscuro como el de Badim, rematado con una mata de pelo rizado y negro. Se había trasladado de Olympia a Nueva Escocia para sumarse al grupo local de matemáticos, cumpliendo así con el significado de su nombre, que en mongol significa «invitado».

Freya y sus compañeros de estudio no tardaron en descubrir que si bien era tan tímido que casi siempre miraba al suelo cuando hablaba, era también capaz de explicarles operaciones estadísticas igual de bien, e incluso mejor, que Gauss. De hecho, había veces en que corregía a Gauss, o al menos hacía comentarios en voz baja a lo que decía la Inteligencia Artificial, cosas que ellos nunca entendían. En una ocasión, Gauss objetó a una de las correcciones de Jochi respecto a una operación booleana, y después de una discusión, tuvo que admitir que Jochi estaba en lo cierto. «Quien corrija a Gauss el grande, grande será», dijo mirando al suelo. Los demás estudiantes convirtieron la frase en uno de sus trabalenguas. Les costaba comprender qué hacía que Jochi titubease de ese modo, dada la seguridad que mostraba en materia de números. «Jochi no es amigo de bromas —decían—, pero sabe de matemáticas».

El amigo de Badim, Aram, alojaba a Jochi en una habitación de invitados de su apartamento para que pudiese dar sus clases. Freya disfrutaba pidiéndole que explicase cosas, porque eso le recordaba las veladas en que hacía preguntas a la gente en las cafeterías. Como ella lo entendía, los rudimentos de la estadística empezaron a resultarle más asequibles, al menos temporalmente, al finalizar una lección. Sucedía a menudo que a la siguiente semana debía aprenderlo de nuevo.

Una mañana, un par de adultos que no conocían se sumaron a la clase, y se sentaron al fondo, lo cual al principio puso nerviosos a los asistentes, pero como no participaron ni dijeron una palabra, la clase discurrió de la manera habitual. Jochi no podía mostrarse más tímido de lo que era, guiándolos por los ejercicios con su habitual estilo, pero también con firmeza y la claridad de costumbre.

Al finalizar la clase, Aram y Delwin se les unieron, y pidieron a Freya que se quedara con Jochi. Preparó té a petición de los adultos, mientras hablaban con Jochi con suavidad. Qué le parecía esto, qué le parecía esto otro. Saltaba a la vista que le hacían gracia estas preguntas, pero las respondió sin despegar la vista del suelo. Los adultos asintieron como si aquel fuese el aspecto de la gente que mantiene una conversación, e incluso uno de los extraños no apartaba la mirada del techo, por tanto era posible que así fuera. Eran matemáticos, parte del grupo de matemáticas de la nave. Se trataba de una comunidad pequeña, cerrada, compuesta por tipos raros, muy bien representada por Aram y Delwin en el consejo ejecutivo. A raíz de la charla, Freya tuvo la impresión de que si bien Jochi ya formaba parte del grupo de matemáticas, querían que asumiese mayores responsabilidades.

Ante todas aquellas atenciones, Jochi se mostraba desdichado. No quería que le pidiesen hacer más de lo que hacía. Freya le observó de cerca, y era posible que su expresión le recordase a Devi, ya que guardaba cierto parecido con la que tenía Devi enfrentada a un problema que no comprendía. Sin embargo, Jochi era muy joven y parecía indefenso.

Así que Freya se sentó a su lado, lo distrajo entre pregunta y pregunta, y le hizo preguntas propias respecto a qué se dedicaban allí los matemáticos, todo ello sin dejar de inclinarse sobre él suavemente, para que pudiera relajarse un poco mientras respondía. Y él se inclinó también sobre ella, con un costado del pelo rizado rozándole el hombro mientras combatía sus propios titubeos. Aram, Delwin y los matemáticos los observaron, cabecearon en sentido afirmativo y conversaron un poco más con Jochi.

