Aura

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Capítulo 5

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–Cómo ha sabido lo que somos? —preguntó Ray en cuanto Madame Battery abandonó el despacho y los dejó solos—. ¿A quién quiere presentarnos? Tenemos que salir de aquí inmediatamente. Podría estar metida en todo este lío...

—No lo creo —respondió Eden—. Sin ella, hubiera sido imposible infiltrar a los nuestros entre los centinelas.

—¡Pues más a mi favor! ¿Qué clase de poder tiene esta mujer para llegar a hacer eso? Yo digo que nos larguemos.

—Ray tiene razón —intervino Dorian—. No tiene sentido que conozca el asunto del complejo y que esté del lado de los rebeldes.

—Por no hablar de cómo ha reaccionado con la noticia de Logan... —añadió el otro.

Eden negó con la cabeza, pero Ray seguía intranquilo. Cada segundo que pasaban allí les ofrecían más ventaja a los otros para atraparlos. Tal vez la mujer hubiera salido a buscar a un centinela o a alguien peor. Como la chica no reaccionaba, Ray la agarró de los hombros para que le mirase a los ojos.

—Eden.

—¡Está bien! —dijo ella, finalmente—. Salgamos de aquí.

Ray fue el primero en llegar a la puerta, pero antes de que tocara el picaporte, esta se abrió y Madame Battery apareció con la respiración entrecortada.

—Ya viene —anunció antes de advertir la intención de los chicos—. ¿Adónde ibais?

—Creemos que... —dudó Ray—. Verá, lo mejor es que nos vayamos. Ya le hemos causado muchos problemas y no queremos molestarla más.

La jefa del cabaret volvió a cerrar la puerta tras ella y le sonrió. Después caminó sin prisa hasta su escritorio y buscó un abanico.

—Querido —dijo, dándose la vuelta—, no os voy a hacer nada. Yo no soy la mala de la película.

—No he querido decir que...

—Cielo, te lo pido por favor, no me trates de tonta. ¿Cómo te llamabas? ¿Dorian?

—Yo soy Ray, él es Dorian.

—Necesito una copa... —dijo, abanicándose con más fuerza.

Se dirigió al armarito con todas las botellas y estuvo rebuscando entre ellas hasta dar con la idónea.

—Sabía que esto pasaría algún día. Lo sabía —con un sonido seco, descorchó la botella y comenzó a servirse el alcohol en un vaso bajo—. Y no sé por qué me sorprende que de entre todas las personas de esta ciudad, tú, Eden, estés metida en esto.

La chica posó la mirada en el suelo y se agarró las manos con fuerza. Su turbación era cada vez más evidente y Ray tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarla allí mismo y asegurarle que todo saldría bien, aunque ni él sabía cómo. Si hasta entonces se había sentido perdido en aquel nuevo mundo, desde que habían entrado en la Ciudadela, más concretamente en el Batterie, creía estar viviendo una especie de sueño perturbador.

—No me miréis así —dijo la mujer, dirigiéndose a él y a Dorian—. Podéis estar tranquilos, vuestro secreto está a salvo conmigo.

La puerta volvió a abrirse entonces y un hombre de unos cuarenta años, de rasgos afilados y cabello oscuro, entró en la habitación

—Ya estoy aquí, ¿qué ocu...?

Su lengua se trabó en cuanto su mirada se cruzó con la de Ray. Antes de que pudiera reaccionar, el desconocido se abalanzó sobre el chico con el gesto desencajado por la rabia y las manos dispuestas a estrangularlo. Del golpe cayeron los dos al suelo, pero el tipo no dejó de apretar el cuello de Ray hasta que Eden y Dorian lograron quitárselo de encima.

—¡Darwin! —gritó Madame Battery.

Poco a poco, tosiendo, Ray sintió cómo el aire volvía a sus pulmones. Junto a él, Eden y su clon intentaban controlar al hombre para que no volviera al ataque. Sin embargo, su cabeza no dejaba de darle vueltas una y otra vez al nombre que acababa de pronunciar la mujer.

—¿Da... Darwin? —preguntó mientras se incorporaba un poco—. ¿Te llamas Darwin?

