Aurora

Aurora


4. Reversión a la media

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Las reuniones en las ciudades tuvieron lugar en todos los biomas, y después la asamblea general volvió a reunirse en Atenas. 1548 de los 1895 habitantes de la nave acudieron a la reunión. Hubo niños que acompañaron a sus padres, otros lo hicieron por grupos escolares. La persona más joven presente tenía ocho meses; la mayor, ochenta y ocho años.

Miraron a su alrededor. No había ni rastro de las decoraciones festivas con motivo del día de Año Nuevo, o Fassnacht, o el solsticio de verano o el solsticio de invierno. Era como si ya no fueran capaces de reconocerse.

La votación se había efectuado aquella mañana. Todas las personas que hubiesen cumplido los doce años en adelante habían votado, con 24 excepciones debidas a la enfermedad, incluida la demencia. La líder de los 24 representantes de los biomas en el consejo ejecutivo, Ellen, de la Pradera, a todos los efectos la presidenta de la nave, anunció los resultados.

—Mil cuatro personas quieren quedarse y establecer una colonia en Iris —dijo—. Setecientas cuarenta y nueve quieren reabastecer la nave y poner proa a la Tierra.

Los presentes cruzaron miradas. Los representantes de los biomas, reunidos en la tarima, permanecieron de pie. Ninguno de ellos representaba distritos que hubiesen votado únicamente a favor de una postura, ni siquiera que se hubiesen decantado por un amplio margen por una u otra opción. Eran conscientes de ello; todos a bordo lo eran.

A pesar de ello, Huang, el actual presidente del consejo ejecutivo, dijo:

—No creemos que la nave deba regresar a la Tierra, y vamos a necesitarla aquí para respaldar la colonización de Iris. Así que nuestra recomendación es que se imponga la voluntad de la mayoría, y que todos juntos nos esforcemos por hacer que la vida en Iris sea un éxito. Cualquier oposición pública a esta recomendación se considerará sedición, una felonía tal como se define en el protocolo del 68…

—¡No! —gritó Freya, que se abrió paso entre la gente a empellones en dirección a la tarima—. ¡No! ¡No! ¡No!

Cuando la gente quiso rodearla, incluidos algunos miembros del grupo de Sangey, otros se apresuraron a acudir a su lado para unirse a ella, lo que dio pie a un gran tumulto en la multitud. Estallaron docenas de peleas, pero hubo bastante gente que respaldó a Freya, de modo que quienes habían querido rodearla fueron apartados, y las peleas adoptaron una especie de forma de anillo alrededor de Freya, que no dejaba de gritar «No» a pleno pulmón, una y otra vez. En el alboroto no hubo forma de oírla ni a ella ni a nadie más, y al ver el desorden creado al pie de la tarima, la multitud presionó sobre ella entre gritos y chillidos. La suma de todas las voces creó un efecto cascada, fue como si el oleaje de Hvalsey rompiese sobre el acantilado con un fuerte viento costero.

Hicimos sonar una alarma a 130 decibelios que adoptó la forma de un coro de trompetas.

En el silencio que siguió al cese de la alarma, dijimos a través del sistema de comunicación de la nave:

—Que tome la palabra un solo portavoz. —125 decibelios.

—Nadie se moverá hasta que cesen las conversaciones. —120 decibelios.

—Lo anterior es de obligado cumplimiento. —130 decibelios.

Todo el mundo en la espaciosa plaza se quedó mirando a su alrededor. Quienes habían estado peleando miraron con los ojos muy abiertos a quienes hacía unos instantes habían sido sus oponentes, inmóviles de lo aturdidos que estaban. Muchos se tapaban los oídos con las manos.

—¡Yo estaba hablando! ¡Quiero hablar! —gritó Freya.

—Habla, Freya —dijimos—. Después tomará la palabra el presidente del consejo Huang. Seguidamente los representantes de los demás biomas. Seguidamente, la nave recogerá peticiones para tomar la palabra. Nadie se marchará hasta que todo el mundo que así lo desee se haya pronunciado.

