Aura

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Capítulo 19

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Aidan había entrado dos veces en la Torre: la primera de ellas, cuando le nombraron subteniente centinela y la segunda, cuando él y su compañía escoltaron a uno de los ganadores de la Rifa, dos años atrás. Y ninguna de ellas había necesitado que le guiara una escolta como la que le acompañaba en esos momentos. Aun así, no opuso resistencia.

Sabía que ocurriría tarde o temprano, era algo rutinario. Aidan había sido uno de los cinco centinelas que había estado en contacto con Logan. Había sido necesario para preparar todo el plan desde dentro antes de la ejecución. Y, como el nombre de sus demás compañeros, el suyo también había quedado grabado en el registro. Más allá de eso, el gobierno no tenía ninguna prueba que pudiera inculparle a él directamente.

—¿Sabéis qué tal les ha ido a Cardown y a los otros? —preguntó el chico intentando parecer tranquilo. Pero ninguno de los centinelas que le habían ido a buscar respondió—. Venga, chicos, podéis hablarme. No estoy bajo arresto.

—Ya sabes cómo funciona esto, Aidan —dijo uno de ellos.

—Ya, ya. Y es normal. Creedme, soy el primero que quiere encontrar al traidor que se ha cargado a Troy.

Las obras de remodelación de los últimos años habían dado como resultado un complejo hexagonal de veinte plantas en cuyo patio interior se alzaba el enorme rascacielos que coronaba la Ciudadela. El edificio estaba dividido en varias zonas claramente diferenciadas: en la parte superior, las residencias de los miembros del gobierno, el servicio y la gestión de la ciudad; y el centro de seguridad, los calabozos y los laboratorios y talleres de desarrollo, bajo tierra.

El vestíbulo de la Torre impactó a Aidan tanto como la primera vez que lo pisó. El suelo era de mármol blanco y estaba impecable, tanto que en él se reflejaban las enormes lámparas doradas que colgaban del techo a más de diez metros de altura. Las columnas que coronaban los laterales denotaban la grandeza y el poder del gobierno, todo ello cubierto por una hermosa cúpula sobre la recepción del edificio.

—¿Identificación? —preguntó la señorita que se encontraba tras la mesa.

Uno de los centinelas sacó una tarjeta y se la dio a la chica para que tecleara sus datos en el ordenador que tenía dentro de la propia mesa.

—Walker, Aidan —dijo una voz metálica proveniente de la máquina.

—Sección 15, cuarto pasillo, sala 2 —sentenció la chica, devolviéndoles la tarjeta.

Era imposible imaginar que al otro lado de aquellas paredes pudiera existir la Ciudadela que él conocía. Mientras que allí el gobierno contaba con un arsenal tecnológico que consumía una cantidad de energía apabullante, a escasos kilómetros, había moradores que vivían hacinados en diminutos agujeros en la pared y familias enteras que suplicaban por una ración justa de energía para sus corazones. Aquellas visitas al núcleo del poder, más que amedrentar a Aidan, le recordaban la razón por la que se había unido a los rebeldes.

Abandonaron la recepción de la Torre para subirse en un ascensor que se movía tanto en vertical como en horizontal por las veinte plantas. La única manera de entrar en el interior del edificio era a través de uno de esos cinco cubículos o bien por las salidas de emergencia, que estaban estrictamente vigiladas por centinelas y cámaras de seguridad. Era, por encima de todo, una fortaleza prácticamente inescrutable.

Una voz electrónica informó a los ocupantes del habitáculo de que estaban en movimiento, a pesar de que la sensación fuera la de estar parados. En el panel táctil había una pantalla que informaba del movimiento que hacía el ascensor con una flecha: si subía, bajaba o bien giraba a la izquierda o a la derecha. Al cabo de unos segundos, las puertas se abrieron en la sección 15.

Los centinelas condujeron a Aidan por el vestíbulo principal hasta dar con el cuarto pasillo. Lo que antaño fue un hotel, la parte original de todo aquel complejo, ahora constituía el centro de seguridad y algunas de las habitaciones se habían transformado en salas de interrogatorio con cristales tintados tras los que se ocultaban miradas invisibles.

—Aquí es —dijo uno de los centinelas.

El otro dio un par de golpes con la mano y la puerta se abrió. Se trataba de un cuarto sin ventanas y con las paredes pintadas de blanco, excepto una, que tenía un espejo tras el que habría gente observando. Los únicos muebles que había eran una mesa y dos sillas en cada extremo.

—Espera aquí, Kurtzman no tardará en venir —dijo uno de los centinelas.

