Aura

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Capítulo 10

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Kore abrió de par en par las puertas del Batterie y entró en el local vacío hecha una furia. Toda la rabia que había contenido durante el trayecto de vuelta a casa estalló como una bomba en cuanto estuvieron a resguardo.

—¡Sabía que no tendría que haberos dejado solos! —exclamó, y después se volvió para mirarlos—. ¿Qué entendéis vosotros por «no hacer nada»?

—¡Fue en defensa propia! —contestó Ray mientras su clon cerraba la puerta.

Aunque hubieran preferido mantener en secreto la pelea con los borrachos, el aspecto de sus caras y la camiseta de Ray desgarrada por el costado los habían delatado.

—No tenéis ni idea de las consecuencias que puede traernos esto —añadió Kore, atravesando la sala principal, en dirección al pasillo—. Rezad para que nadie os haya visto porque, creedme, sois fáciles de reconocer. Se ven muy pocos gemelos por la Ciudadela.

Cuando llegó al despacho de Madame Battery, abrió la puerta sin pedir permiso y caminó hasta plantarse delante del diván en el que, hasta ese instante, la dueña del cabaret había estado disfrutando de un cigarro.

—Cielos, niña, ¿no te he enseñado a llamar antes de entrar?

—Estos dos son estúpidos —replicó ella, señalando a los clones que cruzaban la puerta en ese momento.

—¿Ahora qué ha pasado? —preguntó la mujer, con hastío.

—Le han dado una paliza a unos tipos en el Distrito Trónico.

—¡Fue en defensa propia! —se apresuró a añadir Ray—. ¿Qué querías que hiciéramos, quedarnos quietos y dejar que nos robaran?

Battery se incorporó con cara de sorpresa y apagó el cigarro antes de ponerse de pie.

—¿Os ha visto alguien?

—No, no creo... Era un callejón bastante apartado —respondió Ray.

—¡Eso no lo sabéis!

—¿Y tú sí, que ni estabas allí? —le espetó el chico.

Esta vez, la mujer se volvió hacia Kore.

—¿Los has dejado solos?

—No quería que Randall hiciera preguntas. ¡Fueron menos de quince minutos, maldita sea!

—¡Vale, suficiente! —zanjó la mujer, masajeándose la sien—. Deja de gritar ya, que llevas pegando chillidos desde ayer por la noche. Mientras no os hayáis cargado a nadie, no pasará nada.

El incómodo silencio que se produjo tras sus palabras la obligó a añadir:

—Porque no habéis matado a nadie, ¿verdad?

Ray negó con la cabeza.

—No, no. Vamos, creo que no.

—Parecía vivo cuando lo dejamos... —añadió Dorian.

—¿Pero qué clase de gente sois vosotros? —preguntó Kore, atónita.

—Bueno, pues ya está. Si dicen que no lo mataron, no hay de qué preocuparse. ¿Qué tal con Randall?

La chica resopló cabreada y le lanzó una bolsa de tela que la mujer cazó al vuelo.

—Me ha dicho que con esto tendrás suficiente para empezar.

Madame Battery sacó un par de monedas y volvió a guardarlas antes de esconderse la bolsa en el escote.

—Maravilloso. Mientras esperamos a que Eden y Aidan regresen, empezad a prepararlo todo: abrimos en menos de dos horas y con este lío no me ha dado tiempo a hacer nada. Que te ayuden los chicos.

La bailarina no contestó. Se limitó a girar sobre sus talones y a desaparecer por la puerta. Cuando Ray y Dorian iban a seguirla, apareció Darwin.

—Me alegra ver que ya habéis vuelto —dijo, y miró a Ray—. Necesito hablar contigo.

El chico, antes de responder, se volvió hacia Madame Battery para buscar su aprobación.

—Podéis quedaros aquí —dijo—. Iré a echarles una mano a los otros. Se acabó la siesta...

En cuanto los dejó a solas, Ray se puso tenso. Aunque Darwin había tenido tiempo para asimilar que él no era el científico con el que había crecido en el complejo, seguía sin confiar en él ni en su clon.