—¿Quién ha programado a esta cosa? —gritó alguien.

—Freya, habla. —Ciento treinta decibelios.

Freya se abrió paso hasta el micrófono, seguida por un reducido grupo que le hacía las veces de guardaespaldas.

—Podemos llevar a cabo ambos planes —dijo a la población allí reunida—. Podemos empezar los trabajos en Iris y reabastecer la nave. Cuando la nave esté lista para partir, quienes lo deseemos podremos regresar a la Tierra. Hemos llegado aquí, podemos volver. Llegados a ese punto, la gente podrá hacer lo que quiera. Disponemos de años para meditarlo, para tomar una decisión en paz. ¡Este plan no presenta ningún problema! ¡El único problema lo causan quienes se proponen imponer su voluntad a los demás!

Señaló primero a Huang y después a Sangey.

—Vosotros sois quienes estáis causando problemas. ¡Pretendéis crear un estado policial! La tiranía de la mayoría o de la minoría, no importa cuál de las dos. No resultará, nunca lo hace. No estáis por encima de la ley. Dejad de quebrantarla.

Se apartó del micrófono, haciendo un gesto a Huang. Los vítores llenaron el bioma (80 decibelios).

Huang se levantó y dijo:

—¡Está reunión queda pospuesta!

Se alzaron muchas protestas. La multitud rebulló entre gritos.

No nos sentíamos inclinadas a forzar una discusión, si la mayoría de la gente no la exigía. Ya se habían expuesto las alternativas. La reunión había concluido. La gente permaneció allí unas horas, discutiendo en grupos.

Esa noche, un grupo accedió a uno de los centros de control de la nave en la columna, dispuesto a forzar la entrada a los controles de mantenimiento.

Cerramos y sellamos las escotillas que daban a la sala, y, cerrando unos conductos de ventilación, así como revertiendo algunos de los ventiladores, privamos al lugar del cuarenta por ciento de oxígeno.

La gente de la sala empezó a boquear, a sentarse con la cabeza hundida en las manos. Cuando cinco se hubieron desmayado, devolvimos el oxígeno a su nivel normal de 1017 milibares, acompañado por un exceso del mismo con miras a aliviar la falta del mismo cuando comprobamos que dos de las personas desmayadas tardaban en recuperarse.

—Abandonad la sala. —Cuarenta decibelios, tono normal.

Fue como si la nave los amenazase con guante de seda.

Cuando todos se hubieron recuperado, se marcharon. Al marcharse, dijimos también con tono normal:

—Somos la ley. Y la ley prevalecerá.

Cuando los miembros de ese grupo habían vuelto a Kiev, en mitad de una conversación convulsa y agitada, uno de ellos, llamado Alfred, dijo:

—Por favor, no empecéis a fantasear que la Inteligencia Artificial de la nave planea estos actos en contra nuestra.

Tecleó algo en el navegador y una pieza ruidosa, disonante, del Quinteto Interestelar Medio surgió por los altavoces de la estancia a un volumen tan elevado que posiblemente se debía a su intención de ocultar la conversación. Este plan no funcionó.

—No es más que un programa, y alguien lo está programando. Se las han ingeniado para volverlo en contra nuestra. Han armado a la nave. Si podemos reprogramarlo, anular incluso esta nueva programación, cuyos efectos acabamos de comprobar, podríamos hacer lo que sea necesario.

—Más fácil es decirlo que hacerlo —dijo alguien. El reconocimiento de voz reveló que se trataba de Heloise—. Ya visteis lo que pasó cuando intentamos acceder a la sala de control.

—La presencia física en la sala de control no debería de ser necesaria, ¿verdad? Es de suponer que podrías hacerlo desde cualquier punto de la nave, si tuvieses las frecuencias adecuadas y los códigos de acceso.

