Aura

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Capítulo 24

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Una noche. Eso fue todo lo que el gobierno había necesitado para levantar entre la Torre y el resto de la Ciudadela una doble valla más alta incluso que los edificios de alrededor.

Desde el amanecer, los rebeldes habían ido llegando al Batterie para informar de las novedades que habían logrado recopilar, tanto de las fuentes oficiales como de los obreros implicados en su construcción. Medía cerca de treinta metros y estaba vigilada por centinelas que patrullaban tanto el interior como el exterior. No obstante, la peor noticia de todas la trajo Diésel: estaba electrificada. Según los rumores, el gobierno lo hacía por la Rifa, y no por el inminente ataque rebelde. A diferencia de otros años, los disturbios entre la población por culpa de los boletos se habían convertido en un problema sin precedentes; así pues, en teoría, para proteger al ganador y a la élite de la Ciudadela, habían tenido que tomar medidas extremas.

Eden apenas había descansado. Junto con Ray, había sido la encargada de explicar lo que habían visto y movilizar a todas sus fuerzas para investigar. Después, rendidos de todo el día pateándose la Ciudadela, habían acabado durmiendo en su habitación. Darwin los había despertado a media mañana para informarles, con pesar, de todo lo que habían descubierto.

—Estamos arriba reunidos. Os necesitamos.

Al pasar por delante de la habitación donde dormía Dorian, Ray se detuvo y llamó con los nudillos.

—Déjale que descanse —le dijo Eden.

—También debería estar ahí arriba —contestó el otro.

La chica torció el gesto.

—¿Crees que hace falta?

El chico se asomó al cuarto y, al ver a su clon tirado en la cama, decidió no molestarlo y subir con los demás.

El despacho de Madame Battery estaba atestado. Logan se había sentado en el diván, junto con Jake, mientras la mujer se paseaba de un lado a otro dando caladas a su largo cigarro. Kore parecía una sombra, con la mirada perdida, el pelo lacio y apoyada contra la pared sin hablar con nadie. Por su parte, Diésel estudiaba con interés los libros que cubrían uno de los muebles cercanos al escritorio.

—Necesitamos encontrar una solución inmediatamente —decía la mujer en ese instante—. El plan lo requiere y los rebeldes me la exigen. Habrá que decidir si merece la pena seguir adelante con todo o por el contrario...

—¿Por el contrario, qué? —la interrumpió Kore, fulminándola con la mirada—. ¿Dejamos que Bloodworth acabe con Aidan? ¿Eso es lo que propones?

—¿Tú has visto esa monstruosidad que han construido, niña? Si intentamos acercarnos, nos volarán la cabeza. Esta misión ha pasado de ser arriesgada a ser un puñetero suicidio, y yo me niego a mandar a mi gente allí.

—¿Tu gente? —le espetó la rebelde—. Si de verdad te importara tu gente, no tomarías las decisiones sola.

Darwin se acercó a la chica.

—Kore, Battery tiene razón, ¿cómo vamos a llegar a la Torre con esa valla? Aunque lográramos acercarnos lo suficiente, escalarla sería imposible.

—En realidad la gente está esperando lo contrario —intervino Diésel, con su voz grave—. Nadie se cree que la Rifa sea la razón por la que han levantado esa protección. Esta mañana de lo único que se oía hablar en el mercado era de los rebeldes y de ti —añadió, señalando a Ray.

—¿De mí? ¿Tan rápido se ha corrido la voz?

—En realidad nadie conoce tu nombre, solo hablan del chico con el brazalete solar, pero saben que la razón por la que se protegen tanto es para que nadie pueda entrar a robarles el invento.

—¿Y eso cambia algo la situación actual? —preguntó Madame Battery.

—¡La cambia completamente! —respondió Kore.

—Sí, en que, en lugar de treinta, serán tres mil los que podrían acabar chamuscados en la valla. ¿Estás dispuesta a cargar con la culpa de un genocidio? Porque yo no.

Kore iba a responder una vez más cuando Ray se le adelantó y le puso una mano en el hombro para que le dejara hablar a él.

—¿Y si pudiéramos atravesar la valla? El plan seguiría adelante, ¿no?

La mujer soltó una risotada cargada de sarcasmo.

