Aura

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Capítulo 18

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Cuando Ray y Dorian subieron a desayunar a la mañana siguiente, se encontraron con un bullicio poco habitual en la cocina. Más de una decena de desconocidos intentaba hacerse escuchar a voces mientras Berta iba de un lado a otro sirviendo tazas de café humeante.

—Es una trampa —exclamó una mujer vestida con pantalones de cuero y cara de pocos amigos.

—Desde luego, ¡quieren castigarnos! —le contestó un tipo barbudo, sentado en uno de los taburetes—. Deberíamos ignorarlo.

—A lo mejor tú puedes ignorar esta maldita luz —intervino otro tipo bajito y con el pelo recogido en una coleta señalando la luz parpadeante de su brazalete—, pero los centinelas no lo harán.

Los dos clones se miraron entre sí y fueron a acercarse para ver a qué se referían cuando Eden apareció a su lado.

—No podéis estar aquí —les dijo, antes de quedárselos mirando igual que la noche anterior al verlos con el mismo corte de pelo. Pero enseguida salió del trance y los arrastró fuera de la cocina, escaleras abajo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ray—. ¿Quién es toda esa gente?

—Rebeldes. ¿Creías que solo estábamos nosotros?

—Hasta el momento, tampoco habíais dado muchas razones para pensar lo contrario...

Eden los metió de nuevo en la habitación que compartían y cerró la puerta.

—El gobierno ha anunciado una nueva Rifa.

—¿Y nos ha tocado algo? —preguntó Ray.

La chica puso los ojos en blanco y se sentó en la litera inferior.

—Cada año suele haber al menos dos Rifas, aunque hubo una ocasión en que tuvimos hasta cinco. Nunca coinciden en fecha y nadie entiende la razón por la que el gobierno se vuelve tan amable de pronto. No siguen ningún patrón, aparentemente.

—Ya, Kore nos lo estuvo contando cuando nos enseñó la Ciudadela... ¿Qué le daban al ganador? Vivir en zona leal o algo así, ¿no?—preguntó Dorian.

—Vivir en la Torre. Y eso implica no volver a preocuparse jamás por trabajar ni tampoco por recargar el corazón. Se reparten cupones a todos los habitantes de la Ciudadela, tanto moradores como leales, pero nunca hemos vuelto a saber de ninguno de los que han ganado en años anteriores. Tan solo proyectan un saludo de los ganadores de la vez anterior, y eso es todo.

—Como para volver aquí... —masculló Ray—. ¿Y dónde está el truco?

—Ese es el problema: que no lo sabemos. Después de años intentando averiguar las razones por las que el gobierno organiza estos sorteos, aún no hemos logrado averiguarlas. Ni siquiera el chivato de Diésel ha logrado aclararnos nada.

—A lo mejor es lo único que el gobierno hace de manera altruista por vosotros —sugirió Dorian.

Eden rio entre dientes.

—No seas ingenuo.

—Pues si creéis que es una trampa, no participéis y listo —respondió Ray.

Eden levantó el brazo y se remangó para mostrar su brazalete.

—No es tan fácil: las luces de todos los dispositivos han comenzado a parpadear y no volverán a la normalidad hasta que recojan el número.

—¿Y la tuya?

—Antes de huir de la Ciudadela, Logan alteró nuestros brazaletes para que no pudieran monitorizarnos y parece ser que también ha afectado a la función de la Rifa.

—Pues bien, ¿no? Entonces nosotros podemos decir lo mismo.

—Sí, pero por eso tendremos que esperar aquí dentro, con Jake y Logan, al menos hasta mañana para que nadie sospeche nada raro.

Ray se sentó a su lado.

—¿Por eso están los rebeldes arriba?

—Están asustados. Algunos creen que esta es la manera que tiene el gobierno de censar a la gente y prefieren no tener que pasar por los controles. La cuestión es que siempre que hay una Rifa, hay revueltas. Y, por desgracia, las peores se producen entre nosotros, los propios rebeldes.

