Aura

Aura


Capítulo 11

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Ray tardó unos segundos en reconocer la risa que se escuchaba desde la barra del Batterie y que se colaba por el pasillo. Aquellas eran unas carcajadas dulces y agudas que supuso que pertenecían a alguna trabajadora del club. Por eso la sorpresa fue mayor cuando llegaron a la pista y se encontraron con Kore apoyada en la barra mientras Madame Battery secaba unos vasos embutida en su habitual corsé y Dorian fregaba el suelo.

La bailarina agarraba con confianza el brazo de un hombre fuerte, ataviado con el uniforme de centinela y de rasgos hispanos que daba tragos rápidos a una copa llena de alcohol.

—¡Raúl! —le decía Kore entre risas—. Conozco a tu mujer y sabes de sobra que no le haría ninguna gracia enterarse de que eres uno de nuestros clientes más asiduos.

La chica cogió entonces la cereza que adornaba la copa del centinela y se la metió en la boca con gesto seductor para después depositar el hueso en una servilleta. Ray no tenía ni idea de quién era ese tal Raúl, pero estaba claro que las mujeres estaban poniendo todo su empeño en mantenerle contento.

Detrás del centinela, Dorian seguía fregando la madera desgastada del suelo intentando deshacerse de la porquería de la noche anterior. A diferencia de Kore y Battery, él se mantenía serio y con la mente en otra parte. Preocupado porque estuviera dándole vueltas a lo que había sucedido en el Distrito Trónico, Ray se acercó para hablar con él.

—Ey, ¿qué tal vas?

Dorian paró de frotar y se encogió de hombros.

—Dar cera, pulir cera.

—¡Eh, eso es del Maestro Miyagi! ¿Lo recuerdas?

El chico lo miró con la misma inexpresividad de siempre y negó con la cabeza.

—No sé quién es ese. La frase me ha venido a la cabeza de repente —contestó Dorian, confuso.

—Sigue siendo un avance. Igual empiezas a recordar cosas poco a poco —dijo Ray, animándole con una palmada en el hombro.

—Chico, deja de entretener a tu hermano y ponte a colocar los taburetes de la otra barra —intervino Madame Battery en ese momento.

Ray hizo un gesto de burla sin que la mujer lo advirtiese y Dorian le respondió con una sonrisa mientras volvía al trabajo. Junto a ellos, el centinela le dio un largo trago a su bebida y se acercó un poco más a Kore.

—¿Y tú qué, guapa? ¿Ya te has echado novio?

Kore soltó una suave carcajada y se deshizo el moño que llevaba, liberando su melena pelirroja.

—Ya se lo he dicho otras veces, oficial: mi trabajo no me permite relaciones estables.

—¿Es eso cierto? —preguntó el tipo, volviéndose hacia Madame Battery, que asintió divertida—. Mira que estoy dispuesto a cerrar este tugurio si me lo pides.

Kore puso cara de sorprendida.

—¿Y cómo sobreviviría entonces una chica como yo?

—Conmigo, por supuesto —respondió él, agarrándole la mano y acariciándole la piel con más fuerza de la necesaria.

Ray advirtió cómo Kore sostenía la sonrisa, pero de manera cada vez más tensa.

—Seguro que no es necesario, oficial —dijo, liberándose con un delicado pero firme tirón—. Y ahora, disculpa, tengo que prepararme para el espectáculo de esta noche.

La chica guiñó un ojo al hombre y fue a marcharse, pero antes de que pudiera hacerlo, el centinela tiró de su cintura y la atrajo hacia él.

—No te vayas todavía. ¿Qué gracia tiene que me dejéis entrar antes que a los demás si no estás conmigo?

Kore hizo un amago de soltarse, pero el hombre le agarró aún más fuerte y apuró de un trago lo que le quedaba de bebida. Battery observaba la escena con preocupación valorando si intervenir o no.

—Raúl, por favor... —insistió Kore, manteniendo la fingida dulzura—. ¡Tengo muchas cosas que hacer todavía! ¿No quieres que te dedique un baile después?

