Aura

Aura


Capítulo 22

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La jornada había ido mejor de lo que ninguno podría haber imaginado. Después de patearse prácticamente todo el Distrito Trónico y visitar el mercado, Eden y Ray habían regresado al Batterie con la sensación de haber hecho un buen trabajo y de haber inflamado en el pueblo las ganas de luchar.

Al principio no había sido fácil hacer que le escuchasen, ni tampoco que le creyesen cuando les mostró el brazalete. Probablemente más de uno se habría ido a casa pensando que se trataba de algún tipo de truco o mentira, o que el gobierno estaba intentando tenderles una trampa. Pero en el fondo, como decía Eden, daba lo mismo: lo importante era que hablasen de ello.

—¡Ya estamos de vuelta! —anunció Ray cuando Madame Battery les abrió la puerta de su despacho.

—¿Cómo os ha ido? —preguntó la mujer.

—¿Habéis visto a Dorian? —intervino Kore.

—¿Dorian? ¿No estaba contigo?

La rebelde miró a Madame Battery antes de explicarles lo que había ocurrido en la rotonda.

—Maldita sea —dijo Ray—. Tenemos que salir a buscarle, puede que le haya ocurrido algo.

—O que les haya ocurrido a otros, teniendo en cuenta su historial... —comentó Madame Battery en voz baja.

Ray ignoró el comentario de la mujer y se dirigió a la puerta.

—No pienso quedarme aquí esperando.

Se dio la vuelta para salir del despacho y se dirigió al bar justo cuando, desde el cristal de la puerta, vio a su clon entrando en el Batterie. Llevaba la cabeza gacha y la camisa entreabierta. Mientras se acercaba con dificultades para mantenerse erguido, Ray advirtió que la pintura de las marcas falsas del pecho se le había emborronado.

Por un instante, creyó que le habían pegado una paliza, pero entonces reparó en la sonrisa bobalicona de su clon y comprendió la verdad. En el tiempo que tardó en recorrer esos metros, el enfado fue apoderándose de Ray y toda la preocupación que se había generado en los últimos minutos la descargó en el empujón que le metió a Dorian contra la pared en cuanto el chico atravesó la puerta del pasillo.

—¿Dónde te habías metido? —le increpó, con la mano agarrándole la camisa desabotonada.

El clon hizo un leve ademán de quitárselo de encima, pero Ray lo sujetó con firmeza y añadió:

—Estábamos preocupados. Íbamos a salir a buscarte.

—¿Ibais? —se limitó a contestar el otro, sin tan siquiera mirarlo.

—¿Estás borracho? —le preguntó, al advertir el aroma inconfundible del alcohol en su aliento.

En ese instante volvió a abrirse la puerta del despacho de Madame Battery y las tres rebeldes salieron de allí.

—¿Se puede saber dónde te habías metido? —preguntó también Kore—. He perdido todo el maldito día dando vueltas por la Ciudadela. ¿Qué mosca te ha picado?

Dorian cerró los ojos, como si le doliera la cabeza por culpa de lo alto que estaban hablando todos, y Ray le dio un empujón antes de soltarlo.

—¿Sabes que el Blue-Power no nos sirve a nosotros? —dijo el clon con la voz pastosa, abriéndose un poco más la camisa para señalarse el pecho.

—Señor bendito... —masculló Madame Battery, con los ojos en blanco—. Bajadlo y dadle una buena ducha. Y después llevad su ropa a Berta. Apesta. Y a ti, Kore, te quiero vestida y bailando en diez minutos.

Dicho esto, apartó a todos de su camino y se dirigió a la barra para atender a la clientela.

—¿Crees que todo esto es una broma? —se le encaró Ray en cuanto la mujer desapareció—. ¿Has intentado drogarte y, como no funcionaba, has optado por provocarte un coma etílico?

El chico se encogió de hombros con gesto inocente y Ray lo agarró de la axila para arrastrarlo escaleras abajo. Eden y Kore los siguieron hasta los baños, donde Ray abrió la llave de las duchas y empujó a su clon bajo ellas. El chico intentó mantener el equilibrio pero terminó escurriéndose y cayendo de rodillas junto a la pared con un grito que se transformó en una carcajada.

