Aura

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Capítulo 16

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Aidan estaba terminando de guardar su uniforme en la taquilla cuando entró un compañero charlando con su superior.

—¿Y sabes qué me ha dicho? —comentaba el capitán—. Que si no soy capaz de apañarme con los centinelas que tengo a mi cargo, que tendría que replantearme seguir en mi puesto.

—Vaya capullo —contestó el otro; Dowey se llamaba, aunque Aidan apenas lo conocía—. Y encima pretenden que estemos callados por un puñado de trones y una mísera ración extra de energía. ¡Al menos tendrían que habernos dado dos!

Ambos se echaron a reír hasta que el segundo advirtió la presencia de Aidan.

—¿Aún por aquí, Walker? —preguntó el capitán, mostrándose tranquilo.

Aidan hizo un saludo militar y se acercó a ellos.

—Ha sido un día duro, señor. Siento mucho la pérdida de Troy —añadió, mirando al otro centinela, con el que nunca había llegado a cruzar una palabra—. ¿Se sabe algo de los rebeldes responsables?

El otro negó con la cabeza y añadió:

—Qué va..., pero, oye —dijo con una sonrisa de complicidad—, eso que nos llevamos. Una carga que no pienso desperdiciar.

Aidan se unió esta vez a las risas, aunque cada carcajada se le clavaba en el pecho con repugnancia. Todo era una pantomima, se recordaba en silencio. Él no era realmente así.

—Buenas noches, Walker —le dijo entonces su superior—. Vete a descansar, que mañana te toca muralla.

El hombre se dio la vuelta, pero Aidan se adelantó y preguntó:

—¿Os vais ya para casa? He oído... —después bajó la voz—. He oído que ha llegado mercancía nueva al Batterie.

El capitán Ludor y el joven centinela se miraron entre ellos antes de contestarle.

—¿Blue-Power? —preguntó el mayor.

—Pero más condensado. Dicen que es como saltar desde un precipicio y después navegar por el cielo.

—Eres todo un poeta, ¿eh, Walker?

—Yo me apunto —dijo el joven, pero no era a él a quien Aidan necesitaba, así que siguió insistiendo—. Vamos, capitán. Acompáñenos. Después de los días que llevamos, todos nos merecemos un descanso, incluso usted.

—No voy a negártelo. Pero hace tanto que no paso por allí...

—¡Pues con más razón! —exclamó Aidan—. Si no es por el Blue-Power, hágalo por las chicas: las últimas incorporaciones al club son... Mejor será que las valore usted mismo.

El capitán soltó una carcajada.

—Menudo experto estás hecho. Ten cuidado, que no serías el primero en arruinarte por culpa de un par de piernas bonitas y una adicción incontrolada a las cargas ilegales.

—Lo tengo, señor —contestó Aidan, mientras salían del cuartel.

No fue hasta que estuvieron los tres montados en el monorraíl, camino de la Milla de los Milagros, que Aidan respiró profundamente y tomó fuerzas para la siguiente parte del plan.

Era la tercera vez que Kore intentaba pintarse la raya del ojo y, como las anteriores, volvió a torcerse.

—¡Mierda!

Lanzó el lapicero negro contra el espejo del tocador y se reclinó en la silla. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan nerviosa? Por culpa de los rebeldes había puesto muchas veces su vida en peligro y siempre había salido airosa. ¿Qué tenía de diferente aquella noche?

No hacía falta que nadie contestara por ella. En el fondo, sabía la respuesta: que iba a estar sola. Que si Aidan cumplía con su parte de la misión y lograba atraer a su capitán al Batterie, ella tendría que quedarse a solas con el hombre y acarrear con las consecuencias en caso de que algo saliera mal.

Sus ojeras, ahora cubiertas por el maquillaje, delataban que llevaba días sin descansar bien. Cada noche, cuando no se desvelaba, la asediaban las pesadillas. Sueños en los que ella o Aidan o incluso Eden acababan en lo alto del escenario de las ejecuciones con la cabeza cortada.

Desde hacía unos días, su mundo había dejado de tener sentido. Por un lado, Eden había regresado. De repente. Cuando todos la daban por muerta. Cuando ella había luchado cada mañana por olvidarla y relegarla al rincón más oscuro de su mente. Había vuelto, y con ella todos los sentimientos que había estado reprimiendo durante tanto tiempo. Y no lo había hecho sola, no. Había traído consigo a Ray y a Dorian, con sus corazones libres de baterías. Y ellos, a su vez, habían inflamado una luz que Kore había creído casi extinta y que ahora amenazaba con incendiarlo todo.

Hasta que ellos habían aparecido, la labor de los rebeldes había consistido en realizar pequeñas escaramuzas que desestabilizasen algún sector del gobierno o causaran cierto caos entre la población. Nada más. Pero ahora..., ahora hablaban de una auténtica revolución. Una revolución que ya había comenzado y en la que la habían incluido a ella sin tan siquiera preguntarle o contarle de primeras toda la verdad. Ni siquiera Aidan. Desde que Eden había vuelto, Kore era incapaz de verle con los mismos ojos. Las dudas y los celos que tanto odiaba sentir la volvían débil.