—Antes que nada, quería disculparme por lo de ayer —dijo Darwin, caminando hasta el escritorio.

Ray se acarició la nuca y respondió con una sonrisa tensa:

—No te preocupes. Está olvidado. Sé lo difícil que es asimilar toda esta locura.

—Cuando te vi aquí anoche me invadieron los recuerdos del complejo y... —Darwin suspiró—. No te imaginas el infierno que fue vivir allí y descubrir lo que nos estaban haciendo, Ray.

El chico guardó silencio, incómodo, sin saber adónde quería ir a parar o para qué le había llamado.

—Esta mañana he estado hablando con Eden —explicó el hombre—. Y me ha contado vuestra historia y los planes de Logan con las baterías.

—Bueno, yo del plan de Logan sé muy poco: solo que su objetivo era conseguir energía ilimitada para los electros.

—Energía que ni a ti ni a Dorian os hace falta... —apuntó el hombre, alzando la mirada.

—Ve al grano, Darwin. ¿Qué quieres de mí?

—El diario de tu...

—Olvídalo —le interrumpió—. Lo dejé en el complejo. Si crees que había ecuaciones y fórmulas para tener un corazón invencible, estás equivocado. Solo era un diario personal.

Darwin asintió en silencio y no dijo nada durante los siguientes segundos, como si estuviera meditando la mejor manera de tratar el verdadero tema por el que había querido reunirse con él.

—Vosotros dos sois la esperanza de esta ciudad. Que vuestros corazones no dependan de una batería es el sueño de cualquier habitante de la Ciudadela. Del mundo entero, probablemente.

—Ya, pero nosotros no podemos hacer nada —contestó él, a la defensiva—. Nuestra sangre no es distinta a la vuestra, lo que nos ha hecho inmunes a todo esto es la vacuna.

—Tranquilo, no voy a abrirte en canal y a experimentar contigo.

Aunque lo había dicho con tono de broma, una parte del chico se relajó al escuchar aquello.

—Ray, ¿qué me puedes decir de lo poco que has visto de la Ciudadela?

—Es una sociedad algo... peculiar.

—Es injusta y atrasada. Los habitantes de esta ciudad viven en la ignorancia, pero porque quieren. Son débiles y conformistas. Sí, muchos se quejan, pero no hacen nada. Siempre es más fácil mirar hacia otro lado y confiar en que las cosas cambiarán algún día, ¿sabes?

—Bueno, al menos tienen esperanza.

—No, no te confundas. Una cosa es tener esperanza y otra, tener miedo. Y esta gente lo que tiene es miedo. Necesitan una motivación, una razón que les demuestre que existe algo tangible, algo real y posible, por lo que rebelarse contra el gobierno.

—Como hicisteis los Hijos del Ocaso, ¿no?

Darwin abrió la boca para responder, pero Ray no le dio la oportunidad:

—Darwin, no voy a salir ahí fuera para decirle a una ciudad entera que mi corazón no depende de baterías.

La carcajada que soltó el hombre al oír aquello descolocó al chico.

—Eres inteligente, chaval, como el Ray que yo conocí, pero no me estás siguiendo. Te has vuelto loco si piensas que esta gente está preparada para saber la verdad sobre su origen. O que Dorian y tú existís. Para ellos sería como encontrarse de frente con algo parecido a un dios.

—¿A un... dios?

—Ray, creo que no eres consciente de lo tremendamente afortunado que eres al tener un corazón independiente en este nuevo mundo. Si descubrieran la verdad, la gente se te echaría encima. Por todos los cielos, ¡hasta yo me arriesgaría a arrancártelo del pecho si supiera que esa es la solución! Y eso no es lo que queremos que pase, ¿verdad?

Ray negó despacio.

—Sin embargo, si les haces creer que eres igual que ellos y que, de repente, has conseguido ser inmune... Entonces, amigo, la historia cambia.

—¿Cómo?

