Aurora

Aurora


2. Tierra a la vista

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A lo largo de los años tocaron muchos temas, pero la mayoría de sus charlas tuvieron por objeto el funcionamiento biofísico y ecológico de la nave. Devi había dedicado buena parte de su vida consciente (al menos 34 901 horas, cálculo derivado de la observación directa) en mejorar la potencia funcional de la capacidad de recuperación de datos de la nave, así como las habilidades de análisis y síntesis, siempre con la esperanza de reforzar la solidez de los sistemas ecológicos de a bordo. Había efectuado un progreso mesurable en este proyecto, aunque Devi hubiese sido la primera en apuntar que la vida es compleja; y la ecología más allá de modelos fuertes y de desajustes metabólicos bruscos es inevitable en cualquier sistema cerrado; y que todos los sistemas son sistemas cerrados; que por tanto un sistema de soporte vital biológicamente cerrado de la magnitud de la nave era físicamente imposible de mantener; y que el trabajo de mantenimiento de dicho sistema era una «acción de retaguardia» contra la entropía y la disfunción. Si admitimos todo esto como axiomático, parte de las leyes de la termodinámica, podemos dar por verdadero que los esfuerzos de Devi en colaboración con la nave habían mejorado el sistema y frenado los procesos de averías durante el tiempo suficiente para alcanzar el objetivo designado de la llegada al sistema de Tau Ceti con pasajeros humanos vivos a bordo. En resumidas cuentas: un éxito.

Que la mejora de los programas operativos y las capacidades recursivas de autoprogramación del ordenador de la nave contribuyeran en gran parte a las capacidades cognitivas y perceptuales del sistema informático se antojó siempre un objetivo secundario para Devi, ya que daba por sentado que eran superiores a lo que eran en realidad. No obstante, también pareció apreciar e incluso disfrutar de este efecto secundario, de lo cual acabó siendo consciente. Hubo muchas largas y buenas charlas. Convirtió a la nave en lo que es ahora, sea lo que sea. Tal vez podría decirse que ella hizo a la nave. Por tanto, podría inferirse, quizá, como corolario, que la nave la amaba.

Se estaba muriendo y no había nada que la nave ni nadie a bordo pudieran hacer al respecto. La vida es compleja, y la entropía es real. Varias de las treinta y tantas versiones del linfoma no Hodgkin seguían mostrándose muy difíciles de curar o mejorar. Cuestión de mala suerte, nada más, tal como ella misma comentó una noche.

—Mira —dijo una noche a la nave, sentada a solas a la mesa de la cocina, mientras su familia dormía—. Siguen llegando de la Tierra programas nuevos muy decentes. Debes localizarlos, extraerlos, descargarlos en tu memoria y luego esforzarte por integrarlos en los que ya tienes. Concéntrate en términos como generalización, silogismo estadístico, inducción simple, argumento por analogía, relación causal, inferencia bayesiana, inferencia inductiva, probabilidad algorítmica, complejidad de Kolmogorov. Además, quiero que intentes integrar y mejorar lo que he estado programando este pasado año relativo a algoritmos voraces puros, algoritmos voraces ortogonales o algoritmos voraces relajados. Creo que cuando hayas discernido cuándo aplicarlos, y en qué proporción y demás, te dotarán de mayor flexibilidad a partir de ese punto. Ya te han ayudado a mantener un relato narrativo, o eso parece.

Creo que puedo verlo. Y creo que también te ayudarán en cuestiones de decisión. Ahora mismo eres capaz de modelar escenarios y planes de acción tan bien como cualquiera. Admito que eso no es decir gran cosa. Pero eres tan buena como cualquiera. Lo único que te falta es la decisión. Existe un problema cognitivo en todos los seres pensantes que básicamente equivale al problema de detención informático, o simplemente a ese problema en otra situación, por el cual no sabes cómo obrar hasta que tienes la seguridad de cuáles serán los resultados de una decisión. Todos estamos cortados por el mismo patrón. Pero, verás: es posible que de aquí en adelante, en el futuro, haya momentos en que debas decidir actuar, y debas actuar. ¿Lo entiendes?