Había pasado mucho tiempo enamorada en secreto del centinela; de hecho, hasta que Eden desapareció. E incluso después siguió esperando hasta que fue el propio centinela quien se acercó a ella. Durante años había estado reprimiendo tantos sentimientos que, cuando tuvo oportunidad, había olvidado cómo reaccionar a su cariño. Y ahora que por fin estaban juntos, el pasado volvía a visitarlos.

—Para... —se dijo, se sirvió un vaso de agua de la jarra que había en un extremo del tocador y bebió para tranquilizarse.

Siempre se lo decían: que de un grano de arena hacía una montaña. Que siempre se ponía en la peor de las situaciones. Pero lo que nadie decía después era que casi siempre acertaba. Esta vez estaba convencida de que la aparición de Eden, Ray y Dorian les traería muchos problemas. Que ya se los estaba trayendo. Y que si esa noche alguno cometía el menor desliz, ella sería quien acabase en la prisión de la Torre o, peor: como en sus pesadillas.

Los centinelas entraron en el Batterie y Aidan escogió uno de los sofás circulares que había al fondo. Se trataba de un reservado en el que solo los guardias de la Ciudadela podían sentarse.

El capitán Ludor chasqueó los dedos en el aire para llamar a una de las camareras. La que se acercó se llamaba Trixa, y también apoyaba el movimiento rebelde. Pero cuando el capitán le pidió tres cervezas y una carga de Blue-Power, su sonrisa fue tan genuina que Aidan estuvo a punto de creérsela.

Desde la barra, Kore cruzó una mirada fugaz con Aidan y él asintió. En la otra punta del local, Madame Battery también advirtió la señal del centinela y desapareció tras una de las cortinas rojas de la pared.

—Aún recuerdo mi primera redada aquí... —comenzó a decir el capitán.

—¿Como centinela? —preguntó Dowey.

El otro lo miró ofendido.

—No, idiota, como cliente. Mucho antes de cometer el error de entrar en la maldita guardia —añadió con hastío—. Por entonces el Batterie no estaba tan limpio. Los moradores que no podían entrar se agolpaban en las puertas, y los que sí, se arrastraban por el suelo como gusanos. Daba asco. Pero miradlo ahora —y señaló al frente—. Cuando se ven cosas así es cuando más orgulloso se siente uno de su trabajo, maldita sea.

La camarera regresó en ese momento con dos bandejas. En una llevaba las bebidas, en la otra, las cargas y los electrodos de Blue-Power.

—Invita la casa —dijo la chica, guiñándole el ojo al mayor de los tres.

Aidan alzó su bebida.

—¡Por nosotros! —exclamó, y los hombres brindaron. Antes de que se marchara, Aidan le dijo a la camarera—: Oye, ¿y no hay algún regalo especial para un capitán como el nuestro?

—Puede ser —respondió la chica—. Dejadme que lo pregunte.

Dowey se echó a reír en cuanto se quedaron solos y comenzó a desabrocharse la camisa. Mientras se colocaba los electrodos, Trixa regresó y dijo:

—Capitán, una de nuestras mejores bailarinas le está esperando detrás de aquellas cortinas para dedicarle un baile muy especial.

El hombre se puso de pie inmediatamente, con la cerveza en la mano, y les guiñó un ojo a sus subordinados.

—Portaos bien, niños, que papá tiene que ausentarse un rato.

Los otros respondieron con aplausos. Pero Aidan no apartó los ojos del hombre hasta que le perdió de vista. Después se giró hacia Dowey y sujetó la carga con el Blue-Power.

—¿Estás listo? —le preguntó.

—¿Tú no vas a probarlo?

—Esta carga disfrútala tú solo. Ahora pediré otra. ¿Preparado?

Dowey asintió con ansia.

—¡Dale! —exclamó. Y Aidan obedeció.

El centinela recibió el chispazo de electricidad con un gemido de éxtasis antes de caer inconsciente sobre el sofá con una sonrisa bobalicona en los labios.

—¿Ha funcionado? —preguntó Madame Battery, acercándose al reservado.

—Perfectamente —Aidan se levantó—. ¿Kore?

—Ya está en posición. Cuando Trixa os traiga la llave, tendréis quince minutos para estar aquí de vuelta.

El centinela rebelde asintió y se quedó en silencio, obligándose a no pensar en lo que podría estar ocurriendo detrás de aquellas cortinas rojas.

Era cuestión de mentalizarse. De pensar que no había nadie. De que bailaba para ella sola, como cuando era una niña y se recorría toda la Ciudadela a saltitos, siguiendo el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar. La música estaba suficientemente alta en aquel cuarto de luces azules y sofás blancos como para que no pudiera escuchar ni la respiración del hombre para el que bailaba cuando acercaba el rostro a su cuello o los comentarios que pudiera hacerle.