Ray lo miró entristecido y enfadado, incapaz de reconocerle. ¿Qué había ocurrido en los últimos días para que hubiera cambiado tanto? Por mucho que repasaba los acontecimientos una y otra vez no daba con una respuesta clara. Las chicas lo esperaban en la puerta cuando salió.

—No se ahogará ahí dentro, ¿no? Porque como muera otra persona en el local, Battery nos echa. Esta mañana hemos encontrado a un adicto en la puerta de...

—Kore, ¿qué ha pasado esta mañana para que Dorian se largase? ¿Habló con la gente? ¿Lo insultaron?

—No le insultaron, no. ¡Porque tampoco les dijo nada! Se largó antes de pronunciar ni media frase y por mucho que intenté convencerle, no sirvió de nada. El chico está loco, asumámoslo de una vez.

Eden se acercó a Ray entonces y le agarró del brazo para reconfortarle.

—Deberías hablar con él cuando se relaje.

—¿Hablar con él? —preguntó Ray, separándose—. ¿Y qué le digo? ¡Si no le reconozco!

—No, Ray. Lo que pasa es que no le conoces. Ni tú ni ninguno de nosotros. Hemos cometido el error de creer que sí, y la realidad nos demuestra una y otra vez que nos hemos confundido. Sin embargo, creo que al único al que podría escuchar es a ti.

Ray suspiró, con el cansancio acumulado de todo el día sobre los hombros, ahora que la adrenalina se disipaba de su organismo, y asintió.

—Haced lo que queráis, pero no podemos permitirnos tener a alguien así en el equipo —dijo Kore—. Así que os pido que, si creéis que Dorian no está a la altura, lo digáis y toméis las medidas oportunas.

Dicho esto, la rebelde se alejó por el pasillo en dirección al camerino.

—Hoy no puedo hacerlo... —le dijo Ray a Eden, impotente—. De verdad que no puedo. Tengo miedo de saltar a la mínima que me diga. Dios, siempre he soñado con tener un hermano... o al menos tengo ese recuerdo. Y ahora que Dorian está aquí, siento que..., que tengo que cargar con un peso que no me pertenece. No sé si me explico.

—Perfectamente —le dijo Eden—. Y tienes razón. Tampoco creo que Dorian sea capaz de escucharte en su estado. Mira, tal vez después del día que hemos tenido nos merezcamos algo distinto.

—¿Y Dorian...? —preguntó el chico, mirando hacia el baño y advirtiendo que el agua había dejado de sonar.

—Olvídate de Dorian. Estará bien y esta noche quiero que sea para nosotros...

Y tirando de su mano, recorrieron el pasillo, subieron las escaleras y salieron a la noche de la Ciudadela.

Las lágrimas de sus ojos se mezclaban con el agua que se escurría por la frente. Tenía frío, ahí acurrucado en el suelo del baño, con la ropa empapada y tan pesada que parecía un cepo en el que se sentía atrapado.

No podemos permitirnos tener a alguien así... No está a la altura... Tengo que cargar con un peso que no me pertenece... Olvídate de Dorian...

Dorian lo había escuchado todo. A pesar de su embriaguez y de no quererlo, había oído hasta la última de aquellas palabras que ahora se deformaban en su memoria como las máscaras de un carnaval. No se había equivocado. Él no pertenecía a ese lugar, y tampoco podía ser la persona que los demás querían que fuese.

Con manos temblorosas, metió la mano en el bolsillo del pantalón y de él sacó el número de la Rifa que aquel viejo borracho le había entregado. Nunca había creído en los milagros. En el poco tiempo que llevaba allí, la vida tampoco le había dado motivos para creer en ellos. La única vez que había estado cerca de admitir que se había equivocado fue cuando conoció a Eden y a Ray, pero una vez más todo se había transformado en una pesadilla. Quizás hubiera personas que no estuvieran destinadas a ser felices para que otros sí lo fueran. Tal vez él fuera uno de ellos.

O tal vez no, pensó, acariciando la papeleta plastificada. A lo mejor el borracho le había dicho la verdad y esa papeleta era la ganadora. Sin poder evitarlo, se rio de lo absurdo que sonaba incluso dentro de su cabeza. De entre los miles de boletos repartidos, tenía en su mano el ganador. Seguro, pensó con sarcasmo.