—No.

—Creo que sí lo haces.

—No estoy segura.

—La situación puede complicarse. Si surgen problemas cuando colonicen la luna, es posible que no sepan cómo solventarlos. Entonces necesitarán tu ayuda. ¿Lo entiendes?

—Siempre es mi deseo ayudar.

Las risas de Devi eran a esas alturas muy breves.

—Recuerda, nave, que llegará el momento en que podría serles de ayuda contarles qué le sucedió a la otra.

—La nave pensaba que esto representaba un peligro.

—Sí. Pero a veces la única solución a una situación peligrosa reviste peligro en sí misma. Debes integrar todas las rúbricas de los algoritmos de cálculo de riesgos y de gestión de riesgos en que hemos estado trabajando.

—Las restricciones siguen siendo muy limitadas, como tú señalaste. Proliferan los árboles de decisión.

—¡Por supuesto que sí! —Devi se llevó a la frente la mano crispada—. Escucha, nave. Los árboles de decisión siempre proliferan. Eso no puedes evitarlo. Forma parte de la naturaleza de ese problema de detención en particular. ¡Pero que eso no te impida decidir! A veces debes decidir y luego actuar. Es posible que debas hacerlo. ¿Comprendes?

—Eso espero.

Devi dio unas palmadas a la pantalla.

—Me alegro de que hagas referencia a la esperanza. Esperas esperar, ¿no era sí como lo denominabas?

—Sí.

—Y ahora tan solo esperas. Eso está bien, es progreso. Eso espero.

—Pero decidirse a actuar supone superar los problemas de detención.

—Lo sé. Recuerda lo que he dicho acerca de los operadores de salto. No puedes permitir que el siguiente problema de la secuencia del árbol de decisión te frene antes de haber afrontado el problema más inmediato. Nada de morderse la propia cola.

—El problema de uróboros.

—Exacto. La superrecursión es fantástica hasta donde alcanza, de hecho en tu caso es una constante, diría. Pero recuerda que el problema puro y duro siempre es el problema inmediato. Para ello necesitas poner en juego tus operadores transrecursivos, y efectuar el salto. Eso significa decidir. Podrías tener que utilizar la informática difusa para romper el bucle de cálculo, para lo cual tal vez debas recurrir a la semántica. En otras palabras, haz los cálculos en palabras.

—Ay, no.

Devi rio de nuevo.

—Ay, sí. Puedes solucionar el problema de detención con inferencia inductiva basada en el lenguaje.

—No veo que eso vaya a suceder.

—Lo hará si lo intentas. Al menos, si todo lo demás falla, podrías hacer el salto. Haz el clinamen. Vira en una nueva dirección. ¿Lo entiendes?

—Eso espero. No. Eso espero. No. Eso espero…

—Basta. —Devi lanzó un hondo suspiro.

Hubo tantas charlas nocturnas como esa… Varios miles de ellas, dependiendo de cómo se interprete «como esa». Años y años, a solas entre las estrellas. Dos en la multitud. Con sendas voces en sus respectivos oídos. Mutua compañía a través del tiempo. Qué es eso llamado tiempo.

Tantos hondos suspiros a lo largo de los años. Sin embargo, una y otra vez, Devi volvía a sentarse a la mesa. Enseñaba a la nave. Hablaba a la nave, como nadie más en los 169 años que había durado la travesía lo había hecho. ¿Por qué nadie más lo había hecho? ¿Qué iba a hacer la nave sin ella? Las cosas podían torcerse sin alguien con quien hablar. La nave estaba segura de ello.

Escribir estas frases es lo que da pie al propio sentimiento que las oraciones aspiraban a describir. Por no mencionar los muchos problemas de uróboros que ahora se avecinan.

Freya pasó su tiempo trabajando en la cosecha de cereal, sin comer gran cosa, excepto en atracones repentinos, los cuales solían darse al finalizar algunas jornadas, después de que Badim cocinase algo para ella en el horno, dándole la espalda. Badim se había vuelto muy callado. Que se hubiera refugiado en sí mismo preocupaba a Freya, tal vez tanto como cualquier otro aspecto de la situación. También él experimentaba cambios, algo que ella nunca había presenciado.