—No, lo quiero ahora. Aquí, sobre mis rodillas.

Madame Battery dejó entonces sobre una balda el último vaso que quedaba por secar y se acercó a la pareja.

—Raúl, querido, tiene que vestirse y no le va a dar tiempo.

El centinela no se molestó ni en mirarla.

—Claro que sí. Además, a Kore le gusta esto, ¿a que sí, nena?

Las manos de Raúl comenzaron a reptar hacia los muslos de la chica y Kore no tuvo más remedio que cambiar de actitud.

—Raúl, basta.

—Venga, no te pongas así... ¿Es por tu novio?

—Sí —respondió ella, tajante—. Es por mi novio.

El centinela soltó una carcajada y dejó escapar a la chica de sus garras mientras negaba, decepcionado.

—Así que ahora resulta que tienes novio, ¿eh? —el centinela se giró hacia Dorian—. ¿Eres tú su novio?

El chico, como solía hacer en estos casos, guardó silencio y siguió fregando.

—¡Oye! —repitió el centinela—. Te estoy hablando. ¿Eres su novio?

Esta vez, Dorian giró el rostro hacia Raúl, pero siguió callado. Ray dejó lo que estaba haciendo y comenzó a acercarse. Sabía de lo que era capaz el chico y no quería que volviera a repetirse una escena similar a la que habían vivido en el callejón.

—¿Tu novio es mudo, guapa? —preguntó a Kore antes de levantarse y dirigirse hacia Dorian. De un tirón, le arrebató la fregona y la lanzó al suelo—. ¡Que me contestes, te he dicho!

Esta vez, Madame Battery salió de detrás de la barra y se acercó a Kore.

—Raúl, te voy a pedir que salgas del local.

—No hasta que este payaso me dé una respuesta.

Dorian, una vez más, lo miró en silencio y después se agachó para recoger la fregona. El centinela, llevado por la rabia, tomó carrerilla y le atizó una patada en el estómago.

—¡Dorian! —exclamó Ray, corriendo hacia él.

Pero en el tiempo que recortaba los metros que los separaban, el centinela desenfundó su porra eléctrica y con saña se la clavó a Dorian en el pecho.

El chico se retorció durante unos segundos en el suelo, pero al instante siguiente abrió los ojos y se incorporó.

—Mierda... —masculló Ray.

Raúl y Kore observaban la escena, boquiabiertos. El centinela estudió el arma y comprobó que estaba en perfecto estado. Cuando alzó la mirada de nuevo, seguía sin dar crédito.

—Pero ¿cómo...? —no pudo terminar la frase.

Madame Battery se acercó corriendo por detrás y sin un ápice de duda le estrelló una botella de cristal en la cabeza. El hombre se precipitó al suelo al instante siguiente y allí se quedó, inconsciente

—¿Por... por qué estás...? —Kore parecía incapaz de articular una frase entera. Sus manos temblaban con cada palabra.

Darwin apareció en ese momento y se hizo cargo de la situación.

—Ray, ayuda a Darwin a llevar el cuerpo adentro —ordenó Battery.

—¿Por qué no estás... muerto? —logró decir la chica.

—Kore, ahora no. Tenemos que deshacernos de este tío.

—¡No te quedes ahí pasmada! ¡Vete inmediatamente a prepararte! ¡Vamos! —la urgió la mujer.

—No hasta que me digáis qué está pasando aquí.

Battery miró a Darwin y este asintió. Parecían unos padres intentando consensuar todo antes de hablar con ellos.

—Dorian no depende de baterías —terminó diciendo la mujer—. Al igual que Ray.

Kore los miró con una sonrisa incrédula en los labios.

—¿Perdona?

—Sus corazones palpitan sin utilizar energía externa.

—¿Y cómo es posible eso? —preguntó.

—Pues... —intervino Dorian.

—Nacieron así —le interrumpió Madame Battery, mientras le lanzaba una mirada para que se mantuviera callado.

