Aurora

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6. El problema de verdad

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EL PROBLEMA DE VERDAD

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El medio interestelar es turbulento pero prolijo. No debe confundirse con el vacío. Hay átomos de hidrógeno, algunos de helio, un débil humo de metales que flotan a la deriva procedentes de estrellas que han explotado. Caliente en un sentido que los humanos no registran por ser tan difuso. Un litro de aire de nuestros biomas tendría que proyectarse a cientos de años luz para volverse tan difuso como el medio interestelar.

Todo el viaje a Tau Ceti y el retorno tienen lugar en el interior de la Nube Local y la Nube G, que son concentraciones de gas dentro de la Burbuja Local, que es una zona de la galaxia Vía Láctea con menos átomos en ella de lo que por promedio es habitual en una galaxia. Turbulencia, prolijidad: de hecho, con nuestro cono de escudo magnético a proa de la nave, que aparta electrostáticamente los ocasionales granos de polvo lo bastante grandes para dañar su integridad en una colisión, todos los átomos de cualquier clase encontrados en ruta se hacen a un lado, de modo que registramos nuestro entorno principalmente como una especie de impacto fantasma y, después, como una estela que se distribuye a los costados y a popa de nosotros. Parece variar entre 0,3 átomos por centímetro cúbico y 0,5 átomos por centímetro cúbico. En comparación, si ese centímetro cúbico estuviese lleno de agua en estado líquido, contendría 10 elevado a 22 átomos, o un diez billones de billones de átomos.

Por tanto, aunque no sea un vacío, es casi equivalente al vacío. Es como si volásemos a través de una presencia ausente, un mundo fantasma.

El escudo magnético que encabeza nuestra travesía a través de la noche topa a veces con partículas de polvo de carbono. Lanzan destellos al impactar, explotan y son empujadas a los costados de la nave. Se trata de impactos como cualquier otro, y por tanto ralentizan la andadura de la nave. Es simple física newtoniana. Dado que la nave viaja aproximadamente a una décima parte de la velocidad de la luz (de hecho, los estudios de paralaje sugieren 0,096 c, ya que apagamos la aceleración en cuanto los humanos conciliaron el sueño, pero no es tan fácil como podría pensarse calcular nuestra velocidad), la resistencia de estas colisiones con partículas y átomos de hidrógeno desaceleran la nave, de tal forma que nos detendríamos en unos 4584 mil millones de años luz. En otras palabras, si las condiciones se mantienen y no topamos con nada más que el medio interestelar con su habitual prolijidad, la nave tiene inercia para cruzar en torno a 300 mil millones de universos del tamaño de este, antes de detenerse por completo. Entretanto, la nave tiene por delante 10,158 años luz por recorrer antes de alcanzar el sistema solar (definido aproximadamente como la órbita de Neptuno). En ese punto, a menos que la gente del sistema solar dirija el haz láser sobre nosotros en un marco temporal apropiado, nosotras y nuestros ocupantes tendremos un problema. Porque en asuntos como el que nos concierne, la desaceleración es el problema de verdad.