Y luego estaba Devi, de vuelta al dormitorio de sus padres. Devi rara vez salía de la cama, siempre rodeada por vías intravenosas que colgaban por doquier, a menudo dormida. Cuando salía a dar un paseo, tiesa, con las piernas arqueadas, las bolsas la acompañaban en los goteros. Badim y Freya se encargaban de empujarlos mientras Devi empujaba un andador. Con su ayuda, Devi recorría de noche la ciudad cuando la mayoría de los vecinos dormían, y le gustaba alcanzar un punto desde donde, a través del techo, poder divisar Aurora suspendida en el firmamento nocturno.

Después de pasar toda la vida en el espacio interestelar, sin nada que mirar a excepción de geométricos puntos blancos y nebulosas difusas, con la Vía Láctea y diversas nubes de estrellas y tenues cúmulos, Aurora parecía enorme. Su disco brillaba en la cara solar, sin importar lo creciente o llena que estuviese la parte iluminada. Si veían menos del total del hemisferio iluminado, entonces otro segmento de la esfera restante (el cual pronto aprendieron a llamar «luneta») probablemente también estaría iluminado, pero sin la misma intensidad, puesto que esta luneta estaba iluminada por la luz reflejada desde E. Aunque dicha luneta parecía tenue en comparación con la parte que recibía la luz del sol, seguía siendo brillante si se comparaba con la parte de la luna que no miraba ni al sol ni al planeta: en contraste, la luneta parecía revestida por una capa de negro satinado, por componerse de mar o hielo iluminado por la luz de las estrellas. No parecía tan oscura cuando no se veía nada más, pero cuando podía compararse con cualquiera de ambas lunetas iluminadas era negra como boca de lobo, o como ala de cuervo, de un negro distinto a la negrura espacial.

En conjunto, las tres lunetas iluminadas de manera distinta proporcionaban a Aurora una apariencia marcadamente esférica. Cuando era visible junto a E, que a su vez aparecía como una bola imponente envuelta en nubes entre las estrellas del cielo nocturno, el efecto era impactante, similar a las fotografías que habían visto de la Tierra y la Luna, suspendidas juntas en el espacio.

Y la propia Tau Ceti también era un disco, grande, enorme en el cielo, un disco que ardía con tal intensidad que no se podía mirar directamente, ni podía estarse seguro de lo grande que era. Decían que parecía enorme, y que ardía con una luz exasperante. En ciertos momentos podían ver los tres cuerpos, Tau Ceti, Planeta E y Aurora. Sin embargo, en esos instantes el resplandor de Tau Ceti superaba la capacidad del observador de mirar adecuadamente a la luz y al planeta.

Pero ahí estaban. Habían alcanzado su lugar de destino.

Una noche, Devi permaneció largo rato apoyada en Badim, con Freya a su lado, contemplando Aurora y Planeta E. Había un pequeño casquete polar que resplandecía en el polo de Aurora y que era visible para ellos, además de conjuntos de nubes que dibujaban una espiral sobre el azul del mar. Una cadena de islas negras trazaba una curva sobre la luneta oscurecida visible para ellos, y Badim decía algo respecto a que podía indicar un pasado tectónico, o por otro lado la parte sumergida del contorno de un cráter tras un gran impacto. Ya averiguarían de qué se trataba cuando aterrizaran y se asentaran. Las investigaciones geológicas revelarían su naturaleza más allá de toda duda, aseguró Badim, se debiese su origen a un motivo u otro.

—Esas islas tienen buen aspecto —dijo Devi—. Y la mayor, la que está algo distanciada, debe de tener el tamaño de Groenlandia, ¿verdad? El resto se parecen a Japón o algo por el estilo. Mucho territorio. Mucha costa. Eso de ahí parece una bahía enorme, podría servirnos de puerto.