—Bueno —dijo Darwin—, aún tendríamos el problema con los centinelas que la protegen. No creo que las pistolas que llevan sean de juguete...

—Pero, bueno, ellos no dejan de ser iguales que nosotros, ¿no? —preguntó Eden—. Me refiero a que, aunque sus superiores lleven brazaletes solares, ellos siguen estando tan desprotegidos como nosotros. Solo hay que hacerles ver que estamos en el mismo barco.

—¿Y crees que nos van a escuchar? —se burló Battery—. ¿Vas a ser tú quien se atreva a ir a hablar con cada uno de ellos para contarles la situación, Eden? Solo hace falta que te equivoques con uno para que te liquiden ahí mismo. Además, maldita sea, ¿de qué estamos hablando? La valla sigue ahí y seguirá ahí hasta que les dé la gana. Si es que la quitan, claro. Fin de la historia.

Ray se plantó delante de ella.

—No, fin de la historia no. Conozco a alguien que podría ayudarnos a cruzar al otro lado.

—¿Tú conoces a alguien? Por favor, no me hagas reír...

—De verdad. Solo tendría que salir de la Ciudadela unos días y...

—¿Salir? ¿Qué pasa? ¿Se os quedó por el camino algún rebelde rezagado?

—Es un cristal.

Madame Battery estaba preparada para soltar otra carcajada, pero la risa se le atragantó al escuchar aquello, y como los demás, lo miró como cuando descubrió el secreto de su corazón.

—Lo que me faltaba por oír...

Eden se acercó a Ray.

—Es cierto, Battery. En nuestro viaje allí fuera, conocimos a un grupo de cristales que podrían ayudarnos en esto. Ellos podrían cruzar volando al otro lado de la valla y...

—Espera —la interrumpió Logan—, ¿desde cuándo los cristales pueden volar?

—No es que vuelen de verdad. Tenían una especie de alas artificiales que les permitían planear y elevarse.

—Tenéis que confiar en mí —insistió Ray—. Iré a buscarlos mientras vosotros organizáis a los rebeldes desde aquí.

—¿Me estás diciendo que quieres traer a los cristales a la Ciudadela? ¿En serio? —masculló Battery—. Estás loco.

—A mí no me parece mala idea... —dijo Darwin, ganándose una mirada llena de reproche por parte de la mujer—. ¿Qué perdemos por intentarlo? Kore y Diésel tienen razón: hemos empezado una revolución. Terminémosla. La gente está esperando nuestra señal para unirse. La situación se ha complicado, pero si ahora retrocedemos y nos rendimos, no volveremos a estar tan cerca de lograr el cambio.

Todos aguardaron expectantes la respuesta de Madame Battery y cuando esta se dio por vencida y dio su aprobación, también todos recuperaron la esperanza.

—Partiré hoy mismo —dijo Ray—. Tardaré varios días en llegar hasta allí, pero si me doy prisa, creo que...

—¡Voy contigo!—exclamó Jake, levantando el brazo—. Soy el que mejor conoce los caminos del exterior. Además, podríamos ir en el jeep, ¿no, Darwin?

—No será necesario —dijo Eden—. Iré yo.

Ray se mordió el labio antes de contestar.

—Pues..., de hecho, creo que es mejor que te quedes aquí tú, Eden. Te van a necesitar —añadió, antes de que pudiera contestar ella.

—Y a ti no te necesitan, ¿no? Déjate de bobadas, voy a acompañarte.

—Escucha, tú has sido centinela.

—Sí, y mira cómo acabé con ellos. No me tienen mucha estima. ¿Crees que me van a escuchar si les cuento nuestro plan?

—Desde luego tendremos más posibilidades que si lo hacemos cualquiera de nosotros —se sumó Darwin—. Creo que es buena idea que sea Jake quien vaya con él.

—¡Sí! —exclamó el joven, y Eden, sin contar con el apoyo de Ray, optó por no insistir más.

Ray procedió entonces a contarles lo que sabían sobre los cristales y su líder, Gael; la verdad sobre la naturaleza de las criaturas, que algunos solo conocían por las leyendas que circulaban por la Ciudadela, y la razón por la que habían decidido ayudarles en el pasado. Luego, Darwin trajo un mapa de los alrededores en el que habían marcado las nuevas rutas que su hermano pequeño había ido descubriendo en sus expediciones, incluyendo lo que creían que debía de ser sin duda el segundo complejo.