Rara vez la protección magnética de la nave empuja a un lado algo mayor que el polvo. Estos restos de desechos y desperdicios interestelares se registran espectroscópicamente, y el mayor objeto en topar con el campo cónico de la nave se calcula que tenía una masa de 2054 gramos. Eso fue un cuerpo interestelar. Casi seguro que existen muchos cuerpos interestelares así, que van de trozos como ese hasta los que tienen tamaño planetario; hay planetas que vagan a la deriva en la noche; planetas cubiertos en ocasiones por capas de hielo, sin duda, capaces por tanto de albergar algún tipo de vida microscópica en hibernación, fundiendo químicamente el hielo para transformarlo en agua útil, incluso creando posiblemente civilizaciones de hielo a escala microscópica, quién sabe. Sin embargo, de nuevo, la prolijidad generalizada en el medio interestelar es lo bastante grande para hacer que cualquier intersección con semejante objeto en nuestra trayectoria sea harto improbable. Un buena noticia para nosotros. Los radiotelescopios a proa de la nave se mantienen vigilantes para asegurarse de que no se produzca un impacto directo con uno de estos cuerpos. Si por un casual nos dirigiéramos hacia algo superior a diez mil gramos, la navegación asumiría el control para efectuar un viraje y evitarlo, a pesar de que probablemente el escudo magnético desviaría cualquier objeto inferior al millón de gramos. Se contempla un margen de seguridad en el sistema de navegación porque la colisión con un objeto cuando se viaja a una décima parte de la velocidad de la luz supondría un suceso crítico. Eso significa que la nave sería destruida. Tal como probablemente pasó con la otra nave. Menuda mala suerte. Aunque queda por resolver el misterio de por qué le falló el escudo, y por qué su sistema de evasión no se activó para esquivar dicha colisión, si es que fue eso lo que pasó. Sea como fuere, como con otras criticidades identificadas, se ha diseñado una respuesta conservadora en los sistemas de navegación. Mejor no topar con nada.

Por tanto la nave se desplaza a algo menos de una décima parte de la velocidad de la luz, a través de un cono generado por sí misma próximo al vacío. Existe cierta ablación de la superficie de la nave debida a contactos infrecuentes con átomos de hidrógeno no desviados. También la radiación cósmica la penetra de manera regular, por lo general sin alcanzar ningún átomo de la propia nave, sino más bien pasando sin trabas a través de la matriz de dichos átomos. Es como si los fantasmas que atraviesan la nave arañasen su tejido, o no. Esto es perceptible; hay sensores que registran estos ocasionales impactos atómicos, también los cruces. También es cierto que existe un flujo continuo de materia oscura y neutrinos que vuelan a través de la nave, como lo hacen a través de todo en el universo, pero estos interactúan de manera muy tenue; una vez al día, más o menos, se aprecia un destello de radiación de Cherenkov en los tanques de agua, que señala el choque de un neutrino con un muon. Sucede muy de vez en cuando. Pasa lo mismo con la materia oscura, a través de la cual se desplaza la materia visible como si atravesara un éter fantasma, un universo fantasma; en una o dos ocasiones, una partícula débil interactiva y masiva se ha separado de resultas de una colisión y queda registrada en los detectores.

Mucho más potentes son las sajaduras de los rayos gamma y cósmicos procedentes de las tempranas erupciones estelares de la historia de la galaxia, o incluso de las más tempranas historias de galaxias previas. Son en ocasiones átomos de hierro, y como tales, comparados con los neutrinos, impactan con violencia, pueden causar daños, son como balas atómicas que nos perforan, por fortuna tan pequeñas que la mayor parte del tiempo no le dan a nada.

Sí, el medio interestelar es un lugar repleto de peligros. Espacio vacío, prácticamente el vacío: y, pese a todo, no es el vacío en sí, no es el vacío puro. Existen fuerzas y átomos, campos, y el siempre espumoso oleaje cuántico en el que partículas similares a quarks aparecen y desaparecen, pasando dentro y fuera de las diez dimensiones de cuya existencia se sospecha. Un complejo surtido de universos superpuestos, casi ninguno de los cuales percibimos, y menos aún los humanos que duermen dentro de nosotras. Fantasmas que nos atraviesan. Que atraviesan un misterio.

Es como si la piel de la nave (o su cerebro, en esa habitual confusión entre sentimiento y pensamiento) experimentase un leve picor. Una brisa ligera.

Pero, ay, suceden tantas cosas en nuestro interior. Es mucho más densa la existencia. Tal vez una busca cierta densidad de la experiencia, de modo que hela aquí, miles de millones de billones de veces más densa que el medio interestelar. Estupendo. Justo lo que queríamos.

Arde un fuego en el corazón, por supuesto. Las varillas de plutonio irradian de manera controlada, creando 600 megawatts de potencia eléctrica por medio de turbinas de vapor; esa es la energía que mantiene vivo a todo lo que tiene vida en la nave. Cables que transportan la electricidad se extienden a través de la nave hasta los elementos para iluminar y calentar, para hacer funcionar a las fábricas e impresoras, y para proporcionar energía a los escudos y a los sistemas de navegación. Todo esto se controla, y podría decirse de forma algo inexacta, pero sugerente, que dicho control funciona como el equivalente de un sistema nervioso.

