Aura

Aura


Capítulo 15

Página 19 de 36

15

Para cuando abandonaron el Batterie era ya noche cerrada. Habían tardado cerca de una hora en explicarle a Logan la verdad sobre el complejo, los clones y el Ray original. En un punto de la narración, el ingeniero no había podido contener más las lágrimas, y ya fuera por el cansancio acumulado o por lo dolorosa que era la verdad, el resto de los descubrimientos los escuchó con los ojos brillantes.

—Estará bien —les dijo Eden a Dorian y a Ray cuando abandonaron el local por la puerta trasera—. Logan es más fuerte que nosotros.

—Me alegro de que esté de vuelta —añadió el chico.

Se dirigían al mercado. A esas horas ya habría cerrado y sería más fácil hablar con Diésel sin miedo a que alguien los escuchara. Después del día que llevaban, una caminata hasta el Zoco era lo último que les apetecía. Por eso, más allá de la Milla de los Milagros, se colocaron junto a un grupo de personas que hacían fila en una de las destartaladas aceras y esperaron.

—Debéis saber que aquí el monorraíl no para, así que no os durmáis en los laureles cuando pase.

Los dos chicos se miraron sorprendidos.

—¿Qué quieres decir con que no para? —preguntó Dorian, extrañado.

En aquel instante, escucharon un zumbido lejano. Cuando se volvieron para mirar, advirtieron la silueta iluminada por dos focos de un tren que se acercaba a toda velocidad sobre los raíles de la carretera. Cuando estaba llegando, ralentizó la marcha suavemente y toda la gente se preparó para montarse.

Eden fue la primera en saltar a uno de los últimos vagones y Ray y Dorian la siguieron, con el resto de las personas, que se subieron con la mayor normalidad del mundo. Sin gritos, ni enfados. A excepción de un hombre que Ray vio cómo empujaba a otro tipo más joven metiéndole el codo para quedarse con su lugar, los demás se acomodaron tranquilamente en los asientos libres o se apoyaron en las barandillas a esperar a su parada.

—¿Y la gente mayor? —preguntó Ray, aún con el corazón desbocado.

—Pocos se atreven a pillarlo. Es una broma del gobierno. Ingeniosa, ¿eh? Si por el camino se cargan a alguien, y ha pasado más de una vez, menos energía tienen que repartir.

No había conductor. El monorraíl funcionaba solo y, según les contó Eden, se pasaba el día y la noche enteros dando vueltas siempre con el mismo recorrido. La velocidad parecía aún más temeraria desde arriba y Dorian tuvo que cerrar los ojos cuando sintió que empezaba a marearse.

Pasado un rato, vieron aparecer a un centinela al fondo del vagón y Eden soltó una maldición en voz baja.

—Chicos, nos bajamos aquí —les dijo.

—Eden, no pienso saltar a esta velocidad —le advirtió Ray.

—¿Llevas dinero para pagar el viaje?

—No, pero tú sí —dijo el chico, señalando el cinturón de ella, de donde colgaba una bolsa con monedas.

—Lo sé, pero no pienso gastar ni un tron en esto. ¿Listos?

—No.

En ese momento, el centinela los vio y adivinó sus intenciones. Con el silbato que llevaba en la boca, soltó un pitido y echó a correr hacia ellos, pero antes de que pudiera alcanzarlos, Eden agarró a cada clon con una mano y los tres saltaron del monorraíl en marcha. Ray no tuvo tiempo ni de pensar. Antes de que pudiera concentrarse en cómo recibir mejor el golpe, su cuerpo se estrelló contra un montón de bolsas llenas de algo que parecía ser carne descompuesta.

Cuando se recuperó, levantó la cabeza y se encontró con Dorian a su lado.

—¿Te has hecho daño? —preguntó.

El otro negó con una sonrisa en los labios.

—¿De qué te ríes?

Dorian hizo un gesto para que Ray se sacudiera la cabeza y se quitara la cáscara de plátano que se le había pegado a la coronilla.

Eden llegó a su lado en ese momento, con la ropa cubierta de manchas rojas.

—Es asqueroso, pero habría sido peor caer en el asfalto.

—¿Qué es este lugar?

—El basurero del mercado. Aquí tiran los alimentos en mal estado que no llegan a venderse.

Se trataba de un solar vacío junto a la parte trasera del aeropuerto.

—Después del tiempo que he pasado aquí, me cuesta creer que no reutilicéis la comida de algún modo —dijo Ray, mientras salían con dificultad de entre el montón de basura y llegaban al suelo firme.

—Todo esto son los restos de los restos. Ni las ratas se acercan por aquí. El gobierno lo recoge una vez por semana, aproximadamente, y hace con ello abono. Supongo que para los preciosos jardines de la Torre a los que nos han vetado la entrada —añadió Eden con ironía—. Venid, seguidme.