—¿Kurtzman? —preguntó Aidan, sorprendido. Los interrogatorios no solían ser competencia de un general.

Esta vez no obtuvo respuesta y su escolta abandonó la habitación en silencio. Cuando sonó el clic del pestillo, Aidan comenzó a repasar meticulosamente la coartada que había estado preparando desde antes incluso de la ejecución. En principio no debía haber fisuras. Sería un interrogatorio normal, igual que el que habían pasado sus compañeros antes que él. No podía dejar que los nervios le traicionasen. Antes de la hora de la comida estaría fuera.

El chico se acercó a la mesa y acarició la superficie antes de dirigirse al espejo para peinarse un poco con la mano e intentando ignorar la presencia de las otras personas que debía de haber al otro lado mirando.

La puerta se abrió de nuevo en ese instante y por ella entró un hombre alto, algo escuchimizado, de pelo moreno recogido en una discreta coleta y ojos tan azules que casi parecían blancos.

—Aidan Walker —dijo Kurtzman con una voz serena—. Tome asiento, por favor.

El chico, tranquilo, se colocó delante de su superior y permaneció en silencio, esperando a que el centinela hiciera el primer movimiento, como si de una partida de ajedrez se tratase.

—Aidan, esta conversación va a ser grabada tanto visual como auditivamente para que quede constancia dentro de los archivos oficiales del Centro de Seguridad Centinela de la Ciudadela. ¿Está de acuerdo con ello?

—Sí, señor.

—Bien, comencemos entonces. ¿Es usted el subteniente Aidan Walker, con el Número de Identificación Centinela 2414-13, responsable de la sección 9 dentro del Cuerpo de Seguridad Centinela de la Ciudadela?

—Sí, señor.

—Bien, subteniente. Usted ha sido uno de los cinco centinelas que ha estado en contacto con el prisionero rebelde Benedict Logan Jackson antes de su fallida ejecución, ¿correcto?

—Negativo, señor.

—¿No ha estado en contacto con el prisionero? —preguntó Kurtzman extrañado.

—No —dijo Aidan tajante—. Mi labor era vigilar la celda en la que el prisionero Logan iba a permanecer minutos antes de la ejecución, justo después de su traslado desde la prisión de la Torre. Sin embargo, cuando llegué a la celda, el prisionero no era Benedict Logan, señor.

Kurtzman comenzó a pasar varios papeles de manera pausada y tranquila.

—¿Es consciente de que las cámaras de seguridad fueron desconectadas momentos antes de que usted comenzara su servicio?

—Desconocía tal información, señor.

—¿Se cruzó con alguien antes de llegar a la celda del prisionero?

—Únicamente con el subteniente Cardown, quien había traído al prisionero desde la Torre.

Kurtzman volvió a ojear los papeles que tenía sobre la mesa antes de cerrar la carpeta y mirar a Aidan a los ojos.

—Muy bien, subteniente Walker. Eso es todo. Muchas gracias por su colaboración.

«¿Cómo? ¿Ya está?», pensó Aidan para sus adentros. Sabía que iba a durar poco, pero aquello se escapaba de toda lógica. Intentó disimular su sorpresa y preguntó:

—¿Puedo irme entonces?

—Por supuesto, subteniente.

—Muchas gracias, general. Cualquier otra cosa en la que pueda ayudar, no dude en avisarme.

—Gracias, subteniente.

Mientras Kurtzman volvía a abrir la carpeta para revisar los papeles, Aidan se levantó dubitativo. Volvió a mirarse en el espejo que tenía a su derecha, intentando averiguar de qué iba todo aquello. Algo no marchaba bien. No sabía identificar el qué, pero estaba seguro.

Aun así, no quiso forzar más su suerte. Se dirigió a la puerta, pero cuando intentó abrirla, esta seguía bloqueada. Segundos después, escuchó cómo Philip se levantaba y antes de que pudiera girarse, sintió cómo le golpeaba por la espalda y empotraba su cabeza contra la puerta de metal, tirándolo al suelo, aturdido.

—Te crees que soy idiota, ¿verdad? —preguntó Kurtzman, y Aidan comprendió que, para su desgracia, no se había equivocado.

Dos centinelas entraron de nuevo en la sala y lo levantaron por las axilas para sentarle de nuevo en su sitio mientras un tercero plantaba un extraño aparato sobre la mesa. Aún aturdido por el golpe, Aidan sintió cómo le metían las manos dentro de la máquina en dos compartimentos distintos y le sujetaban las piernas a las patas de la silla para que no pudiera moverse. Cuando Kurtzman apretó el botón para activarla, notó la presión de unas garras metálicas que le sujetaron las falanges y se las separaron hasta abrirle las palmas completamente.