—Kore te ha explicado el sistema de castas, ¿verdad? Pues esto sería algo similar. La gente de aquí haría lo que fuera por llegar a ser un leal y vivir en el núcleo, ¿sabes por qué? Porque lo ven posible. Ahora imagínate lo que pasaría si de golpe uno de ellos pudiera dejar de lado las baterías y demostrara al resto que ellos podrían hacer lo mismo.

—Entonces, ¿quieres que finja que soy un electro?

—Quiero que seas la motivación de esta gente. Su modelo. Quiero que les demuestres que nada es imposible y que, si pelean por ello, no tendrán que volver a preocuparse por las cargas.

—Me estás pidiendo que sea el cabeza de turco de tu nueva revolución.

—No, te estoy pidiendo que seas el emblema de esta revolución.

Ambos sabían que los electros no eran más que peones en aquel juego; esclavos que serían borrados del mapa en cuanto los humanos estuvieran listos para salir a la superficie.

—Sé que es un riesgo inmenso el que te pido que corras, pero no estarás solo. Nos tendrás a nosotros cubriéndote la espalda —dijo Darwin.

—¿Y qué se supone que tendría que hacer? ¿Dedicarme a dar charlas como si fuera un mesías y que de pronto me arranque el brazalete falso y las marcas del pecho?

—Todo lo contrario.

Ray tardó unos segundos en llegar a la conclusión de aquel discurso, pero cuando lo hizo, fue incapaz de darle crédito.

—Logan... El plan de Logan. Quieres que finja tener energía ilimitada...

—Así es. Ray, imagínate que, de repente, un joven electro consiguiese un dispositivo que le ofreciera energía para toda la vida, ¿qué crees que haría la gente?

—Pues preguntarse dónde pueden conseguir uno o quién los da...

—Y entonces descubrirían que nadie los da, porque quienes los tienen no quieren compartirlos... así que lo has robado.

Ray soltó una risa por la nariz, impresionado ante la locura que le estaba proponiendo el científico.

—¿Quieres hacerles creer que el gobierno tiene energía ilimitada y que pueden hacerse con ella?

—¡Piénsalo! Si la gente supiera que todo el asunto de las baterías tiene remedio y que los poderosos no solo son conscientes de ello, sino que lo están ocultando, se desataría una revolución.

—Darwin, provocaríamos una guerra.

—¡Ya estamos en guerra! ¡La guerra es una consecuencia de la revolución! ¿Quieres que se salgan con la suya? ¡Por Dios, Ray, espabila! ¡Mírate! Toda tu vida es una farsa por culpa de ellos. De Bloodworth, del complejo y de Ray. Ayer me dijiste que no eras como él. Demuéstramelo.

Las palabras de Darwin golpearon a Ray en el pecho como una avalancha de rocas. Aunque luchara por lo contrario, aún no había asimilado que todo era una mentira. Seguía sin ser del todo consciente de que, en el fondo, su vida había comenzado hacía menos de un mes. Sí, Darwin intentaba contagiarle su odio hacia el complejo y los humanos, y una parte de él estaba dispuesta a seguirle, pero la otra se sentía ridículamente agradecida por haberle dado una vida. Por haber permitido con aquella jugarreta tan macabra del destino que conociera a Eden...

Eden.

Ella era su motivación. En el fondo le daban igual la Ciudadela, los humanos o Darwin. Hasta el propio Dorian se desdibujaba en su mente cuando pensaba en ella. ¿Qué consecuencias tendría para Eden que él aceptara formar parte de la revolución? Al fin y al cabo, la chica también era un electro y dependía de baterías. Y si Ray podía hacer lo que fuera para acabar con ese problema, lo haría.

—Seré tu cabeza de turco —sentenció Ray—, pero quiero que me des tu palabra de que, si sucede lo peor, Eden estará totalmente segura. Me da igual que la tengas que sacar de la Ciudadela o mandar en cohete a la Luna, lo harás. ¿Trato hecho?

—Tienes mi palabra.

Darwin alzó la mano para forjar el pacto y Ray se la estrechó con fuerza sin apartar la mirada.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó.

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