—Es una larga historia —añadió Ray.

—Tienes que jurarme que guardarás el secreto.

—¿Quién más lo sabe?

—Aparte de nosotros, Eden. A Aidan ya se lo contaremos cuando vuelva. Pero, insisto, debemos extremar la discreción con esto, ¿entendido?

La chica asintió con un gesto aunque parecía que fuera a desmayarse de un momento a otro.

—¿Y qué vais a hacer con Raúl? —preguntó.

—Lo que él mismo se ha buscado.

Dicho esto, Madame Battery se dio la vuelta y siguió a Darwin y a Ray mientras cargaban el cuerpo del tipo hasta su despacho.

—¿Vais a...? —Kore salió del ensimismamiento y los siguió a toda prisa—. ¿Os habéis vuelto locos? ¡Matarlo no nos traerá más que problemas! No puedes hacer eso, Battery. ¡Cerrarán el bar!

Tendieron a Raúl sobre el diván y la mujer se giró hacia Kore con la fuerza de un tornado.

—Primero, este es mi local y puedo hacer lo que me dé la real gana. Y segundo, este tío, además de ser repugnante, ahora sabe demasiado y no dudará en contárselo a los de arriba. Así que apártate y estate callada o lárgate a vestirte, como te he pedido.

Kore se quedó en silencio, agachó la cabeza y se apartó del camino de la mujer, que cacheó el cuerpo del centinela hasta que dio con su batería y los electrodos.

—Todo el mundo sabe que Raúl es cliente nuestro desde hace años. Y es un maldito drogadicto y un alcohólico. A nadie le sorprenderá que haya muerto por una sobredosis de Blue-Power.

Sin necesidad de que se lo pidiera, Darwin abrió la camisa del centinela y le colocó los electrodos sobre el pecho desnudo. Entonces Madame Battery sacó de otro cajón un cilindro de color azul eléctrico que conectó a la batería y que, al pulsar el botón principal, comenzó a brillar mientras el pecho del hombre se hinchaba.

Al cabo de treinta segundos en los que nadie dijo nada, el resplandor azulado fue consumiéndose junto con la respiración lenta del centinela. Un último estertor les confirmó que estaba muerto.

—Ahora... —dijo la mujer—, Kore, te vas a ir a arreglar de una santa vez. Y vosotros dos vais a llevar el cadáver al callejón que hay dos calles más allá. Dejadle esto puesto —añadió, mientras le entregaba la batería con el cilindro vacío conectado a Ray—. Darwin, tú y yo vamos a preparar todo para abrir, ¿de acuerdo, querido?

El rebelde humano fue el único en hacer caso a Madame Battery y salir de la habitación. Las caras de Kore y Dorian no eran muy distintas a la de Ray: la frialdad que había demostrado la mujer les provocaba auténtico pavor. ¿Cómo podía haber acabado con la vida de alguien sin sentir un ápice de compasión?

Al ver que ninguno se movía, la mujer dio un par de palmadas y exclamó:

—¿Estáis sordos? ¡Vamos!

Kore abandonó el despacho y se fue directa a su camerino. Ray y Dorian se miraron sin saber muy bien qué hacer con aquel cadáver.

—Decidle a Berta que os deje el carro de la basura. Lo metéis en él y lo lleváis a donde os he dicho. No se os ocurra salir a la calle principal. A estas horas los callejones deberían estar vacíos. Y no os olvidéis de colocarle los electrodos y dejarle la carga puesta.

Madame Battery se marchó también y los dejó con un millón de preguntas y la duda de si debían inmiscuirse de una manera tan clara en el asesinato de ese hombre.

—Segunda persona que muere por mi culpa hoy —dijo de pronto Dorian.

—La primera no sabemos si está muerta. Y lo de este tío... Bueno, la verdad es que él intentó matarte antes.

—Gracias, pero no me sirve.

—Mira, da igual. Vamos a sacarlo de aquí y a olvidarlo todo cuanto antes...