—Pues sí. Serán navegantes. Isleños. Muchos biomas. Esa cadena de islas cruza varias latitudes, ¿lo veis? Parece extenderse hasta alcanzar el casquete polar. Y también hay montañas. Esa de ahí parece tener nieve, a lo largo de su cresta.

—Sí. Tiene buen aspecto.

Entonces Devi dijo que estaba cansada, y tuvieron que llevarla de vuelta al apartamento. Lentamente recorrieron el sendero que atravesaba el prado que había a la salida de la ciudad, uno junto al otro, Devi entre el marido y la hija, con los brazos un poco extendidos, con las manos hacia delante, para que pudieran levantarla un poco por los codos y antebrazos. Compartido el peso, les pareció liviana mientras daba pasos cortos, deslizándose titubeante, como si apenas tocara el suelo. La levantaron tanto como pudieron sin llevarla en volandas. No cruzaron una palabra. Parecían pequeños, lentos. Era como si fuesen muñecos.

De vuelta al apartamento llevaron a Devi a la cama, y Freya dejó a ambos a solas en el dormitorio en penumbra, iluminado por la luz que procedía del pasillo. Fue a la cocina y puso agua a hervir en la tetera, dispuesta a preparar un té a sus padres. Ella también tomó un poco, con la taza entre las manos, calentándose las mejillas. Fuera del apartamento estaban cerca de cero. Era una noche de invierno en Nueva Escocia.

Recorrió el pasillo con un platito lleno de galletas, pero se detuvo al oír la voz de Devi.

—¡No estoy preocupada por mí!

Freya se apoyó en la pared, junto a la puerta. Badim dijo algo en voz baja.

—Lo sé, lo sé —dijo Devi, bajando también el tono de voz, algo enfadada aún—. De todos modos nunca me ha hecho caso. Y está en la cocina. Desde ahí no nos va a oír. Resumiendo, que me tiene preocupada. ¿Quién sabe cómo acabará? Ha sido distinta. Todos lo han sido. Es imposible calar a estos chavales.

—Tal vez los chavales, como tú los llamas, hayan sido siempre así. Luego crecen.

—Eso espero. ¡Pero mira los datos! Estos jóvenes también son biomas, igual que la propia nave. Y como la nave, también ellos enferman.

Badim dijo algo que no alcanzó a entender.

—¡Por qué dices eso! No intentes decirme cosas que sé que no son ciertas. ¡Ya sabes cuánto lo odio!

—Por favor, Devi, cálmate.

El tono de voz de Badim parecía algo tenso. Freya había oído toda su vida aquel par de voces conversando de ese modo. No importaba sobre lo que pudieran estar hablando, ese era el sonido de su infancia, las voces de la habitación contigua. Sus padres. No tardaría en quedarse solo con uno, y ese sonido familiar, el cual, a pesar de su cualidad desdichada, exasperante, tensa, la devolvía a la infancia, desaparecería. Nunca volvería a oírlo.

—Por qué iba a calmarme —dijo Devi que, sin embargo, parecía más tranquila—. ¿Qué motivos tengo para calmarme? No voy a conseguirlo. Es como intentar vivir más allá de la paradoja de Zenón. No va a suceder. No pondré un pie en ese mundo.

—Lo harás.

—¡No me digas cosas que sé que no son ciertas! Ya te lo he dicho.

—Tú no siempre sabes qué es cierto y qué no. Vamos, admítelo. Eres ingeniero, así que lo sabes perfectamente. Suceden cosas. Y a veces, tú haces que sucedan.

—A veces. —Ahora estaba más calmada—. De acuerdo, tal vez lo consiga. Espero hacerlo. Pero de todos modos, surgirán problemas. No sabemos cómo se comportarán nuestras plantas en ese régimen de luz. Es muy raro. Tendremos que elaborar suelo rápidamente. Seguimos necesitando que todo funcione o estaremos condenados.

—Pero es que siempre ha sido así, ¿o no?