No hablaron de estadística; los presentes, a excepción de Freya, consideraban que la estadística era fácil. Lo que les interesaba era la mecánica cuántica. Guardaba relación con la Inteligencia Artificial de a bordo, que incluía un ordenador cuántico, que por tanto constituía un desafío para el grupo de matemáticas, así como para los ingenieros asignados a las labores de mantenimiento del ordenador. Siempre había un grupo reducido de personas vivas a bordo asignadas a su mantenimiento que comprendían a fondo el funcionamiento del ordenador cuántico, o que al menos sabían lo que eso suponía. El grupo se había vuelto más reducido que nunca. Estas personas creían que Jochi podía ayudarlos en ese aspecto. Le planteaban preguntas no para ponerlo a prueba, sino para obtener su punto de vista respecto a problemas que los acuciaban, con tal de dilucidar su propia comprensión de los hechos. Mientras hablaba al suelo, le observaron como si fuesen halcones contemplando un ratón o un águila. Hubo un punto en que Aram miró a Delwin y sonrió. Habían visitado a Jochi en Olympia apenas dos años atrás.

Después de aquella reunión, Aram y Jochi acompañaron a Freya a casa caminando, Badim les dio la bienvenida y poco después Devi hizo acto de presencia, llegando a casa temprano por una vez en la vida. Dio la bienvenida al joven alto con una alegría que Freya no le había visto en años. Comieron juntos tratando de temas que le interesaban, y poco a poco, muy lentamente, Jochi se fue relajando, arropado por la calidez de sus voces.

Cuando Aram y Jochi se marcharon, Badim explicó a Freya que Jochi había sido el fruto de un nacimiento no aprobado. Sus padres habían invertido el proceso de esterilidad, y quebrantado la ley para tenerlo. Si más gente hacía eso, estarían condenados; así que no estaba permitido. Freya asintió mientras Badim se lo explicaba, pero lo interrumpió con un gesto de la mano.

—Ya sé todo eso, créeme. A la gente no le gusta nada esa norma.

Los padres de Jochi, continuó Badim, se habían vuelto salvajes, y se adentraron en la maleza de la Amazonia, donde se decía que vivían bajo las raíces de un árbol en una isla medio sumergida en compañía de monos y jaguares. Nadie supo muy bien cómo obrar en esa situación, pero hubo algunos de su generación en Amazonia que se sintieron estafados por su acto y se enfadaron con ellos. Algunas de estas personas salieron a la caza de la pareja, en un empeño por que respondieran por sus hechos, y durante esta caza el joven padre fue asesinado al resistirse a caer preso. Esto causó más dolor e ira, porque el hombre que había matado al padre fue acusado por el crimen y exiliado al Anillo A, a Siberia (metáfora o referencia histórica), donde lo obligaron a efectuar trabajos forzados o sufrir encierro. Entretanto, en Amazonia, la madre superviviente y su hijo ilícito fueron culpados por las sentencias dictadas contra la persona que, supuestamente temerosa de ley, pero capaz de saltársela a la torera, había asesinado al padre; y la joven madre, en su dolor por el asesinato de la pareja, rechazó al bebé. Esta parte de la historia no estaba muy clara, pero en cualquier caso, había unos familiares suyos que no quisieron que ella lo educara. Así que fue rechazado, incluso maltratado, lo cual sucedía en muy raras ocasiones a bordo. Había que hallar una solución, y entonces cayeron en la cuenta de que tenía una especie de don para los números, un don tan extraño que la gente ni siquiera supo identificarlo. Aram y Delwin visitaron y examinaron al niño, y seguidamente Aram se encargó de acogerlo, petición que requirió de una larga temporada para cumplirse.

—Pobre Jochi —dijo Freya cuando Badim concluyó su relato—. Toda esa historia familiar, y luego lo del don. Es más de lo que nadie puede soportar.

—¡Eso no existe! —gritó Devi desde la cocina. Trasteaba con la vajilla en la pila, y tomó un largo sorbo de la botella de vino.