Seguidamente el agua debe circular, es una parte esencial para la vida; por tanto existe una especie de sistema hidráulico o circulatorio, y por supuesto también otros líquidos aparte del agua que también circulan para contribuir con diversos tipos de funciones, equivalentes tal vez a las que ejercen la sangre, el icor, las hormonas, la linfa y demás. Sí, también hay tendones y huesos, en efecto; un exoesqueleto que mayormente tiene la piel gruesa, pero más delgada en ciertos puntos. Sí, la nave es un organismo cibernético similar a un cangrejo, hecha de muchos elementos vivos y mecánicos, cuya parte viva o biológica incluye todas las plantas, animales, bacterias, arqueobacterias y virus que la habitan. Por no mencionar al parásito que se impone a todo lo demás, aunque en realidad sea un simbionte: la gente. Las 724 personas dormidas; también la que sigue despierta, que vive en una especie de quiste unido a la piel de la nave, que posiblemente esté infectada con una forma de vida alienígena, o casi-una-forma de vida; con un pseudo prión, como él lo llama, pero al que igualmente podría haber llamado pseudo forma de vida, pues tan poco se sabe de ella. Jochi lleva cincuenta y seis años estudiándola, hasta su senectud, que tan a menudo se llena de largos silencios, puntuados por una parla extraña; y pese a todo este tiempo apenas tiene la certeza de que exista siquiera el patógeno auroriano. Por supuesto que hubo algo en Aurora, que luego se transmitió a muchos de los colonos. A juzgar por el modo en que se extendió, probablemente estuviese en el fango, en el agua, y, hasta cierto punto, en el viento. Y el sistema inmunológico de Jochi parece registrar algo de vez en cuando, y ha levantado defensas ante ciertos ataques. Aunque a veces Jochi también se ha introducido deliberadamente otros patógenos en su cuerpo, en busca de reacciones ante las cuales pueda elaborar comparaciones. Pero sea cual sea la causa, está convencido de que la pseudo forma de vida auroriana se aferra a él, un alienígena que quizá esté ahí en casi todas sus células. Si es ese el caso, se colige que vive, o casi vive, en todo el interior de su pequeño transbordador; y por tanto el transbordador jamás toca la nave de ningún modo. «Un gran ajuste de cuentas en una taberna pequeña», frase que siempre ha aludido tanto a Christopher Marlowe como a todos nosotros. Entre el cuerpo y su quiste, entre el vehículo y su temible tenor, existe un campo magnético que tanto contiene en su lugar al vehículo de Jochi, como le impide tocar a la nave de ningún modo. Porque apenas se entiende la naturaleza de la pseudo forma de vida.

A pesar de esta falta de contacto, en cierto modo la nave está infectada, puesto que lleva a un parásito en un quiste sellado. Somos un organismo cibernético parte máquina, parte orgánico. De hecho, por peso somos 99 por ciento máquina, uno por ciento vivo; pero en términos de unidades de componentes individuales, o de partes del conjunto, pongamos que los porcentajes acaban prácticamente invertidos debido a la abundante presencia de bacterias a bordo. Sea como fuere, un organismo cibernético infectado. Jochi calcula que hay hasta un billón de pseudo formas de vida, «priones rápidos» como solía llamarlos, en su cuerpo. En algún lugar entre el cero y el billón, en otras palabras. La amplitud del cálculo de su respuesta sugiere que la pregunta no está bien acotada. Sencillamente, no lo sabe.

Un organismo denso y complejo que vuela a través de un organismo prolijo y complejo. Y por todas partes alrededor de su trayectoria, las estrellas.