—Porque todos quieren que les manipulen los brazaletes como a ti, ¿no?

Eden asintió.

—Por eso no pueden veros, ni los centinelas ni los rebeldes: si alguno descubre que vuestros brazaletes no están marcados, habiendo llegado los últimos, se nos echarán encima. Panda de idiotas... —masculló para sí—. Por mucho que se lo expliquemos son incapaces de entender que si todos desactiváramos nuestros brazaletes, nos cazarían enseguida. ¡Por eso Battery, Kore y las demás chicas del club lo tienen activado siempre!

Ray le pasó un brazo sobre los hombros y dejó que ella se apoyara sobre él.

—¿Y qué pasa si alguien no quiere ir a por la papeleta? —preguntó Dorian.

—La luz sigue parpadeando. Incluso después de que haya tenido lugar la Rifa y hayan elegido un ganador. Ten en cuenta que en el momento en el que te dan la papeleta, te desactivan la luz. Y si un centinela ve a alguien con ella aún encendida porque no ha pasado por el control después de la Rifa, se lo cargan sin miramientos. En todas las ocasiones hay al menos dos o tres idiotas que acaban muertos por esa razón. Así que ya os podéis imaginar las colas que se montan... —añadió la chica, con una sonrisa cansada.

—O sea, que lo único que tenemos que hacer estos días es esperar aquí abajo, encerrados en esta habitación e intentar no hacer mucho ruido —resumió Ray, acercando sus labios al cuello de Eden—. Pues tampoco suena tan mal.

Dorian, aún de pie, carraspeó y preguntó:

—¿Puedo bajar a ver a Logan?

—Claro. Déjame que vaya a pedirle la llave a Darwin —Eden se separó de Ray, se levantó y salió de la habitación.

Una vez solos los dos chicos, Dorian comenzó a pasear en círculos por el poco espacio que quedaba libre en la habitación.

—Me gustaría que dejaras de hacer eso —dijo, de pronto, con la mirada puesta en la pared.

Ray levantó la cabeza, desprevenido.

—¿El qué?

—Actuar como si yo no estuviera delante. Como si fuera sordo o ciego o...

—Dorian...

—O no existiera —concluyó el otro, girándose y clavando los ojos en Ray.

—Tío, te tengo presente todo el rato. ¿Te molesta que aproveche los únicos momentos a solas con Eden?

—¿A solas? —contestó el otro, esgrimiendo una sonrisa dolida.

—Tú me entiendes...

—Sí, Ray. Yo te entiendo. Estoy harto de entenderte sin que tú te esfuerces en hacer lo mismo por mí.

Ray se puso de pie.

—¿De qué estás hablando? —masculló entre dientes, mientras sentía el enfado crecer en su pecho—. ¿Te parece poco todo lo que he hecho por ti? ¡Si no fuera por mí, ahora mismo seguirías encerrado en una maldita caja de cristal!

—Y ahora estoy encerrado aquí —contestó el otro.

—Eres un capullo egoísta —replicó el otro.

Su clon ladeó la cabeza y se quedó en silencio observándole. Era como si su propio reflejo lo estuviera analizando, midiendo, retando. Solo que no era su reflejo. Era otra persona, que parecía ser él... sin serlo. Por primera vez desde que sus vidas se habían cruzado, Ray sintió cómo esos ojos, que eran los suyos sin serlo, le hablaban directamente a su interior, a esa alma que extrañamente compartían en un idioma tan salvaje y ancestral como el propio tiempo. Y sintió miedo. Porque existía alguien que le conocía tan bien como él mismo. Y por eso, cuando Dorian respondió, no pudo controlarse.

—Y tú eres una marioneta, Ray.