La nave alcanzó la heliopausa de Tau Ceti. Pronto llegarían a su destino. La Nube de Oort local, diez veces más densa que la del sistema solar, seguía sin ser particularmente densa; a la nave le bastó con tres imperceptibles ajustes de rumbo para permitirse trazar una ruta entre planetesimales de hielo y continuar con la desaceleración final. Lenta, muy lentamente se acercaron a Planeta E y a la luna de E. Estaban prácticamente allí.

—Prácticamente allí —repetía Devi con voz ronca cuando Badim y Freya decían esas mismas palabras—. Justo a tiempo, queréis decir.

Seguía preocupándose por la infestación de nematodos, el fósforo que faltaba, los minerales combinados, la corrosión y todas las demás desajustes metabólicos. Y por su propia salud. Tenía un linfoma no Hodgkin, según había decidido el equipo médico de Badim. Había treinta tipos identificados de linfomas no Hodgkin, y se decía que el suyo era uno de los más problemáticos. Los linfocitos se le acumulaban en el bazo y las amígdalas. Los médicos más relevantes del grupo de medicina intentaban tratar el problema por medio de diversas tandas de quimioterapia. Ella estaba muy involucrada en las decisiones sobre su tratamiento, igual que Badim. Se controlaba sus propias funciones y niveles corporales tan exhaustivamente como controlaba a la nave y a sus biomas, tanto que a menudo comparaba y hacía referencias cruzadas entre ambos.

Freya intentaba no conocer más detalles de los necesarios acerca de este problema. Sabía lo suficiente para saber que no quería profundizar más.

Devi era consciente de su reacción, y como no le gustaba hablar de su salud, llegó un momento en que empezó a hablar de noche con Badim en voz baja, cuando creía que Freya dormía. Más o menos así se habían comportado cuando Freya era una niña.

Devi también desaparecía de vez en cuando uno o dos días, para pasar tiempo en el complejo médico de Costa Rica. Y dejó de ir a trabajar a diario, un cambio que evidentemente asustó a Badim. Por inverosímil que pudiera parecer, ahí estaba ella, sentada en la cocina durante días enteros, trabajando ante las pantallas. A veces incluso lo hacía en la cama.

A veces, cuando Freya entraba en la cocina, encontraba a su madre leyendo las transmisiones de la Tierra. Esta información tardaba casi doce años en alcanzarlos. A Devi no le impresionaban precisamente muchos de los aspectos de la información que recibían. Sus comentarios eran invariablemente negativos. Pero eso no le impedía verlos. Había una parte médica en las comunicaciones, destinada a proporcionarles cualquier información novedosa en las prácticas terrestres, y no perdía detalle de los resúmenes correspondientes a esta parte.

—Pasan tantas cosas —dijo en una ocasión a Badim, estando Freya en la habitación contigua—. Realmente allí están alargando la esperanza de vida. Incluso los más pobres obtienen servicios básicos, nutrición y vacunas, así que los índices de mortalidad infantil no hacen más que descender y la esperanza de vida promedio asciende constantemente. Al menos así era hace doce años.

—Sin duda seguirá siendo de ese modo.

—Ya. Probablemente.

—¿Has visto algo útil?

—Ni idea. ¿Cómo voy a saberlo?

—Yo qué sé. Siempre lo comprobamos, pero podríamos pasar por alto algo importante.

—Es un mundo, ese es el problema. Hace falta un mundo.

—Pues tendremos que hacer uno.

Devi emitió una especie de silbido. Tras un largo silencio, dijo:

—Mientras tanto nuestra esperanza de vida no deja de caer en picado. Echa un vistazo a esta gráfica. Cada generación ha muerto antes que la precedente, a una velocidad de aceleración a través del tiempo. Todo lo que hay en el tablero, no solo la gente, sino todo lo que vive. Nos venimos abajo.