Pero como se había decidido a creer en los milagros al menos una vez más, no lo tiró a la papelera al salir del cuarto de baño, tambaleante, sino que fue hasta la habitación, lo escondió debajo de su colchón y después se quitó toda la ropa antes de meterse desnudo bajo la manta, soñando con ese futuro perfecto... y desconocido.

—¡Esto está buenísimo!

Ray le dio un nuevo mordisco al bocata que acababa de comprarle Eden y cerró los ojos para disfrutar de todo el sabor. Después de tantos días comiendo solo lo que Berta cocinaba, aquel mejunje de carne, lechuga, tomate y no sabía qué más cosas le estaba sabiendo a gloria.

—En serio, ¿qué es?

—Rata —contestó ella, pero antes de que el chico llegara a escupir la comida, se echó a reír y dijo—: ¡Es cerdo, bobo!

Ray logró controlar la tos que le había entrado y tragó.

—Pues menos mal, porque no sé si habría sido capaz de tirarlo. Esto es mejor que una hamburguesa. O, mejor dicho, que el recuerdo que tengo y que en realidad no es mío...

—Tu recuerdo, Ray —dijo la otra, después de darle un sorbo al zumo que habían comprado—. Es tu recuerdo. No te tortures pensando constantemente que en realidad son recuerdos de otra persona. Los sientes tuyos, ¿no?

—Sí.

—Pues eso es lo que importa. Como sigas por el otro camino, acabarás volviéndote loco.

Ray se guardó el consejo y siguió devorando el bocata mientras paseaban por el mercado. Eden le había prestado una gorra que llevaba calada hasta los ojos para que no le reconociera alguien que le hubiera escuchado hablar por la mañana.

La noche en la que habían ido a visitar a Diésel aquella zona de la ciudad ya se había dormido; sin embargo, en ese momento refulgía de vida bajo los farolillos que colgaban de una carreta a otra y las bombillas y lámparas que iluminaban algunos de los puestos.

También había música. Un poco más adelante, se encontraron a un trío que interpretaba una divertida canción con instrumentos construidos a base de chatarra. Ray se detuvo delante de ellos y se sumó a la gente que acompañaba la melodía con las palmas hasta que, de repente, en un arrebato, se giró hacia Eden y la sujetó de una mano y de la cintura para hacerla girar entre carcajadas. Claramente, ninguno de los dos tenía idea de cómo llevar el compás y enseguida el chico se descubrió siguiendo el ritmo de ella. A los otros moradores que se apiñaban a su alrededor pareció gustarles la idea y un instante después varias parejas los imitaron con mucha más gracia.

Cuando la música concluyó, y aún entre carcajadas, Eden lanzó un par de trones a la gorra que habían colocado delante de ellos y siguieron caminando.

—No te imaginas lo que necesitaba esto —le confesó Ray—. Y pensar que el mundo una vez fue así siempre..., con gente paseando y divirtiéndose y esperando el fin de semana. Con las responsabilidades que uno quisiera ponerse y sin revoluciones ni esta esclavitud ni..., perdona, que empiezo a hablar sobre ello y no paro —añadió, con una sonrisa tímida.

—Me encanta que lo hagas —contestó Eden—. Y deberías agradecer tener todos esos recuerdos tan claros y tan nítidos. Aunque no los consideres tuyos, lo son. Yo daría lo que fuera por poder evadirme de esta realidad aunque solo fuera durante un instante.

—Si quieres, puedo seguir contándote más cosas.

Ella le miró y sonrió.

—¡Estás tardando!

Y Ray lo hizo. Durante el resto del camino, mientras Eden dirigía la marcha por las calles y callejuelas de la Ciudadela, Ray escarbaba en su memoria para hablarle de cómo había sido su vida en Origen, los viajes que había hecho con sus padres, de Smeagol y hasta de los restaurantes que más le gustaban cuando era un niño. También le habló de Zack, y aunque sabía que en realidad él no lo había conocido, sintió una pena inmensa al recordarle. Y cuando creía que no quedaba mucho más que contar, empezó a hablarle sobre los detalles aparentemente más insignificantes de aquella vida: de los programas de televisión que veía, de sus vecinos e incluso de política, con lo poco que le había interesado en ese momento.