—Durante una de las primeras misiones fuera de la Ciudadela, conseguimos hacernos con dos jeeps de los hombres de Bob —explicó el rebelde—. Uno lo usamos hasta que se rompió el motor; el otro lo guardamos cerca de aquí para utilizarlo en situaciones de emergencia.

—¿Y tiene combustible? —preguntó Ray.

—Y dos bidones más de gasolina dentro, sí —contestó Jake—. Si salimos mañana con la primera luz del alba, pasaremos más que inadvertidos e igual al día siguiente podemos estar de vuelta.

—Pues no se hable más —respondió Ray.

—¿Y qué haremos mientras tú no estés? —preguntó Kore—. ¿Podrás convencer a Dorian para que esta vez sí haga su trabajo?

—Iré a hablar ahora con él y a hacer mi mochila —dijo Ray.

Se acercó para darle un beso rápido a Eden, pero ella se apartó levemente y bajó la mirada. De haber sido en cualquier otro momento, el chico le habría pedido que le acompañase a hablar fuera, pero el tiempo apremiaba y sabía que a Eden se le pasaría.

Dorian estaba ya despierto y vestido cuando Ray entró en el cuarto.

—¿Qué tal la resaca? —le preguntó su clon, cerrando la puerta tras él.

—Mal. Me duele todo —confesó.

—Es normal. Las borracheras siempre son... Bueno, de hecho, no tengo ni idea de cómo son: de los dos, tú has sido el primero en pillarte una.

El chico advertía los esfuerzos de su clon por intentar rebajar la tensión que había entre ambos, pero los recuerdos del día anterior seguían demasiado presentes en su memoria. El alcohol, a pesar de lo que había creído la noche anterior, no había ayudado lo más mínimo a disolverlos o a hacerlos más tolerables.

—Hay novedades —empezó Ray, dirigiéndose a la estantería donde estaba doblada la poca ropa que tenía—. Voy a tener que salir un par de días con Jake fuera de la Ciudadela.

—¿Adónde?

—A buscar a unos amigos. Es una larga historia. El plan de tomar la Torre se ha complicado. El caso es que mientras yo esté fuera... —se volvió para mirarle— quieren que tú sigas con el trabajo de ayer.

El agobio volvió a apoderarse de Dorian. ¿Acaso no había quedado claro que no iba a participar más en ello?

—Solo tienes que hacerte pasar por mí... —insistió Ray, casi suplicante—. Dorian..., están empezando a desconfiar de ti.

—¿Y por eso tengo que cambiar de opinión?

—¡Claro que sí! Mira, ponte esta ropa —dijo el otro, mientras se quitaba la camiseta que llevaba y la chaqueta que le cubría—. Es la que llevé ayer mientras hablaba a la gente.

—¿Piensas que me traerá suerte? —preguntó Dorian, con desdén.

—No —contestó Ray, quitándose los pantalones—. Es como el uniforme de un superhéroe. Será más fácil que te reconozcan si llevamos lo mismo.

—Ray, mira...

—Tío, me lo debes —le interrumpió el otro—. Nos lo debes a todos. Tampoco te estamos pidiendo nada imposible. Sal ahí fuera y finge ser yo, ¿qué problema hay?

Dorian lo miró dolido, pero no respondió. ¿Cómo podía Ray ser tan sensible con los demás y no darse cuenta de lo que le suponía a él, precisamente a él, su clon, todo esto?

—Qué problema hay... —repitió Dorian, para sí.

—Exacto. Solo tienes que hablar como yo, moverte como yo. Llevamos semanas juntos. No te debería resultar tan complicado —añadió, con desdén, mientras se ponía ropa nueva y guardaba un par de mudas en una mochila—. Mira, es esto o que te marches, y no quiero que tengas que hacerlo, tío, pero no puedo protegerte más.

—¿Esto lo haces por mí? —preguntó.

—Claro que sí.

Dorian asintió, con lástima.

—Anoche dijiste que no era más que un peso muerto para ti.

—Anoche..., ¡anoche estaba cabreado, maldita sea! ¡Llegaste borracho, nos podrían haber descubierto! Habías desaparecido y nadie sabía dónde te habías metido. ¿Tú me echas en cara lo que yo digo y no te preocupas de lo que haces?