—Hmm, —dijo Badim—. Pero no es más que la biogeografía insular, ¿verdad? El efecto distancia. Y a mayor distancia, más acusado el efecto. En este caso, doce años luz. Debe de ser lo mismo que la infinidad.

—Entonces, ¿por qué no tuvieron eso en cuenta?

—Creo que lo intentaron. Somos una inmigración heterogénea, tal como lo denominaban. Una especie de archipiélago de entornos que se desplazan todos juntos. Así que hicieron lo que pudieron.

—Pero ¿no efectuaron cálculos? ¿No vieron que no funcionaría?

—Por lo visto, no. Es decir, estoy seguro de que pensaron que lo haría, o nunca lo hubieran hecho.

Devi lanzó uno de sus fuertes suspiros.

—Me gustaría comprobar sus números. No puedo creer que no incluyeran toda esa información a bordo. Es como si supieran que se estaban comportando como idiotas, y no quisieran que nosotros lo supiéramos. Como si no fuésemos a descubrirlo.

—La información está aquí, a bordo —dijo Badim—. Pero es que no nos sirve de nada. Vamos a experimentar especiación alopátrica, eso es inevitable, y puede incluso que se trate de eso. Habrá especiación simpátrica en nuestro ecosistema, y todos nos apartaremos juntos de las especies terrestres.

—¡Pero a distintas velocidades! Eso es lo que no tuvieron en cuenta. Las bacterias evolucionan a mayor velocidad que los animales grandes y las plantas, ¡y eso está enfermando a toda la nave! Mira esos datos, tú mismo podrás comprobarlo.

—Lo sé.

—Menor esperanza de vida, cuerpos más pequeños, enfermedades de mayor duración. ¡Incluso cocientes de inteligencia más bajos, por el amor de Dios!

—No es más que una reversión a la media.

—Siempre dices eso, pero ¿cómo puedes tener la seguridad de ello? Además, ¿cuán inteligente puede haber sido la gente que embarcó en la nave? Piénsalo, ¿por qué lo hicieron? ¿En qué estaban pensando? ¿De qué huían?

—No lo sé.

—Mira esto, Beebee. Si aplicas los datos a los algoritmos de recursión, verás que es más que una simple reversión. ¿Y por qué no iba a serlo? Aquí no obtenemos el estímulo suficiente, la luz es inadecuada, la gravedad estaba influida por el efecto de Coriolis, pero ahora ya no, y llevamos dentro bacterias distintas de las que han tenido siempre los humanos, y nos apartamos más y más de lo que nuestros genomas tenían por costumbre hacer.

—Probablemente eso pueda decirse también en la Tierra.

—¿De veras lo crees? ¿Por qué no iba a ser peor aquí? ¡Tenemos una superficie cincuenta mil veces menor! No es una isla, sino una jaula para ratas.

—Cien kilómetros cuadrados, querida. Es una isla de buen tamaño. En veinticuatro biomas semiautónomos. Un arca, una auténtica nave mundo.

No hubo respuesta por parte de Devi.

Finalmente, Badim dijo:

—Mira, Devi. Vamos a lograrlo. Casi estamos allí. Cumplimos el calendario y casi todos los biomas están en buen estado y se las apañan bastante bien, o al menos aguantan. Se ha producido cierta regresión y una leve disminución, pero pronto llegaremos a la luna de E y allí floreceremos.

—¡Tal vez! ¡Pero no tienes la certeza!

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no íbamos a hacerlo?

—Venga, vamos, Beebee. Toda clase de factores podrían afectarnos una vez lleguemos allí, eso ya lo sabes. Las sondas solo contaron con un par de días para recopilar datos, así que realmente no sabemos qué nos vamos a encontrar.

—Nos vamos a encontrar un mundo con agua situado en una zona habitable.

De nuevo no hubo respuesta por parte de Devi.

—Vamos, chica —dijo en voz baja Badim—. Tendrías que meterte en la cama. Necesitas dormir más.