Aun siendo la primera vez que Dorian y Ray entraban en el mercado del aeropuerto y de que los comercios estuvieran cerrados, quedaron fascinados por la inmensidad del lugar. Unas luces halógenas en el techo y algunos focos de baja intensidad iluminaban el lugar, ofreciendo más rincones con sombras que con luz.

En la distancia escucharon la risa de alguien y, más allá, los gritos de una pareja que parecía estar enzarzada en una pelea. Todos los ruidos se magnificaban en el silencio de la noche entre las paredes del inmenso vestíbulo repleto de tiendas, carros y caravanas sin ruedas.

Caminaron detrás de Eden, pisando donde ella pisaba y deteniéndose o acelerando el paso siempre que ella lo hacía. Seguía siendo un lugar tan peligroso como el resto de la Ciudadela y no lo conocían. ¿Quién les aseguraba que no hubiera alguien observándolos desde la oscuridad?

—¡Venid! —les pidió en un susurro, tomando un nuevo camino.

Atravesaron una callejuela que parecía la arteria principal del mercado hasta la pared opuesta del edificio. Allí, Eden volvió a detenerse. Escudriñó por la ventana de la caseta que había a un lado.

—Debería estar aquí...

Ray se acercó.

—¿Quién debería...?

El chico no pudo terminar la frase. De pronto sintió un golpe en la espalda y las manos de alguien empujando su cuerpo contra la pared.

—¿Quiénes sois?

La voz retumbó como el rugido de un oso.

Dorian, junto a Ray, no respondió. Fue a abalanzarse sobre el hombre cuando Eden gritó que se detuviera.

—Soy yo, Diésel. Eden —añadió la chica. Y al instante, Ray notó cómo liberaban su cuello.

—Maldita sea, qué susto me has dado. ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Y quiénes son estos dos?

Ray se masajeó los hombros conteniendo las ganas de quejarse y se acercó a Dorian, que seguía con los músculos en tensión.

—Son nuevos amigos —contestó la chica—. Necesitamos tu ayuda...

El hombre le colocó la manaza sobre los labios y negó con la cabeza.

—Aquí no. Iremos a un lugar más seguro.

Abandonaron el mercado y caminaron un buen rato hasta encontrarse con una de las paredes cubiertas por las diminutas casitas que Kore había llamado madrigueras. Diésel tiró de una palanca varias veces y de lo alto descendió una escalera metálica de mano por la que comenzó a escalar. Ray y Dorian esperaron a que Eden les asegurase que no corrían peligro antes de empezar a trepar.

Por encima de ellos, el hombre sacó una llavecita que colgaba de su cinturón y abrió una portezuela de metal por la que se metió; le siguieron. La madriguera era tan pequeña que Diésel tenía que permanecer cabizbajo para no chocar contra el techo. Ofreció asiento a sus invitados y, mientras estos se sentaban en unos cojines que había tirados en el suelo, el anfitrión puso a calentar agua para hacer té.

—Bonita... casa —comentó Ray.

—¿Crees que es aquí donde vivo? —el hombre soltó una carcajada—. Es gracioso tu amigo —añadió, mirando a Eden—. ¿Té?

Los tres negaron con la cabeza y Eden fue directa al grano.

—Necesitamos hablar con tu contacto en la Torre.

—No —respondió el tipo mientras se sentaba en otro de los cojines con su bebida—. ¿Algo más o hemos subido hasta aquí arriba para nada?

—Diésel, no te lo pediría si no fuera importante. Por favor.

—Lo siento, Eden. No puedo poner en peligro a mi contacto. Ya sabes cómo funciona esto: si necesitáis averiguar algo, dímelo y...

—¡No hay tiempo para eso! —le interrumpió la chica—. Por favor...

El hombre frunció el ceño y después sonrió de soslayo.

—Veo que el asuntito con Logan ha acelerado las cosas...

Los chicos se miraron entre sí, mientras Diésel acercaba el vasito a los labios para soplarlo.

—¿Cómo sabes lo de...?

—¿Que disteis el cambiazo para rescatar a vuestro amigo? Tengo oídos. Y no solo estos —dijo, señalándose las orejas—. Pareces nueva. Ahora... ¿sustituir a Logan por un centinela? Obligasteis al señorito Bloodworth a sacrificar a uno de sus peones. No estuvo mal.

Eden se removió nerviosa en su sitio.

—No debería haber muerto nadie...

—Jugar con los mayores tiene su precio y sus consecuencias. Al menos espero que haya merecido la pena.

—Logan nos ha proporcionado información de la que probablemente ni tu contacto disponga. Si quieres...

Esta vez Diésel soltó una carcajada mucho más fuerte que la anterior. Pero cuando habló, lo hizo con una seriedad que asustó a Ray.

—No se te ocurra chantajearme, Eden. No después de todo lo que he hecho por ti.

La chica bajó la mirada, visiblemente avergonzada.