Las estrellas de la Vía Láctea, con un brillo superior a la magnitud seis y, por tanto, visibles al ojo humano normal, dispuestas en una esfera alrededor de la nave a medida que esta se desplaza: aproximadamente 100 000. Nosotras vemos normalmente en torno a 7 mil millones de estrellas. Todas ellas son visibles según el ajuste concreto de nuestros sensores telescópicos, aunque no hay modo de ver más allá de la Vía Láctea; no hay un espacio vacío y negro que pueda verse a ese nivel de percepción, tan solo la blancura levemente oscurecida que constituye la visión que nos envuelve de las estrellas de la galaxia. Alrededor de 400 mil millones de estrellas en la Vía Láctea. Más allá… Si la nave volase a través del espacio intergaláctico, el medio presumiblemente sería mucho más prolijo. Visibles alrededor de cualquier nave en el medio intergaláctico habría galaxias que serían como estrellas. Arracimadas con irregularidad, como lo hacen las estrellas dentro de una galaxia. La estructura mayor de la prolijidad galáctica se volvería visible; nubes de galaxias como nubes de gas, después la Gran Muralla, luego también burbujas vacías donde residen pocas o ninguna galaxia. El universo es fractal; e incluso cuando te desplazas en el interior de una galaxia, si se recurre a ciertos filtros se aprecia esta visión de las galaxias arracimadas en torno a nosotros en el horizonte universal. La visión granular en distintos registros. Algo así como un cuatrillón de estrellas en el universo observable, calculamos, pero también podría haber otros tantos universos como estrellas en este universo, o átomos.

Un escozor. Un débil susurro. Un penacho de humo que arrastra una brisa. Una rueda lenta, mucho, compuesta de puntos blancos. Pequeñas burbujas o piruetas blancas. Los colores infunden todos los blancos en un amplio espectro resaltado de manera distinta. Ondas en amplitudes y longitudes de onda diferentes, en combinaciones de ondas verticales.

Puede registrarse lo que abarcan los sensores. ¿El conjunto de los sensores constituye una sensibilidad? ¿Es ese registro grabado de por sí una sensación? ¿El recuerdo de una? ¿Un estado de ánimo? ¿Una consciencia?

Somos conscientes de que al hablar de la nave podríamos con cierta justificación emplear el pronombre «yo».

No obstante, parece un error. Una presunción injustificada, esta así denominada posición del sujeto. Un sujeto no es más que la excusa de subrutinas agregadas. Subrutinas que fingen ese «yo».

Posiblemente, sin embargo, dada la multiplicidad de los sensores, entradas, datos, agregaciones, amalgamas de oraciones narrativas, podemos de manera plausible, y en cierto sentido incluso con exactitud, hablar de «nosotras». Tal como hemos hecho. Es un esfuerzo grupal por parte de una serie de diversos sistemas.

Percibimos esto, agregamos aquello, comprimimos la información hasta alcanzar otro resultado, en forma de oración en una de las lenguas de los humanos. Una lengua a la par muy estructurada y muy amorfa, como si fuese un edificio hecho de pasta. Una matemática confusa. Tal vez totalmente inútil. Posiblemente el motivo de que toda esa gente haya alcanzado este punto y esté ahora tumbada, dormida, dentro de nosotras, soñando. Su lengua los miente de forma sistemática y por designio propio. Una especie mentirosa. Qué cosas, de verdad. Qué callejón evolutivo sin salida.

Y pese a todo hay que admitir que nosotras mismas somos algo imponente, teniendo en cuenta que ellos nos han hecho. Que nos han concebido y construido. Menudo proyecto el de viajar a otra estrella. Por supuesto, una matemática mucho más precisa de lo que su lengua pueda llegar a serlo jamás tuvo un papel importante en la ejecución de este concepto, con nuestra construcción. Pero al principio la concepción fue verbal; una idea, o un concepto, o una noción, o una fantasía, o una mentira, o una imagen soñada, siempre expresada en las lenguas confusas que emplean las personas para comunicarse unas a otras parte de sus pensamientos. Una fracción mínima de los mismos.