—Lo sé. —La voz de Devi se notaba cansada—. No puedo dormir. —Había perdido once kilos.

—Sí puedes. Todo el mundo puede. Lo que no puedes es dejar de dormir.

—Pues cualquiera lo diría.

—Deja ya de mirar esas pantallas. Te están desvelando, no solo el contenido, sino el modo en que te deslumbran. Cierra los ojos y escucha música. Asigna un número a todas tus preocupaciones, y déjalas marchar con sus números. Te quedarás dormida mucho antes de que se te acaben. Vamos, deja que te acueste. A veces tienes que dejarte ayudar.

—Lo sé.

Empezaron a moverse, y Freya regresó en silencio a su dormitorio. Antes de llegar, oyó decir a Devi:

—Lo siento tanto por ellos, Beebee. No están a la altura. No todo el mundo nace para ser científico, pero para sobrevivir van a tener que hacerlo, incluso aquellos a quienes no se les dé bien, los que sean incapaces. ¿Qué se supone que van a hacer? En la Tierra encontrarían alguna otra ocupación, pero aquí no serán más que unos fracasados.

—Tendrán la luna de E —dijo Badim—. No lo sientas tanto por ellos. Laméntalo por nosotros, si quieres. Pero también nosotros lo lograremos. Y mientras, nos tenemos el uno al otro.

—Doy gracias a Dios por ello —dijo Devi—. Ay, Beebee, ¡espero aguantar! ¡Solo para verlo! Pero no dejamos de perder velocidad.

—Tal como debe ser.

—Sí. Pero es como intentar sobrevivir al final de la paradoja de Zenón.

Atravesado con éxito el disco de escombros de Tau Ceti, alcanzaron su zona planetaria. Pasaron cerca de Planeta H y se situaron en el plano local de la eclíptica.

El breve tirón proporcionado por la gravedad de H, combinado con la planeada desaceleración de los cohetes, creó la suficiente delta v para agitar el agua de los tanques de almacenamiento hasta tal punto, que hicieron saltar diversas alarmas, lo cual dio pie a que varios sistemas se apagaran por razones de seguridad. Algunos de estos sistemas no volvieron a encenderse cuando se les ordenó hacerlo.

De estos últimos, el más importante que no se activó después fue el sistema de enfriamiento del reactor nuclear de la nave, que en primer lugar no debía apagarse nunca, a menos que existiera la amenaza de una explosión inminente. Al mismo tiempo, el sistema de enfriamiento de emergencia tampoco se encendió para poder asumir sus funciones.

Diversas alarmas de a bordo informaron del problema al personal de operaciones, que rápidamente (67 segundos) identificó sus causas en ambos sistemas de enfriamiento. En el sistema principal, el interruptor de encendido-apagado había emitido una señal ordenando el cese de las funciones, causado o bien por un fallo informático o bien por un pico del suministro eléctrico en el interruptor; en el sistema de soporte fue una válvula atascada en la articulación de un conducto próximo a la pared exterior del reactor.

Devi y Freya se sumaron a la dotación encargada de las reparaciones que se apresuraba hacia la columna, donde el reactor seguía operando a pesar del alarmante calentamiento del refrigerante que recibía el reactor.

—Ayúdame a ir más deprisa —pidió Devi a Freya.

Freya la tomó del brazo y apretó el paso a su lado, levantándola y corriendo con ella cuando había que subir o bajar escaleras o franquear una escotilla. Cuando llegaron a la columna, tomaron un ascensor, y Freya se limitó a tomar a Devi en brazos y subirla cuando la cabina del ascensor se detuvo y las fuerzas g empujaron a ambas en su interior. Después, llevó a su madre a rastras como si fuera un perro o un niño pequeño, tirando de ella en la microgravedad que reinaba en la columna. Devi no dijo nada, no soltó ninguna maldición como hacía a menudo en la cocina; pero la expresión de su rostro era la misma que en esos momentos. Tenía aspecto de estar deseando estrangular a alguien.