Las palabras se le clavaron como flechas en el orgullo. Palabras que él mismo había pensado más de una vez, pero que dolían mucho más al escucharlas en voz alta... y con su propia voz. Fue inmediato. No le dio tiempo a comprender que era injusto dirigir su rabia hacia Dorian. Simplemente, se dejó envolver por la ira y antes de darse cuenta se abalanzó sobre su clon con las manos convertidas en garras y un ansia incontrolable de hacerle daño.

Dorian esquivó el primer golpe y se zafó de la mano de Ray para agarrarlo de los hombros y propinarle un empujón contra la pared. Con la respiración entrecortada, Ray cogió impulso y volvió a lanzarse contra su clon con el puño en alto. El golpe en el estómago hizo que Dorian retrocediese. Pero no era suficiente. Las palabras seguían muy presentes en su cabeza. Una marioneta. «Eres una marioneta». Marcaban el ritmo de los latidos acelerados de su corazón, de la ira inexplicable que se había desatado en su interior y que solo parecía capaz de silenciar a base de golpes.

Con un rugido, volvió a arremeter contra Dorian, pero esta vez el clon lo sujetó por el brazo y le tiró contra la litera. Ray sintió el golpe contra la espalda, pero encontró fuerzas para estamparle el codo en el costado. No era una pelea elegante, más bien todo lo contrario. Eran movimientos, instintivos, animales.

Igual que el gruñido de Dorian cuando se recuperó del último ataque y empotró su cabeza contra el estómago de Ray para tirarlo sobre el colchón de la cama inferior. Antes de que Ray pudiera escapar, se colocó sobre él con las piernas alrededor de la cintura y le soltó un puñetazo en la mandíbula. Ray aulló de dolor, pero el grito se cortó de golpe cuando las manos de Dorian se cerraron alrededor de su cuello.

Ray abrió los ojos e intentó quitarse a su clon de encima a base de golpes, pero Dorian parecía no advertir el dolor. Sus ojos, inyectados en sangre, miraban a Ray con la cólera de una fiera herida.

Era como en su pesadilla, pensó de pronto. Aquella en la que el reflejo salía del espejo e intentaba estrangularle. Pero eso no era una pesadilla, y no bastaba con desearlo para abrir los ojos y despertar. Con las pocas fuerzas que le quedaban, quiso apartar a Dorian de encima, pero no fue capaz. Sentía sus dedos apretar la piel y cerrar su garganta.

—Do... rian... —gimió, sin aliento—. Para...

Fue en vano. El chico estaba fuera de sí. Sus ojos parecían tan carentes de misericordia como en el callejón. Manchas de luz comenzaron a nublar su visión. Dejó de escuchar la respiración entrecortada de Dorian, sus propios pensamientos, todo se volvió oscuro...

Y entonces sintió cómo los dedos se aflojaban alrededor de su cuello. ¿Lo estaba imaginando? Ray parpadeó despacio y comprobó que no era una ilusión. Tosió hasta tres veces antes de recuperar el aire que le faltaba a base de bocanadas. Dorian se separó de él, bajó del colchón y la luz de la bombilla del cuarto lo cegó durante un instante. Ray cerró los ojos de nuevo y cuando los volvió a abrir, Dorian se encontraba de pie, junto a la litera, mirando alternativamente sus manos y a Ray con expresión asustada.

El chico tosió una vez más justo cuando la puerta del cuarto se abrió y Eden apareció por ella.

—Logan me ha dejado la llave para... ¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó asustada. Miró a Dorian y después se arrodilló junto a Ray—. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? Tu cuello...

La chica se giró hacia el otro clon.

—No quería...

—¿Qué has hecho? —musitó Eden, mientras se levantaba despacio—. ¿Qué le has hecho?

De un empujón le estampó la espalda contra la pared. Dorian no se defendió.

—¡Eden! —exclamó Ray mientras se levantaba y luchaba contra el mareo que le sobrevino—. Déjalo. No es nada. Ha sido una pelea sin importancia. ¿Verdad, colega?