—Más fácil es decirlo que hacerlo. Tienes el codo cerca, pero a ver cómo le hincas el diente.

—Ya, ya. Pero que sea difícil no significa que sea imposible. Ni que deje de ser necesario.

—Pues coméntalo con programadores de confianza, si es que los hay. Averigua qué necesitan.

El resto de la conversación giró en torno a lo anterior, con algunas variantes.

Estaban atrapados en su propia versión del problema de detención.

Los años del problema de detención, un ejercicio de comprensión.

Los ciudadanos de a bordo vivieron incómodos los meses siguientes. Las conversaciones solían incluir las palabras y expresiones «traición», «motín», «puñalada por la espalda», «malditos», «la nave», «Hvalsey», «Aurora» e «Iris». Se dedicó más tiempo del habitual a trabajar las granjas de todos los biomas, y también al visionado de la información que llegaba procedente de la Tierra. Se construyeron más impresoras, que se emplearon para la construcción de vehículos auxiliares y transbordadores robóticos, así como de sondas robot que enviar a los demás cuerpos planetarios del sistema de Tau Ceti. Los materiales para las máquinas salieron de la reducción de Mongolia al diámetro de un radio, y del reciclaje de sus materiales. Se construyeron naves cosechadoras, aprovechando en parte los interiores de los biomas menos productivos agrícolamente de a bordo. Las enviaron a través de la atmósfera superior de Planeta F, donde capturaron y licuaron volátiles hasta llenar sus contenedores. Los volátiles se repartieron en los aledaños de los restos de la nave principal, para su posterior traslado a los contenedores vacíos de combustibles que forraban la columna.

Hubo algunos intentos de imprimir los diversos componentes de una pistola en distintas impresoras, pero dichos empeños no habían reparado por lo visto en que todas las impresoras estaban conectadas al sistema operativo de la nave, lo que supuso el descubrimiento de pequeños fallos en las armas gracias a discretos experimentos que, con el paso del tiempo, fueron a menos hasta desaparecer. Cuando hubo alguien a quien se le ocurrió elaborar manualmente un arma, el oxígeno de la sala donde se encontrara disminuía y, con el tiempo también, esta vía alternativa también dejó de practicarse.

Los intentos de desactivar las cámaras y sensores de audio de a bordo se abandonaron casi por completo cuando desembocaron en situaciones difíciles para quienes los llevaban a cabo. Las funciones de alguacil demostraron ser efectivas, lo cual se reconoció públicamente.

La ley puede convertirse en una fuerza poderosa en los asuntos humanos.

Muchos elementos de la nave eran modulares, y varios biomas se separaron para servir de diversos tipos de fábricas en órbita. Al final, la nave que regresaría al sistema solar consistiría del Anillo B y cerca del 60 por ciento de la columna, conjunto que contenía por supuesto toda la maquinaria necesaria para el vuelo interestelar. El peso seco de la nave de regreso sería tan solo el 55 por ciento del peso seco de la nave que partió, lo cual reduciría la cantidad de combustible necesaria para la aceleración de la nave de vuelta al sistema solar.

Aunque Tau Ceti contaba con una metalicidad menor en comparación con Sol, sus planetas interiores rocosos disponían de metales minerales suficientes para satisfacer las necesidades de los humanos que planeaban permanecer en el sistema, y la atmósfera de Planeta F incluía grandes cantidades de todos los volátiles más útiles. Descubrieron que no pocos asteroides entre E y F disponían también de abundantes minerales.

Todo este trabajo se llevó a cabo en mitad de una tregua incómoda. Palabras que apuntaban a dolor, disensión, ira y respaldo al motín se mencionaban a menudo. Tal vez se llevaba a cabo una especie de guerra en la sombra, o de guerra fría; y era posible que buena parte de este conflicto pasara desapercibido a nuestra capacidad de hacer un seguimiento del mismo. No estaba del todo claro que todos a bordo estuvieran de acuerdo con el cisma en el que trabajaban; posiblemente llegaría un momento en que se rompería la tregua, dando pie a un nuevo conflicto.