Pero mantuvo la boca cerrada a cal y canto, y cuando llegaron a las oficinas de la planta de energía, se aferró a un asidero de la pared, se sentó a un escritorio y dejó que Aram y Delwin se encargasen de hablar con el equipo allí presente mientras ella inspeccionaba la información de las pantallas. El sistema de soporte del refrigerante se controlaba desde la sala contigua, y los monitores indicaban que el problema provenía de las tuberías que atravesaban una estancia más allá; seguía dando la impresión de que la cosa no pasaba de ser un atasco en la unión de un conducto, al menos que el monitor situado en ese punto pudiese detectar. Pero bastaba con eso.

Accedieron a la estancia que contenía esa sección de tubería, y Aram aplicó la solución del ingeniero, como solían llamarla, que consistía en arrear con una llave inglesa a la parte de la unión de la tubería donde estaba instalado el termostato, así como el regulador de la válvula, que juntos parecían ser la causa del problema. Seguidamente descargó un golpe en la propia unión de la tubería, y lo hizo con una fuerza considerable. Con esas, una hilera de pilotos del panel de control pasó del rojo al verde, y las secciones de tubería situadas a ambos lados de la unión empezaron a emitir un leve gorgoteo, como cuando se tira de la cadena.

—La válvula debe haberse cerrado y se ha atascado —dijo Aram con una sonrisa carente de humor—. El tirón al pasar por el Planeta H debe de haberla torcido.

—Mierda —dijo Devi con un tono que evidenciaba su enfado.

—Debemos comprobar el estado de estas cosas más a menudo —reflexionó Delwin.

—¿Se ha atascado por una cuestión de temperatura o por la torsión? —preguntó Devi.

—No lo sé. Podemos echarle un vistazo cuando pongamos en marcha de nuevo el sistema principal. ¿Por temperatura te refieres a calor o frío?

—A cualquiera de ambos. Aunque el frío parece más probable. Ahora existe una condensación en todo tipo de lugares, y si una parte de esta se congela, podría haber atascado esa válvula. Creo que una vez por semana, más o menos, deberíamos comprobar todo componente crucial que además sea móvil.

—De acuerdo, aunque eso de por sí ya provocaría un desgaste —dijo Aram, cauto—. Solo las pruebas podrían romper algo. Quiero un control de su estado más exhaustivo.

—No puedes controlarlo todo —advirtió Delwin.

—¿Por qué no? —preguntó Aram—. No sería más que otro sensor sin importancia que el ordenador de a bordo podría controlar. Instalar un sensor en todos los componentes móviles.

—Pero ¿cómo va un monitor a detectar que algo se ha atascado? —preguntó Devi—. Sin un test no dispondrá de datos.

—Bombardéalo con electricidad o infrarrojos y comprueba la lectura que te devuelva —propuso Aram—. Compáralo con la norma y listos.

—De acuerdo, hagámoslo.

—Supongo que no importará si superamos esta pequeña crisis y nos situamos en órbita.

—Hagámoslo de todos modos. Sería una lástima que la nave saltara por los aires nada más llegar.