Porque todo dejaba de importar cuando miraba a Eden y la veía tan fascinada, preguntando por unas cosas y por otras, por minucias que en realidad no eran minucias sino que le habían otorgado todo el sentido del mundo a ese tiempo ya lejano.

Sin darse cuenta, habían llegado a la inmensa pirámide de cristales negros que una vez fue el Hotel Luxor.

—Antes había una luz que salía de la cúspide hasta el cielo y se decía que podía verse desde el espacio —dijo Ray.

—¿Quieres subir?

Ray alzó la mirada y después preguntó:

—¿A...arriba? Tengo un poco de miedo a las...

—Ven, sígueme. Merece la pena, confía en mí.

Sin muchas más opciones, el chico fue tras Eden hasta una de las esquinas de la pirámide. Allí, la chica se encaramó a una escalera de mano en la que Ray no había reparado y comenzó a trepar por ella.

—Cuando yo vine de niño, eso no estaba ahí —dijo el chico.

—Lo sé —contestó Eden—. La puse yo.

Y ofreciéndole la mano, le ayudó a comenzar a escalar la pendiente. Ray no quiso mirar hacia abajo. Tampoco tenía motivo: la Ciudadela se desplegó ante ellos con toda su magnificencia a cada metro que ascendían. Cuando llegaron a la punta, Ray estaba agotado y el viento soplaba con fuerza, así que se sujetaron a la barandilla que había allí, sobre una diminuta plataforma en la que apenas cabían los dos juntos y abrazados.

—¿A que no te da miedo, Duracell? —le preguntó Eden, en un susurro.

—No —contestó Ray, sonriendo al escuchar de nuevo su mote después de tanto tiempo.

Y era verdad. El espectáculo de luces y sombras, la imagen del mercado y la muralla alrededor de toda la Ciudadela le dejó sin aliento.

—Solía venir con Samara aquí de vez en cuando. Me la cargaba a la espalda cuando era más pequeña y cenábamos viendo las estrellas e imaginando las historias de la gente que paseaba a nuestros pies.

El chico sonrió y giró sobre sí mismo para poder abrazarla de frente.

—¿Y qué habrías imaginado de mí si me hubieras visto entonces?

—¿De ti? Mmmm... Pues que serías un valiente patoso...

—Pero un valiente patoso muy guapo.

—¿Desde esta altura...? —él frunció el ceño y ella se rio—. Sí, claro, guapísimo. Eres un valiente guapo y un patoso salvavidas.

Ray se rio entre dientes, mientras ella le pasaba la mano por la cabeza.

—Yo no le he salvado la vida a nadie.

—Me la has salvado a mí —contestó la chica, y le atrajo hacia sí para besarlo.

Ray cerró los ojos y se olvidó hasta de la altura que le separaba del suelo. Pero entonces Eden se detuvo e inclinó la cabeza para mirar hacia atrás.

—¿Qué sucede? —preguntó Ray, dándose la vuelta.

Y entonces lo vio: a lo lejos, alrededor de la Torre, había surgido una luz que antes no estaba.

Eden, a toda prisa, sacó unos prismáticos de la riñonera y los dirigió hacia allí.

—Están... construyendo algo —dijo, mientras calibraba las ruedecillas del aparato para acercar la imagen—. No puede ser...

—¿Qué es? ¿Qué pasa? —preguntó Ray, nervioso.

Ella le devolvió los prismáticos mientras decía:

—Es una especie de valla gigante...

—¿Y la están levantando ahora? ¿En mitad de la noche?

—Compruébalo tú mismo —y le señaló el lugar—. Maldita sea, esto no tiene buena pinta. Tenemos que avisar a los demás. ¡Si se han enterado de nuestros planes y protegen la Torre de esa manera, no tendremos posibilidad de entrar!

Ray se quedó unos segundos más observando el panorama hasta que le vino a la mente una idea. O, mejor dicho, una persona. Después le devolvió el aparato a la chica y dijo:

—Puede que por tierra no. Pero sí por aire.

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