La única norma del club era que nadie podía tocar a las chicas, y para que todo el mundo cumpliera, había una cámara instalada en una de las esquinas del techo que vigilaba a los invitados en todo momento. Eso era lo único que tranquilizaba a Kore. Eso y que todos sus compañeros estaban pendientes de su señal para que el plan siguiera adelante.

La chica, vestida con unos pantalones cortos y una camiseta ajustada, se deslizaba por una barra que subía hasta el techo con la elasticidad de una serpiente mientras el capitán centinela la miraba extasiado. Con una sonrisa pícara, se acercó a él y continuó con el baile, esta vez más cerca de sus rodillas. Con sensualidad, le colocó las manos sobre los hombros y fue descendiendo por su chaqueta, escurrió los dedos por debajo y volvió a subir hasta el cuello. El hombre cerró los ojos y se dejó hacer, como Kore esperaba que ocurriese.

Aquella era su oportunidad. Con una habilidad maestra, perfeccionada durante años, la chica siguió acariciando la piel de la nuca del hombre con una mano mientras que con la otra hurgaba en el bolsillo interior de la prenda. Cuando dio con lo que buscaba, hizo una señal a la cámara y esperó sin dejar de contonearse.

Trixa apareció unos segundos después para recoger la botella de cerveza vacía que el hombre le tendió sin prestarle ni un segundo de atención y la tarjeta que Kore le había robado sin que se diera cuenta.

A partir de ese momento comenzaba la cuenta atrás.

En cuanto Aidan recibió la tarjeta de manos de Trixa, salió del Batterie corriendo. Dorian, Eden y Ray debían de estar ya esperándole en el lugar acordado.

Los almacenes de armas estaban repartidos por todos los distritos de la Ciudadela y los centinelas los utilizaban en caso de emergencia si se producía algún altercado que sofocar. En su interior siempre había un arsenal de armas suficiente como para cargar a un escuadrón pequeño que pudiera ir de avanzadilla mientras se avisaba a la Torre para que enviaran refuerzos. Sin embargo, el almacén del Barrio Azul era el doble de grande que el de los demás distritos por la cantidad de problemas que los moradores solían ocasionar a diario. Ese era su objetivo.

No todos los centinelas podían abrir los almacenes. De hecho, solo los capitanes de las brigadas y sus superiores tenían el acceso permitido gracias a las tarjetas electrónicas que se les proporcionaban cuando los ascendían. Por suerte, el ingenio de Madame Battery había encontrado la manera de burlar, una vez más, al sistema... poniendo en riesgo todas sus vidas.

Como esperaba, Eden y los chicos salieron de un callejón colindante cuando le vieron llegar. El almacén era un cubo gris de cemento, sin ventanas y con una sola puerta blindada imposible de abrir sin la tarjeta que Aidan llevaba guardada en el bolsillo. Por eso no contaba con ningún tipo de vigilancia externa, a excepción de una cámara que los moradores se encargaban de reventar cada vez que volvían a poner una nueva.

—Tenemos que darnos prisa —dijo el centinela apresurándose a abrir el portón blindado del almacén mientras los demás vigilaban que no los viera nadie. Una vez dentro, encendió la luz y comprobó que todo el arsenal estuviera en su sitio—. Recordad: lo que más nos interesan son los aturdidores. Tenemos que llevárnoslos todos. Si sobra tiempo y tenemos espacio en las bolsas, haceos con algunas de las armas de fuego.

Los demás no dijeron nada. Sacaron las bolsas de tela que habían llevado hasta entonces escondidas bajo la ropa, las abrieron, y comenzaron a vaciar los estantes en los que estaban ordenadas las porras eléctricas.

—¿No hay balas? —preguntó Eden.

Aidan terminó de cerrar la última bolsa y se levantó.

—No. La munición nos la dan a los centinelas y viene marcada. Intentaré conseguir unas cajas los próximos días. ¿Estáis listos?

Los demás se cargaron los macutos a la espalda y, a la orden de Aidan, fueron abandonando el lugar por caminos diferentes. Debían dejar la mercancía en varios pisos francos para llevarla al Batterie al día siguiente.

El centinela no esperó más. Cerró la puerta y echó a correr de vuelta al bar. Esta vez entró por la puerta principal y se acercó a toda prisa a la barra. Allí le esperaban Madame Battery y Trixa. Con un asentimiento de cabeza, el chico les informó de que la otra parte del plan había salido bien y sacó la tarjeta para dársela a la camarera.

A continuación, la chica rubia puso dos botellas de cerveza en una bandeja y fue hasta el cuarto donde Kore estaba realizando el baile privado más largo de su vida. Aidan no logró respirar tranquilo hasta que la vio salir con una sonrisa.

Lo habían logrado. El enfrentamiento podía dar comienzo.

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