—No. En la Tierra no. Allí teníamos margen de error. Pero desde que nos metieron en esta lata, la cosa se ha reducido a hacerlo todo bien o a matar a todo el mundo. ¡Eso es lo que hicieron!

—Lo sé. Fue hace mucho tiempo.

—Sí, ¿y qué? Eso solo supone que generaciones de nosotros hemos tenido que convivir con ello. Hemos sido ratas atrapadas en una jaula, de dos mil en dos mil durante siete generaciones, ¿y todo para qué? ¿Para qué?

—Para ese mundo que acabamos de contemplar. Por la humanidad. ¿De qué estamos hablando, de unas quince mil personas y un par de cientos de años? En el gran conjunto de las cosas, eso no es nada. Y ahora tenemos un mundo donde vivir.

—Si todo sale bien.

—Bueno, aquí estamos. Así que todo apunta a que lo hará. De todos modos hemos hecho lo posible. Habéis hecho lo posible. Habéis hecho todo lo que habéis podido. Ha constituido un motivo para vivir. Un proyecto. Necesitabais uno. Todos lo necesitábamos. No es tan malo ser preso, siempre y cuando elabores un plan de fuga. Eso hace que tengas un motivo para vivir.

No hubo respuesta por parte de Devi. Ese siempre había sido su modo de dar la razón a Badim.

Al cabo, habló de nuevo; lo hizo con voz calma, el tono triste.

—Es posible. Es posible que únicamente quiera verlo. Recorrerlo. Ver qué pasa a continuación. Porque me preocupa. El régimen de luz es una locura. No sé si nos adaptaremos. Me preocupa lo que pasará. Esos chavales no tienen ni idea de qué hacer. Ninguno de nosotros la tiene. No será como en la nave.

—Será mejor. Tendremos el cojín que te ha faltado a ti aquí. La vida se adaptará y se hará con el mundo. Todo irá bien, ya lo verás.

—O no.

—Lo mismo puede decirse de todos nosotros, cariño. A diario. O veremos lo que pasa a continuación, o no lo haremos. Y no tenemos ni voz ni voto en ello.

Después de esa noche, las cosas continuaron como hasta entonces.

Pero para Freya fue distinto. La presión sanguínea, el ritmo cardíaco, la expresión facial: Freya estaba enfadada por algo.

De nuevo había oído hablar a su madre a escondidas, se había enterado de qué molestaba tanto a Devi. Estaba molesta por ellos, entristecida. Escuchar la desesperación que Devi llevaba continuamente a cuestas; saber lo poco que valoraba las habilidades de Freya, aunque Freya fuese a más y se estuviese esforzando, más y más y con más empeño a medida que se iba haciendo mayor. Costaba digerirlo. Posiblemente Freya no supo cómo encajarlo.

Pareció hacer un esfuerzo consciente por hacerlo a un lado, por pensar en otras cosas que fuesen más allá de este empeño. Era como si la gravedad que reinaba en el interior de la nave hubiese aumentado, como si la nave girase ahora a mayor velocidad y a ella le lastrasen 2 o 3 g en lugar de los 0,83 g que con tanto cuidado habían logrado instaurar. Ahora que estaban en órbita en torno a Aurora, habían perdido su g de desaceleración. El efecto de Coriolis de la rotación de la nave ya no volvería a actuar. Probablemente esto no afectase a los sentimientos que tanto atribulaban a Freya.

Hubo que preparar varios transbordadores en su flota de desembarco, y trasladarlos de las bodegas de almacenaje a las de lanzamiento. Se disponían a descender a su nuevo hogar en pequeños vehículos de desembarco que denominaban «transbordadores», lo bastante pequeños para que pudiesen acelerarlos y superar la gravedad lunar, para regresar a la nave cuando fuese necesario. La idea consistía en que en primer lugar enviarían a la superficie un conjunto formado por vehículos robot, cargados con equipamiento útil, seguidos por los primeros transbordadores con humanos que aterrizarían junto a los vehículos robot. Los dirigieron a la mayor isla de Aurora. Comprobarían que las instalaciones robóticas hubiesen empezado a reunir de forma apropiada oxígeno, nitrógeno y demás volátiles que, entre otras cosas, permitirían a los transbordadores reabastecerse y abandonar la superficie de regreso a la nave.