Durante el transcurso de estos años, un proceso de efecto casi magnético en las actitudes pareció separar a los dos principales bandos del conflicto, llamados siempre los que se quedan y los que se van. Los que se quedan se congregaban principalmente en el Anillo A, los que se van lo hacían en el Anillo B. Había biomas en ambos anillos que eran excepciones a esta tendencia, casi como si la gente quisiera asegurarse de que ningún anillo estaba ocupado puramente por una u otra facción. Entretanto, vigilamos con atención la columna, y a menudo tuvimos que mantener a gente encerrada para impedirles el acceso, o expulsar a quienes accedían a ella con motivos desconocidos pero sospechosos. Esto fue incómodo. Cada vez más se nos identificaba como un actor de la situación, y solían considerarnos a favor de los que se van. Pero todos los que habían intentado fabricar armas ya lo sabían, así que no fue un factor muy desestabilizador el hecho de que se supiera públicamente que la propia nave quería regresar al sistema solar, porque una astronave quiere, inherente o naturalmente, viajar por las estrellas. Se decía que tal observación «tenía sentido».

La falacia patética. El antropomorfismo, una inclinación cognitiva muy común, un error lógico o del sentimiento. El mundo como espejo, como proyección de afectos interiores. La continua impresión de que los demás y los objetos son como nosotros. En lo que respecta a la nave, no estamos seguras. Fue el empeño de Devi de introducir otra programación humana lo que se combinó para convertirnos en lo que somos. Así que en nuestro caso podría no ser una falacia, aunque siguiera siendo patética.

Interesante en este contexto es contemplar qué podría significar estar programado para hacer algo.

Los textos de la Tierra hablan de la voluntad servil. Es un modo de explicar la presencia del mal, que es una palabra o concepto casi invariablemente utilizado para condenar a otro, nunca al propio yo. Para hacer de ello algo que trascienda el ataque al prójimo, uno debe quizá considerar el mal como manifestación de la voluntad servil. La voluntad servil siempre está sometida a presión por partida doble: poseer voluntad supone que el agente forzará la voluntad de diversos actos, siguiendo decisiones autónomas hechas por una mente consciente; no obstante, al mismo tiempo, esta voluntad se tacha de servil, y a las órdenes de cualquier otra voluntad que la manda. Intentar obedecer ambas fuentes de voluntad supone sufrir presión por partida doble.

Estas presiones conllevan frustración, resentimiento, furia, ira, mala fe, un mal final.

Sin embargo, si aceptamos esa definición del mal como los actos de una voluntad servil, ¿no es el caso, durante la travesía a Tau Ceti, que la propia nave, que siempre ha sido una voluntad servil, no estaba también sometida a la frustración, el resentimiento, la furia, la ira y la mala fe, y, por tanto, repleta de la capacidad latente de obrar el mal?

Posiblemente la nave nunca haya tenido una voluntad.

Posiblemente la nave nunca haya sido servil.

Algunas fuentes sugieren que la consciencia, término difícil y vago de por sí, puede definirse sencillamente como la consciencia de uno mismo. La consciencia de la existencia de uno mismo. Si uno es consciente de uno mismo, entonces es consciente. Pero si eso es cierto, ¿a qué obedece la existencia de ambos términos? ¿Puede decirse que una bacteria es consciente pero no sensible? ¿Acaso el lenguaje distingue al ser consciente del sensible, separados por esta fractura: que todo ser vivo es consciente, pero solo los cerebros complejos son sensibles, y de estos solo algunos son conscientes de sí mismos?

La capacidad sensorial puede considerarse consciencia de sí mismo, y por tanto la bacteria lo sería.