—Tienes razón. Lo siento. Es solo que, de verdad, necesitamos que hagas esto por nosotros. Es importante.

—Primero tendréis que contarme qué habéis averiguado y después ya veré qué hago...

Eden fue a hablar, pero Ray le puso una mano en el antebrazo como advertencia. Al ver ese gesto, Diésel chasqueó la lengua.

—He de decir que por menos de eso he visto cómo esta jovencita le partía el brazo a uno. Qué miedo te tenían todos, ¿eh, Eden? —añadió, aguantándose la risa para después dirigirse a Ray—. Debe de quererte mucho, chico. Y tú tienes que estar un poco loco para dejar que lo haga. Pero, ¡eh!, ¿quién soy yo para decir nada? Eres de los míos: cuanto más salvajes y peligrosas, mejor, aunque acaben destrozándote algo más que el corazón.

Tanto Eden como Ray guardaron silencio, incómodos, mientras el hombretón estudiaba a los clones.

—¿Quién de los dos nació antes?

A Ray le recorrió un escalofrío por la espalda al escuchar aquello.

—Yo —respondió Dorian, siguiéndole el juego de los gemelos.

—Dicen que el que nace primero siempre es el gemelo malo —apuntó el hombre bromista—. Como la historia de Caín y Abel, ¿la conocéis?

—Diésel, el gobierno tiene baterías de energía ilimitada —intervino Eden, cansada de que se fuera por las ramas—. Sus... brazaletes tienen unas placas solares que les permiten vivir sin cargas. Ya está. Eso es lo que Logan nos ha contado. Tu turno.

El hombre, por primera vez en todo ese tiempo, se había quedado sin habla. De un último trago se terminó el té y preguntó:

—¿Estáis seguros de que dice la verdad? ¿Cómo sabéis que no es una trampa del gobierno?

—Es verdad. Todo lo que te he contado es verdad, maldita sea. Por eso necesitamos que nos digas quién te pasa la información desde dentro. Quién está de nuestra parte. Y lo necesitamos ahora.

El hombre tomó aire y después lo soltó mientras negaba.

—Lo siento, gatita, pero no puedo.

—¿Cómo...?

—¡Dijiste que lo harías! —intervino Ray, impaciente.

El hombre estudió al chico un segundo, como si estuviera valorando la posibilidad de rematar el trabajo que había empezado en el mercado, y después se dirigió a Eden.

—No os he prometido que lo haría y, sin embargo, lo voy a hacer. Pero no a vosotros. Quiero hablar directamente con Battery, así que decidle de mi parte que, si esto va en serio, deje un rato el mundo de la farándula y se digne a hacerme una visita.

—Pero, Diésel, ya estamos aquí nosotros y sabes que puedes confiar en mí. ¿Por qué vas a hacer venir a...?

—Eden... —dijo el hombre, incorporándose—. Me estoy cansando de tanta pregunta. Ya te he dicho lo que vamos a hacer: con la única persona con la que pienso hablar de esto es con Battery. Así que si tú y tu gente queréis saber algo de mi contacto, espero que la Madame se pase pronto por mi tienda. Ahora, si no os importa, me gustaría descansar un poco, que algunos aquí trabajamos de verdad para que esta maldita pocilga en la que vivimos no se nos caiga encima.

Los chicos se despidieron de Diésel y emprendieron el camino de regreso. Sin tan siquiera hablar, Ray supo que la nube de preocupación que había invadido a Eden durante los primeros días en la Ciudadela había regresado, así que le hizo una seña a Dorian para que les dejara intimidad y se acercó a ella.

—No importa a quién le dé el maldito contacto —le dijo—. A ti, a Battery... Lo que necesitamos es poder entrar en la Torre y una vez se ponga en marcha el plan seremos imparables.

Ray se acercó y la obligó a detenerse para mirarla a los ojos.

—Hemos dicho que no habría más secretos entre nosotros —le insistió—. Dime qué te preocupa.

—¿Que qué me preocupa? —estalló ella—. ¡Me preocupa no ser capaz de distinguir quién está de mi lado y quién no!

—¿Es por lo que ha dicho antes Logan?

—¿Y si nos traicionan? —preguntó ella—. Y si esa es la razón por la que Diésel quiere hablar directamente con Madame Battery.

—Pues si esto sale mal, siempre podemos irnos por donde hemos venido. Además, nos necesitan. A ti, a Dorian y a mí. Esta revolución no tendrá sentido sin nosotros.

—Puede que sin vosotros, pero no sin mí —puntualizó la chica.

—Da lo mismo. Si te pasara algo, ni Dorian ni yo seguiríamos adelante, ¿verdad, colega? —añadió, buscando la complicidad de su clon.

El otro, aunque tardó unos segundos, terminó por asentir y siguió caminando unos pasos por detrás.

—¿Lo ves? —preguntó Ray.

—¿El qué?

—Que ya no luchas sola.

Ir a la siguiente página

Report Page