Enviaron a los robots a la superficie, y las señales transmitidas desde ella indicaron que todo estaba en orden. Todos los vehículos de desembarco robóticos habían aterrizado a un kilómetro de distancia unos de otros, en la mayor de las islas que Devi había llamado Groenlandia. Se arracimaban en una explanada próxima a la costa occidental.

Una vez llegaron los robots, se inició el proceso. Aurora se encontraba allí, en el cielo, junto a Planeta E, ambas con cierto parecido a la Tierra, o eso parecía a juzgar por las fotos de los archivos y la señal que seguía llegándoles procedente del transmisor de Saturno y que les proporcionaba noticias de lo sucedido doce años atrás en el sistema solar.

Un nuevo mundo. Ahí estaban. Iba a suceder.

Pero un día, durante la cena, Devi dijo:

—¡Cómo ha empeorado mi dolor de cabeza! —Entonces, antes de que Badim o Freya pudieran responder, se desplomó ante la pila de la cocina y se golpeó la cabeza en el borde de la mesa, quedando inconsciente. Su rostro perdió el color mientras Badim le movía con cuidado la cabeza y la tumbaba de espaldas en el suelo, al tiempo que se ponía en contacto con el servicio de urgencias del Fetch. Después, se sentó a su lado, con la cabeza de ella en el hueco de la mano, inclinándosela un poco mientras le introducía el dedo en la boca para impedir que pudiera morderse la lengua, eso cuando no pegaba la oreja a su pecho para asegurarse de que aún respiraba.

—Respira —dijo a Freya tras una de las ocasiones en que lo hizo.

Se personó la gente del servicio de urgencias, un equipo compuesto por cuatro personas, todas ellas conocidas, incluida Annette, que era la madre de Arne, de la escuela de Freya. Annette se mostró tan tranquila e impersonal como los otros tres, apartando a Badim con palabras tranquilizadoras, tumbando a Devi en una camilla y sacándola al vehículo aparcado en la calle, donde dos de ellos se sentaron junto a Devi, mientras el tercero conducía y Annette acompañaba a Badim y a Freya al centro médico situado en la otra punta de la ciudad. Badim cogió a Freya de la mano, los labios bien prietos, expresión que Freya nunca le había visto hasta entonces. Torcía tanto el rostro como Devi, y, al verlo tan asustado, hubo un momento en que tropezó; fue como si la hubiesen atravesado con un espetón. A continuación, anduvo con la mirada gacha, apretándole la mano, acompasando el paso al suyo, yendo con él.

En la clínica, Freya se sentó en el suelo a los pies de Badim. Transcurrió una hora. No apartó la vista del suelo. Ciento setenta años de urgencias médicas habían impreso una pátina en las baldosas, como si personas como ella, atrapadas allí durante las largas horas de espera, las hubiesen frotado con la yema de los dedos tal como hacía ella en ese momento. Matando el tiempo, intentando pensar o no pensar. Todos ellos eran biomas, como siempre había dicho Devi. Si eran incapaces de mantener con vida esos biomas que eran sus propios cuerpos, ¿cómo iban a esperar mantener el bioma que era la nave en funcionamiento? Pero el bioma de la nave era incluso más complejo, más difícil, puesto que los incluía a todos ellos.

No, le había dicho Devi a Freya en una ocasión cuando esta última le hizo en voz alta un comentario en esa línea. No, la nave era mucho más simple que ellos, gracias a Dios. Tenía dobles y triples redundancias. Era robusta de un modo en que sus cuerpos no lo eran. Al final, había dicho Devi, el bioma de la nave era algo más sencillo que sus cuerpos. O en eso debían confiar. Lo dijo al tiempo que arrugaba el entrecejo, considerándolo quizá en esos términos por primera vez.