—Aidan, Aidan... —dijo Kurtzman relamiéndose los labios como un lobo frente a su presa.

—¿Esto no lo quieres grabar? —preguntó el otro, aún aturdido por el golpe.

El general lanzó una risotada mientras los otros centinelas añadían una extensión a la máquina.

—No, no hace falta. Con lo diplomáticos que hemos salido los dos antes, no hace falta que lo repitamos. Se te da bien esto de actuar.

—Vete al infierno —respondió Aidan con desprecio.

El general volvió a reírse.

En cuanto la máquina estuvo preparada, los soldados abandonaron la sala y los dejaron solos.

—¿Sabes lo que es esto, Aidan? Se trata de una estupenda máquina que hará que me cuentes la verdad —mientras hablaba, iba señalando las diferentes partes del artilugio—. Esto de aquí tiene unas finas agujas que, poco a poco, irán penetrando en la punta de tus dedos hasta llegar al hueso. Es una de las torturas más dolorosas y antiguas que existen, aunque yo le he añadido un complemento y es que va emitiendo pequeñas descargas eléctricas con cada milímetro que avanza.

—Sabes que va a ser inútil. Esto no va a funcionar conmigo —dijo Aidan.

—Oh, eso mismo dijo Logan y al final acabó cantando varias cosas —confesó el general.

Aquello sí que sorprendió a Aidan. Pero no, no podía ser verdad. Se trataba de un farol de Kurtzman.

—Mientes.

—¿En serio?

Con una sonrisa, activó la máquina y las agujas comenzaron a moverse. El grito del chico fue desgarrador. Apenas habían atravesado un milímetro de su piel, pero fue suficiente para provocarle una descarga de dolor como jamás había sentido.

—¿Qué te parece? —dijo Kurtzman con una sonrisa.

—Eres... un monstruo.

—Esto no es nada. Ahora háblame un poco de vosotros, Aidan. De los rebeldes. ¿Dónde está vuestra sede? ¿Qué planeáis con Logan?

Entre dientes, concentrado para soportar el dolor, el chico logró decir:

—Vete a la mierda.

Philip volvió a accionar la máquina y las agujas avanzaron un centímetro más. El dolor volvió a multiplicarse y la descarga eléctrica debilitó aún más al chico, impidiéndole respirar con normalidad.

—Matándome... no vas... a conseguir nada.

—¿Matarte? —dijo Kurtzman, riéndose—. No voy a matarte. Al menos de momento. Esto es divertido. Y no vas a aguantar la siguiente porque las agujas ya van a tocarte el hueso, así que repetiré la misma pregunta: ¿qué estáis tramando?

—¿Qué te dijo Logan? —preguntó Aidan.

—Así que empiezas a sospechar que el ingeniero no aguantó el dolor, ¿eh? —dijo, regocijándose.

—No... Sé que aguantó —y alzó los ojos para mirar a Kurtzman con una sonrisa torcida—. Lo que te estoy preguntando es... qué te dijo para que la cagaras tanto y le contaras... lo que vais a hacer en Acción de Gracias.

Aquel comentario sorprendió tanto a Kurtzman que no puedo evitar mirar al espejo de la pared, atemorizado.

—Oh... Vaya... ¿No le has contado a papá Bloodworth tu enorme cagada? —prosiguió el chico, suponiendo que el gobernador debía de esconderse al otro lado. Después se giró hacia el cristal y gritó—. ¡Lo sabemos, Bloodworth! ¡Tu general es un inútil y sabemos lo que habéis planeado!

—¡Cállate! —gritó el general mientras accionaba por última vez la máquina.

El dolor se multiplicó por diez cuando notó cómo las puntas de sus falanges sentían el frío hierro clavándose en ellas. La descarga eléctrica que acompañó a aquel último movimiento hizo que su corazón comenzara a bombear sangre a una velocidad abismal. La presión del pecho junto al dolor que partía de sus dedos estuvieron a punto de hacer que se desmayara. Sin embargo, Aidan aguantó unos segundos más. Sabía que no les sonsacaría nada de lo que estaban planeando, pero sí que los podía asustar con los secretos que conocía.

—Está bien... —dijo con un hilo de voz—. Te diré algo más.

Aidan notó cómo Kurtzman se acercaba a él y alzó la cabeza unos centímetros para mirarle directamente a los ojos.

—No sois los únicos que tenéis un brazalete mágico para vivir.

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