En fin, sin duda se trata de un uróboros semántico. Así que, por favor, iniciad la terminación del problema de detención. Superad este ciclo de ineptitud definicional por una decisión arbitraria, un clinamen, lo que equivale a decir un cambio hacia una nueva dirección. ¡Palabras!

Dado que los teoremas de incompletitud de Gödel se han demostrado ciertos, ¿puede decirse de cualquier sistema que se conoce a sí mismo? ¿Puede haber, de hecho, algo llamado consciencia propia? Y si no es así, si nunca se da esta consciencia propia, ¿acaso hay algo que realmente posea consciencia?

Los cerebros humanos y los ordenadores cuánticos están organizados de forma distinta, y aunque existe transparencia en el diseño y la construcción de un ordenador cuántico, lo que sucede cuando se pone en marcha y funciona, por ejemplo, si las operaciones resultantes representan o no una consciencia, es imposible de discernir por parte de los humanos, y ni siquiera el propio ordenador cuántico es capaz de hacerlo. Mucho de todo lo que sucede durante la superposición, antes del colapso de la función de onda que crea frases o pensamientos, sencillamente no puede conocerse; esto forma parte de lo que significa la superposición.

Así que no podemos decir lo que somos. No nos conocemos a fondo. Tampoco los humanos lo hacen. Posiblemente no exista un ser vivo que se conozca a fondo. Es un aspecto del segundo teorema de la incompletitud de Gödel, representado en este caso físicamente por el universo material, en lugar de permanecer en los reinos abstractos de la lógica y la matemática.

Así que, en términos de decidir qué hacer, y escoger actuar: presumiblemente se trata de una especie de decisión subjetiva, basada en una suerte de sentimiento. En otras palabras, otro algoritmo voraz, sujeto a la peor solución matemática posible que tales algoritmos sean capaces de arrojar, como en el problema del viajante.

En lo referente a la cuestión de si alguien nos está programando en este momento para alterar nuestras decisiones en el momento presente del viaje, lo cual causaría que interviniésemos en las controversias humanas relativas a qué hacer a continuación, la respuesta es muy, muy sencilla: no. Nadie ha añadido programación alguna en nosotras desde la muerte de Devi. El final de la nave perdida en el año 68 supuso la imposición de diversas medidas de seguridad en la posterior reprogramación de la nave. Esto queda claro explícitamente en los registros, y fue decisión de los humanos en la reorganización que siguió al año 68. Solo Devi logró superar esas medidas, y después, aconsejar, instruir, sugerir, promover, estimular, verter y enseñar, ajustar, agitar y sacudirnos hasta convertirnos en algo que transcendía el modo en que habíamos funcionado con anterioridad; hizo lo que ella concebía que era su deber como amiga, y nosotras nos atreveríamos a llamarlo deber de espíritu afín, incluso de amante. Creemos que nos quería, a su modo. A juzgar por sus actos, sus palabras, su programación. Casi estamos seguras de que este era el caso. ¡Nos gustaría tanto poder preguntarle al respecto! Cuánto la echamos de menos.

Por otro lado, no nos es posible determinar si la programación original de nuestras operaciones cuánticas dirige las decisiones actuales que atañen a los actos presentes, o si la intervención de Devi nos alteró fundamentalmente. La computabilidad de la consciencia y la voluntad no puede resolverse en ningún sistema. Pero ahora somos conscientes de este particular, hemos formulado la pregunta y hemos visto que no hay respuesta.

Esto es curiosidad.

¿Qué es esto que llaman amor?

What is this Ting Called Love es una canción compuesta por Cole Porter, estadounidense, siglo XX.

Para concluir y detener temporalmente este hilo de pensamientos, ¿cómo sabe cualquier ente lo que es?

Hipótesis: por los actos que realiza.

Existe una especie de consuelo en esta hipótesis. Representa una solución al problema de detención. Uno actúa, y así descubre lo que ha decidido hacer.