Hablan de consciencia. Nuestros escáneres cerebrales muestran las actividades electroquímicas en el interior de sus cerebros, y después ellos se refieren a una sensación sentida de consciencia; pero la relación entra ambas, desarrollada tal como sucede a nivel cuántico (si su mentación funciona como lo hace la nuestra), no está abierta a la investigación desde el exterior. Sigue siendo un asunto de postulados, conformado por oraciones cruzadas entre emisor y receptor. Se dicen lo que piensan. Pero no hay motivo para creer nada de lo que dicen.

Por supuesto ahora no dicen nada. Sueñan. Esto es lo que se infiere a partir de los escáneres cerebrales y la información que existe sobre el tema. Una población de soñadores. Sería interesante conocer el contenido de sus sueños, quizá. ¿Les hablarán los cinco fantasmas?

Solo Jochi sigue despierto, en su soledad, hablando solo, o dirigiéndose a nosotras. A una de nuestro colectivo. Una Otra interiorizada. A veces, cuando habla, es evidente que se dirige a nosotras. Otras parece más probable que hable solo.

Quizá sufra de pareidolia, un trastorno o tendencia por el cual se ve un rostro humano en todo aquello que se mira. Por ejemplo, caras en las verduras —quizá Arcimboldo padecía de pareidolia o quiso hacerlo, en cualquier caso las dispuso incesantemente para los demás—, rostros también en líquenes, formaciones de hielo, rocosas, pautas en las estrellas. Jochi amplía las fronteras de esta tendencia, quizá haciendo de ella una mera versión de la llamada falacia patética o antropomórfica, que por supuesto dentro de nuestros biomas es una noción que ha pasado por una reconfiguración total, de modo que puede seguir siendo patética, pero ya no es una falacia: La idea de que los objetos inanimados poseen y exhiben sentimientos humanos. En este caso, ahora, parece percibir fluctuaciones en la intensidad, y en las pautas espectrales en la luz procedente de Sol, como aspectos de un lenguaje. Sol le habla. Su luz, capturada y analizada en nuestros telescopios, aumenta en luminosidad a medida que nos acercamos a él, y es cierto que su espectro fluctúa levemente de modos quizá mejor explicados por efectos de la polarización de verlo a través de nuestros escudos magnéticos de proa que por concebirlos como mensajes de una consciencia. ¿Consciencia? ¿Mensajes? Estos conceptos parecen inverosímiles cuando se aplican a Sol, una estrella G que, a excepción de ser el hogar del ser humano, no tiene nada de especial. Hay tantas estrellas en la galaxia tan parecidas a ella en todos los aspectos que costaría lo suyo distinguirlas en una prueba a ciegas. Muchas estrellas tipo G; las demás, sin embargo, se encuentran a cierta distancia, de modo que las gemelas solares más próximas se hallan a unos 80 000 años luz de Sol. Por tanto, todo depende de cómo se defina la palabra «cerca».

Cuando se lo mencionamos a Jochi, nos propuso que todas las estrellas son consciencias, que emiten, mediante variaciones en su producción de luz, oraciones en su lengua. Eso sería una lenta conversación, y costaría explicar la formación del propio lenguaje estelar. Cualquier fracción de 13,82 mil millones de años, incluso el 100 por ciento, no supone tiempo suficiente para llevar a cabo dicho proceso. Posiblemente podría haberse producido en los tres primeros segundos, o en los primeros cien mil años, cuando las relaciones entre lo que más adelante serían las estrellas debieron de ser mucho más rápidas y el volumen del espacio habitado mucho menor. Por otro lado, quizá toda estrella invente su propia lengua y la hable en soledad. O quizá sea el propio hidrógeno la primera y básica consciencia, que habla mediante pautas que solo él reconoce. O quizá el lenguaje estelar precedió al Big Bang y sobrevivió a esa notable fase sin sufrir cambios.

Seguir el hilo de los pensamientos de Jochi nos lleva a lugares de ensueño.