Los chicos fueron a buscar a Berta y Ray se inventó una versión más edulcorada de lo que realmente había sucedido: que el tipo se había pasado con el alcohol y los chutes de Blue-Power y que le había dado un paro cardíaco. Para su sorpresa, la mujer tampoco hizo más preguntas. Les indicó cómo llegar al callejón que les había dicho Madame Battery y siguió preparando un potaje que olía tan mal como lo que habían comido para desayunar. Estaba claro que no era la primera vez que veía algo así en el Batterie y, probablemente, no sería la última.

Una vez pusieron el cuerpo dentro en un carro similar al de los centros comerciales, lo cubrieron con bolsas de basura y telas y salieron a la calle como si nada.

—No me creo que estemos haciendo esto —murmuró Ray.

—No sé si me da más miedo esta gente o los de ahí arriba.

—Ya, pero no podemos pensar eso —apuntó el chico, intentando sonar convincente—. Nadie se merece morir, pero este tío era de los malos. Si Battery no hubiese actuado, las consecuencias habrían sido muchísimo peores para todos, y seguramente ahora estaríamos yendo de vuelta al complejo. Nos hemos defendido, nada más.

—¿Como antes?

—¡Exacto! Como la pelea de antes. No somos malas personas, ¿de acuerdo, colega?

Aunque se lo estaba diciendo a Dorian, él también tenía que repetírselo para convencerse de ello.

Cuando llegaron al callejón, fueron directos a la desviación más alejada de la calle principal, comprobaron que no hubiera nadie mirando y volcaron el carro detrás de un par de contenedores.

Mientras Dorian tiraba las bolsas de basura y vigilaba, Ray colocó el cuerpo del centinela apoyado en la pared, le puso sus electrodos y dejó la carga de Blue-Power conectada a la batería.

Se dieron toda la prisa que pudieron y volvieron al Batterie sin pronunciar palabra. Ray no solo estaba consternado por el asesinato de aquel tipo o la crueldad impune de la Ciudadela, sino también por el hecho de que ahora Kore también conociera su secreto. Sí, sabía que estaba de su lado, que era una rebelde como los demás, pero temía que su temperamento agresivo y su sed de venganza la llevaran a cometer un error que les costara la vida a todos.

Desde que abandonó Origen, todo se había reducido a sobrevivir. Pero ahora en su cabeza se enredaban planes y conspiraciones y secretos que cada vez lo estrangulaban más por mucho que intentara alejarse de ellos. Necesitaba a Eden, necesitaba hablar con ella, contarle lo que había ocurrido y escucharle decir que todo iría bien. Era la única manera de que llegara a creérselo.

Como si sus pensamientos la hubieran invocado, nada más entrar en el despacho de Madame Battery se encontró a la mujer hablando con Eden. En cuanto los vio entrar, se acercó, preocupada.

—Ya me ha contado Battery... ¿Estáis bien? —después se volvió hacia el otro chico—. ¿Cómo estás, Dorian?

—Bien. Está bien —contestó Ray, molesto por lo poco que parecía preocuparle él—. Yo también. Por cierto, ya nos hemos deshecho del cuerpo —añadió, y cuando su mirada se cruzó con la de Eden, se sintió aún más perdido.

¿Qué había cambiado entre ellos? ¿Qué le ocultaba? ¿Acaso había hecho algo malo sin darse cuenta?

Supo que Eden también era consciente de aquella angustia, pero en lugar de hacer algo para acabar con ella, se alejó unos pasos de los chicos y dijo con voz seria:

—En ese caso, sentaos. Aidan y yo tenemos que contaros lo que hemos descubierto. La vida de Logan está en peligro.

Lo demás dejó de importar durante unos instantes cuando asimilaron sus últimas palabras.

—Un momento, ¿en peligro? ¿Es que acaso van a...?

—Sí —le interrumpió ella—. Van a ejecutar a Logan en cuatro días. Y tenemos un plan para impedirlo.

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