El equipo siguió trabajando en el sistema principal de refrigeración por medio de telemanipuladores situados a lo largo y ancho de la columna, sobre todo en la misma sala del reactor, todo ello al tiempo que observaban su labor en las pantallas. El sistema principal de refrigeración, al igual que su sistema de soporte, dependía de una fontanería tan simple como robusta, que transportaba agua destilada de estanques de frío, enfriados por la breve exposición al casi-vacío espacial, a través de tuberías que discurrían alrededor de las varillas de combustible nuclear y las salas de turbinas de vapor, hasta los contenedores de calor, y de ahí de vuelta a los estanques de frío; todo herméticamente sellado, sin compuertas de por medio, con bombas tan sencillas como pueda concebirse. Pero, como no tardaron en determinar, cuando el sistema se había apagado (cuya causa aún era una incógnita), la válvula de una bomba se había resquebrajado y había perdido su estanquidad, y con ella el agua no circuló bien a través del sistema, las tuberías más próximas a la pila del reactor se calentaron lo bastante para llevar el agua que pasaba por allí al punto de ebullición, lo que a su vez expulsó agua en ambas direcciones desde el punto de calor, empeorando las cosas. Antes de que los controles automáticos pasaran al sistema de refrigeración de emergencia, que en ese momento experimentaba sus propios problemas, una sección vacía de la tubería del sistema principal se había fundido debido a la elevada temperatura. La electricidad volvía a estar disponible, pero la tubería y el refrigerante habían desaparecido.

De resultas de todo esto, habían perdido agua que no podía recuperarse del todo; tenían una sección rota de tubería, por tanto un sistema averiado de refrigeración del reactor principal; y la pérdida temporal de ambos sistemas de refrigeración había elevado al rojo la temperatura del estanque de la barra del reactor, lo que supuso que partes de este se apagaran. Ahora el sistema de refrigeración de soporte estaba funcionando, de modo que no existía una emergencia inmediata, pero el daño al sistema principal era serio. Debían obtener una tubería nueva e instalarla lo más pronto posible, y algunos de ellos iban a tener que obrar maravillas con los telemanipuladores para seccionar el tramo fundido de la tubería e instalar la nueva en su lugar. Cuando todo esto estuviera reparado, habría que abrir la válvula de carga del sistema de refrigeración principal y rellenarlo con agua procedente de sus reservas. Posiblemente parte del agua perdida podría filtrarse del aire y devolverla después a las reservas, pero era probable que otra parte se dispersara a través de la columna, adhiriéndose a las superficies interiores y pegándose a ellas por efecto de la corrosión.

Esa noche, de vuelta al apartamento, Devi dijo:

—Nos estamos desmoronando, y también agotamos los consumibles y acumulamos deshechos. Esta vieja cáscara de nuez está llena de achaques, y no hay nada más que decir al respecto.

Los telescopios instalados en el bauprés de la nave eran muy potentes, y cuando cruzaron las órbitas planetarias de Tau Ceti pudieron echar un vistazo más de cerca a los planetas. Planeta E y su luna, del tamaño de la Tierra, seguían siendo su principal centro de atención; Planeta F y su segunda luna también estaban en la mirilla.

Los Planetas A, B, C y D orbitaban todos muy cerca de Tau Ceti, lo bastante para la rotación síncrona. Desprendían calor en las caras que daban a la estrella, y la parte soleada de Planeta A era un mar de lava.

El bajo índice de metalicidad de Tau Ceti, y por tanto de todos sus planetas, era motivo de incesantes discusiones por parte del grupo de astrofísica de a bordo, cuyos miembros descubrían que los metales que poseía el sistema se concentraban principalmente en los planetas C, D, E y F, lo cual resultaba útil para sus propósitos.

Los telescopios pasaban de un objetivo a otro mientras se desplazaban sistema abajo. La mayor parte de su atención se centraba con diferencia en la luna de E. Tenía la mayor parte de la superficie cubierta por un océano, con cuatro pequeños continentes o islas grandes, y diversos archipiélagos. Estaba en rotación síncrona con Planeta E, y poseía un 0,83 por ciento de la gravedad terrestre. Su atmósfera promediaba 732 milibares de presión a nivel del mar, el aire estaba constituido principalmente de nitrógeno, con un 16 por ciento de oxígeno, y alrededor de 300 ppm de CO2. Había dos pequeños casquetes polares de agua helada. En la escala análoga terrestre de Nguyen puntuaba 0,86, una de las puntuaciones más altas registradas, y con diferencia la más alta encontrada a cuarenta años luz de la Tierra.