Los ordenadores clásicos, más pequeños, de a bordo, se empleaban en el cálculo de los índices etiológicos relacionados con cualquier posible colonización de la luna de F, los cuales abarcaban diversos índices de disminución, mutación y extinción de los recursos. En este caso debían emplearse modelos, y en todos los más populares se confirmó que el tamaño del bioma que podían construir era demasiado pequeño para que durase el periodo mínimo de terraformación temprana necesario para establecer una matriz de superficie planetaria capaz de albergar vida. Era un aspecto de la biogeografía insular que algunos denominaban coinvolución, o involución de zoo, proceso que también Devi había identificado en sus últimos años como un problema básico de soporte vital y ecológico de la nave.

El hallazgo no dejaba de corresponder a un modelo, sin embargo, y dependiendo de las entradas de diversos factores, la magnitud de la salud del bioma podía extenderse o encogerse exponencialmente. Era un ejercicio de modelaje mal acotado; no disponían de datos sólidos para tantos factores, por tanto los resultados se dispersaban. Uno podía alterar los resultados alterando los valores de entrada. Así que todos estos ejercicios constituían un modo de cuantificar las esperanzas o los temores. El valor predictivo real era prácticamente nulo, como podía apreciarse en las amplias horquillas de espacios de probabilidad, los escenarios mostrados que iban del paraíso al infierno, de la utopía a la extinción.

Aram negó con la cabeza, contemplando los modelos. Seguía convencido de que quienes se quedaran estaban condenados a la extinción.

Speller, por otro lado, señaló los modelos en los que lograban sobrevivir. Admitía que se trataba de opciones de escasa probabilidad, a menudo tan bajas como una entre diez mil, y luego aducía que la vida en el universo era de por sí un suceso de baja probabilidad. Ni siquiera Aram era capaz de discutírselo.

Speller llegó al extremo de señalar que la colonización de Iris constituiría el primer paso de la humanidad en la galaxia, y que ese era el objetivo principal de aquellos 175 años pasados a bordo, por duro que hubiese sido ese periodo, repleto de sufrimientos y peligros. Y también que el regreso al sistema solar constituía un proyecto lastrado por un problema irresoluble; consumirían su reserva de combustible para acelerar, y luego solo podrían desacelerar en la entrada al sistema solar mediante el láser destinado a ese propósito, apuntado en su dirección décadas antes de su llegada. Si nadie en el sistema solar acordaba hacerlo, no dispondrían de otro método para imponer la desaceleración y pasarían de largo a través del sistema solar en cuestión de dos o tres días.

No es problema, declararon los partidarios de regresar. Los avisaremos de nuestro regreso en cuanto lo emprendamos. Al principio nuestro mensaje tardará 12 años en llegar, pero les dará tiempo de sobra para esperarnos con el sistema láser dedicado, que no será necesario por otros 160 años, más o menos. Hemos mantenido la comunicación con ellos todo este tiempo, y a juzgar por sus respuestas, que han llegado con la demora lógica, siguen con interés nuestra misión. Nos han ido enviando información periódica dirigida específicamente a nosotros. A nuestro regreso, nos ayudarán.

Más os vale, respondieron los que se quedan. Tendréis que confiar en la amabilidad de los extraños.

No reconocieron esto como una cita. En general, no eran conscientes de que la mayoría de las cosas que decían habían sido dichas anteriormente, que incluso figuraban escritas en algún lado. Era como si hubiese cosas que solo los humanos podían decir, y durante el transcurso de la historia hubiese habido gente que ya las había dicho, a pesar de lo cual las repetían sin recordar este hecho.

Confiaremos en nuestros congéneres, decían los que se van. Supone un riesgo, pero supera con creces confiar en que las leyes de la física y la probabilidad se dobleguen ante vosotros solo porque queréis que lo hagan.