No le hizo falta escuchar la respuesta para llegar a la conclusión más evidente. Nadie, en su sano juicio, habría reaccionado de aquella manera ante un desconocido. Pero ¿y si para Darwin él no lo era? ¿Y si le había visto alguna vez en el pasado? O, mejor dicho, ¿a alguien con su misma cara? Las piezas encajaron en su cabeza como en un puzle. Aquel tipo solo podía ser el Darwin que se mencionaba en el diario.

—¡Soltadme! —gritó el hombre.

Fue entonces cuando se percató de que era un clon idéntico el que lo estaba sujetando.

—¡¿Sois... dos?!

—Nos confundes: no somos como él —le aseguró Ray mientras se levantaba—. Escúchame, Darwin. No somos él. Somos igual de víctimas que tú.

—¡Mientes! Os ha enviado, ¿verdad?

—Está muerto —dijo Dorian—. Lo matamos.

Ray lanzó una mirada a su gemelo y asintió levemente. Al menos aquella confesión había logrado serenar al líder rebelde.

—Sabemos lo que somos, Darwin. Y sabemos quién nos creó, y también quién eres tú y lo que hiciste.

—¡Cállate! ¡No sabéis nada!

—¡Suficiente! —exclamó Madame Battery—. Me va a estallar la cabeza con tanto griterío. Vosotros, explicadme qué demonios está pasando o llamo a los centinelas y que os arresten a todos.

Eden y Dorian liberaron por fin a Darwin y el hombre se recolocó la camisa negra que llevaba, aún desafiando a Ray con la mirada.

—Tú viviste en el complejo —explicó el clon—, con Ray y Sarah.

—Darwin, ¿cómo sabe...? —preguntó Madame.

—Porque lo leímos —le interrumpió el chico—. En su diario, el de Ray.

En pocas palabras, les contaron cómo se había encontrado con aquel cuaderno en su jardín, en manos del cadáver de Sarah, y su viaje hasta el complejo abandonado.

—¿Y él seguía allí? —preguntó Darwin entonces.

Ray asintió.

—Con Dorian.

—Pero... sois dos —dijo el hombre, sin entender.

Ray miró a Eden, sin estar seguro de que fuera buena idea responder y cuando ella asintió, dijo:

—Sí. Somos dos porque era la única forma de que la vacuna funcionase.

Madame Battery y Darwin cruzaron una mirada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Darwin.

Ray alzó la muñeca y se quitó el brazalete falso que le había puesto Eden para pasar desapercibido entre los electros.

—Hablo de que nuestros corazones funcionan sin depender de baterías.

Al ver aquello, Madame Battery soltó un gemido de sorpresa y se terminó la copa de un trago.

—Maldito bastardo, al final lo consiguió... —murmuró Darwin para sus adentros.

—Sí, pero a un precio muy alto —dijo Dorian.

—Según nos explicó, para que la vacuna acabara definitivamente con los nanobots tuvo que... —Ray meditó cómo terminar la frase para que no sonara a locura.

—Se extirpó el alma —se le adelantó Dorian.

—¿Perdón? —preguntó Madame Battery.

—Sé que suena demente —dijo Ray—, pero es lo que nos dijo: se extirpó de la cabeza... algo que es lo que hizo que la vacuna funcionase. Tenéis que creernos.

Darwin se apoyó en el escritorio de Madame Battery y la mujer se encendió un nuevo cigarro con manos temblorosas.

—Maldito loco... —dijo el otro, lamentándose.

—Mira —dijo Ray—, sé que desconfías de nosotros solo porque somos idénticos a él, pero es solo en apariencia. Por dentro..., por dentro somos distintos. Incluso entre nosotros.

No le quedaban más argumentos por utilizar. Ahora estaba en manos de Darwin aceptar su palabra o considerarles el enemigo solo por tener el rostro de quien una vez fue su amigo y le traicionó. Por suerte, al cabo de unos segundos, el hombre pareció relajarse levemente y preguntó con un tono más amable:

—¿Y a qué habéis venido?

—A rescatar a Logan —respondió Eden y Madame Battery alzó las manos hacia el techo.

—¡Por todos los cielos, Eden, ya te he dicho que...!

—Logan sabe lo mío —le interrumpió Ray—. Sabe que mi corazón no necesita baterías.

—Y también es el único que sabe cómo construir los cristales fotosensibles —añadió la chica.