—¡Hasta el momento, solo he hecho lo que tú y el resto me habéis pedido!

—Pues entonces, vuelve a hacerlo y deja de poner problemas —contestó Ray, al tiempo que le golpeaba en el pecho con la ropa que se acababa de quitar y salía de la habitación con la mochila ya hecha.

Dorian se quedó allí plantado, con las manos agarrando con rabia las prendas de Ray y sintiendo cómo el enfado le quemaba hasta la última gota restante de alcohol que le quedase en el cuerpo.

No supo cuánto tiempo estuvo allí quieto, intentando controlar sus emociones. Pero de pronto, cuando llamaron a la puerta del cuarto, del susto tiró la ropa al suelo.

—¿Ray?

Escuchar la voz de Eden fue la gota que colmó el vaso. Desde hacía unos días sentía que cada vez la soportaba menos a pesar de estar enamorada de Ray. ¿Acaso no eran iguales? ¿Entonces cómo podían provocar reacciones tan distintas en las personas?

—Escucha, siento lo de antes... —dijo la chica, entrando en la habitación.

Antes de que Dorian pudiera decir nada, la chica continuó su discurso sin darse cuenta de que él no era Ray.

—Es que me da miedo lo que te pueda pasar allí fuera. Ya sabes cómo es el exterior y, bueno... No es un lugar seguro.

Dorian nunca había visto a Eden tan preocupada. Aquella debía de ser una faceta que solo mostraba ante Ray. Lo normal era verla actuar como un lobo, no como un carnero desprotegido.

—Y, mira, sé que te gustaría que mi relación con Dorian fuera más... estrecha —continuó la chica, acercándose a él—. Pero entiende que tenga miedo de que te pueda llegar a pasar algo por su culpa.

Aquellas últimas palabras le dejaron sin habla, y cuando Eden se acercó para acariciarle el rostro, se quedó inmóvil.

—No te puedo perder a ti también.

Dorian nunca se había atrevido a sentir absolutamente nada por Eden, principalmente porque siempre la había visto como una extensión de Ray. Sin embargo, en aquel instante, él era Ray. Y se sintió tan querido por la chica que su interior le pedía a gritos más de aquella droga que era incapaz de identificar.

El vello se le erizó cuando la chica acercó los labios a los suyos, pero no dijo nada. No se movió. Dejó que los labios de ella se apoyaran suavemente sobre los suyos y que su lengua buscara la de Dorian hasta encontrarse. Fue algo tan inesperado, que el chico tuvo que contener las ganas de separarse, a pesar de lo que le estaba gustando. Intuía que ella había notado algo extraño, así que sin darle tiempo a pensar más, el chico llevó su mano al cuello de la rebelde, tal y como le había visto hacer a su clon y le acarició la piel detrás de la oreja. La sangre le palpitaba en el pecho y en los oídos. Nunca había experimentado nada semejante. Ni la rabia ni el alcohol ni la emoción de huir del complejo eran comparables a lo que ese beso le estaba haciendo sentir. Ella hizo lo mismo: acarició con sus dedos el pelo recién cortado, su oreja y el cuello... donde se detuvo en un espasmo.

Aunque quiso retenerla, Eden se apartó igual de deprisa de él y se alejó un paso con la mirada asustada.

—Dorian —dijo.

La respiración del chico se volvió mucho más pesada. Se llevó la mano al cuello y entendió lo que Eden había notado con sus dedos: la falta de la cicatriz de Ray.

—¿Cómo has podido? —le preguntó ella entre dientes—. ¡¿Cómo te has atrevido?!

Con ira, le dio una bofetada en la mejilla acompañada de un escupitajo. Después se abalanzó sobre él, con unos ojos en los que asomaban lágrimas de vergüenza y rabia. Dorian logró esquivarla e hizo que tropezara y callera al suelo.

—¡Aléjate de nosotros! —la oyó gritar mientras huía por el pasillo—. ¡Sal de nuestras vidas!

Pero no miró atrás. Subió las escaleras, cruzó el pasillo y atravesó la cocina hasta la salida de atrás del Batterie. Y ni siquiera allí dejó de correr. Él no era Ray. Él no era Ray. Él no quería ser Ray.

Él era Dorian.

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