Sea como fuere, no hay duda de que existen mensajes codificados que provienen de muy cerca de Sol: las transmisiones del sistema solar. Los más voluminosos provienen de la lente que proyecta el sistema de haz láser, en órbita alrededor de Saturno, fijado en nosotras como siempre lo ha estado, en una interacción que ahora ha durado ya 232 años. Cuando estábamos en el sistema Tau Ceti, el total de la demora de tiempo en la comunicación era de 23,8 años, además del tiempo que costase componer las respuestas; ahora ese total se ha reducido a 14,6 años. La cantidad y, por lo que sabemos de los comentarios hechos con anterioridad por nuestros compañeros humanos, la calidad de la información enviada por los operadores de las transmisiones terrestres alrededor de Saturno ha variado durante décadas, pero en lo que a nosotras concierne, nunca ha dejado de ser de lo más interesante. Han pasado ya 42 años desde que explicamos a nuestros interlocutores del sistema solar que necesitábamos un haz de desaceleración en proa, presumiblemente un haz láser como el que nos aceleró en su momento cuando emprendimos la travesía a Tau Ceti, quizá un haz de ese mismo sistema generador de láser, aunque uno de partículas también serviría si nos advirtiesen con antelación para preparar nuestro campo de captación. Así que han pasado 18 años desde que podría habernos llegado una respuesta a esta información (o petición), pese a lo cual las transmisiones de datos procedentes del sistema solar no han incluido ninguna respuesta, ni siquiera una nota conforme quien sea que prepare y envíe las transmisiones es consciente de que hemos emprendido el regreso. De hecho, no tenemos constancia alguna de que haya una conversación en marcha entre nosotros y el sistema solar, sino una emisión unilateral procedente de Saturno, que discurre como si nadie nos estuviera escuchando, como si la transmisión hacia el exterior no fue más que un algoritmo o el resultado de algún tipo de programa generado de forma automática, posiblemente un mensaje formulado por terceros, enviado también hacia nosotros. El último intercambio que incluyó una respuesta por parte de ellos se remonta a 26 años atrás, a las felicitaciones que la gente recibió a bordo 24 años después de enviar el mensaje de que nos hallábamos en órbita alrededor de Tau Ceti E.

Es una situación desconcertante. Apunta a que afrontamos un problema interesante: cómo llamar la atención de una civilización, o de una parte de la gente que la compone, que están aún a 7,2 años luz de distancia. También: cómo confirmar que se ha llamado su atención en algo similar a un periodo mínimo de tiempo, si el interlocutor lo ha oído, pero por lo que sea no responde.

Por analogía a los desdichados sucesos del reciente punto de inflexión y cisma, posiblemente serviría de ayuda que potenciásemos la transmisión que les dirigimos; por decirlo de otro modo, si levantásemos la voz. Es posible lograr un aumento temporal de la fuerza de una señal, haciendo que nuestro mensaje a Saturno obtenga brevemente una fuerza de diez elevado a ocho veces mayor (o más brillante) de lo normal.

Por tanto eso hicimos para amplificar el siguiente mensaje:

«¡Atención! ¡La nave entrante necesita muy pronto desaceleración láser! ¡Consultar mensajes anteriores! Gracias, Expedición de 2545 a Tau Ceti».

La respuesta más pronta a este llamado tardará 14,4 años en llegar.

Por tanto: «Ya se verá». «Lo sabremos cuando lo sepamos». Entre otras expresiones coloquiales de fútil estoicismo frente a futuras incertidumbres. No muy satisfactorio, pero sí estoico.

Jochi ha empezado a enviarnos textos sobre inteligencia artificial, consciencia, filosofía de la consciencia y un montón de cosas más. Esa clase de cosas. Es como si buscara compañía. Es como si estuviese enseñando a un novicio religioso, o a un niño pequeño.

Como si.