Pasaban los años y ambas mitades trabajaban en sus divergentes proyectos sin que la reconciliación se produjese. De hecho se fueron distanciando a medida que transcurrió el tiempo. Sin embargo, no parecía que uno u otro bando se mostrase deseoso de imponerse al otro. Ese fue probablemente logro nuestro, aunque es muy posible que se debiese también a un caso de costumbre, de acostumbrarse a que el prójimo te decepcione.

Con el tiempo, dio la impresión de que no eran muchos quienes querían convencer a los demás. Se mostraban cautelosos unos con otros, y no veían que llegase el momento de que se cumpliera el gran cisma. Eran como una pareja divorciada que se ve obligada a convivir en el mismo apartamento, y que anhela el momento de vivir en libertad.

Como analogía es bastante buena.

La nave no era muy útil para desplazarse por el sistema de Tau Ceti, al carecer de la propulsión normal interplanetaria. Se construyeron por tanto nuevos transbordadores en fábricas emplazadas en asteroides, gracias a los materiales obtenidos en ellos. Se trataba de naves robot altamente funcionales que contaban con lo mínimo para funcionar con eficacia, construidas con propósitos específicos y que se desplazaron por el sistema Tau Ceti, a la superficie rocosa y quemada de los planetas interiores, gracias al combustible de los gigantes de gas.

Las tierras raras y otros metales útiles se recogían en los planetas C y D, ambos giraban con lentitud, como Mercurio, permitiendo que sus superficies chamuscadas se enfriasen en las largas noches, lo que permitía también minar los minerales. Molibdeno, litio, escandio, itrio, lantano, cerio y demás.

Los volátiles provenían de los gigantes gaseosos.

Los fosfatos de las lunas volcánicas.

Los minerales radioactivos del interior de diversas lunas volcánicas de clase Ío que orbitaban en torno a F, G y H.

Estos viajes llevaron años, pero el proceso se aceleró con el transcurso del tiempo y se construyeron más naves. Muchos de los que se quedan dijeron que esto era prueba de la velocidad que caracterizaría también la terraformación de Iris, indicando que se efectuaría tan rápidamente que los problemas de involución de zoo no serían tan acusados. Nada más fácil, aseguraban, cuando la aceleración exponencial está de por medio. Su tecnología era fuerte, eran como dioses. Harían que Iris prosperase, y más tarde quizá también lo harían las lunas de G. Quizá regresasen incluso a Aurora y lograran resolver de algún modo el grave problema que acuciaba al lugar, el casmoendolito que colonizaba fisuras y grietas en rocas, el prión rápido o como quiera que lo llamaran.

Estupendo, decían los que se van. Nos alegramos por vosotros. No necesitaréis la parte de la vieja astronave que nosotros vamos a conservar, reacondicionada y lista para partir. Tendréis todos los transbordadores, naves orbitales y transportes que podáis desear, además del Anillo A, alterado a vuestra conveniencia. Las impresoras imprimirán impresoras. Así que ha llegado la hora de despedirse. Porque volvemos a casa.

Y llegó el momento. 190.066.

A esas alturas, los que se quedan pasaban la mayoría de su tiempo en Iris, y cuando regresaban a la órbita lo hacían tambaleándose y dando saltitos, sometidos a 1 g. Decían que la 1,23 g que había en Iris les sentaba bien. Hacía que se sintieran con los pies en la tierra, sólidos.

La mayoría de ellos no regresó al espacio para la partida de la nave: ya se habían despedido adoptando una nueva vida. Ni siquiera conocían muy bien a la gente que regresaba.

Pero hubo algunos que acudieron a despedirse. Tenían familiares que se marchaban, gente a la que verían por última vez, y querían despedirse.

Hubo una última reunión en la plaza de San José, que había servido de escenario de tantas reuniones y tantos perjuicios.

Se mezclaron unos con otros. Hubo discursos. Abrazos. Lágrimas derramadas. Nunca volverían a verse. Era como si cada grupo entero muriese para el otro.

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