Las sondas que habían pasado rápidamente a través del sistema de Tau Ceti en 2489 habían descubierto que el oxígeno presente en la atmósfera era de origen abiótico empleando el diagnóstico de oxígeno Shiva, que analizaba un surtido de gases biológicos como el CH4 y el H2S. El hecho de hallarlos en una atmósfera junto al oxígeno indicaba que el O2 era casi con toda seguridad de origen biológico. El O2 hallado sin los demás gases también presentes señalaba que el oxígeno se había producido por la luz solar que escindía las moléculas de agua de la superficie en hidrógeno y oxígeno, con el hidrógeno, mucho más liviano, escapando después al espacio. El oxígeno de la luna de E había puntuado muy alto en el extremo abiológico de la escala de la rúbrica, y el océano superviviente en la luna, combinado con sus periodos de nueve días de intensa luz solar, dotaron a este hallazgo de una sólida explicación física. En esencia, parte del océano había sido proyectado por la luz del sol a la atmósfera.

En el trayecto a E inspeccionaron la segunda luna de Planeta F, llamada análoga de Marte, que también era de interés para ellos. Su gravedad en superficie era de 1,23 g, carecía casi por completo de H2O por su naturaleza rocosa. Se especulaba que una temprana colisión con F había dado pie a esta luna, del mismo modo que Luna se había creado a partir de la colisión de Neith y Terra. La segunda luna de F debía tener el cielo copado con la superficie de Planeta F, debido a que tan solo 124 000 kilómetros de distancia separaban a ambos. La primera luna de Planeta F era bastante pequeña, cubierta de hielo, probablemente un asteroide capturado. No era descabellado pensar que podía servir de suministro de agua para la segunda luna. Así que el sistema F se consideraba una viable opción secundaria de cara a la colonización.

Pero primero se acercaron a la luna de E, que a esas alturas ya denominaban Aurora.

Al acercarse a Planeta E desaceleraron hasta hallarse tan cerca que tuvieron que decidir si orbitar E o Aurora, o posicionarse en el punto Lagrange 2 de E. La nave no tendría que emplear tanto combustible en ninguna de estas configuraciones orbitales. Después de consultarlo, el consejo ejecutivo se decantó por establecer órbita sobre Aurora. La emoción se adueñó de la gente a medida que la nave se acercaba a la luna de agua.

Exceptuando Nueva Escocia, donde se sabía que Devi estaba muy enferma. El resultado fue una confusión de ánimos. Era emocionante alcanzar por fin su destino, pero precisamente en esta situación sin precedentes era cuando más podían necesitar a su ingeniera jefe, que había alcanzado una talla legendaria por su poder de diagnóstico y sus soluciones ingeniosas. ¿Cómo iban a apañárselas en Aurora sin ella? ¿Y no merecía más que nadie ver aquel nuevo mundo, pasar allí el resto de su vida? Esas eran las cosas que decía la gente en Nueva Escocia.

La propia Devi no hacía referencia a ninguna de ellas, ni siquiera remotamente. Si los visitantes le comunicaban tales sentimientos, lo cual indicaba de por sí que mucho no la conocían, ella hacía un gesto de desprecio, diciendo: «Ah, no os preocupéis por todo eso. Primero un mundo, y luego otro».

Muchas noches Devi y la nave mantenían largas conversaciones. Esto era así desde que Devi tenía la edad de Freya, incluso antes, por tanto hacía unos veintiocho años. Desde el inicio de estas charlas, cuando la joven Devi llamaba Pauline a la interfaz de la nave (nombre que abandonó en el año 161 por motivos desconocidos), había parecido presumir que la nave contenía una potente inteligencia artificial, no solo capaz de afrontar con competencia el test de Turing, sino de otras muchas cualidades que no suelen asociarse con la inteligencia de las máquinas, incluida una temprana versión de la consciencia. Hablaba como si la nave estuviera dotada de ella.

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