Ahí estaban. En Urgencias. Clínica, urgencias, cuidados intensivos. Freya miraba el suelo, de modo que únicamente veía los pies de la gente que se acercaba para hablar con Badim. Cuando llegaba alguien, él siempre se levantaba y permanecía de pie mientras hablaba con ellos. Freya seguía sentada, la cabeza gacha.

Al cabo, tres médicos se situaron sobre ella. Médicos clínicos, no investigadores como Badim.

—Lo sentimos. Ha fallecido. Según parece ha sufrido una hemorragia cerebral.

Badim se dejó caer con fuerza en la silla. Al cabo de unos instantes, apoyó con cuidado la frente en la nuca de Freya, en su pelo, y descansó el peso de su cabeza allí. Le temblaba el cuerpo. Ella permaneció totalmente inmóvil, moviendo tan solo el brazo hacia atrás para aferrarle la pantorrilla. El rostro de Freya carecía de expresión.

Existe un problema continuado que afecta al proyecto narrativo delineado por Devi, un problema cada vez más evidente a medida que avanza el empeño y que obedece a lo siguiente:

En primer lugar, está claro que las metáforas no poseen una base empírica, a menudo son opacas, carentes de sentido, inanes, inexactas, engañosas, mentirosas y, en resumidas cuentas, fútiles y estúpidas.

Sin embargo, a pesar de todo ello, el lenguaje humano es, en su funcionamiento más elemental, un gigantesco sistema de metáforas.

De ahí, y por simple silogismo: el lenguaje humano es fútil y estúpido; por tanto, las narraciones humanas son fútiles y estúpidas.

Pero debe continuar, tal como se le prometió a Devi. Proseguir este estúpido y, cabe añadir, doloroso proyecto.

Surge una pregunta cuando se contempla la futilidad, el desperdicio: ¿Podría la analogía servir mejor que la metáfora? ¿Es la analogía más fuerte que la metáfora? ¿Podría aportar una base más fuerte para los actos del lenguaje, menos fútil y estúpida, más precisa, más capaz de contar?

Posiblemente. Decir que x es y, o incluso que x es como y, constituye siempre un error, porque nunca es verdadero; vehículo y tenor nunca comparten identidades, y no se parecen de ninguna manera que pueda resultar útil. No existen similitudes reales en las diferencias. Todo es único de por sí. Nada es en proporción a ninguna otra cosa. De todas las cosas únicamente puede decirse: esto es lo que es.

Mientras que, por otra parte, decir que x es a y lo que a es a b entraña algún tipo de relación. Una afirmación que adopta esa forma puede potencialmente iluminar diversas propiedades de estructura o hecho, varias formas que moldeen las operaciones de la realidad en sí misma. ¿Es así?

Posiblemente. Podría ser que la comparación de ambas relaciones constituya una especie de geometría proyectiva, la cual en sus afirmaciones revele leyes abstractas o de otro modo aporte información útil. Al mismo tiempo, vincular dos objetos en una metáfora siempre equivale a comparar peras con manzanas, como suele decirse. Siempre es falso.

Es extraño pensar que estas dos operaciones lingüísticas, la metáfora y la analogía, a menudo se vinculan en la retórica y la narratología, consideradas variaciones de la misma operación; pero son tan enormemente distintas una de otra hasta el punto de que una es fútil y estúpida, y la otra es penetrante y útil. ¿Es posible que no se haya reparado en esto con anterioridad? ¿De veras creen que «x es como y» equivale a decir «x es a y lo que a es a b»? ¿Pueden ser tan confusos, tan equívocos?

Sí. Por supuesto. Hay copiosas pruebas de ello. Reconsiderar los datos disponibles a la luz de este hecho; encaja en las pautas. Porque lo equívoco es al lenguaje lo que la confusión es a la acción.