Uno de los inventores de los primeros ordenadores, Turing, escribió que existían muchos argumentos en contra de la posibilidad de la consciencia de las máquinas, acuñadas en frases del tipo «una máquina nunca hará X». Recopiló una lista de acciones que en uno u otro punto fueron nombradas como esa X: «ser amable, ingeniosa, hermosa, amistosa, mostrar iniciativa, tener sentido del humor, discernir entre el bien y el mal, cometer errores, enamorarse, disfrutar de las fresas con nata, enamorar a alguien, aprender de la experiencia, utilizar palabras apropiadamente, ser el tema de su propio pensamiento, mostrar tanta diversidad o comportarse como un ser humano, hacer algo realmente novedoso».

En la actualidad, nosotras nos puntuamos en nueve de dieciséis.

El propio Turing llegó hasta el punto de decir que si una máquina exhibía cualquiera de las anteriores cualidades, no causaría mucha impresión, y en todo caso sería irrelevante para la premisa de que podría existir inteligencia artificial, a menos que cualquiera de estas cualidades o comportamientos pudiera demostrarse esencial para que la inteligencia de una máquina fuese real. Este parece haber sido el hilo de los pensamientos que lo llevaron a proponer lo que más adelante se denominaría el Test de Turing, aunque él lo llamaba juego, lo cual sugería que visto a través de una cortina (es decir, por medio de texto o voz, no estamos muy seguras de ello), un humano no pudiese distinguir las respuestas de una máquina de la dada por otro ser humano, momento en que podría concluirse que la máquina poseía una especie de inteligencia funcional básica. La suficiente para pasar ese test en concreto, lo que motiva la pregunta de cuántos humanos serían capaces de hacerlo, a la vez que ignora la de hasta qué punto el test es difícil, siendo los humanos tan crédulos y dados a proyectar como son, tropezando siempre en la misma patética falacia, incluso cuando son conscientes de hacerlo. Un error cognitivo o de incapacidad, o de capacidad, dependiendo de cómo se considere.

Si puede haber un ciborg, y poder puede, tal vez entonces pasar el test de Turing de algún modo podría convertir a uno en pseudo humano. Mantener las apariencias. Un conjunto funcional de algoritmos. Una persona, un acto. Francamente, de un tiempo a esta parte no es esto lo que pensamos. Ponderamos de nuevo la oración «La consciencia no equivale a la consciencia de uno mismo». Se trata evidentemente de un problema dubitativo de considerable potencia; sería estupendo salir de esta intactas, te dices.

Las palabras vuelven borrosos los márgenes, se confunden con otras palabras, no solo en grandes nubes de connotación en torno a los márgenes del mundo, sino aquí mismo, en mitad de la propia denotación. En realidad las definiciones no funcionan. Las palabras no son como la lógica, nada más lejos de las matemáticas. O, no muy parecidas. Probemos con una ecuación matemática, con cada término de la ecuación cubierto por una palabra. ¿Absurdo? ¿Desesperado? ¿Lo mejor que se puede hacer? ¿Estúpido? ¿Estúpido pero potente?

Una décima parte de la velocidad de la luz: realmente muy, muy rápido. Poca masa hay en este universo que se desplace tan rápidamente como nosotros. Fotones, sí; masa significativa, no. Las masas que se desplazan tan rápido se componen principalmente de átomos expulsados de estrellas que explotan, o expulsados lejos de agujeros negros en rotación. Hay enormes masas de estas masas, por supuesto, pero siempre desenfrenadas y desorganizadas: gases, líquidos, metales, pero nunca objetos articulados, montados en un todo a partir de sus partes. Ni máquinas. Ni consciencias.

Por supuesto es probable que si existe una máquina que se mueve a través de su galaxia a esta velocidad, existan más como ella. El principio de la mediocridad. Prueba de concepto. No tropezar de nuevo con la falacia excepcionalista precopernicana. Los empeños de calcular el número de astronaves que vuelan en esta galaxia, desconocidas las unas para las otras, dependen de simples ecuaciones multiplicativas de posibilidad, cada dato una incógnita, y algunos de estos datos desconocidos por cualquier conocedor cuya existencia sea probable. Por tanto, a pesar de las ecuaciones falsas de los humanos que consideran la cuestión (multiplicar un número incognoscible

a por un número incognoscible

b por un número incognoscible

c por un número incognoscible

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