Dorian lo miró aún más aturdido que antes, pero al cabo de unos segundos, asintió.

—Lo siento —repitió, y salió corriendo hacia el cuarto de baño, donde se encerró. Ni Eden ni Ray lo siguieron.

—¿Vas a decirme lo que ha pasado? —insistió la chica.

—Ya me has oído: nos estábamos peleando.

—Esas marcas que tienes en el cuello no son de una simple pelea. Se ha pasado, como en el callejón, ¿verdad? —insistió, y Ray se apartó de ella, molesto.

—¡No sabe lo que hace! ¿Vale? Dorian no es como nosotros. Ha pasado toda la vida encerrado, sin recuerdos implantados o reales; tiene miedo, ¡todo esto es demasiado para él!

—Lo es para todos y ninguno cruzamos los límites como hace él.

—No lo hace por placer —dijo Ray, con tanta seguridad que esperó llegar a creérselo él también—. Eden, tenemos que ayudarle. No le cuentes a nadie lo que acaba de pasar.

La chica fue a responder algo, pero al final pareció darse por vencida y mientras negaba dijo:

—Vale, pero tú también ándate con ojo. Aunque creas que le conoces, que sois iguales... No sabemos quién es. Y, por mi parte, ya ha perdido el voto de confianza. No quiero que cuando pierda el tuyo, sea demasiado tarde.

Ray se acercó a ella y la abrazó. Aún estaba temblando. Había estado tan cerca de morir... A manos de Dorian. ¿Por qué lo había defendido? Hubiera bastado una sencilla orden para que los demás rebeldes se hubieran desecho de él.

Sin embargo, no podía. No lo habría permitido en ninguna circunstancia, y menos en esa. Cuando le prometió a Dorian que serían como hermanos, lo pensaba de verdad. ¿Y acaso los hermanos no se peleaban de vez en cuando? Además, él había lanzado el primer golpe. Y todo porque Dorian había sido capaz de pronunciar en voz alta las palabras que él no se atrevía a escuchar.

No. Ahora Dorian formaba parte de su vida, como Eden. Eran las dos únicas personas en las que podía confiar. Y nunca se habría perdonado que le hicieran daño a su clon.

Ray había llegado a la Ciudadela motu proprio, pero a Dorian lo habían traído con ellos sin ni siquiera preguntarle. Sin ofrecerle otra posibilidad. Y después lo habían seguido paseando de un lado a otro como si fuera su sombra... hasta que lo habían convertido en él mismo. Su mismo peinado, la misma ropa. Le habían convertido también a él en la marioneta de los rebeldes.

—Sé que esto te va a sonar raro en mí, pero sabes que podemos dejar toda esta locura cuando quieras, ¿verdad? —dijo la chica.

Ray se separó de ella, confuso.

—¿Quieres irte? —preguntó él—. ¿Ahora que estamos tan cerca de lograr el cambio?

—No..., no quiero irme, pero todas las noches me pregunto la razón por la que estás luchando en esta guerra.

Ray agarró la mano de la chica y comenzó a acariciar el metal iluminado del brazalete.

—Por esto, Eden. Por ti. Porque no mereces que nadie controle tu vida, ni mucho menos tu corazón. Y si yo puedo ayudar a que eso cambie...

Eden interrumpió sus palabras, que no eran más que un susurro, con un beso.

—Te lo agradezco, Ray, pero esto va mucho más allá de nosotros...

—Ya lo sé. Sé que lo que está en juego es el futuro: el nuestro y el de los que vengan detrás. Y tampoco estoy dispuesto a dejar que los que nos han hecho esto se salgan con la suya. Te lo prometo.

Con aquella frase, Ray atrajo a Eden hacia él para besarla una vez más justo cuando se abrió la puerta del cuarto y Jake apareció en ella.

—Eh..., lo siento, no quiero interrumpiros, pero tenéis que venir, deprisa: se han llevado a Aidan a la Torre para interrogarle.

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