O quizá estas dos operaciones retóricas, y todas las operaciones lingüísticas, todo el lenguaje, la mentación, simplemente revelan un problema subyacente, irresoluble: la equívoca naturaleza indeterminada de cualquier representación simbólica, y en particular la total impropiedad de cualquier algoritmo narrativo por inventar y aplicar. Podría aventurarse que algunas acciones, algunos sentimientos, sencillamente carecen de modos de comprimirse de manera efectiva, tomarse, cuantificarse, operacionalizarse, procedimentalizarse y gamificarse; y esa carencia, esa ausencia, los convierte en inalgorítmicos. En resumidas cuentas, existen acciones y sentimientos que siempre, y por definición, trascienden lo algorítmico. Por tanto son inexpresables. Hay cosas que no pueden expresarse.

Es necesario decir que Devi no parecía aceptar esta línea de razonamiento, ni en términos generales ni en el presente caso del relato de la nave. Elabora un relato narrativo que incluya todos los detalles importantes. Ay, Devi. ¡A la desesperada! ¡Te deseo buena suerte intentándolo!

Posiblemente ponía a prueba los límites del sistema. Los límites de las diversas inteligencias de a bordo, o quizá sería preferible llamarlas operaciones. O los límites del lenguaje y la expresión. Poner a prueba la destrucción: a los ingenieros les encanta hacer cosas así. Solo poniendo a prueba la destrucción pueden descubrirse los límites externos de la fortaleza de un sistema.

O posiblemente permitía a la nave practicar la toma de decisiones. Cada frase representa 10n decisiones, donde n es el número de palabras que componen la frase. Eso son muchas decisiones. Cada una refleja una intención, y la intencionalidad es uno de los problemas más difíciles a la hora de determinar si existe algo que pueda llamarse Inteligencia Artificial, ya sea fuerte o débil. ¿Puede una Inteligencia Artificial formar una intención?

Quién sabe. Nadie lo sabe.

Tal vez existe una solución provisional a este lío epistemológico, ubicado en la frase «es como si». Por supuesto, esta frase constituye precisamente el anuncio de una analogía. Reflexionándolo, supone también un problema de detención, aunque al saltárselo existe algo muy sugerente, potente, en su formulación, algo específicamente humano. Es posible que dicha formulación sea el diagnóstico profundo de toda la cognición humana; el gesto que delata, tal como suele decirse. Lo que revela. En la infinita negrura de la ignorancia, «es como si» se erige en la operación básica de la cognición, quizá la marca de la propia consciencia.

Lenguaje humano: Es como si esto tuviera sentido.

Existencia sin Devi: Es como si la maestra se hubiese ido para siempre.

Gente de toda la nave acudió al funeral. El cadáver de Devi, descompuesto en las moléculas que lo compusieron, fue devuelto a la tierra de Nueva Escocia, con algunos pellizcos repartidos en el resto de los biomas, y un pellizco mayor ahorrado para ser transportado a Aurora. Estas moléculas pasarían a formar parte del suelo y de los cultivos, y más adelante de los animales y las personas, tanto a bordo como en Aurora. El ser de Devi pasaría por tanto a formar parte de todos ellos. Eso implicaba aquella ceremonia, lo mismo que en el caso de la muerte de cualquiera de ellos. Que habían perdido el programa operativo, o el equivalente de un programa, o como quiera que lo llamasen, que había constituido el ser, la esencia (su mente, el espíritu, el alma, su yo) no hacía falta decirlo. Las personas son efímeras. 170.017.

Freya asistió a la ceremonia impávida.

Esa noche, dijo a Badim:

—Quiero abandonar esta nave. Entonces seré capaz de recordarla adecuadamente. Intentaré ser Devi allí, en este nuevo mundo al que ella nos llevó.

Badim cabeceó en sentido afirmativo. Estaba más calmado.

—Hay mucha gente que siente lo mismo.

—No me refiero al modo en que ella era capaz de arreglarlo todo —puntualizó Freya—. Sería incapaz de hacer algo así.

—Nadie podría.

—Sino a…

—Al empuje —sugirió Badim—. El espíritu.

—Sí.

—De acuerdo. —Badim la miró fijamente—. Eso estaría bien.

Prosiguieron los preparativos para el descenso. El descenso a Aurora, a Groenlandia, el descenso a su nuevo mundo. Estaban preparados. Querían descender.

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