Madame Battery soltó una carcajada escéptica.

—La de veces que le habré escuchado hablar de esas tonterías...

—No son tonterías —le espetó Eden—. Logan estaba construyendo placas solares que nos suministrarían energía ilimitada y lo estaba consiguiendo cuando le capturaron. ¡Si el gobierno no quiere que se construyan aquí será por algo!

Una vez más, Darwin y Madame Battery intercambiaron una mirada de duda. Inconscientemente, el hombre se acarició el brazalete de su brazo y, tras dar la espalda a todos, comenzó a hablar:

—Dejadme que os cuente una historia. Hace diez años, cuando abandonamos el complejo, hui al exterior con varios Hijos del Ocaso, entre ellos mi hermano. Obviamente, no podíamos salir sin la vacuna electro, así que nos vimos condenados a depender de una batería con tal de no seguir en aquel infierno. Durante los primeros meses estuvimos viviendo en los bosques y más adelante encontramos la Ciudadela. Para cuando llegamos nosotros, aún estaban construyendo el muro, así que imaginaros... Desde un principio supimos que Bloodworth estaba detrás de aquello porque todos los habitantes tenían el brazalete, pero no descubrimos que eran clones hasta que nos dimos cuenta de que nadie sabía nada del complejo. Bloodworth los tenía, y los tiene, viviendo una mentira y trabajando para construir su ciudad. Esta ciudad. Por eso comenzamos de nuevo a organizar un grupo rebelde. No podíamos decir a los habitantes que eran clones porque nos tomarían por locos, pero sí intentar luchar contra las injusticias y el maltrato a los que les estaban sometiendo.

—Espera un momento, ¿me estás diciendo que toda la gente que vive en esta ciudad son...? —Ray se volvió hacia la mujer—. ¿Usted también?

—Yo soy Madame Battery —respondió la mujer, alzando la voz y advirtiéndole con los ojos que no se atreviera a formular de nuevo esa pregunta.

—El caso es que comenzamos a formar un grupo rebelde que, con el tiempo, fue creciendo. Hasta que Bloodworth y los suyos se enteraron de que los que encabezábamos el movimiento no éramos clones.

—Sino humanos con vacuna electro —dedujo Eden.

—Bloodworth empezó a ir a por los rebeldes y a darnos caza. Ya nos había conocido en el complejo y sabía de lo que éramos capaces los Hijos del Ocaso... Por eso empezaron las ejecuciones públicas y las redadas: para sembrar el terror. De todos los que empezamos, únicamente quedamos vivos mi hermano Jake y yo.

—Poco después de que tú y Logan os marchaseis, se enteraron de que nosotros también habíamos organizado nuestro propio bando rebelde —añadió Madame Battery, orgullosa—. Vinieron a verme y decidimos unir fuerzas e información.

—Pero seguís luchando, ¿no? —preguntó Eden.

—Seguimos sobreviviendo, que es distinto. Ahora mismo, Aidan es el único rebelde centinela. Nuestro objetivo es subsistir y eso es lo que hacemos con este local: conseguir dinero de los de arriba para poder seguir ayudando a los nuestros.

—Eso no es luchar.

—¡Despierta, Eden, y mira a tu alrededor! ¿Crees que podemos ganar una revolución en estas condiciones?

—¡Sí, si permanecemos unidos!

—¡Dios, es igual que tú! —dijo la mujer dirigiéndose a Darwin.

—Escuchad, sabemos que Bloodworth va a deshacerse de todos nosotros tarde o temprano. Los clones son meros peones para construir la ciudad. Y tenemos información segura de que existe un segundo complejo con humanos.

—¿Entonces? —preguntó Eden confundida—. ¿Por qué no hacéis algo?

—Jake y yo estamos rastreando los alrededores para encontrar el segundo complejo.

—¿Con qué fin? —preguntó Ray.

—Destruirlo, por supuesto.

—¡Pero si hay gente inocente ahí dentro! Personas que no tienen ni idea de lo que ocurre.

—Son o ellos o nosotros, Ray.

—¡Tú eras uno de ellos! —exclamó.

Antes de que Darwin pudiera contestar al chico, la puerta se abrió de par en par y por ella apareció Aidan con las manos ensangrentadas.

—¡Es Jake! Ha vuelto... Y está herido.

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